Internacional
Olaf Scholz: de los recortes de Schröder a redescubrir la socialdemocracia alemana
El candidato del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), Olaf Scholz, es el favorito para suceder a Merkel en las elecciones del domingo.
Bonn (Alemania) // Una banda local ameniza con canciones de carnaval la espera de unas 300 personas que han acudido a la Münsterplatz de Bonn el miércoles pasado para ver y escuchar a Olaf Scholz. El candidato del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) en las elecciones federales de este domingo es el favorito, según las encuestas, de llegar a la cancillería tras 16 años de gobierno de la democristiana Angela Merkel. La última vez que un socialdemócrata puso fin a un gobierno conservador, Bonn aún era la capital política del país más poblado de la Unión Europea.
Fue en 1998 cuando Gerhard Schröder venció al eterno “canciller de la unidad” Helmut Kohl. En uno de sus últimos mítines delante del histórico Ayuntamiento de Bonn, muy cerca de la Münsterplatz. Kohl repasaba sus logros, recordando a Gorbachov, Mitterrand y la caída del Muro pero se olvidó de hablar del futuro. La sensación de cambio estaba en el aire y Schröder, con la primera campaña electoral con mercadotécnica al estilo norteamericano en Alemania, defenestró a Kohl con promesas de modernizar un país aparentemente estancado.
Lo que pasó en los siete años de gobierno de coalición entre el SPD de Schröder y los Verdes ha marcado Alemania hasta hoy. La Agenda 2010 representaba un paquete de duros recortes sociales y de derechos laborales. Como consecuencia, bajó el desempleo pero aumentaron la precariedad y con ello la desigualdad, uno de los principales temas de esta campaña de 2021. Scholz era secretario de organización del SPD en aquella época.
La Agenda 2010 alienó a muchos votantes tradicionales de los socialdemócratas en las clases obreras. El partido más antiguo de Alemania no se recuperó de este golpe autoinfligido y no pasó más allá de ser el socio junior de la Unión Democristiana (CDU) de Merkel durante varios años. Hasta hoy.
Igual que en aquel 1998, a finales del siglo pasado, hay otra vez una sensación de fin de época y la necesidad de cambio después de 16 años de Merkel. Aunque el SPD ha formado parte del gobierno de “gran coalición” en los últimos cuatro años, con Scholz como vicecanciller y ministro de Finanzas, es la CDU la que se lleva todo el hastío de la gente. Estaría bien que los democristianos pasaran un tiempo a la oposición, es un comentario que se escucha con frecuencia estos días en Alemania, incluso por parte de gente más afín a la CDU.
De modernizar el país a la justicia social
El deseo de cambiar las cosas se parece a 1998 pero la dirección es otra. Mientras Schröder hablaba de modernizar el país, Scholz hoy lucha por la justicia social. Desde el escenario en Bonn defiende la subida del salario mínimo a 12 euros por hora y recuerda que siempre ha apostado por esta medida, desde sus tiempos como abogado laboralista y luego ministro de Trabajo federal. “Las grandes empresas pagan muy bien, pero hay mucha gente que trabaja en sectores que no están cubiertos por los convenios”, explica el candidato. Subraya que la introducción de un salario mínimo a nivel nacional en Alemania y en el Reino Unido no destruyó empleo, tal y como habían augurado los críticos.
En la misma línea de la justicia social, Scholz propone pensiones dignas y descarta aumentar la edad de jubilación más allá de 67 años. Promete más guarderías, becas y otros beneficios sociales. Para frenar la subida de los alquileres, uno de los grandes temas estos tiempos, el socialdemócrata está a favor de un mecanismo que limita la subida de alquileres en zonas especialmente tensionadas. Scholz condena las propuestas de bajar impuestos que llevan en sus programas la CDU y el liberal FDP. “Esto no es solidario y además está totalmente fuera de tiempo”, proclama en lo que es uno de los ataques más duros a sus rivales políticos en Münsterplatz (una notable diferencia con el tono desmedido y barriobajero instalado en la política española).
El discurso de Scholz es esencialmente socialdemocracia clásica. Pide “más respeto y reconocimiento” para las personas, sean abogados como él, sanitarios o empleados en un supermercado. “Nadie debe sentirse mejor que otro”, dice. Es un mensaje emocional, dirigido también a todo el electorado socialdemócratas que se siente descolgado por la globalización y se ha comprado el discurso anti-establishment de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD).
Cambio climático y digitalización
Frente a la justicia social en todas sus facetas, los otros dos grandes temas de esta campaña ocupan menos tiempo en el discurso de Scholz, la lucha contra el cambio climático y la digitalización en un país muy atrasado en este aspecto.
