Cultura

Javier Giner y su lucha contra la LGTBIfobia: “El adoctrinamiento es decirnos todo el día que somos defectuosos o diferentes”

Javier Giner, director de cine y guionista, acaba de publicar su primer libro de no ficción, ‘Yo , adicto’.

Javier Giner. Foto: Yago Partal

“Si Elton John y yo lo hemos logrado, cualquiera puede salir de la adicción. Pese a los muchos obstáculos que se encuentren –siempre aparecen–, de este abismo se puede salir, con ayuda, pero se puede“. Así empieza Yo, adicto (Paidós). Además  de narrar su experiencia y posterior recuperación de su adición al alcohol, el sexo y la cocaína, Javier Giner reivindica la importancia del contexto y circunstancias en las que se desarrolla una persona, y apunta a un elemento, para él preocupante: la polarización de derechos humanos básicos.

“Un ejemplo, cuando se habla de adoctrinamiento en relación con charlas LGTBI en los colegios. El adoctrinamiento real es el que sufrimos todas y todos por la norma heteropatriarcal que nos dice todo el día que somos diferentes, que somos la parte débil, que no somos suficiente. Ir a un colegio o a un instituto a hablar con las y los adolescentes sobre las diferentes orientaciones sexuales y decirles que todas son igual de válidas, que todas son naturales, no es adoctrinar, es salvar vidas«, sostiene.

Yo, adicto, de Javier Giner

Director de cine y guionista, ha trabajado para HBO, Movistar o TVE, también con Penélope Cruz o Pedro Almodóvar. Muy activo en redes sociales, se ha sumado a la lucha contra la LGTBIfobia. Sobre el papel se reconoce como un “homosexual ideal”, aceptado por familia y amigos, con parejas, con idas y venidas, como cualquiera. “En la clínica, una vez me metí en mi propio fango, descubrí que llevaba toda la vida relacionándome con heterosexuales desde una posición inferior por el hecho de ser homosexual”. 

En su libro también hay una reapropiación intencionada del lenguaje, de palabras como yonqui o maricón que repite sin mesura. ¿Por qué? “Lo sé, yonqui no es un término políticamente correcto. No aconsejo ni promuevo que se utilice. Pero son palabras que han generado opresión, vergüenza, humillación y estigmatización durante demasiado tiempo, arrojadas como condena, vejación e insulto y la mejor forma de desgastar un insulto es apropiarse de él”, explica.

Giner creció en Barakaldo, ese tipo de pequeñas ciudades donde todos se conocen. Y con la epidemia de la heroína de los 80 de fondo. Describe “el estigma de los drogadictos; esos espectros desdentados y mugrientos que dormían en los portales, robaban y escondían jeringuillas». Presencias a las que había que evitar en la calle. Le llevó bastantes años romper ese prejuicio. Exactamente hasta que compartió su tiempo con algunos de ellos en la clínica de desintoxicación. 

¿Qué ha supuesto para él contar su experiencia? “Quienes lean este libro entrarán en contacto con todas las emociones que nos educan a esconder con pavor y empeño. Que no se note. Que no se vea. Que no se sepa. Hay algo muy liberador en esto, en romper en pedazos la cadena del silencio y hacerme dueño de mi propia historia”. 

Con su trayectoria profesional de cine, televisión, teatro y diferentes publicaciones, resulta “fácil” preguntarse qué relación puede tener el mundo de los focos, la farándula con las adicciones y la toxicomanía. Giner es rotundo: “He visto más drogas y problemas de adicción en una boda de pueblo que en un estreno de cine. Normalmente cuando los medios de comunicación se hacen eco de una adicción o de un proceso de desintoxicación, va acompañado del nombre de una persona conocida, famosa. Y por cada uno de estos hay tres mil quinientos anónimos, que no tienen voz”. 

Síntomas de dolor y autocastigo

La toxicomanía se utiliza en el libro como término para englobar la adicción a todo tipo de sustancias y actividades como la ludopatía, el sexo y otras dinámicas. Entender que las drogas y adicciones están lejos de la mera diversión y que son síntomas de dolor y autocastigo es uno de los objetivos del libro. Además de los estigmas asociados, el autor hace la siguiente reflexión: “En el mundo que hemos construido no solo hay clases socioeconómicas, sino también clases de enfermedades: enfermedades de primera y de segunda, enfermedades respetables y otras que no lo son tanto, enfermedades que se padecen y enfermedades que se buscan, enfermedades de las que se habla sin tapujos y otras que se esconden. Quién decide cuál es cuál y a qué grupo pertenece cada una es… uno de los misterios de la vida”. 

El camino de la desintoxicación no es como un guion de cine.  Pero ¿qué verdades y qué mentiras aparecen más a menudo en la imaginación colectiva sobre la adicción? Giner señala rápidamente varias mentiras muy extendidas: “Para empezar, que de la adicción se sale solo. Si hay una regla de oro es la de pedir ayuda, no hay que avergonzarse y no hay discusión. Otra, que es una cuestión de voluntad, que los adictos lo son porque quieren, que se autodestruyen y causan daño porque quieren. Nadie elige estar enfermo. Las drogas siempre son el síntoma de otros problemas adicionales”. 

Y respecto a las ‘verdades’ sobre la adicción, menciona: “Seguimos sin hablar de ello como sociedad, al igual que con los suicidios, tenemos una capacidad infinita de mirar para otro lado. ¿Cuántos de nosotros nos relacionamos desde un personaje construido? Vivimos una época en la que todo el mundo parece lo más y si no, nos ponemos un filtro, cuando la realidad debajo de eso suele ser muy distinta”. 

