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Raffaella Carrà, alegría en trinchera

La cantante y actriz popular, cuya muerte a los 78 años se ha conocido hoy, ha sido admirada por varias generaciones. Devoró la pantalla durante décadas, pero sobre todo se caracterizó por "su voluntad de acompañar allí donde hacía falta", destaca Ignacio Pato.

Raffaella Carrà, en una imagen de archivo. COVER MEDIA

Hay una Raffaella Carrà distinta para varias generaciones. Para el público italiano más mayor, la jovencísima actriz que en la primera mitad de los sesenta llegó a Hollywood con pocos papeles en Italia pero habiendo ya trabajado con el director Mario Monicelli en la genial Los camaradas. Aquello no cuajó, no fue la siguiente Gina Lollobrigida ni Sofia Loren. No fue tampoco Claudia Cardinale ni siquiera una Anna Magnani símbolo del cine patrio durante el milagro económico que coronaba el país, el suyo, al que volvió. Un regreso precedido de un golpe de carácter del que se jactaría años después, el rechazo que le propinó a un Frank Sinatra que durante el rodaje de El coronel von Ryan le más que doblaba la edad.

Comienza entonces a configurarse la otra Carrà que conoce una generación veterana, pero de menor edad que la anterior y, sobre todo, en buena parte española. A la vuelta de América, Raffaella encontró su sitio en la RAI, la tele pública. Cantando, poniendo en aprietos a la censura de la época con temas como su primer éxito Tuca tuca y, finalmente, forzando a todo directivo despierto a admitir que aquella chica era mucho más que una imagen y una voz. Que si a ella se la comían los espectadores con los ojos, eso no era nada comparado con el desparpajo, pero también la poca misericordia con que ella devoraba la pantalla. Desembarcó en TVE con La Hora de Raffaella Carrà en paralelo a una sucesión de hits de títulos que por sí solos menean cabezas: Rumore, A far l’amore comincia tu, Fiesta o Tanti auguri, que en castellano pasó al patrimonio popular como (Para hacer bien el amor) Hay que venir al sur.

Era la Carrà que nunca creyó en el matrimonio ni tuvo hijos, que siempre afirmó llevarse bien con sus dos compañeros de vida Gianni Boncompagni y Sergio Japino, quien cantaba no tan lejos del Vaticano y con una gris Democrazia Cristiana en el poder que “muchas felicidades a quienes tienen muchos amantes (…) lo importante es hacerlo siempre con quien tengas ganas tú y si te deja búscate otro más guapo que no dé problemas”. Aunque era de Bolonia –la ciudad de los tres motes: la docta por universitaria, la roja por sus tejados y ser granero del Partido Comunista, la grasienta por su cocina–, o precisamente por ello, su reivindicación meridional no era tanto en clave nacional sino un mensaje al norte de las fronteras italianas… y también españolas. Raffaella Carrà fue, en cierta manera, lo más parecido a una diva de consenso, internacional y mediterránea, si los países despreciados como PIGS (los mencionados más Portugal y Grecia), gastones y gritones, nos federásemos en disfrutona unión.

La Rafaella Carrà que votó comunista

En esa época se encuadra la entrevista a Interviú en la que afirmaba haber votado comunista (y que en un conflicto entre trabajadores y empresarios siempre estaría del lado de los primeros) en las últimas elecciones italianas. Fueron esas de 1976, por cierto, el techo electoral histórico de un partido de hoz y martillo en Europa occidental: Enrico Berlinguer consiguió más de 12 millones de votos y un 34% del total. Era el PCI del llamado “compromiso histórico”, una línea que acercaba el partido al sentido de Estado y que saltaría por los aires con el secuestro y muerte, a manos de las Brigadas Rojas, de Aldo Moro. El programa Ma che sera, conducido por Carrà, se emite durante varios sábados coincidiendo con un larguísimo y traumático mes en el que el presidente democristiano no aparece. Con el país en vilo, será una disonancia que hará un daño íntimo a la artista, que pidió a la RAI que por favor cancelase el show. Años más tarde diría a L’Espresso que aquello le avergonzó tanto que intentó estar fuera del país lo máximo posible durante los siguientes años.

«La más querida por los italianos»

En 1983 Carrà hace historia de la televisión. En los comedores donde se encienda el receptor a las 12 del mediodía ya no aparecerá la carta de ajuste, es a ella a quien primero ven ahora los italianos en pantalla. Y lo hacen, algo inaudito, por millones. Si ya había conquistado las tardes-noches de los sábados con variedades y música disco y pop, ahora también la mañana diaria. Pronto, Raffaella suma a su condición de programa pionero con decorado casero su gran acierto: la interacción telefónica en directo con los espectadores en concursos con premios. Un furor.

Las cadenas privadas no acaban de llegar a antena pero indirectamente juegan un papel importante en la renovación del contrato de Carrà. Su millonario sueldo llegó hasta a ser discutido en el parlamento. Más bien, criticado por todos los grupos y hasta por el presidente Bettino Craxi. Para los consejeros de la RAI, sin embargo, la consigna es clara: “su marcha a la televisión privada podría ser catastrófica”, tal y como recogía el diario El País. El ente la defiende tal y como lo haría hoy cualquier club de fútbol con un Messi: Raffaella es capaz de llegar a 10 millones de televidentes y eso significa una revalorización excepcional del espacio publicitario estatal. Un célebre eslogan publicitario de mitad de esa década de los ochenta sirve para calibrar el estatus de Carrà. La marca Scavolini la contrata para publicitar electrodomésticos de cocina en sus spots como “la más querida por los italianos”.

Hola, Raffaella

Será esta la estrella que unos años más tarde llega a las casas españolas con Hola, Raffaella. Si recuerdas que si una noche cualquiera sonaba el teléfono fijo inesperadamente había que contestar con esas palabras –”Hola, Raffaella”– es que ya estás seguramente vacunado contra la COVID. La vuelta a Italia, tras el paso por los platós de TVE, vuelve a ser triunfante. Carramba che sorpresa fue otro hito –aunque idea de origen británico- que aquí más tarde conocimos como Sorpresa, sorpresa. Durante todo ese tiempo, Carrà hizo gala de un compañerismo sensible a las condiciones laborales y emocionales de sus equipos de trabajadores y trabajadoras, como recogía este rico perfil en eldiario.es.

En los últimos años, Carrà resurgió como cierto icono para una generación joven, ya nativa digital. La guadianesca aparición en redes sociales, cada tanto, de la entrevista del “voto comunista” ha ayudado. Pero el mérito es suyo, pues lo que ha contribuido a que sea respetada, a que sea sentida como cómplice por chicos y chicas que no habían nacido cuando ella casi enfilaba la jubilación es su generosidad a la hora de aceptar su condición de faro. Su voluntad de acompañar, casi hasta el final, allí donde hacía falta. A veces eso lo hace reproducir una canción, o una foto, un vestido, un vídeo, un maquillaje, una coreografía. Un estribillo desafinado compartido a voz en grito o todo a la vez. Carrà, diva de libertades, le cantó y bailó a una ilusión por aquello que está por llegar. A una alegría cuya defensa hoy, sin ella ni el joven Samuel aquí, se hace más dura pero necesaria que nunca.

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