Para contrarrestar este reciclaje de Scholz como socialdemócrata clásico, desde la izquierda destacan sus contradicciones: aquel joven dirigente del partido en la época de Schröder y la Agenda 2010, el de alcalde-presidente de Hamburgo que ordenó la intervención dura de las fuerzas de seguridad durante la cumbre del G-20 en 2017 y el ministro de Hacienda que se negaba a aumentar el gasto para mantener el déficit cero. Este último punto ha cambiado radicalmente con la pandemia del coronavirus. Como otros países, Alemania abrió el grifo para subvencionar a los sectores más afectados por las restricciones. “Vamos a tener 400.000 millones de euros más en deuda para ayudar a las empresas y salvar puesto de trabajo. Y eso está muy bien”, afirma.
Sin embargo, Scholz mantiene una línea ambigua en cuanto al pacto de estabilidad en Europa. De momento, no está ni a favor ni en contra de volver a endurecer los criterios para déficit y deuda, tal como exigen algunos países halcones. Es que muchos votantes socialdemócratas todavía compran esa idea, alentada por medios conservadores como el sensacionalista Bild, de los países derrochadores del sur de Europa.
En 2019 Scholz perdió contra todo pronóstico las primarias para presidir el SPD frente al ala izquierda que le reprochaba su defensa férrea de la austeridad fiscal, entre otras cosas. El candidato ha aplacado las críticas con su giro social, el abandono del objetivo del déficit cero y sus ambiciones en luchar contra la evasión de impuestos y los paraísos fiscales. Sin embargo, su candidatura está manchada por su responsabilidad en algunos escándalos financieros, como el fraude del neobanco Wirecard, bajo su supervisión.
Después de años de duras luchas internas, los socialdemócratas han demostrado una inesperada unidad durante la campaña. En el escenario de Bonn Scholz es acompañado por la candidata local, Jessica Rosenthal, una joven profesora de instituto que, además, es presidenta federal de las Juventudes Socialistas. Los Jusos, siempre más a la izquierda que el partido, han sido los críticos más duros de Scholz, especialmente el antecesor de Rosenthal y hoy miembro de la ejecutiva del SPD, Kevin Kühnert. Rosenthal y Scholz despliegan una armonía perfecta en la Münsterplatz y ella se olvida de mencionar su reivindicación de expropiar a los grandes propietarios inmobiliarios para lograr alquileres asequibles, cosa que Scholz rechaza plenamente.
Formar gobierno
A diferencia de los rivales, los socialdemócratas entendieron muy pronto que estas elecciones iban más de los candidatos que de ideas y programas. A final, la ciudadanía alemana debe decidir quién dirigirá la economía más poderosa de Europa después del largo reinado de Merkel. La CDU se lío en un largo y sucio proceso interno para encontrar un nuevo líder, lo cual ha dejado a su candidato, Armin Laschet, bastante dañado. En los Verdes se impuso Annalena Baerbock sobre el otro colíder del partido, Robert Habeck.
A principios de la campaña hace meses, parecía ser un duelo entre Laschet y Baerbock, que incluso llegó a encabezar las encuestas. Los conservadores y los medios atacaban a la candidata verde por su falta de experiencia –con 40 años solo ha sido diputada– frente a Laschet, el presidente del Estado federado más poblado de Alemania, Norte de Renania-Westfalia. Puede haber sido un gol en su propia puerta. Tras los primeros tropiezos de Laschet, muchos votantes, al parecer, comenzaron a pensar que el vicecanciller Scholz, soso pero sólido, era el que más da la talla para ocupar la cancillería en Berlín.
En caso de ser primera fuerza –los sondeos dan al SPD un 25% frente a un 23% para la CDU y un 17% para los verdes–, Scholz tendría varias opciones para formar gobierno. La derecha hace campaña negativa alertando de un pacto entre SPD, Verdes y Die Linke, el partido poscomunista. A diferencia de anteriores elecciones, los socialdemócratas han roto el cordón sanitario y no descartan gobernar con Die Linke. Eso sí, Scholz se empeña en cada comparecencia en marcar líneas rojas frente a las posiciones de la izquierda, como la permanencia en la OTAN, la UE y un aumento moderado del gasto en Defensa.
La otra opción sería una coalición con los Verdes y el liberal FDP, aunque hay grandes diferencias en cuanto a impuestos y medidas contra el cambio climático. Para Laschet, que ha recuperado terreno en las últimas encuestas, prácticamente solo se le presenta una opción de poder para heredar a Merkel: una coalición con verdes y liberales, que ya existe en algunos länder.
Una reedición de la gran coalición entre CDU y SPD parece muy poco probable. “¿Por qué no?“, pregunta un ciudadano a dos militantes socialdemócratas en un puesto de propaganda en la Münsterplatz antes de la llegada de Scholz. “En el gobierno actual todas las iniciativas buenas han partido de nosotros. La CDU primero los desaguaba para después venderlos como éxito propio. No queremos más de esto”, le explican. Este método ha funcionado, hasta ahora.