Crónicas | Cultura

Escribir es arañar: la escritura física y obsesiva de Nannetti

Diagnosticado de esquizofrenia, Fernando Oreste Nannetti escribió un libro en piedra sobre las paredes del manicomio en el que le encerraron. A partir de su historia, Raúl Quinto reflexiona sobre el arte, la escritura, la locura y los límites de la normalidad en 'La canción de NOF4'.

Montaje con el rostro de Fernando Oreste Nannetti en la portada del libro 'La canción de NOF4' y las letras que perfiló en las paredes del asilo de Volterra. JEKYLL & JILL

El tema está claro desde la primera línea de La canción de NOF4: «Escribir para qué. Escribir desde dónde». Este es el meollo de la cuestión y, frente a estas cuestiones capitales, qué debiluchas aparecen esas otras, desenmascaradas en su irrelevancia: ¿quién escribe y qué escribe? Para esas, Raúl Quinto –el autor de este ensayo tan escurridizo a etiquetas y géneros– tiene una imagen mejor que una respuesta: «Un animal antiguo arañando un muro con la hebilla del cinturón de su chaleco. Está escribiendo. No puede parar. La puerta está abierta de par en par y esta es su canción».

Ese animal antiguo que araña un muro con lo que ha encontrado, una hebilla, es Fernando Oreste Nannetti (1927-1994). También es NOF4 y el señor Nanof, ya que los artistas tienen varios nombres y vidas, al contrario que obras; si son buenos, solo tienen una sola. Enfermo de esquizofrenia, Nannetti es alguien que pasó mucha vida encerrado en el manicomio italiano de San Girolamo, en Volterra. O sea, es nadie. Pero sí es alguien porque gran parte de ese tiempo lo dedicó a escribir un libro en piedra: más de setenta metros de arañazos y heridas al muro que lo encerraba. Nannetti, pues, sí es alguien: alguien que escribe con lo que puede y como puede. Si no hubiera tenido hebilla del cinturón lo hubiera hecho con las uñas.

Así es como uno que no es nadie se hace alguien, alguien inmenso que conecta con el pasado y con el futuro mediante una obra extraña, alucinada, única. La canción de NOF4, de Raúl Quinto, editada con lujo (nivel desplegable a color con fotografía y planos del muro) por Jekyll & Jill, cuenta una historia que comenzó hace mucho, mucho tiempo. Fue en el verano de 2012 cuando el autor descubrió el muro arañado y la historia de Fernando Nannetti durante una visita a la galería Halle Saint Pierre de París: «Desde ese momento y hasta que escribí la primera página del libro pasaron muchos años de investigación y, sobre todo, de obsesión. La historia tenía todo lo que me interesaba contar, abría puertas que llevaba tiempo queriendo cruzar y tropos en los que necesitaba profundizar, aunque ya los hubiera tocado en anteriores obras como la locura y los límites de la normalidad, el por qué escribimos, qué es arte o poesía, quiénes somos. La imagen del hombre encerrado en el manicomio escribiendo sin parar con la hebilla de su uniforme sobre un muro un libro a ratos incomprensible pero auténtico, y recalco lo de auténtico en un mundo de imposturas como el que vivimos, esa escritura en estado magmático, esa pureza insolente, gritaba tantas cosas esa sola imagen, invitaba a adentrarse en tantos jardines…».

Cuestión de mirada

En su investigación, Quinto se metió en esos jardines –literalmente– y en, 2018, fue a inspeccionar de manera ilegal las ruinas de lo que quedaba de manicomio. Lo hizo de la mano del hijo de quien hizo posible estar leyendo ahora sobre Fernando Nannetti: Aldo Trafeli, celador con mirada de artista que supo ver algo en ese gesto de arañar y escribir las paredes en el que los demás solo veían cosas de locos. Durante muchos años fue la única familia de Nannetti, cuidó de él y de su obra y si existe hoy día un artista llamado Fernando Nannetti es porque Trafeli lo señaló y lo supo ver como tal: «Para mí una de las cosas más emocionantes de esta historia es precisamente esa conexión entre Aldo Trafeli y Nannetti. Imagino que condicionado también por el día que pasé en Volterra con su hijo Andrea, que me hizo entender la complejidad humana del personaje. Aldo era un artista, por formación, y sin duda por talante y mirada. Y se trató de eso, de una cuestión de mirada. Aldo supo ver la obra en ciernes, el universo en expansión que crecía en el muro, pero supo también ver, comprender y acompañar a la persona que había tras ese acontecimiento artístico tan deslumbrante y brutal. Nannetti era una persona única, como lo somos todos al fin y al cabo, pero estaba en medio de una institución cuyas dinámicas e inercias funcionaban precisamente para borrarlo como individuo, y sin embargo Aldo Trafeli supo verlo, y no habría nada de este libro ni del muro ni del asombro que ha magnetizado a tantos sin su intervención. Para conectar con los demás al final es algo tan sencillo, o tan difícil en estos tiempos, como pararse y mirar al otro, reconocerlo, mirarle a los ojos y no buscar sino su mirada, lo que es, con todas sus imperfecciones, con toda su luz y con toda su sombra».

