Opinión
La flama
"Llega el verano, y se sucederán las muertes en el agro y asfaltando las carreteras. En verano, la clase no se mide solo por la categoría en la que se viaja, sino por la capacidad para eludir la flama", escribe Antonio Maestre.
El calor es una bendición, para el ocio. Cada vez que llega la canícula y comienza la persistente idea hegemónica de que todo el mundo pude disfrutar de la playa, el descanso y la trivialidad del tiempo libre me acuerdo de mis dos años trabajando en Murcia y lo que significaba pasar los peores meses de calor en la capital, sin capacidad para pisar la playa. Llegaban los fines de semana y la ciudad se volvía fantasma ocupada tan solo por los ruidos crepitantes de las chicharras, al menos para los que vivíamos en una especie de ensanche salpicado de edificios a medio construir que unía el centro de la ciudad con el centro comercial de la Nueva Condomina a través de un bulevar enorme salpicado con palmeras y césped artificial.
Murcia en agosto era desasosegante y hostil. Una brasa solo soportable desde una vivienda con aire acondicionado, piscina o casa en la playa. Me compré una pequeña bici para ir al trabajo. El camino me angustiaba al sentir un aire caliente que se asemejaba a tener un secador de pelo en la cara. El trayecto era breve, apenas 15 minutos. Pero en él me cruzaba con muchos operarios que en la calzada echaban alquitrán porque estaban construyendo el tranvía, había prisa para la inauguración. Eran las 15.00 de la tarde cuando volvía al trabajo después de comer y ahí seguían los currelas echando esa tez negra sobre el asfalto a más de 80 grados cuando los termómetros callejeros llegaban a marcar 50.
Lo recuerdo como una pesadilla. Sufriendo por esa gente que se estaba dejando la vida, al pasar con la bici a unos metros de ellos durante unos segundos tenía la sensación de flama más terrible y desagradable que recuerdo. Una emoción que me hacía rememorar mis tiempos quemando pelos de las caretas de cerdos con un soplete industrial en los veranos de estudiante. Un calor sordo e intenso sobre la cara que me hacía querer salir huyendo de la fábrica. Llegaba a casa y los miraba desde mi ventana, ya con el aire acondicionado y tomándome un té helado.
Sufría por esos trabajadores. En un intento vano por mejorar un poco su situación, cuando llegaron a la altura de mi portal les bajé agua helada, unos polos de hielo y fruta partida y me puse a hablar con ellos. Me agradecieron con rudeza y escasa ternura el gesto, les pregunté cómo era posible que en esas condiciones de calor les hicieran trabajar. No hablaron mucho, les costaba entre los jadeos y la asfixia. Es lo que hay, me dijeron. Y volvieron a su infierno.
La pobreza no tiene apellidos, aunque a veces la necesidad de visibilizar algunos problemas insista en ponerle epítetos. El de energética es uno de los que durante mucho tiempo se usó para quienes no pueden calentar la casa en invierno, pero el verano siempre queda en segundo plano. La flama puede ser devastadora para quien no tiene posibilidad de enfriar su hogar o para quien no puede esconderse bajo una sombra dejando los aperos y los bártulos.
Llega el verano, y se sucederán las muertes en el agro y asfaltando las carreteras. Trabajadores que soportarán jornadas extenuantes con temperaturas por encima de 40 grados sin que la inspección laboral tome medidas contra quien obliga a dejarse la vida en el tajo. En verano la clase no se mide solo por la categoría en la que se viaja en el avión, sino por la capacidad para eludir la flama.
Me ha gustado mucho tu artículo Antonio, creo que hay mucha fibra y muchas tripas, pero hay algo que me ha puesto los pelos como escarpias, al tratarse de ti. Es cada vez mas frecuente no sé si por la modernización del lenguaje o por su manipulación ideológica el rebajar a los trabajadores a la categoría de operarios, pero al tratarse de ti me ha dejado bastante preocupado. Me dejaría tranquilo que me lo pudieras aclarar.
No sé si sabes que parece que el Papa está pensando cambiar la festividad católica «san José obrero» por «san José operario».
A día de hoy, con la subida de las temperaturas y un calor contaminado, los pobres hermanos que tienen que trabajar a pleno sol de los mediodías del verano, aún lo tienen mucho peor.
El frío es mucho más llevadero para trabajar en el exterior que estos inmisericordes calores. Es inhumano, es practicar la tortura obligar a trabajar a pleno sol en las horas de más calor. Otra injusticia más de las muchas que se cometen y permitimos porque no es mi problema.
Y para «refrigerar» el ambiente, nunca faltan los incendios veraniegos.
Los delitos ambientales continúan creciendo.
No más incendios intencionados.
https://seo.org/2021/07/22/alertamos-del-crecimiento-continuado-de-los-incendios-intencionados-y-otros-delitos-ambientales/?utm_source=mailpoet&utm_medium=email&utm_campaign=plantilla-boletin-mensual_21
El Ministerio de Trabajo está enviando cartas avisando de que las empresas van a ser inspeccionadas si no protegen del calor a los trabajadores.
Por otra parte, magnífico artículo. Me ha recordado un cuento de Ignacio Aldecoa: «La urraca cruza la carretera».