Medio ambiente
Las llamas que quedan después del incendio (1): Ourense arde sobre quemado
Recorremos norte y sur, de Galicia a Andalucía, para abordar las consecuencias de los cada vez más frecuentes y potentes fuegos en la península. En esta primera entrega hablamos de la situación en Ourense.
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La fila de árboles y arbustos calcinados que saludan a cada lado de muchas carreteras de la provincia de Ourense cuentan una historia envuelta en llamas a la que no se le da la importancia que merece. Una de esas carreteras, la que penetra en la pequeña localidad de Saa, en el municipio de Carballeda de Avia, da cuenta del desastre a través de árboles que no han podido recuperarse tras casi cuatro años de la brutal ola de incendios que se cebó con la vegetación, la fauna, las viviendas y el vecindario.
“Estamos acabando con el planeta”, lamenta José Serrano, un vecino de 86 años de esa aldea, que regresó a casa en 2001 tras medio siglo en Río de Janeiro, donde trabajó en el sector de la hostelería. Al volver de Brasil, no tardó en constatar que el clima de su tierra no era el mismo que él recordaba. “El año que regresé a Saa fue el último que vi caer la nieve en el pueblo. Cayó un poco y nunca más volvió a nevar”, asegura.
En octubre de 2017, cuando los incendios forestales azotaron con gran virulencia el sur de Galicia (más de 32.000 hectáreas forestales ardieron aquel año en la comunidad gallega), la casa familiar que pasó a ser de su propiedad a su regreso, fue alcanzada por las llamas. No era la primera vez que el fuego llegaba a la localidad, de latitud baja y rodeada de monte por todas partes. Pero José dice que no recuerda otro peor. Había sido un día de bochorno, aunque algo más que los anteriores. Faltaban diez minutos para la medianoche cuando José, O brasileiro, como le llaman cariñosamente sus vecinos, se fue a acostar. Puso la radio, como de costumbre, y escuchó que las llamas habían alcanzado el municipio de Melón, a menos de ocho kilómetros de Saa. Con un acelerado proceso de despoblación, los medios de comunicación son, con frecuencia, la forma más rápida que tienen los vecinos de enterarse de que están sitiados por el fuego. “Me fijé en el fuerte viento que soplaba y me puse alerta. Entonces recibí la llamada de un pariente para avisarme de que los alrededores del pueblo ardían por los cuatro costados. Me vestí, salí de casa y vi el fuego rodeando el pueblo. Me vi acorralado”, rememora.
Sumido por el miedo, reconoce que no pensó en la puerta que había dejado abierta ni en los 600 euros que tenía escondidos en un cajón. El instinto de supervivencia solo le permitía pensar en cómo salir de allí. “Vi a una vecina que estaba guardando dos vacas. Me dijo que subiera a su coche, que había que ir a Carballeda –a unos tres kilómetros de Saa, en una latitud más alta–. Entonces Lixeiriño, mi perro, se subió al coche delante de mí, muy nervioso. Él tampoco sabía dónde meterse”, relata. Cuando llegaron a Carballeda, había más de 1.000 vecinos y vecinas de las aldeas de alrededor arremolinados allí. A las 8 de la mañana le informaron de que su casa había sido alcanzada por el fuego. Un remolino de viento había extendido las llamas del terreno colindante a su vivienda. Poco después supo que un vecino de Abelenda das Penas había fallecido cuando trataba de salvar a sus ovejas. Menciona que, desde entonces, su viuda apaga la televisión cada vez que ve un incendio.
Veranos peligrosos
Con ayuda del seguro y de las administraciones públicas, José pudo rehabilitar su casa, pero lamenta que ya nunca fue la misma que lo vio nacer. Allí vive solo, en 80 metros cuadrados, y sus hijas, médica y fiscal en Brasil, no han podido ir a verlo en todo este tiempo por culpa de la pandemia. “Éramos 250 vecinos cuando me marché. Cuando volví, quedaban 15 familias. Hoy somos unos cuantos vecinos mayores. Ya no se trabajan las tierras, los veranos son muy peligrosos y somos pasto para las llamas”, explica.