Trafeli y Nanneti se conocieron entre los muros de la institución siquiátrica, pero –como si se tratara de una película– sus vidas se habían cruzado antes en la construcción del palacio de Congresos del EUR, en Roma, año 1953. Trafeli formaba parte de los decoradores y Nannetti de los electricistas. Había nacido en 1927 de madre soltera y sola. Había pasado por un hospicio y un psiquiátrico, el primero de lista. Cuando de adolescente salió de aquel reducto reservado a la locura, fuera esperaba la Segunda Guerra Mundial. Pasó, pero la pobreza y las dificultades no pasaban. Había agitación en las calles. Huelgas, manifestaciones… Un policía le dice a Nannetti que se vaya y el replica que se vaya al infierno. Se equivoca: al infierno, con su pasado de loco y con su soledad en el mundo, solo se va él. Adiós al mundo tal y como lo conocemos; en Volterra le espera el que va a construir a base de frases, dibujos, textos arañados en un muro.

“La forma es contenido”

¿Y qué es lo que hay escrito o dibujado sobre ese muro? ¿De verdad es tan meritorio? Si no estuviera ahí, así, ¿sería lo mismo? Sobre la piedra arañada se encuentran personajes y lugares inventados, logotipos, telescopios, torres telepáticas, estrellas, naves espaciales, frases alucinadas, frases con sentido, frases sin sentido, iluminaciones, destellos, una expresión que repite con frecuencia casi a modo de firma: la luz y el sonido tienen la misma longitud de onda. La favorita de Quinto, que es poeta: «La función de la purga sirve a la lira», le parece un «portento poético» y no es el único.

Pero nos hemos puesto fetichistas con esto del significado, porque ¿qué relevancia tiene cuando hablamos de lo que venimos hablando? A saber, escribir durante casi diez años 70 metros de muro condenados a la extinción de no ser por un cuidador y luego un fotógrafo (Pier Nello Manoni) que inmortalizó la obra por la que, a partir de entonces, se empezaron a interesar algunos periodistas o contadores de historias. «Ha sido en el trabajo con la poesía –explica el autor– cuando he llegado a la conclusión de que esa distinción entre forma y contenido es falaz. La forma es contenido. Lo formal aporta significado y sentido, no es simplemente una cuestión superficial o de ostentación de estilo. Así lo entiendo y así lo intento poner en práctica en mis libros. Aquí la apuesta formal por lo fragmentario y lo mestizo, por ejemplo, me parece importante para generar ese estado alucinatorio con el que conectar en la medida de lo posible con ese sistema mental telepático del mundo interior de Nannetti».

El arte de los no artistas

Formalmente, la obra de Nannetti se inscribe en el llamado art brut, una corriente que identifica el arte que no es arte o el arte que no hacen artistas, mejor dicho. De ese lado caen manifestaciones hechas por niños, analfabetos, locos, criminales… Arte lumpen. Quien se lo inventa es un artista artista, por cierto: Jean Dubuffet. Ahí caben la chaqueta donde Agnes Richter «bordó» su vida durante su encierro en un sanatorio de Heidelberg y las tablas del suelo donde Jeannot arañó, acuchilló su texto y su testimonio de rechazo a toda una civilización. A la postre también fue su testamento.

En ese contexto, el muro del señor Nanof –y el libro de Quinto– despliegan una radical reflexión sobre qué es el arte, cuándo empieza, quién lo hace y lo juzga: «Qué es el arte es una de las preguntas que intento responder en vano en el libro. Arte con mayúsculas o con minúsculas. Es una forma plástica de expresión del ser humano y como tal es compleja y contradictoria. Nannetti no hace arte, pero lo hace. A Nannetti le sirve crear ese libro, de alguna forma lo libera, le da sustancia humana frente al borrado al que lo estaban sometiendo, y eso es una de las funciones del arte. Luego está lo que el espectador, el crítico o el historiador percibe en esa misma obra, pero eso ya no es cosa de Nannetti, a él le basta con escribir, con ejecutar el dictado, con sobrevivir. Pero igual pasa con muchas manifestaciones artísticas cuya recepción está condicionada por a posterioris culturales que proyectan en esas obras cuestiones que en origen no les eran propias, les suman siglos de estética y filosofía de la cultura a manifestaciones que nacen en otros mundos radicalmente diferentes al nuestro. Los bisontes de Altamira, los moais de la Isla de Pascua o las intervenciones con lana de Judith Scott, por ejemplo, son arte en cuanto a que los tomamos como tal, pero sus autores no estaban haciendo lo que nosotros consideramos arte, y sin embargo les servían, funcionaba. Con el muro de NOF4 igual. Y por eso es inagotable».

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