Internacional
Exclusión, fronteras y belicismo ante el cambio climático
¿Es el ecofascismo un movimiento en auge? ¿Es una pesadilla como la de Gilead posible en nuestro planeta?
Existe un país en el que los ríos son cristalinos. Uno en el que el aire no tiene restos de hollín, ni óxidos de nitrógeno, ni ozono troposférico. Donde la huella de carbono es inexistente, la agricultura es sostenible y los plásticos han desaparecido casi por completo. Es la República de Gilead. A cambio, todo el que no forme parte de la élite gobernante ha sido despojado de sus libertades. El machismo, el racismo y el clasismo conforman la columna vertebral del Estado.
La República de Gilead no es real, claro. Es el escenario de El cuento de la criada, la novela de Margaret Atwood publicada en 1985 y llevada más recientemente a la pantalla en forma de serie. Esta distopía nos traslada a un tiempo (no muy lejano) en el que la degradación ambiental y los problemas derivados de la contaminación han puesto en jaque el futuro de la humanidad. Ante la crisis, la respuesta política ha tomado la forma de una dictadura religiosa de corte ecofascista.
Aunque la novela de Atwood nos hable de un mundo irreal, algunos de los argumentos que sustentan Gilead no lo son tanto. Ideas como que el ser humano puede ser un virus o la culpabilización de los grupos excluidos, la pobreza o los países en vías de desarrollo de la degradación ambiental forman parte hoy de un número creciente de discursos políticos. Pero, ¿es el ecofascismo un movimiento en auge? ¿Es una pesadilla como la de Gilead posible en nuestro planeta?
Sangre y tierra
El ecologismo no ha sido siempre un movimiento de izquierdas. En sus orígenes, durante el siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, fue, de hecho, un movimiento principalmente de derechas. Ligado a una visión romántica y nacionalista del campo en contraposición al desarrollo urbano, este ecologismo alcanzó su máxima expresión en la Alemania nazi, como recogen Janet Biehl y Peter Staudenmaier en Ecofascismo: lecciones sobre la experiencia alemana.
Según este ensayo, el movimiento ecologista nazi puede resumirse en la expresión Blut und Boden, sangre y tierra, una idea que exalta la relación de un pueblo con la tierra que ocupa y cultiva, un pueblo que tiene la obligación de defender dicho territorio de las agresiones externas, tomen la forma que tomen. Aunque acabó siendo menospreciada dentro del propio movimiento nazi, el Blut und Boden tuvo su peso en los años 30 del siglo pasado y ha vuelto a reaparecer desde entonces.
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SOCIALISMO O BARBARIE.
Por una reforma justa del sistema fiscal internacional.
Un sistema fiscal más justo en el que aporten más quienes más tengan y más ganen, para reducir la desigualdad con políticas sociales y servicios públicos de calidad para todas las personas y en todos los países. Urge también acabar con los paraísos fiscales.
Un sistema fiscal que ponga en el centro a las personas y a los países en desarrollo, pero la reforma fiscal internacional aprobada en la OCDE ni es histórica ni es la solución.
ES UN SISTEMA FISCAL DESFASADO.
Mientras muchas empresas multinacionales sacan ventaja de la globalización y la era digital, el sistema fiscal que las regula no ha evolucionado prácticamente nada en casi un siglo, perpetuando las desigualdades entre países y afectando especialmente a las personas más vulnerables.
Los países ricos están simplemente diseñando un sistema tributario en su beneficio:
Apenas afecta a un puñado de empresas (alrededor de un centenar), y sólo a una fracción mínima de sus beneficios globales. Con estos criterios, incluso Amazon podría quedarse fuera.
El tipo impositivo del 15% se queda corto. Además, dos tercios de la recaudación acabarían en los países del G7 y de la Unión Europea, mientras que los más pobres se quedarían con apenas un 3%. Así no se lograrán los fondos necesarios que los países en desarrollo necesitan para salvar vidas e impulsar la recuperación tras la COVID-19.
Presenta muchos flecos y grandes agujeros. El sector financiero ha quedado excluido de este acuerdo. Se contemplan tantas excepciones que este acuerdo puede terminar siendo tan útil como recoger agua con un cubo lleno de agujeros.
Pedimos:
—Elevar el tipo mínimo global hasta al menos el 25% y hacer un reparto más equitativo con los países en desarrollo.
—Que abarque a más empresas y a un porcentaje mayor de sus beneficios y que se reduzcan las excepciones.
—Que cada país pueda mantener soluciones nacionales sencillas y efectivas que permitan ampliar la recaudación por las actividades digitales, especialmente para las empresas que no estén cubiertas por el acuerdo. La tasa Google en España es un ejemplo. (Oxfam Intermón)