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Yolanda fue asesinada con 39 años a manos de quien era su marido. Ahora su madre, Maruja, se ha convertido en la única cuidadora de una niña de nueve años que, a veces, aún pregunta por lo sucedido.
“Lo tenemos que ir llevando… pero esto no se supera”. Maruja Cuenca repite esta frase varias veces durante nuestra conversación. Habla así del asesinato de su hija, Yolanda, cuando esta tenía 39 años, a manos de quien era su marido, Juan Antonio Martínez. Ocurrió la noche del viernes 1 al sábado 2 de agosto de 2014 en su piso del barrio de Capuchinos, en Orihuela. En esas fechas, la ciudad ya se ha vaciado; la mayoría de sus habitantes están en las playas cercanas.
Ese día, Yolanda también tenía planeado un viaje. “Mi hija me dijo que dejarían a la cría con su cuñada, al nene le tocaba con el padre –un hijo que Yolanda tenía de una relación anterior–. Me explicó que se iban a pasar el fin de semana en una casa por Cartagena, que irían en moto y antes se pasaría por casa a por el casco de su hermano”, relata Maruja. “Llegó el sábado, pasó el domingo y yo pensé que si no vino era porque al final se habrían ido en coche”, continúa.
Según los hechos probados de la sentencia condenatoria, Juan Antonio propinó varios golpes en la cabeza a Yolanda con una mancuerna. Antes de matarla, la agredió sexualmente.
El cuerpo de Yolanda no se encontró hasta el lunes siguiente, después de que Juan Antonio confesara lo que había hecho a su hermana, en una llamada que ella le hizo para preguntarle cuándo iría a recoger a su hija. Entonces él ya estaba en Murcia, donde huyó pensando que estaba en busca y captura por lo que había hecho y donde finalmente fue detenido. Al marchar, dejó entreabierta la puerta del domicilio y llamó desde una cabina a Emergencias para comunicarles que “una chica se encontraba muy mal” –según se puede leer en la sentencia–, sin llegar a precisar la ubicación exacta de la vivienda.
Cuenta Maruja que la pareja ya se había separado una vez: “Estuvieron viviendo en Alquerías (Murcia) pero mi hija se enfadó con él por algo y se volvió a Orihuela con los dos hijos. Luego volvieron”. En el momento del asesinato, según explica su madre, Yolanda no trabajaba, “pero antes estuvo mucho tiempo en un matadero de aves”.
“Era una mujer muy trabajadora, luchadora, quería con locura a sus hijos… y también a su asesino. Yo había cosas de él que no veía, pero ella nunca dijo que él le hubiera hecho nada, porque de esa forma, si yo me hubiese enterado, ella no hubiera estado más con esa persona”, remata Maruja, que en ese momento vivía a apenas un kilómetros de la pareja. “Aquí la gente me conoce, los vecinos me dieron mucho apoyo; el pueblo estaba conmigo”, añade.
A pesar de no existir denuncias previas por malos tratos, cuando Juan Antonio confesó el crimen dijo que había hecho “lo que tenía que haber hecho el año pasado”.
Maruja tiene ahora 68 años y la custodia de la hija de Yolanda y Juan Antonio, una niña que apenas tenía tres años cuando ocurrió el asesinato, y que ahora cuenta nueve. “Yo soy su padre, su madre y su abuela”, dice. Y explica también las dificultades para contarle lo ocurrido: “Ya más o menos lo sabe. A veces me pregunta: “Abuela, ¿por qué mi madre se ha muerto tan joven?” y en seguida dice: “Sí, ya sé por qué””. En 2014, niños y niñas como ella no eran considerados víctimas de violencia de género. Este aspecto cambió con una modificación en la ley al año siguiente, en 2015.
El apoyo que Maruja describe por parte de los vecinos, sin embargo, no se ha traducido en una mayor conciencia de la población frente a la violencia machista. Lo considera así Maite Sánchez, de la Asociación de Mujeres de Orihuela Clara Campoamor: “El último jueves de cada mes salimos a manifestarnos y no viene nadie”. “Orihuela es una ciudad pequeña, tiene mucho peso de la Iglesia y su sociedad es muy tradicional, muy conservadora. Eso influye, por supuesto”, explica.
Capuchinos, la zona donde vivía la pareja, está a las afueras de Orihuela y es uno de los barrios más humildes de la ciudad. Por eso, Sánchez considera que a lo ocurrido se le dio un enfoque de “estigmatización de las zonas más deprimidas”. Pero insiste: “La violencia de género se da a todos los niveles; aunque puede presionar más cuando hay más precariedad”.
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Esta es la nueva historia documentada en PorTodas, con texto de Alba Mareca y fotografías de Elvira Megías.
Una sociedad muy enferma de un país moribundo.
Salud.