Opinión | Política
La quinta lengua: breve historia de un Resurdimientu
Pablo Batalla analiza la situación del asturiano: "El tiempo dirá si se convierte por fin en la quinta lengua española de pleno derecho".
Decreta la Constitución Española en su artículo 3 que «el castellano es la lengua española oficial del Estado. […] Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos». Pero, en la literalidad de su redacción, este reconocimiento no se cumple en Asturias. Una lengua española hablan allá unas cien mil personas que han preservado algunos tesoros filológicos que fascinan a los lingüistas, como el género neutro para adjetivar sustantivos incontables; una para la que el ilustrado gijonés Gaspar Melchor de Jovellanos, que la hablaba y amaba, pedía ya en el siglo XVIII un diccionario y una academia que la limpiase y fijase, y esplendor le confiriese.
Tenía ya entonces literatura propia aquel idioma, ejercitada, entre otros, por la hermana de Jovino, Xosefa, cuyo nombre es hoy el del premio que el Gobierno del Principado de Asturias otorga a la mejor novela escrita en la llingua llariega. Antes, en el siglo XVII, había escrito en ella Antón de Marirreguera; más tarde, en el XIX, lo harán José Caveda y Nava, Xuan María Acebal, Teodoro Cuesta o Enriqueta González Rubín. En el XX, Pepín de Pría, Constantino Cabal, Pachín de Melás, Fernán Coronas o María Josefa Canellada, antes de que los años setenta signifiquen una explosión literaria de tal calibre que se la bautizará Surdimientu, pero para la cual el poeta Xosé Bolado prefería el término Resurdimientu, considerando injusto el menosprecio hacia toda aquella literatura anterior.
Xuan Xosé Sánchez Vicente, Xuan Bello, Xandru Fernández, Berta Piñán o Vanessa Gutiérrez, entre otros, serán los nombres cabezaleros de las sucesivas generaciones de esta nueva literatura nunca agostada y que hoy encuentra relevo en autores como Nicolás Bardio, preocupado por plantar la pica de la llingua en Flandes inéditos en los que incursiona con éxito notable, de la ucronía a la fantasía.
No reconoció la cooficialidad de la lengua vernácula el Estatuto de Autonomía del Principado de Asturias, aprobado en 1981, aunque no la dejó completamente desprotegida: su artículo 4 decreta que «el bable gozará de protección. Se promoverá su uso, su difusión en los medios de comunicación y su enseñanza, respetando en todo caso las variantes locales y la voluntariedad en su aprendizaje».
Antes, en 1980, el ente preautonómico había creado ya la Academia de la Llingua Asturiana, con el filólogo Xosé Lluis García Arias —que lo sería hasta 2001— como primer presidente, bajo cuyos auspicios irían publicándose unas Normes ortográfiques (1981), una Conxugación de verbos (1981), la Gramática de la llingua asturiana (1998) o el Diccionariu de l’Academia de la Llingua Asturiana (2000).
La ALLA impulsaba también el Día y la Selmana de les Lletres Asturianes, celebrados anualmente desde 1982. Y tres años más tarde, el bable (término aceptado entonces por los propios asturianistas, pero hoy considerado peyorativo) entraba por primera vez como materia optativa en la educación pública, satisfaciendo en este caso el «Bable nes escueles» de las movilizaciones de la Transición.
Los cimientos del Surdimientu se habían sentado ya en los últimos años del franquismo con iniciativas como Amigos del Bable, fundada en 1969 y centrada en la edición de discos en asturiano, y que en 1973 convocaba una Asamblea Regional del Bable presidida por el catedrático —entonces favorable a la normalización; luego uno de sus más furibundos enemigos— Emilio Alarcos Llorach.
Pero hablar del asturianismo durante la Transición es hablar, sobre todo, de Conceyu Bable, colectivo fundado en 1974 como sección en asturiano de la revista Asturias Semanal y que se convertiría después en dinámica asociación impulsora de toda clase de proyectos, desde concursos literarios hasta manifestaciones como la que, en 1976, reunió tras aquella pancarta, «Bable nes escueles», a unas cinco mil personas en Gijón. Más tarde, en 1984, se funda la Xunta pola Defensa de la Llingua Asturiana, promotora de actividades diversas y por ejemplo del Conciertu pola Oficialidá, celebrado anualmente.