Otro concepto clave es el de la ‘recaída’. ¿Qué papel juega en un proceso de desintoxicación, si la hay? “Una recaída es solo un síntoma de que probablemente te has dejado cosas sin solucionar en el proceso. La desintoxicación es un camino largo y lento en el que tienes que aceptar muchos aspectos de ti mismo que pesan toneladas, emocionalmente hablando. El reflejo que se proyecta en el espejo es muy doloroso y no siempre se pueden solucionar estos conflictos internos a la primera. Una recaída, en cualquier caso, nunca es un fracaso”, afirma.  

Gestión emocional

Al hablar de gestión emocional, Giner reconoce que empezó a entender de forma consciente el término durante su proceso de desintoxicación. Partir de un contexto social y cultural que daba más importancia a tener un buen trabajo y una buena casa que a plantear preguntas como ‘cómo estás’ o ‘cómo te sientes’ han sido parte de su propia educación. 

En la clínica también aprendió sobre los límites, más allá de los mensajes habituales sobre la cultura del esfuerzo y la superación continua, que por cierto aborrece. “Entender que los límites en la vida son necesarios y que, a veces, no puedes conseguir todo lo que te propongas, también es sano, porque todos cometemos errores y eso no puede ser un fracaso que te destruya”. Y añade, “las dosis de perfeccionismo que se nos inoculan son invivibles. Hemos construido una sociedad en la que somos el palo y la zanahoria, todo a la vez, basada en ideales inalcanzables. Esto genera frustración, miedo de no llegar nunca, envidia, culpa… Es como un veneno que a algunos de nosotros nos pueden generar una herida que luego toma muchas formas. Que alguien a los 40 no tenga tres casas igual no es culpa suya, si es que ese era el objetivo”. 

Sobre generaciones posteriores a la suya sí aprecia un cambio. Cree que los más jóvenes hablan de una manera más natural y abierta sobre la salud mental o ir a terapia. Aunque reconoce que se enfrentan a nuevos retos, como lo es la exposición y el uso de redes sociales. “Las clínicas de desintoxicación están ahora llenas de adictos a Internet, adictos a esa descarga de dopamina que les dan los likes. El ‘circuito de gratificación instantáneo’, que tan bien conocemos los adictos, funciona de una manera muy parecida en todas las adicciones, independientemente de la sustancia o actividad”. 

Uno de los grandes aprendizajes, y que reconoce le ha llevado años creerse, es que merece ser feliz. “Estaba abonado al sufrimiento, iba por la vida corriendo sin ver lo que me rodeaba. Entendía que a este mundo hemos venido a llevar las mochilas más pesadas. Ahora, soy a ojos de la sociedad y de Instagram como cualquiera. ¿Soy feliz? A veces. No me obsesiono buscando el ideal inalcanzable de felicidad estable, que tiene más relación con la psicopatía que con un criterio de realidad sano. No soy una taza de café con mensajes de autoayuda, la alegría se construye con pequeños logros personales, no con explosiones narcisistas ni con una subida vertiginosa de followers / seguidores en redes sociales”. 

En las últimas páginas de Yo, adicto, Javier Giner, con la ironía intacta, hace balance 12 años después y resume: “Evito lo malo y me quedo con lo bueno. Y sigo pareciéndome más a una travesti con la peluca mal puesta que a un filósofo octogenario asceta, así que todo en orden”.  

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios
  1. Orbán cruza todas las rayas: su grotesca ley anti-LGTBI.
    En ningún lugar de la UE necesitan los menores ser protegidos contra la difusión de contenidos informativos o educativos acerca de la diversidad de orientación sexual o de identidad de género. ¡Sí necesitan, en cambio, ser protegidos contra la homofobia y el discurso del odio! La homosexualidad no es contagiosa; no es ningún “mal” ni “amenaza” ante la que “proteger” a nadie: ¡los prejuicios y el odio sí lo son!.
    La indecente Ley anti-LGTBI aprobada por el Parlamento Húngaro no sólo es frontalmente contraria a los valores fundantes de la UE consagrados en el art. 2 TUE -y cuya violación se sanciona con el procedimiento contemplado en el art. 7 TUE-, sino que es también incompatible con el Derecho Europeo legislado y en vigor. ¿O es que acaso no han leído los arts. 11 (libertad de expresión y de comunicación de información), 20 (igual dignidad de todas las personas sin discriminación), y 21 de la Carta de Derechos Fundamentales de la UE/ CDFUE (prohibición de discriminación por razón de orientación sexual)?
    Asociar e incluso identificar, como sugiere la Ley húngara, homosexualidad y pederastia es una ignominia abyecta. La pederastia es un delito grave en todos los Estados miembros (EE.MM.) de la UE, y debe ser perseguido sin cuartel y castigado. Diferentemente, la igual dignidad de todas las personas sin discriminación por su orientación sexual o identidad de género no sólo no es un delito, sino que es un derecho fundamental vinculante para todos los EE.MM. de la UE (art. 21 CDFUE, en vigor desde 2009 “con el mismo valor jurídico” que el Tratado de Lisboa -art. 6 TUE-)….
    https://laicismo.org/orban-cruza-todas-las-rayas-su-grotesca-ley-anti-lgtbi/248458

  2. No estás solo, Javier.
    El sistema, ciego y opresor, también es victimario de todo aquel que se salga de lo estandar, de sus reglas. No le conviene la diversidad ni aquellos que piensan por sí mismos y no se doblegan a sus reglas.
    PERIODISTAS, SINDICALISTAS, ACTIVISTAS MEDIOAMBIENTALES, en el punto de mira.
    Al menos 35 periodistas fueron asesinados en 21 países de todo el mundo en los primeros seis meses del año en curso, informó la ONG Campaña Emblema de Prensa (PEC, por sus siglas en inglés).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.