Opinión
Con la mano abierta
"El eje izquierda-derecha ha vuelto en forma de hostia con la mano abierta", reflexiona Jorge Dioni.
Las verbenas son de derechas y los festivales de izquierdas. Dune es una película de derechas porque habla de la colonización o de izquierdas porque incita a la rebelión, aunque esto último no está claro si también es de derechas. Star Wars es un territorio en disputa a través de memes sobre los rebeldes que se enfrentan al imperio de las multinacionales o al de lo políticamente correcto. No está claro si Antidisturbios es una serie que ataca a la policía o blanquea a la policía. O quizá es una visión colonialista privilegiada, ya que narra a un colectivo desde fuera. Paquito el chocolatero es de izquierdas y Manolo Escobar, de derechas. En el siglo XXI, todo es de derechas o de izquierdas. Salvo la política, claro. Y, sobre todo, la economía. La economía es puro sentido común.
En 2014, se proclamó con solemnidad: el eje izquierda-derecha está ya superado. No sirve. Las organizaciones políticas son cosa del pasado. Siete años después, el eje ha vuelto en forma de hostia con la mano abierta. El descenso de las rentas del trabajo y el aumento de los bienes de primera necesidad, como alimentos, energía, transporte o vivienda, hacen que el poder de compra de los salarios haya sufrido la mayor caída en varias décadas. Siete años después, los jóvenes no pueden independizarse porque tendrían que destinar a la compra o el alquiler una cantidad superior a su propio sueldo, si es que lo tienen. Las medidas fiscales han rebajado la recaudación por el impuesto de sociedades. En el año 2000, el porcentaje del tipo efectivo era el 22%; hoy, del 8,8%, un 60% inferior. También han bajado los impuestos a la propiedad mientras subía la tributación al consumo. En esos siete años, las empresas han vivido los mejores años de la democracia. Nunca había habido tantos beneficios. Nunca se habían repartido tantos dividendos. Nunca la renta empresarial se había disparado tanto en relación con la renta del trabajo.
Abro paréntesis. Siete años después, buena parte de las personas que defendían que el eje izquierda-derecha estaba superado y las organizaciones políticas eran cosa del pasado están en organizaciones políticas que se definen de izquierda. Cierro paréntesis.
Redistribución y acumulación
El eje derecha-izquierda no es una forma de dividir el mundo, como hacen las escaramuzas culturales, sino de interpretarlo para transformarlo. Es decir, una herramienta para ver qué relaciones económicas y de poder se dan entre los diversos grupos sociales para evitar o beneficiar la acumulación de ambos conceptos. Sin análisis, sin una visión del mundo, no es difícil meterse en callejones sin salida o provocar efectos no deseados.
Por ejemplo, cerrar el centro de una gran ciudad a un determinado tráfico parece una buena idea, pero también puede facilitar el que una gran corporación se haga con todo el mercado de reparto minorista porque es la única capaz de realizar la reconversión en los plazos adecuados. Su casi monopolio le proporcionará una posición de poder a la hora de negociar las condiciones laborales con, probablemente, los antiguos autónomos o trabajadores de las pequeñas empresas que prestaban esos mismos servicios. Es un proceso que se ha dado en diversas reconversiones. Digitalización y sostenibilidad son dos conceptos muy atractivos, pero hay que ver qué relaciones económicas y de poder se crean con las decisiones concretas que se tomen porque, a la vuelta de unos años, nos podemos encontrar con una mayor acumulación y luego todo son lamentos.