Una reivindicación popular y transversal
La dignificación del asturiano ha sido siempre una causa popular; popularidad a la que, en 1991, se le pesquisaban los números concretos por primera vez con una Encuesta Sociollingüística que recogía ya una clara mayoría social a favor de la cooficialidad, que no remitiría en encuestas posteriores. Ninguno de los grandes partidos asturianos la defendía entonces, pero la entrada, aquel mismo año, de la coalición asturianista PAS-UNA en el parlamento regional con un diputado —que el PAS mantendría en la siguiente legislatura, hasta 1999— precipitó el posicionamiento a su favor de Izquierda Unida para disputar desde la izquierda ese caladero electoral (el Partíu Asturianista representaba un centro amplio, «interclasista», del estilo del PRC cántabro, aunque su base electoral, según las encuestas, se situaba mayoritariamente en el mismo punto que la de IU, a la izquierda del PSOE) y un debate social, con movilizaciones muy importantes, que alcanzó también el interior del PSOE, partido hegemónico de la región, decantar al cual a favor de la llingua ha sido siempre imprescindible para lograr la cooficialidad.
Dos almas ha atesorado siempre el partido socialista en lo que respecta a este asunto: por un lado, la jacobina, inconcesivamente enemiga de la normalización del idioma, que tendrá un representante crepuscular en Javier Fernández; por otro, la favorable, encarnada por figuras como Amelia Valcárcel, defensora, durante la Transición, de una visión de Asturias como actor en un marco plurinacional.
Pero no solo en la izquierda había personas favorables a la oficialidad: las ha habido siempre en todos los partidos. Incluso en el PP, además de existir un sector de partidarios explícitos, como el empresario Humberto Gonzali, el entonces todopoderoso Francisco Álvarez-Cascos llegaba a mostrarse abierto a discutir la cuestión y a ofrecer al PSOE un consenso que no llegó a alcanzarse.
Mientras tanto, un animoso cabildeo antiasturianista hallaba liderazgo y altavoz en un colectivo informal llamado Amigos de los Bables que incluía a Alarcos y cuyo rostro más visible era Gustavo Bueno, que clamaba con furor tridentino contra la posibilidad de la cooficialidad por la vía de pregonar la semilla de batasunización que las lenguas no castellanas representaban a su juicio y la existencia supuesta de innumerables bables a los que la escolarización de un estándar ahogaría.
La partida interna del PSOE la ganaron finalmente, en aquellos años, los contrarios a la oficialidad y, en 1999, la reforma estatutaria se aprobó sin ella, aunque con un premio de consolación: la Ley de Uso, pactada por PAS y PP —entonces gobernante en minoría debido al desencuentro, en 1995, entre los mayoritarios PSOE e IU— y que, aunque fue recibida como una decepción mayúscula por el asturianismo, otorgaba a la llingua una cobertura y un estatus legal que permitirían un desarrollo importante, en años subsiguientes, en cuestiones como la recuperación de la toponimia autóctona.
La Ley de Uso ha sido presentada a veces como una oficialidad de facto, pero lo cierto es que sus insuficiencias son evidentes, y así, por ejemplo, la presencia del asturiano en la Radiotelevisión del Principado de Asturias creada en 2006, magra y vinculada casi exclusivamente a contenidos etnográficos o humorísticos —muy populares, por otro lado—, o la precariedad de los profesores de asturiano: no hay especialidad docente ni oposiciones, sino un sistema de bolsas selladas e interinidad perpetua que no tiene en cuenta los méritos adquiridos posteriormente a la creación de la bolsa, lo que impele a muchos a migrar a otras especialidades y, singularmente, a la lengua castellana.
Tres presidencias refractarias a la oficialidad, las de Vicente Álvarez Areces, un breve Álvarez-Cascos y Javier Fernández, no tuvieron interés, por lo demás, en desarrollar hasta el límite de sus posibilidades la Ley de Uso: antes bien, Fernández llegará al punto de solicitar ayuda a Bieito Rubido, director de Abc, para agitar la oposición a la cooficialidad.
Nuevos formatos, nuevas generaciones, nuevas posibilidades
El asturianismo político encaraba el nuevo siglo con un fracaso absoluto: la marea socialista que llevaba a Areces a la presidencia en 1999 lo sacaba del Parlamento, al que ya no ha vuelto. Y el lingüístico, con una sensación amarga de derrota. Pero siguió peleándose. Durante los 2000, el Conceyu Abiertu pola Oficialidá toma el testigo del Pautu por Autogobiernu y la Oficialidá del decenio anterior. Y es interesante consignar, por otro lado, el enorme éxito del asturianismo musical, con artistas de pelajes muy diferentes haciéndose oblicuamente populares con sus letras en asturiano, desde el ska combativo de Dixebra —que, frente a la nostalgia ruralista y obrerista cultivada por otros, cifraba su éxito en cantar con optimismo sobre los conflictos sociales del momento— hasta el jocoso agrorock de Los Berrones, pasando por una variopinta escena folk, la renovación iconoclasta de la tonada de Anabel Santiago o el glam astur de Rodrigo Cuevas.
