Opinión

El verano sin noticias

"Una cosa que hacían los mayores en aquellas vacaciones largas de la infancia, que se estiraban como chicles boomer hasta permitir —¡incluso!— el aburrimiento, era abolir las noticias".

Atardecer en Playa de Palma, Mallorca. CHRIS EMIL/REUTERS

Una cosa que hacían los mayores en aquellas vacaciones largas de la infancia, que se estiraban como chicles boomer hasta permitir —¡incluso!— el aburrimiento, era abolir las noticias. Si en casa todo el año sonaba la radio en todas y cada una de las habitaciones, en el veraneo no. Hasta en el coche se evitaban cuidadosamente los informativos para dejar sonar la música. Y aunque los desayunos de agosto fueran tan calmados como los de un domingo, no los acompañaba la prensa. Como mucho, igual sonaban de fondo las olimpiadas en el rato aquel de última hora de la tarde de quitarse el salitre y echarse aftersun y ponerse guapas para dar una vuelta antes de cenar

Yo no entendía muy bien aquello. “Al fin y al cabo” —me decía, con la misma seriedad con la que las niñas se preguntan por qué los mayores no juegan en su tiempo libre—, “durante el año si ven las noticias será por qué quieren. ¿A qué vendrá tanta alegría con esto de no poner el telediario ni por casualidad?”

Años más tarde, jugando a inventar cosas con el poeta David Eloy Rodríguez, un día se nos ocurrió un microrrelato. Nunca se publicó en ningún sitio, pero yo todos los años lo repito porque me gusta mucho. Dice, solo: “Un verano, los periodistas se fueron de vacaciones. Y no pasó nada”

Creo que me gusta tanto porque me hace pensar en aquellas vacaciones con las noticias en mute, y le da a la Laura de entonces algo así como una respuesta. Hay tantas de las cosas que nos afectan cada día que pasan solo porque las contamos. Y eso que cuando yo era pequeña no existía Twitter. Hoy más que nunca, hay tantos problemas que podemos dejar de tener si simplemente callamos un poco

Evidentemente, esto no quiere decir que las corrientes subterráneas del poder y del dolor y del decir y del hacer no sigan su curso aunque no las contemos. Ni que no sea necesarísimo que las contemos. Lo que sí quiere decir es que hace un clima muy ruidoso últimamente y así no hay manera de enterarse de lo importante. Por eso necesitaban los mayores dejar el periódico en casa, desentenderse un rato. Para que no pasara nada; que es como decir: para que pudiera pasar algo, algo de verdad.

Todo llega, hasta el final de los años difíciles. Es casi julio y esta es la última Mirada del curso. Otros compañeros se han ido despidiendo ya de sus espacios estos días. Las vacaciones todavía no están aquí del todo, pero ya se atisban: hemos quemado en el solsticio las cosas que no queremos cerca, las niñas y niños tienen sus boletines de notas, y ya resulta legítimo comprar billetes e introducir en las conversaciones el tema de los planes de playa. Este año llegamos a meta particularmente desfondadas, para el arrastre. Nos hacen falta como el comer unas vacaciones. Y no sé para vosotras, pero para mí lo más necesario es quizá sacar la cabeza de las redes sociales y resetear el cerebro. Ya soy mayor y yo también quiero un verano sin noticias.

Quiero leer novelas sin que sea para contarlo. Quiero ver películas sin que sean de actualidad. Quiero charlar con gente sin que la última polémica le quite sitio a lo que nos late al fondo. Quiero dejar de tener pendientes cientos de pestañas en el navegador. Quiero escribir cosas que no sean para mostrar, o no de inmediato. Quiero vagar y errar. Creo que es la única manera de que cuando volvamos a leernos en septiembre sea posible tener algo para decir

Y os deseo un poco lo mismo. Que podáis tener un tiempo lento para hacer lo que os gusta. Que compartáis ratos con gente querida. Que podáis desplazaros un poquito a otra parte, aunque sea una excursión rápida, porque renovar los paisajes es bueno para los ojos. Que si podéis hacer más, hagáis más, que sabe dios qué pasará luego. Que donde vayáis os fijéis en que no se esté explotando a nadie para vuestras vacaciones, por favor. Que conectéis con la arena, con la hierba. Que hagáis algo que no hayáis hecho nunca antes —¿Snorkel? ¿Escalada? ¿Sentaros solas a tomar el vermú en una terraza? ¿Dibujar?—. Que dejéis a un lado el fantasma culposo del descanso imposible y os tumbéis a la bartola sin sentir que hay algo a lo que estáis fallando por parar —yo estoy en ello, esta parte es la que más me cuesta—. Que juguéis a cosas: a las cartas, o a las palas, o a larguísimas partidas de Risk. Que recojáis conchitas en la playa y piedras en el río. Que encontréis por azar una verbena y os quedéis bailando. Que os grabéis en los ojos una puesta de sol y una alegría de alguien. Que conozcáis a gente por sorpresa y la escuchéis. Que seáis amables y recibáis amabilidad de vuelta. 