La izquierda defiende la redistribución de la riqueza y el poder; la derecha defiende la acumulación. La izquierda representa el trabajo; la derecha, el capital. Lo que diferenciará a un gobierno de izquierda de uno de derecha es que el primero estará presente durante todo el proceso para evitar las situaciones de acumulación y favorecer las de redistribución. Volvamos a la zona cerrada al tráfico. Hay diversos grados de intervención, desde la creación de una empresa pública de reparto, hoy anatema, a facilitar la creación de cooperativas, otro anatema, pasando por ayudas a la reconversión o leyes de antimonopolio y, sobre todo, el marco legal de las relaciones laborales. Es importante no eludir la responsabilidad. Es decir, limitarse a esperar/recomendar que el consumidor final no elija a la empresa monopolística cuyo nacimiento hemos facilitado. Esto último no suele ser extraño y, evidentemente, provoca desafección. Lo personal es político suele ser un callejón sin salida.
La izquierda es un modelo económico, político, social y cultural distinto. No busca gestionar mejor el modelo económico, político y social de la derecha, sino plantear otro. No busca atenuar las situaciones más complicadas, sino un proyecto general: la redistribución. Es decir, ascensor social y ampliación de derechos. Por eso mismo, además de tener una ideología que permita el análisis, necesita estar presente y tener una organización. Si su modelo tiene éxito y promueve la movilidad social, es probable que ciertos grupos beneficiados se desliguen de la propuesta y defiendan cortar la redistribución para consolidar su posición de poder, aunque sea pequeña. Por eso, hay situaciones que pueden ser interpretables como conflicto generacional o territorial o de otro tipo cuando la cuestión siempre es el modelo. Por eso, es lógico que haya miradas hacia atrás.
Hubo una guerra
Esas miradas suelen olvidar que hubo una guerra y que la ganó el otro modelo, la acumulación. Uno de sus efectos fue la consolidación del proceso anterior. Los grupos beneficiados por la redistribución se desligaron de ella y asumieron otra causa para su recorrido vital: el discurso del mérito individual. Esta separación también se benefició de las visiones descriptivas, como el eje arriba-abajo, que promueven un discurso emocional o moral: esto es injusto y, como es injusto, se va a solucionar. Es algo que puede ser movilizador en un determinado momento, pero que lleva a un callejón sin salida al incidir en la representación de grupos fijos –¿los vulnerables, los excluidos, los de abajo?– cuando el objetivo es precisamente la movilidad social. Además, existe otro efecto, la transformación de los hábitos en identidad, que provoca tanto la caricaturización de otros grupos sociales que deberían componer el electorado como la culpabilización de los propios representantes cuando los abandonan.
Al no disponer ya de un modelo económico alternativo ni de un electorado interesado en él, la izquierda se ha centrado en la redistribución social o cultural. Normalmente, a través de derechos individuales. La palabra clave pasó de ser explotación a exclusión, problema al que se ofrece una solución momentánea, inclusión o visibilización, que comienza a estar amenazada una vez que es irreversible el modelo de acumulación económica. La redistribución no se puede parcelar. Los derechos sociales conquistados son definitivos, se dice. Cabe pensar, mirando a otras partes del planeta, que tal cosa no está del todo clara. La involución es posible y, en muchos casos, apoyada por grupos que se beneficiaron de redistribuciones previas. El proceso anterior provocó una división interna, como si hubiera que elegir entre la redistribución económica y la cultural. Ambas son parte del modelo y, sin este, no hay transformación.
Esa es la clave. Es lógico que la izquierda esté desubicada. Perdió una guerra, la que más merecería el título de mundial porque prácticamente afectó a todo el mundo. No hubo un país en el que no hubiera un conflicto entre los dos modelos. No siempre con una guerra abierta, como en El Salvador o Afganistán, o con una represión feroz, como en Indonesia o Argentina. Todo pasa por recuperar el modelo y huir tanto del asistencialismo como de la gestión. Y de discursos ajenos, como la soberanía o la nostalgia. La mirada política interpreta el mundo para transformarlo. Analiza las relaciones económicas y de poder que se dan entre los diversos grupos sociales para evitar la acumulación de ambos conceptos. Es decir, se refiere al presente para realizar propuestas de mundos mejores basadas en la redistribución económica, política, social y cultural. Todas. Si hay un camino, creo que es ese.