Opinión
Oriol Junqueras y la estrategia realista para la independencia
El presidente de ERC publica un artículo en el diario ARA donde hace autocrítica de alguna de las acciones del independentismo en los últimos años, al tiempo que dibuja el camino a seguir.
Este artículo ha sido publicado originalmente en Catalunya Plural. Puedes leerlo en catalán aquí.
El lunes, el diario ARA publicaba un artículo de Oriol Junqueras que, en cuestión de pocas horas, sacudía la comunidad mediática y política. Junqueras no pedía perdón por ser independentista, como muchos de los medios de ámbito estatal han querido hacer creer. Tampoco renunciaba a la independencia. De hecho, el titular que más se pudo leer era que “Junqueras rechaza la unilateralidad”. La palabra unilateralidad, aunque planeaba en todo el artículo, no se mencionaba ni una sola vez.
A las puertas de los indultos, la sensibilidad es tan elevada y el momento político es tan complejo que todo el mundo quiere arrimar el ascua a su sardina. Las palabras de Junqueras deben entenderse desde la valentía de alguien que dice lo que es, en una época donde sale más a cuenta decir lo que quisieras que fuera. Lo que explicaba en el artículo el presidente de ERC no era nada que no estuviera en la mente de muchos, ni nada que no pueda ser sostenido a través de un razonamiento lógico bien simple.
Primero, Junqueras decía que “debemos ser conscientes de que nuestra respuesta tampoco fue entendida como plenamente legítima por una parte importante de la sociedad, también de la catalana.”
Esta es la primera obviedad que, hasta ahora, no se había podido decir en voz alta. Es evidente que en la porción independentista que consideraba, por ejemplo, que los resultados del uno de octubre gozaban de la legitimidad suficiente para implementar unilateralmente la República, se le oponía una porción igual o superior en el sentido contrario. De Junqueras a David Fernández, la gran mayoría independentista acepta que la unilateralidad es inconcebible, y lo es por una sencilla razón: nadie ha sido nunca capaz de explicar cómo se hace. No es un problema de filiación política ni ideológica. Es un problema estricto de realpolitik. El independentismo no tiene ni la fuerza física, ni la fuerza de ley, ni la fuerza de la diplomacia para forzarla. A partir de ahí, todo proyecto político que intente vender la unilateralidad como un proyecto político realizable, debe relacionarse directamente con aquella canción propia de la época navideña: humo, humo, humo.
Segundo, Junqueras afirmaba que el proyecto político debe ser el de la defensa de la autodeterminación: “Defendemos la autodeterminación porque queremos que toda la ciudadanía de nuestro país, toda, pueda decidir si desea que Catalunya sea un estado independiente en forma de república o si apuesta por mantenerse dentro del estado español.”
De fondo, el razonamiento de Junqueras para situar el debate en torno al derecho de la autodeterminación en lugar de hablar de la independencia como un fin en sí es mismo es una estrategia coherente para conseguir la independencia. El derecho a la autodeterminación –que culminaría con el referéndum de autodeterminación–, disfruta de una mayoría transversal en la sociedad catalana. La independencia no. Es más sencillo (aunque es muy complejo igualmente) conseguir el referéndum que la independencia –sin referéndum–. Ahora bien, Catalunya no tiene el derecho a la autodeterminación. Si lo tuviera lo hubiera ejercido, y eso no quita el hecho de que Catalunya debería tener la posibilidad a autodeterminarse. Es de hecho una exigencia de alto valor democrático que no debería limitarse exclusivamente a ex colonias.
Pero si la unilateralidad queda descartada, y el derecho a la autodeterminación es muy complicado de conseguir, ¿qué es lo siguiente que queda? Pues, como bien dice Junqueras en el artículo, la vía escocesa: “Y hoy seguimos creyendo que la mejor vía para hacerlo, como siempre hemos defendido, es la vía escocesa. La vía del pacto y el acuerdo, la vía del referéndum acordado. Es la opción que genera más garantías y reconocimiento internacional inmediato. Porque sabemos que otras vías no son viables ni deseables en la medida en que, de hecho, nos alejan del objetivo a alcanzar.”
Esta vía no implica una reformulación del derecho internacional sino un acuerdo bis a bis entre Catalunya y el Estado, al igual que lo hizo el ejecutivo de Cameron en el Reino Unido con el de Alex Salmon en Escocia. Porque, recordemos, este fue un acuerdo puntual fruto de unas circunstancias concretas. En ese momento, Cameron tenía cierta confianza –tal como mostraban todas las encuestas– en que el No ganaría al Sí. Asimismo, el pacto por el referéndum implicaba que el SNP debía renunciar a la opción de una segunda pregunta en la que se pretendía plantear la posibilidad de que Escocia se quedara dentro del Reino Unido pero disfrutando de mayores competencias. ¿Qué dice hoy Boris Johnson, ante la demanda de un nuevo referéndum? Pues que sería “irresponsable” y “temerario”. Ni Reino Unido era la utopía demócrata antes, ni ahora representa el paradigma autocrático.
Junqueras sabe que sin el apoyo de la izquierda nacionalista vasca, gallega y catalana, no habría gobierno del PSOE. Y sabe que, una vez los presos políticos salgan de la cárcel, el PSOE seguirá necesitando su apoyo. Y de la correlación de fuerzas favorables, salen posibles escenarios ventajosos.
Quien aproveche la ocasión para tachar de cobarde a Junqueras argumentando que lo mencionado implica una renuncia en términos de lucha independentista, o se hace trampas al solitario, o busca cínicamente sacar réditos políticos. Porque no se puede renunciar a lo que no se tiene. Lo que hace Junqueras es pensar en cómo conseguirlo, una vez comprobado que el camino recto –por culpa de un estado que surgió del contexto del posfranquismo y de un gobierno que prefirió quemar el bosque a cuidarlo–, daba a un callejón sin salida.
“Defendemos la autodeterminación porque queremos que toda la ciudadanía de nuestro país, toda, pueda decidir si desea que Catalunya sea un estado independiente en forma de república o si apuesta por mantenerse dentro del estado español.”
Legítimamente todos los pueblos tienen derecho a ser libres de un estado opresor, de un estado anquilosado en el pasado, «del sometimiento de alguien que es peor que uno».
Así de claro, y ¿ésto puede constituir un delito?. Luego dicen que España es una democracia. Seguimos bien atados.
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Es conocida la pulsión histórica de la derecha para preservar «su finca» jugando sucio en un sistema democrático (dentro de lo que cabe) que no tolera pero se sirve de él o si conviene le ataca manu militari, por eso cuesta entender que la izquierda a veces la siga en los campos del neoliberalismo o patriótico tan alejados de la justicia social.
A la izquierda le corresponde defender políticamente la bandera de la libertad, la igualdad y la fraternidad, no los intereses de los poderosos, en caso contrario regala a la derecha el rol de salvadora de los problemas que la misma derecha genera. (Carme Vinyoles- El Punt))