Cultura
Estereotipos y cine español: una historia de racismo
Cuando se intenta representar una identidad desde fuera, se corre el riesgo de acabar traicionando su esencia, de retratarla de manera simple y sin matices
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La ola de protestas antirracistas que ha tenido lugar en los últimos años en todo el planeta ha hecho que el mundo audiovisual reaccione. La repercusión más sonada fue quizá que plataformas como HBO o Disney+ acabaran por incluir en algunas de sus películas vídeos explicativos que ponían en contexto las representaciones xenófobas que aparecían en ellas. Sin embargo, ¿es esto suficiente o hay que avanzar más?
Miguel Ángel Vargas, gestor cultural que trabaja en la realización de una estrategia de mediación cultural a través de la creación gitana contemporánea en Sevilla, considera que esto es un avance importante. “Es una actitud crítica con la historia que implica reconocer cómo ha funcionado la narración en el arte, cómo se ha conseguido que muchas de nuestras percepciones sobre qué significan determinados rasgos identitarios tienen un soporte en la cultura y en muchas historias que seguimos haciendo y cuyas versiones seguimos actualizando”, sostiene.
Una idea que Rubén H. Bermúdez, referente de la comunidad afrodescendiente española y uno de los creadores del festival Afroconciencia, también defiende. A él le hubiera gustado que este tipo de actos se hubieran dado cuando tenía 10 años, porque “ponen en contexto histórico y avisan sobre el racismo, más allá de que puedan parecer una estrategia comercial de las plataformas”.
Pero el problema real, argumentan los dos, es que el racismo está en todos los ámbitos de la vida. Lo que incluye también al cine. Por ello, para poder eliminarlo, una de las premisas es dejar que las minorías maltratadas por la historia se cuenten a sí mismas. En el caso de España, las poblaciones negra, gitana y “mora” serían los colectivos más paradigmáticos en esta combinación de discriminación histórica asociada tanto a lo real como a las representaciones.
Rubén H. Bermúdez expone que a él “le gustaría ver más cine hecho por personas que no sean blancas en un contexto como el español”. Un liderazgo que ayudaría a resolver el problema desde la raíz. “Mucha gente se acerca a este lado con buena intención. Existe esta admiración, pero somos incapaces de promover o respetar que en España haya comunidades que quieran contar sus historias”, argumenta Miguel Ángel Vargas.
Una situación que se da por la blanquitud asentada en la sociedad española, la cual es el verdadero problema. Una blanquitud entendida desde el privilegio de ser blanco/a, pero también desde el sistema social y el pensamiento que se deriva de ello. “Hay que afrontar que España es uno de los países que tiene la mirada blanca mejor construida. De hecho, está tan asumida que ni siquiera la veis, parece que no toca a los españoles. Nos hemos contado que somos un pueblo mestizo y que tenemos una posición de subalternidad con respecto a Europa, cuando España ha sido la vanguardia en la colonización y en la creación de una gran parte del imaginario que nos sigue marcando”.
Representaciones de las poblaciones negra, gitana y ‘mora’ en el cine español
En el cine, por mucho que se cuenten historias diferentes, el trasfondo es siempre el mismo. Una reiteración que sucede también con los estereotipos. Y es que, cuando se intenta representar una identidad desde fuera, se corre el riesgo de acabar traicionando su esencia, de retratarla de manera simple y sin matices.
Por ello, es fácil encontrar en la historia del cine español películas en las que aparece el estereotipo del gitano pícaro y burlón cuya única misión es engañar. Un personaje que viene de lejos, ya que lo “puedes encontrar en los relatos que se contaban en el teatro del siglo XIX”, sostiene Vargas. “¿Y del negro zumbón o del morisco que no sabe hablar? Es complicado ver hoy una película que hable del ‘moro’ más allá del que viene en patera”.
Así, los imaginarios de las minorías se van sumando unos a otros y se repiten en la ficción hasta el infinito esos modelos de conducta. “Además de la creación de estereotipos, es importante también saber quién tiene el poder de repetirlos, quién tiene el control de su reproducción”, sostiene el gestor cultural.
Estar expuesto a una imagen tantas veces representada acaba constituyendo en parte una identidad. Aunque sea una imagen ficticia e irreal. “Esa identidad se acaba convirtiendo en real en cuanto sirve para algo. De esta manera, ser el gitano que quieren los demás puede ayudar a ser más aceptado en una sociedad racista o como una mera técnica de supervivencia”.
Rubén H. Bermúdez, por su parte, cree que estos estereotipos han hecho que tradicionalmente en occidente se haya representado a las personas que no son blancas de una manera hiperbólica, grotesca y, en ocasiones, deshumanizadora. “Como dice Lucía Mbomío, es necesario que contemos nuestras propias historias, desde nuestra diversidad y polifonía discursiva”. Y añade: “Si no lo hacemos así, las representaciones que estamos acostumbrados a ver en las películas que consumimos acaban condicionando la forma en la que nos ven y en la que nos vemos a nosotros mismos. Es importante que los personajes que no sean blancos protagonicen las cintas, que se enamoren, que tengan éxito… ¡Que hablemos!”.
Para entender mejor por qué sigue habiendo racismo en nuestra cultura es necesario debatir de manera crítica por qué se repiten estos estereotipos y a quién benefician. “Y también”, añade Miguel Ángel Vargas, “reconocer qué parte de responsabilidad tienen la historia española, el Estado y las Comunidades Autónomas de que se oculte este tipo de análisis”. Una repetición continua de imágenes que “hace que uno olvide las muy diversas situaciones en la que los antepasados se han visto perseguidos o en situación de injusticia. Por ello, en cierta medida el arte sirve también para olvidar”.
Otras voces, otras historias
Bermúdez y Vargas coinciden en que una de las consecuencias del racismo en el cine es la falta de pluralidad, las pocas voces que llegan a los canales comerciales. El gestor cultural se retrotrae a Los Tarantos, película de 1963 dirigida por Francisco Rovira-Beleta y con Carmen Amaya como protagonista. “Aunque es una cinta que no está dirigida por un gitano, es una adaptación de Romeo y Julieta muy bien contada. En cierta forma, ha contribuido a que se tome como algo muy nuestro”.
Películas como esta son excepciones, ya que la mayoría de las que están realizadas por directores de poblaciones minoritarias no llegan a los canales comerciales, sino que circulan por encuentros en torno a sus culturas, como el ciclo de cine romaní O Dikhipen. Unas periferias desde las que están trabajando organizaciones como The Black View, una agencia de representación de actores que lucha contra el racismo a través de la normalización de personajes negros en el cine.
Al final, ante esta situación, quienes perdemos somos todos. Unos más agraviados por no poder contarse. Y otros por quedarse en lo superficial, en el estereotipo, sin querer entender esas culturas con las que conviven. Más allá del diagnóstico y la denuncia, Miguel Ángel Vargas reflexiona sobre lo que se puede hacer. “El problema no es tanto nosotros, sino la mirada que hay que cambiar. No estamos aislados, sino que somos parte de esta sociedad. Debemos pensar en el futuro sin creer que necesitamos tener otra mirada completamente diferente, porque si no vamos a ser siempre objeto de nuestra frustración”.
Y finaliza: “Yo suelo decir que, cuando te lo quitan todo, cuando te quitan la cultura y te dejan en un estado semisalvaje, lo único que te quedan son ansiedades identitarias. Como te lo arrancan todo, a lo que te agarras es a lo más básico: la posibilidad de ser frente a los demás”.