Opinión
Un gobierno con cultura
"El desencanto que ha atrapado a masas importantes de votantes en las opciones de extrema derecha, está inducido por políticas culturales -Díaz Ayuso, por ejemplo, lo sabe y lo controla- y solo con políticas culturales puede ser combatido", escribe Noelia Adánez.
En julio del año 20 un medio de impacto global como es Harper´s Bazaar publicó un manifiesto de intelectuales contra la “corrección política” y enseguida llegó la réplica española, con los Savater y los Azúa de turno. La letanía quejumbrosa de gentes que publican como quieren y donde quieren no deja de tener un punto del tipo de perversión que a menudo sucede a la autocomplacencia. Son los ofendidos de ayer, hoy y siempre, elevando sus ofensas a categoría de universal. Protestan porque se les critica o no se les valora lo suficiente o han perdido cuota de mercado o ya no cuentan con ellos para encargarles trabajos -sí, también por algunas de sus opiniones, claro- porque sus propuestas no gustan o carecen de relevancia social. A esto ellos le llaman censura, mordaza y, en los últimos tiempos, con una insistencia muy cargante, cancelación.
Estos enrabietados son quienes, en nombre de la libertad de expresión, pretenden defender una “cultura libre”; libre para tenerla secuestrada; libre, aparentemente, respecto del mercado y la opinión pública que – en su visión victimista de las cosas- estarían siendo hegemonizados de manera progresiva por el radicalismo de izquierdas. Y esto lo firmaban gentes como J. K. Rowling, que vende libros como churros pero que está muy molesta porque se le hayan afeado sus posturas transexcluyentes y no la quieran en determinados espacios o, en España, Mario Vargas Llosa que con su premio Nobel y su columna en El País está muy disgustado por … no sé, cosas suyas.
Los firmantes de estos manifiestos llevan malamente la “democracia cultural”. En lugar de aceptar que si sus opiniones o actitudes son impopulares perderán apoyo ciudadano y cuota de mercado, prefieren creer que lo suyo es arte y lo de las demás demagogia política, que ellos claman por la libertad mientras las demás vivimos encadenadas, subvencionadas y sumisas, radicalizadas en la extrema izquierda, dispuestas a controlar la cultura, y con la cultura, el mundo.
Quienes pensamos que la llamada “corrección política”, de existir, empieza y termina en la cultura de los derechos humanos, percibimos este tipo de discurso a la contra como la decantación colectiva de un individualismo nostálgico. Es la protesta de unos cuantos que se enrabietan porque las cosas han dejado de ser como les gustaría o porque, como Jordan Peterson, prefieren responsabilizar de la pérdida de sentido del mundo a las reivindicaciones de los grupos oprimidos que la existencia de un sistema que legitima a los opresores. A su desenmascaramiento, precisamente, se debe la cultura.
Y es que la pregunta importante a la que da pie el asunto de la corrección política es: ¿quiénes y en nombre de qué hegemonizan la cultura?; ¿quiénes están proponiendo las lecturas que hacemos de nuestro tiempo, quiénes las interpretaciones y los marcos con que debemos analizarlo, vivirlo y transformarlo? Y no, no es la izquierda radical quien va ganando lo que llaman la batalla cultural, como resulta evidente para cualquiera. Vivimos tiempos, culturalmente hablando, cada vez más reaccionarios. Las nuevas derechas están dando explícitamente esta batalla -es básicamente a lo que se dedican- y, con la alianza y el apoyo más o menos consciente de medios de comunicación, intelectuales, tertulianos, columnistas e influencers con inclinación a franquiciar manifiestos como el mencionado más arriba, van camino de ganarla. Los discursos decadentistas, el nacionalpopulismo o el miedo y el odio a la diversidad campan por sus respetos en España como en otros muchos lugares del planeta.
En este contexto, la política cultural del gobierno de coalición en nuestro país tendría que encaminarse en la dirección contraria a la que proponen las nuevas derechas, es decir, hacia el blindaje de la cultura de los derechos humanos que, en este momento, se encuentra bajo seria amenaza en Europa.
Derechos humanos, memoria democrática y aceptación de la diversidad son pilares fundamentales con los que construir las políticas de un ministerio, el de Cultura, que Pedro Sánchez viene utilizando como mera moneda de cambio con la que contentar sectores, acallar críticos, premiar apoyos y saldar deudas. Si Miquel Iceta reúne o no las cualidades necesarias para gestionar las políticas pendientes de llevarse a cabo en un sector duramente afectado por la pandemia y abandonado a su suerte por parte de los poderes públicos, es algo que tendrá que demostrar. Conocimientos técnicos, a priori, no parece que tenga; carisma, tal vez sí.
Pero además, falta saber si Miquel Iceta es un político con potencia suficiente -o si sabrá rodearse de un equipo que la tenga- como para contribuir al diseño de políticas culturales que den respuestas claras a preguntas que es obligatorio formularse cuando se ostenta esa responsabilidad: qué relatos del pasado conviene validar y cómo contribuir al discernimiento de criterios de autoridad en la construcción de los mismos; qué voces hay que promover y cuáles conviene poner en sordina; quién representa a quién en sociedades complejas como la nuestra, y sobre la base de qué principios lo hace; cómo pueden mejorar su posición social los grupos subalternos en el ámbito de lo simbólico; qué prácticas culturales deben promoverse y cuáles conviene dificultar o incluso prohibir -sí prohibir; qué imágenes de la vida en sociedad queremos mostrarnos y cuáles otras deberían dejar de exhibirse.
En suma, a un ministerio de Cultura en un país democrático le corresponde diseñar y promover políticas que favorecen la democracia cultural partiendo de un afianzamiento del consenso en torno a los derechos humanos. Un ministro que no entienda que éste es su negociado estará actuando de manera ciega e irresponsable. Un gobierno sin política cultural en plena ofensiva cultural de las nuevas derechas, tiene los días contados. Sánchez sabrá que no puede fiar su reelección, únicamente, a la recuperación económica. El desencanto que ha atrapado a masas importantes de votantes en las opciones de extrema derecha, está inducido por políticas culturales -Díaz Ayuso, por ejemplo, lo sabe y lo controla- y solo con políticas culturales puede ser combatido. Hace falta un gobierno con cultura. Veamos si, al menos Iceta, se toma su ministerio en serio.
Las masas no acompañan, Noelia.
El capital tiene dinero para comprarlo todo, y ningún escrúpulo. Los medios de comunicación en primer lugar que tienen totalmente manipulado a este país.
La gente ya no sabe sacar conclusiones por sí misma. Perecemos robots o autómatas. Igual nos entretenemos demasiado en cosas secundarias y ni siquiera nos percatamos de que estamos yendo vertiginosamente hacia atrás.
Los políticos son un reflejo de quienes les votan. A Ayuso le aplauden sus necedades y cuando un ministro progresista dice algo sensato, como Garzón, casi lo linchan.
El PSOE no quiere perder votos y si la gente gira a la derecha ellos también.
El problema es que no somos un país democrático, para ello hay que tener un mínimo de cultura, no estar manipulados,
Ley mordaza, presos políticos o exiliados, cargas policiales, reyes impuestos, demócratas en las cunetas, transición de pantomima, dictadura del capital y le llamais democracia.
Igual deberíamos empezar por llamar a las cosas por su nombre.