Opinión

Miento, hablo: callar en redes sociales

"Si la mentira precede al habla, si conforme hablo miento acerca del hecho de que estoy hablando ¿cuáles son las condiciones de posibilidad de la verdad?", reflexiona Noelia Adánez.

Foto: Archivo

Michel Foucault explicó a mediados de la década de los años sesenta del pasado siglo que la verdad griega se estremeció ante la siguiente afirmación de Epiménides: “Miento”. “Hablo”, en consecuencia, tal y como expuso en El pensamiento del afuera, pondría a prueba toda la ficción moderna. Recordemos que, en su versión extendida, la susodicha advertencia fue esta: “Todos los cretenses mienten”. La cosa es que Epiménides era cretense.

Si la mentira precede al habla, si conforme hablo miento acerca del hecho de que estoy hablando ¿cuáles son las condiciones de posibilidad de la verdad? ¿Hay lugar para la verdad o acaso todo es ficción?

Las redes sociales son, a su manera, una ficción de la peor especie por anómica y aberrada, desestructurante y nihilista. Son también un no-lugar regido por las normas taimadas de la economía de la atención; un continente que evoluciona lentamente de un modo que recuerda la fractura de pangea. 

En cada uno de los subcontinentes que se forman, comenzamos a percibir lógicas relacionales diferentes, distintos niveles de interdependencia, diversas formas de aparecer. Ahí están los bots de la ultraderecha; aquí una clase política infantilizada; más allá opinadores e influencers arrimando el ascua a su sardina; al otro lado los medios traspasando fronteras deontológicas; por todas partes una ciudadanía dislocada, urgida a posicionarse frente a debates y polémicas edificadas sobre la paradoja que contiene la admonición de Epiménides: “Miento, hablo”. 

¿Está la ciudadanía preparada para dirimir los complejos recorridos por los que nos conduce el desentrañamiento de esa paradoja? ¿Está preparada para desbordarla y estar presente en redes sociales transformándolas? Lo cierto es que la paradoja apela el ego, diosecillo capitalista, ¿por qué cuestionarla pudiendo abrazarla y retozar en ella? Y además, penetrarla conlleva esfuerzo. No es tarea fácil. La paradoja de Epiménides es un tanto engañosa.

Para empezar, las dos afirmaciones no tienen el mismo peso. El argumento del cretense puede refutarse cuando se separan las dos proposiciones que lo integran. La proposición superior es “hablo”, pues es imposible mentir sin hacerlo.  Tanto si produce un efecto de recurrencia de la proposición-objeto (“miento”) a aquella que la designa (“hablo”) como si la sinceridad de Epiménides está comprometida por el hecho de mentir sobre la mentira, el problema es siempre que el sujeto hablante es el mismo que aquel del que habla. 

En este pensamiento que Foucault llamaría del adentro, el lenguaje solo parece tener lugar en el espacio solitario del habla, sin que nada tenga derecho a limitarlo: digo lo que quiero sin importarme a quién lo dirijo, el grado de conocimiento que contiene, los valores o sistemas representativos que utilizo. En suma, ya no es discurso o comunicación lo que hacemos, sino ostentación de lenguaje. Ya no somos sujetos comunicando, no somos responsables de discurso alguno, sino –palabra de Foucault– “la inexistencia en cuyo vacío se prolonga sin descanso el derramamiento indefinido del lenguaje”. 

Es como si un espacio de aparición, en terminología de Hannah Arendt, un lugar en el que tú y yo hablamos, hubiera sucumbido a una única forma de relación, la del yo con “eso” otro que quiero capitalizar y que soy yo mismo: mi yo y mi yo fementido haciendo como que dialogan, sin descanso. Hablo sin importarme quién me escucha o cómo me recibe. Hablo sin contexto, en una autorreferencialidad anestesiante y peligrosamente patológica. 

No prevalecen en las redes sociales interacciones en las que me entienden, se dirigen a mí, me critican o me desafían en el marco de un contexto discursivo que desborde la paradoja de Epiménides. (Las hay, pero no prevalecen). Prevalecen otras en las que se impone esta paradoja de manera inadvertida. Cada uno viene a hablar de sí mismo, por tanto: “Miento, hablo”. Por decirlo de forma llana: hablo por hablar, cultivo la individualidad y la marca personal, en mayor o menor medida, mercadeo. (Hay otras formas de estar en redes sociales, las propias del activismo. No son las mayoritarias y merecen una reflexión aparte). 

No es que en redes sociales no se diga la verdad –que a veces se dice–, entendedme, es que el espacio mismo está diseñado y funciona de tal manera que las interacciones posibles del habla no resultan en verdad de ningún tipo, porque no tienen un contexto; no tienen más contexto que el sujeto de su enunciación. Y ahí la impertinente soberanía del yo todo lo puede. Un yo volcado en la producción de opinión pública para beneficio propio y ajeno. Una opinión pública sin tiempo para la ambigüedad, el contexto y la ruptura con la tradición. Una opinión pública cuya crispación y cuya indignación se encienden en la colisión del habla enajenada con otros. Todos generando contenidos locamente: “Miento, hablo”. 

De momento, si quiero hablar diciendo verdad en redes sociales, mejor callo. Me diréis que esto es también, a su manera, una paradoja. Os diré que a menudo las paradojas se extinguen cuando no nos ocupamos de ellas. Algunas se han dado por descatalogadas con el tiempo. Y en cualquier caso es verano, ¿qué tal si la retomamos en septiembre? Hasta entonces, silencio. 

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