Es el mismo abandono por el que en la aldea de Moces, en el municipio de Melón, el fuego alcanzó aquellos mismos días la casa de Patricia Soalleiro, tras extenderse desde una vivienda abandonada hasta la suya. “Hacía un calor horrible y muchísimo viento, vimos que había un incendio por la zona de Pontevedra y no le dimos mucha importancia, pero de repente lo vimos mucho más cerca”, añade. Le dio tiempo a marcharse con su madre y su tía, ambas dependientes, y con su hijo de cinco años, a una casa rural del final del pueblo. Esta vecina se enfadó mucho cuando, después de pedir ayuda a la brigada del Ayuntamiento, esta puso rumbo al siguiente pueblo. “Nos dijeron que no llevaban agua, pero no era cierto. No recibimos apoyo de nadie”, denuncia. Y señala la desatención y la falta de recursos para luchar contra las llamas en el medio rural. El regidor de Melón, Emilio Luis Díaz, aclara que, aunque él no era alcalde en aquel momento, las brigadas municipales “terminan su trabajo en septiembre, por lo que debían ser de la mancomunidad o de la Xunta de Galicia, pero no del Ayuntamiento”, y matiza que aquellos días “fueron una locura” y que los recursos locales son escasos. “Solo disponemos de un camión y una motobomba”, apunta.
Soalleiro descarta la idea de que las zonas rurales estén abandonadas por el desinterés de la sociedad. “Con la pandemia hemos visto cómo la gente ha vuelto a las aldeas. Mi hijo, que lleva gafas y en la ciudad se queja de que se le empañan con la mascarilla, al venir aquí no se queja de nada”, cuenta.
El cambio climático tampoco le ha pasado desapercibido a Patricia, que trabaja varias fincas y observa que, de un tiempo a esta parte, “está todo muy cambiado”. “Cada año cultivamos y recogemos la huerta en una época distinta. El tiempo va cambiando y tenemos que adaptarnos, muchas veces adelantando las cosechas”, explica. El día de aquel incendio, el intenso calor y el fuerte viento provocaron que las llamas envolviesen Moces en tiempo récord. “Parecía una película de terror”, revive esta vecina.
Casi cuatro años después de aquella pesadilla, las instituciones solo han podido llevar a cabo la cobertura de daños materiales, especialmente en viviendas y bodegas, tan importantes en la comarca de O Ribeiro. Luis Milia, alcalde de Carballeda, explica que, “aunque la pandemia lo ha retrasado”, ya han iniciado una segunda fase basada en la recuperación de los montes con fondos europeos, para que el suyo y otros cinco ayuntamientos impulsen polígonos agroganaderos basados en la siembra de cereal en las tierras abandonadas. “La gente joven se va a las ciudades y nadie trabaja las tierras. Por eso son necesarias medidas como esta, para hacer el monte productivo y evitar que el fuego se acerque a las casas”, sostiene. Una medida enfocada a mejorar la calidad de vida de la población rural, pero que no ataja de raíz el problema del calentamiento global.
Un cóctel incendiario
Galicia aprobó hace un año y medio la Estrategia Gallega de Cambio Climático y Energía 2050, un documento que incluye, entre otros aspectos, el aprovechamiento de la absorción de CO2 de los montes. Si bien es cierto que está muy enfocado en medidas de prevención de incendios, también propone algunas acciones de adaptación al cambio climático, como “la identificación de genotipos más acomodados a las nuevas condiciones climáticas” o “el incremento de las medidas para la conservación de la biodiversidad, incluyendo la introducción de especies autóctonas fuera de sus hábitats históricos”.
