Economía | Opinión

Déjà vu europeo

"A pesar de que esta crisis sanitaria debería habernos dejado lecciones importantes para no volver a caer en las políticas erráticas del pasado, puede que estemos a las puertas de nuevos recortes sociales", sostiene Eros Labara

Para financiar los fondos, la UE emitirá bonos donde los riesgos serán compartidos entre los Estados miembro. REUTERS

Recientemente España ha recibido los primeros 9.000 millones de prefinanciación del Plan de Recuperación para Europa. Y, de nuevo, se nos advierte que el acceso a estos fondos quedan supeditados al cumplimiento de ciertos parámetros de inversión y a la puesta en marcha de reformas que la Comisión insta a España a realizar en materia laboral y de pensiones con el fin de transformar la economía y crear nuevas oportunidades en el mercado de trabajo

Así pues, tanto las reformas como las ayudas europeas irán llegando de forma gradual. Por el momento, todavía con la pandemia presente y con un pronóstico de total incertidumbre de cara a las próximas elecciones federales de Alemania y presidenciales de Francia, parece que se ha optado por no hablar mucho acerca de la letra pequeña de estas transferencias milmillonarias. Todo parece indicar que estamos en un impasse con un acuerdo tácito que Europa parece conceder a los países del sur, pero también que se trata de una tregua frágil. Ya se escuchan refunfuños dentro del Eurogrupo que empiezan a exigir reformas inmediatas para consolidar la estabilidad financiera y recuperar la confianza de los mercados. «No es el momento», es la respuesta oficial de la Comisión ante las diatribas de la derecha con el primer ministro neerlandés, Mark Rutte, a la cabeza. Lo que en realidad nos viene a decir que, en efecto, habrá un momento.

La música keynesiana proveniente de buena parte del espectro político de la derecha europea es, por naturaleza ideológica, pasajera, algo coyuntural. Pronto se volverá a la senda de las demandas de consolidación fiscal al uso, aquellas que con sus consecuentes recortes buscan mantener la estabilidad monetaria y responder a los mercados financieros como prioridad. En este contexto, la ligazón de compromisos y reformas con las ayudas europeas deja de facto a España en una delicada posición de dependencia y a la ciudadanía a merced de la política supranacional.

El líder del Partido Popular, Pablo Casado, lleva tiempo advirtiendo de que España tendrá que ser rescatada más pronto que tarde. Las encuestas le son favorables a su partido y parece que, crecido y embebido ante la perspectiva de gobernar, esté ya allanando el camino a futuras reformas económicas e imposiciones políticas de mano dura que, por supuesto, se verá obligado a poner en marcha junto a sus aliados de Vox para salvar a España del desastre que ha dejado la izquierda bajo una nueva crisis de exorbitada deuda pública. El guión está ya escrito y Casado tiene su papel de deux ex machina muy bien aprendido.

A pesar de que esta crisis sanitaria debería habernos dejado lecciones importantes para no volver a caer en las políticas erráticas del pasado, puede que estemos a las puertas de nuevos recortes sociales que nos vuelvan a dejar a los pies de los caballos, con servicios públicos degradados, con unas instituciones políticas muy debilitadas y con un electorado muy fragmentado. Una bomba de relojería. Además, se calcula que en los próximos años el déficit y la deuda española vuelvan a dispararse hasta alcanzar cotas récord. Este contexto de deuda pública desproporcionada se suma al de un crecimiento estancado, lo que tiende a situar a los Estados en una posición de dependencia ante los recién incorporados compromisos con los acreedores de los mercados de capitales a los que ha recurrido la UE, esto es, que tendrán que obedecer a las futuras directrices europeas de renovadas troikas y conocidos paquetes de ajustes estructurales. Los tipos de interés reducidos no van a durar eternamente y la inflación empieza a ser una realidad palpable. 

Los fondos servirán para paliar la crisis a corto plazo y, sobre todo, para reconducir los desajustes que se han ocasionado a raíz de la pandemia. Como en la anterior crisis, se vuelve a dar un momento idóneo para depurar aquellos elementos de las economías que no son rentables o no son lo suficientemente fuertes para sobrevivir en un mercado global ultracompetitivo. Las grandes empresas se frotan las manos ante esta perspectiva de recibir enormes fondos y, además, concentrar aún más poder. Muchas de las multinacionales españolas del IBEX 35 serán, en efecto, las mayores beneficiarias de los fondos de recuperación y verán crecer su capacidad de presión sobre el mercado laboral, esto es, poder abaratar costes y recuperar ganancias y espacios para la rentabilidad a costa de los trabajadores.

Volveremos a ver poner en la picota a los empleos públicos y a los funcionarios y, por supuesto, no debería extrañarnos si se empiezan a ver debates en las tertulias de la mañana acerca de los grandes beneficios de seguir trabajando pasados los 65 años, de la necesidad de reducir las vacaciones o de eliminar completamente la indemnización por despido para estimular el mercado. Al igual que sucediera en la anterior crisis, la reforma laboral que pueda surgir de estas imposiciones bajo la premisa de que servirá para salvar la economía, generar empleo y pagar la deuda, en la práctica permitirá al sector empresarial aumentar la tasa de plusvalor, reducir la capacidad salarial y, en definitiva, socavar aún más las condiciones laborales. Este proceso forma parte del mecanismo de autorregulación y conservación de las dinámicas del capitalismo de restauración de las condiciones necesarias para recuperar la rentabilidad y el crecimiento. Este guión también está escrito, se trata de un remake

En este contexto, el aumento de las desigualdades y el empeoramiento de los parámetros del bienestar volverán a un nuevo episodio de implacable destrucción social de nuestras comunidades a través del cual ciertos sectores económicos afianzarán su posición de indiscutible poder frente a una población en estado de shock, empobrecida y subordinada a las imposiciones y exigencias económicas de continua rentabilidad y expansión financiera. Este nuevo episodio de crisis del capitalismo forma parte de una crisis profunda de largo recorrido en clave permanente que reduce aún más la capacidad de los gobiernos para responder a las demandas ciudadanas, por lo que los gestos y compromisos políticos que realicen los futuros gobiernos volverán con toda probabilidad a quedarse en papel mojado. Cualquier intento de aprobar políticas de mejoras sociales quedarán supeditadas a las voluntades contrarias de los intereses empresariales y crediticios, es decir, a las reformas y al pago prioritario de la deuda.  

Ya se presiente que vienen tiempos difíciles, pero ahora la ciudadanía está ocupada en salir de la difícil situación de convalecencia en la que le ha dejado la pandemia y, la verdad, no está para más catastrofismos. Pero todo llega y, si ningún inesperado giro de timón y de tendencias en Europa lo impide, estaremos pronto adentrándonos en el camino que conduce a una mayor precarización de las condiciones de vida para una gran mayoría. Puede que los disturbios, la represión y la fricción social se conviertan en el pan de cada día como respuesta a las imposiciones y empeoramiento de las perspectivas de futuro. 

El horizonte nos muestra que las clases trabajadoras europeas volverán a ponerse a prueba ante este nuevo envite neoliberal. De los efectos de la pasada crisis surgieron con fuerza numerosos experimentos populistas de ultraderecha, muchos de los cuales hoy están en una situación idónea para tomar el poder y servir fielmente a los nuevos designios de los mercados. Solo tienen que esperar a ese momento en el que Europa vuelva a tropezarse con la misma piedra. La pregunta es si esta vez logrará volver a levantarse.

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