Cultura
Al fin tiempo suficiente
"No tenemos tiempo de leer el libro de esa escritora que tanta polémica ha levantado ni de ver esa serie de la que está hablando todo el mundo". De esa falta de tiempo y de la cultura sin prescripciones trata la nueva entrega del suplemento 'El Periscopio'.
La maldición de Funes, el memorioso, al decir de Borges, era recordarlo absolutamente todo, hasta “las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882”. Depende de tu personalidad sufrir o regocijarte cuando no recuerdas una película. Le das al play y hay algo que te resulta familiar. Esa película, estás seguro, ya la has visto, pero no recuerdas nada, ni la trama, ni a los personajes, ni por supuesto el final. ¿Es un regalo o un castigo haberla olvidado? ¿Es una pérdida de tiempo volver a verla?
En realidad, todo gira en torno al tiempo. No tenemos tiempo de leer el libro de esa escritora que tanta polémica ha levantado ni de ver esa serie de la que está hablando todo el mundo. Todos tenemos manchas así en el currículum. Y no una sino varias. Muchas. Una constelación de manchas. Si en su día no vimos Los Soprano se debió a que estábamos viendo The Wire (no se puede llegar a todo). O lo que suele ser más triste y más habitual: estábamos trabajando.
Pero no crean que los críticos se libran de la maldición del tiempo. Ni siquiera quienes han convertido su pasión (ver cine, leer libros, oír música) en profesión pueden abarcarlo todo. Inmersos en esa carrera contra la obsolescencia cultural, ¿cómo vamos a pararnos a ver otra vez la misma película? La pregunta sería completamente absurda para un niño. Él no participa en ninguna de las estúpidas competiciones de los adultos. Si ve cien veces Kung Fu Panda es por puro placer. Sea como fuere, los niños no cuentan: ellos, benditos sean, tienen todo el tiempo del mundo.
En un mítico episodio de La dimensión desconocida titulado Al fin tiempo suficiente (1959), el protagonista es un empleado de banca (Burgess Meredith) que vive devorado por una manía arrebatadora, la lectura, y sufre el martirio de los obstáculos cotidianos que le impiden sumergirse en ella. En su puesto de trabajo lee David Copperfield a hurtadillas, lo que le vale una amenaza de despido por parte de su jefe. Su mujer, en casa, también se opone con crueldad a su voracidad lectora. Cree que lo aísla de la vida social y que, en definitiva, no sirve para nada.
–¡Un hombre adulto leyendo poemitas cursis y ridículos!
–No son cursis. ¡Hay cosas muy bellas aquí! –dice él señalando un pequeño volumen de poesía modernista.
–¡Son cursis! Y además son una pérdida de tiempo –insiste ella antes de hacer trizas el libro.
La vida normal es incompatible con el fervor por la literatura del pobre empleado de banca. Tendrá que sobrevivir a la bomba atómica y quedarse solo en el mundo para poder abandonarse a su pasión bibliófila. Solo entonces tendrá el tiempo suficiente. Visto así, el precio por ponerse al día con todo lo que, por imperativo social, tenemos que ver o leer parece demasiado alto. Y admitámoslo: Kung Fu Panda es tan graciosa…
El suplemento El Periscopio reflexiona en #LaMarea83 sobre la cultura sin prescripciones y sin fecha de caducidad. Puedes comprar tu ejemplar aquí.