Para Fins Eirexas, secretario técnico de la agrupación ecologista Asociación para a Defensa Ecolóxica de Galicia (Adega), las medidas de la Xunta de Galicia, junto con el nuevo Plan Forestal aprobado en febrero, son “eslóganes publicitarios”. “La realidad se resume en eucaliptizar Galicia porque existe un interés económico y político en que el monte arda. Es una especie que crece rápido y se regenera rápidamente tras un incendio y, si le sumamos los efectos del cambio climático, se convierte en un cóctel incendiario”, valora el técnico, en referencia a los numerosos monocultivos de eucalipto que hoy pueblan buena parte de los montes gallegos. No así en Ourense. “Existe una presión para introducir eucaliptos en Ourense, como ya ocurrió en la Costa da Morte. Ya no hay una relación directa en el rural entre la población y la tierra, y esa conexión es buscada, interesa que la gente abandone el medio rural”, añade el técnico, quien es contundente en afirmar que “la gran mayoría de los incendios en Galicia son provocados”.
Desde Adega advierten que la Xunta deja “cada vez menos dotadas de servicios a las zonas rurales y centra las inversiones en las ciudades”. “Hay determinados sectores económicos interesados en ocupar esos espacios para negocios como parques eólicos. No es casualidad que muchos proyectos de megaparques eólicos estén centrados en O Courel, en Lugo, o en el Parque Natural del Xurés, entre Ourense y Portugal, que arden con fuerza en los últimos años”, señala Eirexas.
Una evidencia del interés político-económico de los incendios en Galicia es, en su opinión, “la defensa que hace el PP en Galicia de los intereses de Ence”, una compañía de celulosa de eucalipto que genera una gran controversia en la comunidad gallega. Su fábrica, al pie de la ría de Pontevedra, es tildada de contaminante y no sostenible por la entidad ecologista. Adega ve una relación de “puertas giratorias” entre la Xunta de Galicia y la compañía. “Al menos dos” miembros del consejo de administración de la entidad “estuvieron en la alta dirección y fueron altos cargos en el PP en la época con mando de Fraga Iribarne”, denuncian los ecologistas. Se refieren a Isabel Tocino, exministra de Medio Ambiente en el gobierno de José María Aznar, y Carlos del Álamo, exconselleiro de Medio Ambiente en el ejecutivo autonómico de Fraga. Del Álamo fue también director xeral de Montes y, posteriormente, de Conservación de la Naturaleza del mismo gobierno gallego. Tocino es, además, consejera en la actualidad de Enagás y vicepresidenta de Banco Santander.
La incidencia del cambio climático en los incendios del monte gallego estaba escrita. Un estudio del panel de expertos en esta materia en Galicia ya ponía el acento en la despoblación o en el proceso de mediterranización por una sequía más intensa y una menor disponibilidad de agua. También reveló que una mayor cantidad de CO2 en la atmósfera por emisiones de origen fotogénica iba a provocar un crecimiento más rápido de la vegetación. El informe concluía que los incendios serían más intensos y desestacionalizados, como ha ocurrido en las últimas dos décadas: han dejado de ser un fenómeno del verano para presentarse en otoño, primavera y hasta en invierno. En 2017, el desastre que asoló Ourense y Pontevedra se desató en pleno mes de octubre.
Eirexas pone el acento en la característica particular de Ourense, con una incidencia del cambio climático mucho más notable que en otros lugares. “Si ya estaba en el límite entre el clima mediterráneo y el atlántico, ahora es mucho más seco, lo cual no tiene nada de malo, salvo que viene acompañado de la despoblación, de más incendios y de una mayor extensión de cada uno de ellos”, cuenta. El verano pasado, el Parque Natural del Xurés sufrió una agresiva oleada de incendios, con más de 1.000 hectáreas quemadas, además de la muerte de muchos animales y de un piloto portugués que luchaba contra el fuego al estrellarse la avioneta con la que trabajaba. Los fuegos también se declararon con contundencia en los municipios de Cualedro, Chandrexa de Queixa, Monterrei, Verín o Viana do Bolo.
