Sociedad
Cuando el franquismo se dio cuenta de que el SUT era un “un nido de rojos”
Veinte años fueron los necesarios para que los dirigentes falangistas del Sindicato Español Universitario (SEU) se dieran cuenta de que aquello no era buena idea. Juntar al estudiantado con la masa trabajadora de las zonas más paupérrimas a nivel económico y social tan solo les podía granjear una cosa: la toma de conciencia de una juventud que ya dejaba la Guerra Civil atrás y que bailaba al son de nuevos estímulos acrecentados por estas experiencias veraniegas. El Servicio Universitario del Trabajo (SUT), órgano interno del SEU, alentó a cientos de jóvenes para que pasaran sus vacaciones de verano construyendo presas, bajando a la mina, pescando e instruyendo a la gran cantidad de personas que aún eran analfabetas en la época.
Iniciada en 1950 por el Padre Llanos, que sería recordado como uno de los principales curas obreros, la iniciativa terminaría su andadura en 1969, cuando las autoridades franquistas se dieron cuenta de que aquello se había convertido en un “nido de rojos”, según argumenta Miguel Ángel Ruiz. Este catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza ha dirigido Una juventud en tiempo de dictadura. El Servicio Universitario del Trabajo (SUT). 1950-1969 (Catarata, 2021), una publicación extensa y completa que aborda lo que supuso el SUT para los estudiantes que durante dos décadas participaron en él.
Al principio, todo se trataba de apuntarse en una lista e ir a los campos de trabajo en verano. Así, un estudiantado universitario aún elitista y de clase alta se sumergía en las profundidades de la roca, en las conserveras del norte o en la construcción de los pantanos.
Durante unos días, esta mano de obra algo improvisada era considerada como un asalariado más, con su sueldo, pese a que los hospedaban los propios obreros en sus casas. De esta forma, el historial del SUT dejaría hasta 500 campos de trabajo como destino, “la mayoría de ellos para varones, aunque en 1957 empezaría a haber también femeninos”, concretiza Francisco Fernández Marugán, actual Defensor del Pueblo y sutista en varias campañas. “La primera etapa, hasta 1956, es algo más ingenua, más naif, donde aún predominan ideas joseantonianas de que la revolución es posible y el régimen tiene predisposición a ella”, introduce el propio Ruiz.
La segunda mitad de los años 50 entraron con fuerza en el SUT, pues la dictadura empieza a ver que ciertos estudiantes están formando unas ideas críticas alejadas de la línea del franquismo. “Aparecen algunos, muy pocos, ligados al PCE, y otros al Frente de Liberación Popular (FELIPE), y aunque sería excesivo calificar a la mayoría restante de antifranquistas, sí que experimentan un proceso de transformación ideológica”, continúa el experto. Desde 1962 hasta 1969 se consolidará un SUT más apaciguado con las campañas de alfabetización bajo las órdenes de Martín Villa y en detrimento de los campos de trabajo, relegados en las demandas del estudiantado universitario.
Estas actuaciones recuerdan, salvando las distancias y los totalitarismos, a las emprendidas por la Segunda República mediante las Misiones Pedagógicas. Tal y como aduce el director de la publicación, “lo que hace el régimen, sabiéndolo o no, porque sobre esto hay una especie de secreto maldito, es buscar los sitios de mayor pobreza, de mayor dificultad de inmersión en la modernidad, el medio rural, donde los chavales van pero sin verse a sí mismos como agentes del régimen, sino que responden ante una injusticia social, a diferencia de cómo les veía Martín Villa”.
La zona del Albaicín de Granada fue el primer barrio al que llegó la alfabetización por parte de los sutistas, unas funciones que, ahora sí, también podían cumplir las mujeres, hasta el momento minoritarias y relegadas a las conserveras del norte. Casi al final de la vida del SUT es cuando María Cátedra, antropóloga, profesora e investigadora, participó en él. En 1967, con 20 años y mientras estudiaba Filosofía y Letras en Madrid, marchó a Las Hurdes: “Fue la primera vez que viajé sola, y recuerdo que mis padres no estaban de acuerdo, aunque lo hice. Siempre había vivido en la ciudad y las zonas rurales eran desconocidas para mí, así que aquella experiencia hizo que proyectara mis posteriores investigaciones antropológicas en el mundo rural”.
Aprender a leer y escribir
“Trabajábamos con educación para adultos, y sobre todo venían mujeres que querían aprender a leer y escribir, y lo querían hacer para poder mandar cartas a sus hijos que emigraban a Alemania y otros lugares. Incluso llegamos a representar Bodas de sangre, de Lorca. Yo les leía a las mujeres lo que tenían que decir y ellas lo memorizaban todo a base de repetirlo. No había otra forma de hacerlo”, relata esta catedrática emérita de Antropología.
Cristina Almeida, reconocida abogada laboralista, también fue sustista. En la campaña de 1962 se desplazó desde la capital, donde estudiaba Derecho, hasta Alhama de Granada para participar en la campaña de alfabetización, de la que no recuerda cobrar ni una peseta. En total, el estudiantado que participó en estas campañas se elevó hasta los 2.875 universitarios. A sus 21 años, la única condición que le puso su padre a la futura abogada para ir con el SUT fue que aprobara los exámenes, y así lo hizo: “Por la mañana iba a la era a intentar enseñar a leer y escribir a los jornaleros, y por las tardes hacía tareas con sus mujeres e hijas. Ellas, sobre todo, querían aprender a firmar para así dejar de poner la huella dactilar porque pensaban que de esa forma se podrían defender mejor. Yo no sé lo que enseñé, pero lo que aprendí nunca se me va a olvidar”, relata.
