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Perú: el máximo exponente de la polarización

El Perú eligió este domingo entre un candidato de izquierda real, de raíz marxista, y Keiko Fujimori, hija del Presidente conservador que ocupó el poder una década después de promover un autogolpe

Papeleta electoral de Perú. CHEEP / Licencia CC BY-SA 4.0

Este análisis sobre Perú ha sido publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.

SILVIO FALCÓN* | Uno de los objetivos de los sistemas presidencialistas es generar tendencias centrípetas; hacer bascular el sistema de elección del jefe de Estado y de gobierno hacia la moderación y la competencia por un espacio central común. Así pasa en la mayor parte de los países de América Latina, donde los candidatos y candidatas en primera vuelta acostumbran a defender un programa político de máximos, que queda matizado por una segunda vuelta donde se lanzan a la conquista del centro político. Recientemente, esto ha sucedido en Ecuador, donde Guillermo Lasso matizó muchas de sus propuestas para vencer en el segundo turno al candidato correísta Andrés Arauz

Perú ha sido ejemplo de lo contrario. La tan mencionada polarización es realmente existente entre las dos propuestas que competían este pasado domingo por alcanzar la Presidencia de la República del Perú. En primer lugar, porque ninguno de los dos candidatos logró llegar a un 20% de los sufragios en la primera vuelta, hecho que hace indicar que la mayor parte de sus apoyos son condicionados. Sufragios marcados por la fobia o el miedo a un u otro candidato. Los votantes de Pedro Castillo, el profesor candidato de Perú Libre, serán en primer lugar antifujimoristas, después de izquierda y en último lugar partidarios de la propuesta política del candidato. Lo mismo ocurre entre los votantes de Keiko Fujimori, que centró su campaña en alarmar a la población, advirtiéndola de una victoria de Castillo implicaba una victoria del comunismo. Cabe destacar también que en las últimas semanas Keiko pareció haberse olvidado de su padre Alberto, consciente de las resistencias que genera su figura en el Perú.

¿Pero entonces, en una contienda con dos adversarios tan diferentes, cómo apropiarse del espacio central? Curiosamente, ambos han apostado por lanzarse a convencer gente a través de símbolos. Castillo, siempre ataviado con un sombrero, se rodeaba de lápices que simbolizaban su carrera como maestro y su lucha sindical; así como su voluntad de promover la educación en el país. Un acertado símbolo de su persona y su ideología. Keiko Fujimori, por su parte, ha abandonado la vestimenta formal y ha sido vista en público con camisetas de la selección peruana, chaquetas del mismo combinado y otros complementos que exhibían la bandera y el escudo del país. Símbolos banales para eliminar resistencias y ofrecer cercanía.

Los resultados electorales han ofrecido un estrecho margen favorable a Pedro Castillo, que con toda probabilidad alcanzará la Presidencia. Las acusaciones de irregularidades por parte de la candidatura de Fujimori quedan empañadas por la confianza de la Organización de Estados Americanos en el proceso electoral. Esta organización, clave en la repetición electoral en Bolivia en 2019 y 2020, ha optado por la prudencia y llama a las fuerzas políticas a la calma, constatando además el ajustado resultado por el que se decidirán estas elecciones.

La llegada de Pedro Castillo a la Presidencia estará marcada por los límites de un sistema político peculiar. Y es que el sistema presidencial peruano otorga un rol central al Congreso, que lo faculta para destituir al Presidente –como ocurrió en los intentos de destitución de Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra– y ante el que rinde cuentas el Primer Ministro. Y es que Perú es el único sistema semipresidencial de América Latina, donde el Presidente retiene funciones ejecutivas pero, a su vez, cuenta con un Primer Ministro encargado de dirigir el día a día de la acción de gobierno.

La debilidad de los principales partidos políticos en la cámara legislativa (Perú Libre solo tiene 32 escaños de un total de 130 miembros) hace necesaria la confección de alianzas de amplio espectro para garantizar la gobernabilidad y la viabilidad de los proyectos que impulse el poder ejecutivo. Este aspecto es aún más relevante si tenemos en cuenta que Pedro Castillo propone la elaboración de una nueva Constitución para el Perú, aunque recientemente afirmó que respetaría la carta magna vigente (de 1993) y a sus instituciones “hasta que el pueblo lo decida”. Parece que queda descartado un proceso constituyente en Perú, al estilo del chileno, al menos en la próxima legislatura.

La elección presidencial en Perú de este año 2021 ha confirmado varias tendencias regionales. En primer lugar, el antagonismo extremo entre los dos candidatos principales recuerda más a unas elecciones en Brasil o en Venezuela que a otros países con dinámicas más centrípetas como Argentina, Chile e incluso Ecuador. En segundo lugar, la desafección ha jugado un papel central –en consonancia con lo ocurrido en Ecuador-, con un 5,65% de votos nulos (más de 1 millón). Este porcentaje lleva una década al alza, en paralelo a los casos de corrupción que han salpicado las presidencias de Alan García, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra. En tercer lugar, se confirma un giro a la izquierda en el continente, marcado por las elecciones en Argentina y Bolivia, así como las constituyentes en Chile –pero con importantes excepciones en Ecuador o Uruguay-. Cabrá ver si esta dinámica tiene continuidad en los próximos comicios brasileños, a celebrar en octubre de 2022.

En conclusión, el nuevo gobierno de Perú habrá de trazar estrategias de concordia que profundicen en la redistribución y en la reducción de desigualdades, así como en la lucha contra la pandemia. Este país es el que tiene una mayor tasa de mortalidad por COVID-19 del mundo, un dato funesto que debería incitar a gobierno y oposición a reforzar las instituciones y desarrollar nuevas políticas de protección social. Las recomendaciones de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) para toda la región encajan con el programa social de Castillo, ya que según datos de la misma la pandemia ha generado un retroceso en términos de pobreza de unos 12 años. La CEPAL es clara: Urge avanzar hacia un Estado de bienestar con sistemas de protección social universales, integrales y sostenibles, en base a un nuevo pacto social. Ese nuevo pacto social necesita del concurso de la derecha peruana, así como también del fujimorismo, para garantizar un verdadero cambio tras estos comicios. 

La polarización electoral, por tanto, debe dar paso a un gobierno liderado por el profesor Pedro Castillo que, alejado de las acusaciones de fraude electoral, sea capaz de colaborar con el Congreso y la oposición para hacer frente a los muchos e importantes retos en materia social, climática o sanitaria que el Perú debe afrontar.

*Politólogo y profesor asociado a la Universitat de Barcelona

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