Frente al conjunto de territorio forestal de Galicia, el monte ourensano parte de una ventaja con la solución que introduce Adega, tanto para atajar los incendios como el efecto del cambio climático. “Nos dicen que el eucalipto es rentable porque da beneficios inmediatos, pero varios estudios demuestran que, aunque la apuesta por las especies autóctonas aportaría más rentabilidad a largo plazo, además de una mayor sostenibilidad, porque conforman un ecosistema que es muy rico. Hay que cambiar el modelo forestal y apostar por medidas que aprovechen la madera en beneficio del pastoreo y de otros sectores, más respetuosas con el medio ambiente”, concluye Eirexas.
En el balcón de su casa rehabilitada, O brasileiro mira a las nubes y recuerda cuando, hace ya muchos años, veía pasar un avión cada ocho días. Hoy ve al menos veinte. Mira al suelo y recuerda también a los muchos vecinos que conoció en su niñez, los que están y los que se han ido. Hoy se cuentan con los dedos de las manos. Observa también el terreno que trajo las llamas hasta su hogar y la riqueza forestal que rodea Saa. Y se pregunta si el futuro estará en el cielo o en el suelo.
CUANDO SE JUNTA LA DESIDIA GUBERNAMENTAL Y EL PASOTISMO DE LA GENTE VES COMUNIDADES AUTONOMAS CON EL MONTE MUY ABANDONADO Y QUE FACILMENTE PUEDE ACABAR ARDIENDO, MIENTRAS VES OTRAS COMUNIDADES MAS CULTAS Y PREOCUPADAS POR EL BIEN COMUN EN LAS QUE RARA VEZ HAY INCENDIOS.
Fins Eirexas creo que da en el clavo:
“La realidad se resume en eucaliptizar Galicia porque existe un interés económico y político (y más con el sesgo del gobierno que tenéis los gallegos) en que el monte arda. Es una especie que crece rápido y se regenera rápidamente tras un incendio y, si le sumamos los efectos del cambio climático, se convierte en un cóctel incendiario”.
“Existe una presión para introducir eucaliptos en Ourense, como ya ocurrió en la Costa da Morte. Ya no hay una relación directa en el rural entre la población y la tierra, y esa conexión es buscada, interesa que la gente abandone el medio rural”,
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Pablo López, El Confidencial: El veto al eucalipto en Galicia ha tenido un efecto totalmente contrario al que se buscaba. En realidad, lo que se ha demostrado contraproducente no es la moratoria en sí, que impedirá a partir de junio nuevas plantaciones allí donde no esté consolidado, sino su anuncio con varios meses de antelación. Como se temían los colectivos ecologistas, propietarios de monte se han lanzado a cultivar el polémico árbol, que acidifica el suelo y arde con extrema facilidad, con el objetivo de consolidar como zonas eucaliptales parcelas destinadas actualmente a otras especies, bosques autóctonos incluidos. Al menos eso se desprende del desabastecimiento en los viveros gallegos, como consecuencia del incremento de la demanda. La Xunta replica que “no hay evidencias” de ese ‘efecto llamada’.
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«No es solo apagar incendios, sino limpiar los montes»
Milladoiro, Susana Seivane, Luís Tosar, Manuel Rivas, Guadi Galego, Suso de Toro y así, hasta setenta nombre propios relacionados con el mundo de la ciencia, el arte, el cine, la ecología y la cultura en general han firmado y apoyado el manifiesto Máis prevención cara unha menor extinción. Se trata de una proclama en defensa del monte gallego que pasa por «un cambio radical del paradigma defensivo y extintivo». Así arranca un manifiesto impulsado por Leticia González, Xoán Lois Cabreira, Carlos Dacosta y Sergio Martín, bomberos forestales de la brigada Viladesuso en O Baixo Miño. «No es solo apagar fuegos, sino limpiar los montes», sintetiza Cabreira. Explica el giro de 180 grados que, consideran, ha de darse a las políticas preventivas para frenar esta lacra medioambiental, social y económica.