Opinión

Teletrabajo, premio y castigo

"El capital ya ha identificado el teletrabajo como una oportunidad: premio para los más leales y un castigo sin él a quien quiere controlar".

Foto: Pixabay

Teletrabajo desde hace años y es lo mejor que me ha pasado, lo que no me impide observar que no todo el mundo quiere una actividad de este tipo porque su entorno doméstico no es el adecuado para trabajar, o porque su situación familiar lo expulsa y salir es un respiro. El teletrabajo es una aspiración de algunos empleos de corte pequeño burgués o liberal que ha sido un descubrimiento vital en pandemia y que ahora no se quiere abandonar, pero las empresas están obligando a hacerlo. 

El empresario medio español necesita ver a la plantilla presente para ejercer su poder de forma concreta y dominante. El teletrabajo no le permite ejercer la jerarquía de las jefaturas de manera efectiva más allá de controlar la productividad, que se ha demostrado similar a la presencial. Necesita verlo, hacer sentir al empleado esa dominación. El poder solo es si se siente cuando se ejerce. Por eso en cuanto han tenido el respiro de la situación sanitaria han obligado a todas las personas a volver a su puesto de trabajo, las que querían y las que no.

El tráfico de esta vuelta a la normalidad en septiembre ha resultado abrumador, los trayectos de veinte minutos se han triplicado para los que querían seguir teletrabajando y para aquellos que no tienen la oportunidad de hacerlo porque su empleo es incompatible con dicha modalidad. Todo el mundo sale perjudicado. 

El empecinamiento de los empresarios y de la función pública, que ha rebajado la posibilidad del teletrabajo a ocho horas, no solo perjudica a las profesiones liberales y más acomodadas que pueden teletrabajar, sino a quienes han visto cómo sus trayectos al trabajo eran más cómodos, rápidos y relajados al eliminar del tránsito diario de las vías y el transporte público a una masa muy importante de clase trabajadora que podía ejercer su labor desde casa.

El teletrabajo es para una clase más acomodada, pero también ayuda a mejorar el bienestar de quien no puede permitírselo. El tiempo recuperado que se perdía en desplazamientos y horas maltratadas por el sueño y el cansancio incrementan la posibilidad de tener ocio, tiempo con la familia, hacer deporte, pero también de invertir ese tiempo en organizarse, en militar en el tejido asociativo, en sindicarse, en asambleas. Valorar los beneficios no implica perder de vista la capacidad del capital para transformar un derecho en una penitencia. 

El teletrabajo no es una panacea para el empleado ni para la organización de los trabajadores. Valorar los pros y los contras es necesario para que seamos conscientes de las capacidades del entorno capitalista para darle la puntilla a la fuerza negociadora de clase. Transitar hacia un modelo que otorgue mayor peso al trabajo a distancia implica conocer los problemas que puede ocasionar. La atomización de la clase trabajadora se inició con la eliminación de los centros de trabajo industriales que permitían la organización sindical; en este sentido, el teletrabajo es un riesgo de sublimación de un modelo capitalista que tiene su mayor exponente en la deslocalización de los call-center como modelo que evita cualquier tipo de interrelación entre iguales. El realismo capitalista está acechando detrás de cada esquina para convertir cada avance para los trabajadores en precariedad. 

Ese aislamiento social en el que puede incidir el teletrabajo es vital para comprender ciertos procesos sociales que crean islas políticas, miedosas y conservadoras, en las ciudades creadas por el urbanismo y que tan bien ha explicado Jorge Dioni en La España de las piscinas. Un mundo en el que el teletrabajo sea copado por una minoría de profesiones acomodadas incidiría en una desigualdad que profundizaría en la brecha social si no atendemos a todas las capacidades que tiene el capitalismo tardío para transformar con una llave de judo cualquier avance social para reservarlo a una minoría. Un peligro que el capital ya ha identificado como una oportunidad, reservando el teletrabajo solo como premio para los más leales y castigando sin él a quien quiere controlar. 

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