El éxito duradero del semanario Les Noticies, editado íntegramente en asturiano durante dieciséis años, entre 1996 y 2012, habla también de la posibilidad del éxito empresarial en asturiano, como lo hace, hoy, la adopción del idioma por marcas como McDonald’s, Ikea, Danone o SuperBock.
El panorama vuelve a cambiar en la década de 2010, por factores que incluyen una renovación del discurso y las líneas de actuación de las plataformas impulsoras de la reivindicación lingüística: Reciella, fundada en 2012, o Iniciativa pol Asturianu (2011) marcan distancias con las formaciones asturianistas, exhiben transversalidad, cultivan las buenas relaciones con los sectores prooficialidad de todos los partidos, adoptan un discurso amable y optimista en lugar de volcado a la protesta y se preocupan por llevar el asturiano a los parajes cibernéticos en los que hoy se disputa y se conquista la hegemonía cultural, creando, por ejemplo, contenidos digitales atractivos pensados para las generaciones jóvenes, como el canal PlayPresta.
Internet, en general, parece haber sido menos un enemigo que un amigo del asturiano, al que ha proporcionado desde un potente traductor llamado Eslema hasta el hecho de que escribir como se habla en WhatsApp y otros chats proporcione visualmente a muchos hablantes la conciencia que no tenían de hablar un idioma distinto del castellano.
En 2016, una noticia más o menos inesperada vino a menear de nuevo el avispero de la reivindicación lingüística y a proporcionar a sus defensores una ilusión inédita: la aprobación en el PSOE, esta vez sí, de una postura oficial favorable a la oficialidad en 2018, posibilitada por el relevo generacional que ha ido mermando el poder de la generación felipista.
Adrián Barbón, secretario general de la FSA desde el año anterior, y actualmente presidente del Principado, proviene de una de las zonas más asturfalantes de la región —Llaviana, donde fue alcalde— y es un hombrepreocupado por «que los nietos d’Asturies nun escaezan [olviden] nunca la llingua de los sos güelos», que ha adoptado como presidente un discurso asturianista que recuerda, salvando las distancias, al galleguista de Alberto Núñez Feijóo.
La oficialidad —que requiere el voto favorable de dos tercios del parlamento regional— está ahora más cerca que nunca. Los números daban en la legislatura anterior, pero el PSOE decidió postergar el debate para la presente, tras las elecciones de 2019, que arrojaron un Parlamento en que PSOE, IU y Podemos sumaban todos los diputados necesarios salvo uno.
¿Un nuevo casi pero no? Tal vez no, después de todo. La tectónica interna de otro partido, Foro Asturias, ha venido a hacer posible lo que parecía de nuevo imposible. El partido fundado por Álvarez-Cascos acogió desde su fundación a un pequeño sector de asturianistas de derechas, favorables a la oficialidad, pero nació estatuyendo que solo la apoyaría cuando hubiese un «consenso» sobre el tema en Asturias. Sin embargo, acaba de refundarse tras la salida tormentosa del fundador, envuelto en acusaciones de lucrarse ilícitamente a costa del partido; y esa refundación ha incluido el descarte de esa cláusula.
Sobre el papel, Foro apoya ahora, ya sin ambages, la oficialidad de la lengua, con la que el diputado Adrián Pumares —originario de Llaviana, como Barbón— parece personalmente comprometido de manera sincera. El tiempo dirá si, merced a ello, el asturiano se convierte por fin en la quinta lengua española de pleno derecho.
El artículo está bien, pero quiero que la gente sepa que en Asturias no hay solo una lengua patrimonial, sino dos, no mencionais el galegoasturiano, que tiene identidad propia, distinta al resto de sociedad asturiana. Y pedimos reconocimiento. Que ambas lenguas sean iguales en derechos y que una no pese más que la otra. Porque el galegoasturiano está en riesgo, en pérdida de falantes, de recursos, y de reconocimientos. Y el Principado debe protegernos del mismo modo que protege a la lengua asturiana. Nosotros estamos orgullosos de nuestra cultura
Falote yo nun res nidiamente. La situación de la llingua asturiana na Meseta ye insistente y un inventu de 4 pamestos frikis. Quitando l.laciana,l.luna etc etc que son fasteres hestoriques asturianos non coreaanes y mesetares(y recuperaremos les dalgun día) nun hai más llugares onde se fale asturianu aparte de Miranda de Douro. A llambela mesetariu.
El asturleonés tiene entidad suficiente para ser considerada lengua oficial en Asturias. Es perfectamente equiparable al gallego o catalán, y espero que se consiga.
En Castilla y León es más complicado a no ser que León se convirtiera en una Comunidad Autónoma propia, separada de Castilla, pero eso ya es otra historia…
De la situación de la llingua asturllionesa en Llión, Zamora y Portugal ya falaréis nun segundo artículu, non? Porque eiquí nin lo mencionais…
Bardio no tiene la categoría de otros autores que citas en nada.