Ella misma admite que su compromiso social y político derivó de allí, de un Servicio proporcionado por el SEU y, en última instancia, por el régimen. Pero lo obrero no quita lo machista y retrógrado, y menos en los años 60: “Conviví con una segunda familia donde tuve una experiencia horrible con un señor que incluso intentó abusar sexualmente de mí y como no me podía quejar, solo le evitaba. A veces me iba a dormir con una amiga, en otra familia, por miedo”, ilustra la abogada. Almeida también vio cómo el racismo impregnaba a las clases más pobres: “En una excursión que hicimos, cada una de ellas tenía que llevar un alimento para hacer una ensalada grande. El barreño lo llevó una gitana y las demás dijeron que de ahí no querían comer. Ahí me di cuenta de cómo se dan ciertas opresiones entre los oprimidos”.
Dos años después de aquello y tras participar en el trabajo dominical que también potenciaba el SUT en el Pozo del Tío Raimundo, un barrio de la entonces periferia madrileña y hoy en día ubicado en el distrito de Vallecas, Almeida ingresó en las filas clandestinas del PCE. “Al volver, yo solo quería terminar la carrera para defender presos políticos y trabajadores, porque los sindicatos eran ilegales. Ese compromiso social que nació con el SUT me ha acompañado toda mi vida y me aportó una libertad impensable tras haber estado en un colegio de monjas los 13 años anteriores; y ha sido esa libertad lo que más ha significado para mí en mi vida”, apunta Almeida.
Cátedra también veraneó con el SUT en 1968, esta vez en un pueblo de León dentro de una campaña orientada a la mejora de la vivienda rural. “Fue otra experiencia interesante, aunque vimos cómo, de nuevo, en el pueblo había una familia muy rica y los demás eran campesinos. Al final casi tuvimos que salir corriendo porque el régimen veía que esto no le favorecía, así que no pudimos terminar la campaña”, desarrolla la antropóloga. En su caso, ya tenía formadas sus ideas de izquierdas, aunque el SUT hizo que se reafirmara en ellas. “La política se tenía que hacer en la universidad porque era imposible hacerlo en otros lados, pero con el paso del tiempo yo sigo teniendo mis ideas, incluso me he hecho más de izquierdas todavía”, completa Cátedra.
Ruiz, el director de Una juventud en tiempo de dictadura, también habla de ese trabajo dominical en el que participó Almeida y que se inició poco después de los campos de trabajo. “La filosofía era que lo que se hacía durante 20 días en verano lo podías hacer a lo largo del año si cada domingo ayudabas a construir las barriadas de la periferia de las grandes ciudades levantadas durante los años 50”, señala el experto en historia de las universidades, los estudiantes y la Falange durante el franquismo.
“Esta acción cambia mucho de unas localidades a otras y depende, fundamentalmente, de la labor de las parroquias y curas de cada sitio, así que es muy difícil hablar de continuidad”, agrega el especialista antes de decir que Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Jaén y Bilbao fueron algunos enclaves en los que estuvo presente el SUT mediante el trabajo dominical.
Ver la injusticia
La toma de conciencia de los sutistas desde aquella primera experiencia en las minas de Rodalquilar, en Almería, en la que participaron tres estudiantes, se vio incrementada con el paso del tiempo. Las cosas no estaban igual que en 1950 y la descendencia de la masa obrera se empezaba a copar los pupitres universitarios. Tal y como ya se preguntó Francisco Fernández, titular del Defensor del Pueblo, en una conferencia sobre el SUT, ¿qué ven y qué descubren estos estudiantes cuando participan en las diferentes actividades? “La pobreza, la desigualdad y un montón de estructuras injustas en múltiples ámbitos de la sociedad española; y la presencia del cacique –en el sentido más amplio de la palabra- que desencadena unas consecuencias que nadie se había preocupado en aliviar”, se responde el participante de las campañas sutistas de Jaén en el año 1966, de Cáceres en 1967 y de León en 1968.
Muchos de estos estudiantes han realizado carrera política posterior, como el caso de Miguel Ángel Urenda, jefe del SUT durante unos meses que después pasaría a formar parte del ilegal FELIPE para terminar en las filas del PSC, quien, a tenor de lo expresado en el libro, afirma que él “se hizo rojo” cuando visitó una casa de unos trabajadores en la que había muerto un bebé y lo tenían clavado en la pared con la ropa porque ni siquiera había una silla o cama donde ponerlo.
¿Cuál fue la respuesta que dieron los partícipes en las actividades del SUT? “El despertar de una conciencia crítica entre los universitarios”, continúa su discurso Fernández, pues “fue un semillero de opositores, que afianzaban su conciencia crítica a partir de esas desigualdades e injusticias”, finaliza.
Otro nido de «rojerío» fueron las Universidades Laborales, de donde salieron muchos militantes antifranquistas.
Que interesante artículo!. Que verdad que hay que conocer y vivir las experiencias para tomar conciencia.
Aquel golpe de estado y contienda fué orquestado por la oligarquía caciquil y los militares cavernícolas que se posicionaron con ella.
Llamarle guerra civil no es lo que fué. Más procedente llamarle guerra de clases. Siempre suelen ganar los que más dinero tienen y tienen más dinero porque tienen menos o ningún escrúpulo.