Internacional

Reagrupamiento Nacional, de Marine Le Pen, un partido “abierto a todos”

Marine Le Pen fue reelegida presidenta la formación ultra francesa. La líder de extrema derecha se reafirma en su estrategia de adecentar su partido a un año de las presidenciales.

Marine Le Pen en el último vídeo promocional de su partido. RASSEMBLEMENT NATIONAL

En Francia hablan ya de “viraje ideológico”. Quizás sea exagerado. Las mismas consignas ultraconservadoras, antiinmigración e islamófobas siguen ahí, pero camufladas por un envoltorio de serenidad y corrección. Marine Le Pen quiere darle una nueva apariencia a su partido. El pasado fin de semana, en un congreso celebrado en Perpiñán, fue reelegida por abrumadora mayoría presidenta de Rassemblement National (Reagrupamiento Nacional, el partido antes conocido como Frente Nacional). Nadie osó presentarse contra ella y ratificó su poderío obteniendo el apoyo de casi el 99% de los asistentes.

La cita perpinyanesa era muy importante para Le Pen después del fracaso en las pasadas elecciones regionales. Todos los sondeos fallaron: su partido aspiraba a presidir varios consejos pero no consiguió ninguno, ni siquiera el de Provenza-Alpes-Costa Azul, donde su formación tiene una fuerza enorme. Y empezaron las dudas. Después de años de crecimiento constante, ¿estaba perdiendo fuelle la extrema derecha francesa? ¿La nueva estrategia de reconstruir el antiguo Frente Nacional con una fachada más presentable se revelaba errónea? Le Pen cree que no.

La jefa de RN explicó en el discurso de clausura del congreso por qué han tomado, a su juicio, el camino correcto tras años de proponer “frases irrevocables y medidas simplistas”. Le Pen habló de evolución: “Sin renegar de la línea clara de nuestras convicciones, hemos sabido emanciparnos de una inmadurez política poco compatible con las ambiciones nacionales y de darle a nuestro movimiento la calidad necesaria que debe tener un partido de gobierno”.

Le Pen parece contradecir la estrategia que ha hecho crecer a la extrema derecha en todo el mundo: soluciones simples para problemas complejos. Así llegaron al poder Donald Trump, Jair Bolsonaro o Rodrigo Duterte en sus respectivos países. Pero, por alguna razón, Le Pen cree que eso no será suficiente en Francia. De Perpiñán salió investida como candidata in pectore a la presidencia de la República, obteniendo el beneplácito de sus correligionarios a la renovación del partido. Al menos de momento.

Dejando atrás el pasado

“No volveremos atrás. Con todo el respeto que tenemos por nuestra propia historia, no volveremos al Frente Nacional”. Así, con total claridad, Le Pen se reafirmó en su voluntad de matar al padre y aspirar a lo más alto de la política francesa. Jean-Marie, su progenitor, fundó un partido con contumaces veteranos de la guerra de Argelia (como él) y con partidarios del movimiento neofascista Orden Nuevo, cuyo logo no engañaba a nadie: una cruz celta. Su grotesca línea ideológica le llevó incluso a dudar de la verdadera envergadura del Holocausto. Con esos mimbres llegó a disputar la segunda vuelta de las presidenciales en 2002, que no es poco. Su hija emuló la hazaña en 2017, pero no se conforma con quedarse a las puertas del palacio del Elíseo. Quiere entrar.

Desde fuera del partido, su padre sigue opinando y no está contento con la línea adoptada por su hija. Le pide más “virilidad”. De lo contrario, afirma, el Reagrupamiento Nacional acabará por desaparecer. Y el primer síntoma, a juicio del antiguo paracaidista, han sido las pasadas elecciones regionales: “La política de adaptación, de acercamiento al poder, a la misma derecha tradicional, ha sido castigada severamente”.

Las críticas paternas no han movido ni un ápice a Marine. Entre los cambios que ha introducido en su discurso ya no está, por ejemplo, la salida de la Unión Europea. Ella ha echado sus propias cuentas y en su asalto al poder espera sumar a su causa a los desencantados. En sus alocuciones se dirige directamente a los chalecos amarillos y a los abstencionistas. Ya tiene a los ultras en el saco y cree que ese pico de votantes enfadados le aupará a la presidencia de la República. “La abstención de los chalecos amarillos tiene un solo vencedor: ¡Macron!”, clamó tratando de erigirse en representante del descontento popular. Hasta se presentó, explícitamente, como defensora de los perdedores de la globalización.