Es para todo eso, ahora lo entiendo, para lo que hace falta no llevarse noticias al verano. Nada es más enemigo de todos esos placeres que la ansiedad sin rumbo del “qué me estaré perdiendo”.

Es verdad también, ya lo sé, que a menudo esa sana costumbre de nuestra desconexión algunos la han utilizado para colarnos trampas con alevosía mientras estábamos entregados al mojito y al vuelta-y-vuelta, en tremenda deslealtad al espíritu de agosto. Contra esto solo puedo decir que igual tampoco hacer falta ser literales con lo que estoy diciendo. Quizá convenga tener, pese a todo, una oreja atenta a lo que pase, pero sin obsesiones. 

Propongo, por ejemplo, una solución creativa: establézcanse pequeñas guardias de acceso a la información dentro de la unidad vacacional. Cada equis días, una persona del grupo —si veraneas sola, te toca más veces— puede ser la encargada de hacer una rápida incursión en el proceloso mar de las noticias. Con tiempo limitado para la expedición, su responsabilidad es no detenerse en serpientes de verano ni en la enésima edición del rifirrafe sobre la isla de Perejil. Solo debe traer algo de vuelta si es realmente cuestión de vida o muerte. Con cada incursión de la que regrese sin nada en las manos quizá podamos ir alimentando la conclusión de que, en efecto, no pasa nada si no estamos refrescando cada diez minutos la pantallita de la actualidad. El subeybaja de las mareas y el crecer de los tomates para el gazpacho seguirán su curso, algo sorprendidos y pudorosos de que por fin les estemos prestando atención.

Ahora nos parece difícil, pero eso es porque tenemos un buen enganche a las noticias y sus discusiones. Pero ya veréis, ya. Habrá un momento del verano en el que, repanchingadas en una terraza mientras cae la tarde, le diremos a quien nos acompaña: “¡Oye, que no he mirado el móvil en todo el día!”. O incluso: “Ay, podría vivir así. Es más, debería vivir así”. Y haremos el firme propósito de intentarlo.

Luego llegará el invierno con sus prisas, y se nos olvidará todo y volveremos a discutir con el Twitter y con el televisor. Pero esa es otra historia, y además también un poco la ley de las cosas. Hay estaciones para la madriguera y el acopio, y otras para la calle y el olvido. Es lo bueno de ir subidas a lomos de esta aeronave que no para de dar vueltas alrededor de una estrella. 

Así que nada, eso sería. Que no hagáis el tonto cuando nos podamos quitar las mascarillas, que no dejéis de poneros protector solar, y que la operación bikini del mundo no os robe una sola alegría de playa. Más o menos con eso lo tenemos encaminado.

Y a la vuelta nos leemos, ¿eh? Ya me contaréis de qué cosas importantes os habéis enterado en el verano sin noticias.  

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Comentarios
  1. Ay, Laura que los amos del mundo no descansan nunca, creo que ni duermen, y aprovechan para colarnos las más gordas cuando más distraídos estamos.

    Nacho Dean – «Caminar»
    Caminar es el medio de trasporte más lento y expuesto. También el más silencioso y ecológico. Un ritmo de vida diferente, tranquilo, alejado del stress y las prisas de los tiempos modernos. Caminar es un acto de rebeldía y sensatez en esta época de ostentación y derroche, de consumismo desatado. Un ejercicio de desprendimiento, ligereza y sencillez, ya que tan sólo llevas las cosas que puedes trasportar con tu cuerpo. Eso hace que cada elemento de tu exiguo equipaje sea valioso. Las necesidades básicas se vuelven grandes prioridades: encontrar comida, un lugar para dormir, protegerse de la lluvia y el sol. Ciegos y sordos paradójicamente en la era de la comunicación, nunca hubo tantas luces y sin embargo nunca antes estuvimos tan perdidos, caminar es un retorno a las raíces, a la conciencia, al momento, al aquí y ahora. La mejor manera de estar en el lugar y el momento presentes, de conocer las regiones que atraviesas, sumergirte en las culturas y constatar el estado medioambiental de los ecosistemas que recorres.
    (Nacho Dean, dió la vuelta al mundo a pié-)

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