Cultura | Sociedad

En los zapatos de mis vecinos ecuatorianos

Arranca la IV Muestra de Cine Ecuatoriano, una oportunidad de humanizar la mirada respecto a la realidad migratoria.

Bety Rendón, una de las madres migrantes que exponen su drama en ‘Madre Luna’: el Estado italiano les quitó a sus hijos a través de un abusivo sistema de protección de menores. AGENCIA QUINDE

Los países, como ocurre con las novelas, suelen tener siempre una trama principal. El concepto de república en Francia, el esclavismo en Estados Unidos, la revolución en Cuba, la guerra civil en España… En el caso de Ecuador, ese argumento que recorre la sociedad de arriba abajo quizá sea la migración. Algunas de las ciudades con mayor número de ecuatorianos no están en Ecuador. Nueva York y Madrid están entre ellas. El fenómeno forma parte de la identidad nacional: el ecuatoriano, la ecuatoriana, emigra para dar a los suyos una vida mejor. Y eso implica necesariamente un desgarro. En torno a esa cualidad de migrante, de desplazado, de ser humano invisible, cuando no atropellado, giran algunas de las películas de la IV Muestra de Cine Ecuatoriano La línea imaginaria, que desde hoy y hasta el 25 de septiembre se celebra en Madrid (y en Internet).

Madre Luna (2019), el documental de la directora Daisy Burbano, se proyecta en España por primera vez después de haber recibido varios premios internacionales. Cuenta la historia de las mujeres ecuatorianas emigradas a Italia que han visto cómo el Estado les arrebataba a sus hijos de forma abusiva. Ocurría casi automáticamente con las madres solteras o en casos de separación. La película, estremecedora, es un ejemplo perfecto de lo que significa ser migrante. Sin un conocimiento profundo del idioma, algunas de estas mujeres eran obligadas a firmar documentos escritos en un complicado lenguaje jurídico. Y empezaba la pesadilla: los niños pasaban a estar bajo tutela de los servicios sociales y se activaba el proceso de adopción por parte de otras familias del país.

Todos los casos expuestos por Burbano encogen el corazón, pero hay uno que sobrepasa todos los límites concebibles. A Bety Rendón le quitaron a sus dos hijos, Alessandro y Giada, cuando decidió separarse de su marido maltratador. El hombre llegó a encerrarse en la casa con los niños y amenazó con prenderle fuego al inmueble. Después incluso arrojó ácido a la cara de la alcaldesa del municipio en el que vivían, Villa d’Adda, en Lombardía.

Los servicios sociales se hicieron cargo de los niños en 2009 y estos ingresaron en un hospicio. No esperaron ni a la primera visita de la madre para entregar a la niña en adopción. El hermano, entonces, perdió el habla y enfermó. La niña tuvo que volver al hogar de acogida pero su madre solo tenía derecho a verlos una hora al mes. Enredada en un complicado laberinto legal, acabó por perderlos. Tras diez años de juicios y recursos, hoy no sabe dónde están. Fueron dados a una familia. En 2017, el Estado italiano reconoció que hubo errores procesales en el caso de Bety Rendón. Demasiado tarde.

«Las leyes son perfectas –dice una de las madres afectadas–, pero las personas que las administran no. Hay gente corrupta y hay jueces que se demoran hasta cuatro años con un caso. Uno hasta se atrevió a decirme que volvería a ver a mis hijos cuando tuvieran 18 años». La justicia italiana está solucionando unos abusos que eran comunes hasta hace poco, pero hay niños que han estado hasta 10 años separados de sus madres. «Ellos ya no te conocen como mamá», se lamenta una de ellas. «Durante muchos años estas situaciones han sido silenciadas debido a que hay intereses económicos muy considerables», apunta un exjuez de menores. «El importe total asignado a este tipo de servicios [servicios sociales, agencias, despachos de abogados…] está entre los 1.000 y los 2.000 millones de euros al año. Un volumen enorme. ¿Y quién tuvo que enfrentarse a estos grandes intereses? Familias, en su mayoría, pobres e indefensas».

IV Muestra de Cine Ecuatoriano
Darío Aguirre mira fotos junto a su suegra alemana en el documental En el país de mis hijos. BÜCHNER FILMPRODUKTION

En En el país de mis hijos (título elocuente), Darío Aguirre hace otro tipo de aproximación a las dificultades de la migración. Su historia, también narrada en clave documental, es la de un ecuatoriano en Alemania, adonde emigra por amor, y que se pasa 15 años entrando y saliendo de las oficinas de extranjería. Su calvario de visas, sellos, permisos de trabajo, pasaportes, culmina con el inesperado ofrecimiento por parte del alcalde de Hamburgo de la nacionalidad germana.

Con un tono melancólico e irónico, Aguirre examina la transformación de los migrantes en los países de acogida, ese desdoblamiento que los hace dividirse entre la tierra de sus padres y la de sus hijos. Y en esa circunstancia los papeles, tan ansiados un día, tras tantos años de incertidumbre, acaban revelándose en su auténtica naturaleza: el absurdo. Un absurdo aceptado, burocrático, que le da pie para reflexionar sobre la identidad. La canción que entona el propio Aguirre en el filme, El necio, de Silvio Rodríguez, es bastante expresiva: «Para darme un rinconcito en sus altares, me vienen a convidar a arrepentirme, me vienen a convidar a que no pierda, me vienen a convidar a indefinirme, me vienen a convidar a tanta mierda».


La IV Muestra de Cine Ecuatoriano se completa con otras siete películas: los largometrajes Si yo muero primero (Rodolfo Muñoz), Sumergible (Alfredo León León) y Qué tan lejos (Tania Hermida), y los cortos After Work (Luis Usón y Luis Aguilar), Capulí (Carlos Sosa), Capitán Escudo (Beto Valencia y Diego Castillo) y Yawati (Lucía Espinoza).

El festival tiene una parte presencial, en la Cineteca de Matadero Madrid, y otra on line, donde las películas podrán verse durante 24 horas simplemente registrándose en la página www.lineaimaginariacinema.com.

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