En Perpiñán habló de “un partido abierto a todos, creativo y audaz”. En su línea más combativa recordó a “los policías, los bomberos, los profesores” que son atacados por “la ideología islamista y su barbarie” mientras el Estado, que debería protegerlos, “retrocede”. Pero también introdujo matices. No quiere ser portadora de un discurso primitivo y feroz. Se esfuerza por demostrar que puede ser tan sofisticada políticamente como la que más: “En los escombros del viejo orden vemos un paisaje político cambiante en el que todo es incierto, en el que todo se cuestiona continuamente. Nosotros nos hemos impuesto como un polo de solidez, de estabilidad y de confianza, así lo creo, para millones de compatriotas”. La diana está clara: el votante rojipardo, nostálgico de la seguridad de antaño, que aún está sopesando entre abstenerse o pegarle una patada definitiva al tablero político y abrazar sin ambages la extrema derecha.

Así pues, Marine Le Pen ha decidido dejar de dirigirse exclusivamente a un electorado fieramente patriota, blanco, católico, heterosexual, asustado y obtuso. Se acabó la zafiedad del viejo Jean-Marie. Busca un nuevo votante. El votante en colère con un nivel de lecturas superior a la media. En su empeño por intelectualizar su movimiento, en Perpiñán hasta se permitió el lujo de citar al filósofo Henri Bergson y su canto a la voluntad: “El futuro no es simplemente lo que está por llegar sino lo que vamos a construir”. Recurrió también a la Ilustración para glosar la grandeur de su nación: las elecciones de 2022 decidirán “si la brillante civilización de la que Francia es portadora está llamada a apagarse o a seguir iluminando el mundo con sus Luces”. La apuesta de Le Pen es audaz.

¿Rivales por la derecha?

Las críticas no se acaban con su padre. Hay muchos votantes de extrema derecha que cuestionan la nueva línea del partido. De esa frustración ha surgido el rumor de que Éric Zemmour, enemigo furibundo del multiculturalismo, podría postularse como candidato a la presidencia. El polemista ultra concedió una entrevista a un medio afín, Livre Noir, en la que deslizó sus ambiciones políticas: “Quizás haya llegado el momento de pasar a la acción”, declaró.

Zemmour es columnista de Le Figaro y un rostro habitual de las tertulias televisivas y radiofónicas francesas. En ellas da rienda suelta a su torrencial elocuencia y a su radical islamofobia, por la que ya ha sido condenado en varias ocasiones. El equivalente español podría ser Federico Jiménez Losantos, pero a más revoluciones, con menos sarcasmo y más odio, si cabe. Un grupo de jóvenes fans ha pegado carteles con su efigie y con el eslogan “Zemmour, presidente” por todo el país. Él, por el momento, ni confirma ni desmiente.

https://twitter.com/GenerationZ_off/status/1409873244887343106

A la espera de saber si Marine Le Pen tendrá que pelear con Zemmour por el cetro de la ultraderecha francesa, Reagrupamiento Nacional firmó un acuerdo de colaboración con todos los partidos europeos de su espectro. Viktor Orbán (Hungría), Jaroslaw Kaczynski (Polonia), Matteo Salvini (Italia) y Santiago Abascal (España), entre otros, se adhirieron al “reagrupamiento de los patriotas europeos” lanzado por Le Pen. Su objetivo es aliarse para “tener más peso en los debates y reformar la Unión Europea”.

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Comentarios
  1. Francia tiene un sistema político electoral donde un Partido que tiene el 30% de los votos sólo cuenta con el 1% de legisladores. Terrible democracia. Ahora inventaron al tal Eric Zemour para pelearle los votos de la derecha a la Le Pen. Igual que Szarkozy, que creo que está preso.

  2. Si bien el sentimiento de rechazo del islamismo y de la inmigración ilegal es bastante generalizado en Francia, el de Marine Le Pen y su falta de programa económico también lo es.
    La clase media es atacada por tres frentes:
    – la extrema derecha nacionalista proclive a Putin
    – la extrema derecha islámica, apoyada por Erdogan y por otros países autoritarios
    – el neoliberalismo oligárquico, que favorece a grandes grupos financieros a desmedro del Estado y del contribuyente medio (pequeños comerciantes, emprendedores, profesionales independientes, campesinado).
    La inmigración sin control es un artilugio capitalista que incrementa la inseguridad, abarata la mano de obra, y agrega costos y preocupaciones a una clase media obligada a pagar las onerosas políticas de lucha contra la pandemia.

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