Cultura

‘Yo, mentira’. La historia de una mujer en busca de su identidad perdida

Esther López Barceló nos trae esta semana a Silvia Hidalgo, que cuenta en este libro la vida de una mujer que podríamos ser cualquiera.

#UnaMareaDeLibros es una sección compartida por Esther López Barceló y José Ovejero. Textos, vídeos y ‘podcasts’ para hablar de libros y, por supuesto, de la realidad. Cada fin de semana, en lamarea.com

«En la vida a veces hay que ser infiel a tu familia, a tus amigos y a tu trabajo para ser un poco más tú y dedicarte tiempo a ti misma». 

S.H.

Silvia Hidalgo es una autora sevillana que acaba de publicar su segunda novela, Yo, mentira (Ed. Tránsito). En la primera, Dejarse flequillo, su protagonista es una joven de 18 años que aspira a llegar a ser «el momento inolvidable de alguien». Así es la prosa de esta autora: pulida, cuidada y aparentemente sencilla por cuyas rendijas se cuelan imágenes brillantes. Es cierto lo que dicen de que sus personajes te acompañan durante días. Es el caso de la protagonista de Yo, mentira: una mujer de mediana edad –de quien desconocemos el nombre– que está casada con El Escritor y es madre de un hijo muy pequeño todavía. 

La narradora es la propia protagonista, que nos toma de la mano para sumergirnos en su universo particular lleno de amor, miedos y también, cómo no, contradicciones. La novela aborda su vida durante un lapso de tiempo relativamente corto, tal vez tres o cuatro meses, en el que se enfrenta a una crisis de identidad que la conducirá por caminos insospechados. Ese conflicto interior será el hilo conductor de una historia en la que finalmente, como bien dice Sol Salama –editora de Tránsito– la autora consigue que estemos «todas contadas»

No es necesario ser blanca, heterosexual y cisgénero para verse reflejada en muchas de las situaciones y preguntas que se le plantean al personaje. Es una mujer que de repente se ve a sí misma desde fuera y se siente ajena a los apelativos que la nombran: madre, esposa, profesional… No se siente representada en ellos pero, a la vez, tampoco sabe verbalizar a qué estado alternativo aspira. Es una mujer sin espacio propio en una casa pequeña que va menguando a medida que su hijo crece y que encuentra refugio en su coche y compañía en la música de la radio. Una mujer que siente deseo por su marido pero que necesita que alguien nuevo la redescubra para poder ser otra antes de que ya sea tarde. Una mujer que ama a su hijo pero que se siente extraña sabiéndose madre. Una mujer que, aunque sea fragmentariamente, nos identifica –si no a todas– a demasiadas de nosotras. Silvia Hidalgo, con un estilo ameno –que no vulgar–, te atrapa desde el primer instante llevándote de viaje con ella por la vida de esta mujer que podríamos ser cualquiera

Hidalgo consigue algo tan difícil como es contar la rutinaria cotidianeidad, en la que aparentemente nunca pasa nada, logrando no solo que sus azares interesen sino que sus imágenes acompañen al lector aun cuando ya haya abandonado la lectura. La autora aporta verdad a cada palabra, tanto que parece que no ficcione sino que transcriba su propia realidad. Pero no es así, Silvia apenas tiene que ver con la protagonista pero sí se ha basado en mujeres que conoce, con quienes comparte experiencias, a quienes observa para imaginarlas en situaciones diferentes y arriesgadas. 

Yo, mentira es también –como su propio titulo adelanta– una reflexión en torno a lo que entendemos por identidad, lo que creemos que nos define, donde reside la esencia de lo que somos. La autora para ello desmenuza los pensamientos prohibidos e inconfesables de la protagonista y salpica con ellos la trama para hacer un ejercicio de honestidad peligroso y necesario: «Nunca he sido algo del todo, siempre he sido algo provisional a la espera de ser otra». Pero es además una novela sobre la difícil relación entre una madre y un hijo que aún no se comunica pero ya sabe amar: «Cuando la luz le hace abrir los ojos, encuentra los míos y sonríe; como un par de amantes, este es el momento en el que más nos queremos».

Silvia Hidalgo contesta a mis preguntas al otro lado del teléfono, refugiada en su coche. En eso sí es como su personaje. En el interior de su vehículo halla lo más parecido a una habitación propia, allí es donde escribe mentalmente sus relatos antes de sentarse a teclearlos al ordenador. Le pregunto, obligada por la carga de veracidad de su escritura, acerca del carácter autobiográfico del libro y me responde que, como todo lo que escribe, siempre «parte o nace de un sentimiento íntimo», pero se aleja a una distancia prudencial de sus novelas para mantener una posición crítica. «Algunas anécdotas sí son mías, otras son de mujeres como yo, otras se nutren de aquello que me podría haber pasado si hubiera tomado decisiones diferentes, pero mi protagonista es mucho más arrojada que yo. Al final, la novela es una autoficción colectiva».

Silvia Hidalgo me confiesa además que su marido, al leer el libro, la reconoció más en el personaje de El Escritor que en el de la narradora. Otro aspecto fundamental en el libro es la relación con el hijo que, en el mundo real, es hija y mayor que el niño de la protagonista. Pero, por supuesto, la describe partiendo de su experiencia en esa fase en la que aún no puedes comunicarte con él y se pasan «largos ratos de silencio en los que compartes el tiempo con una persona a la que no puedes hablar; quería reflejar esos momentos porque, ¿cómo se le habla a un niño?».

«Lo dejo suelto y lo llamo. Nada. Así pasamos la tarde, sin entendernos, en una cacería donde los dos somos presas exhaustas».

Conversamos sobre esa sensación de que, tanto en la vida como en la novela, parece que no pasa nada, tan solo se sucede la rutina. Todos los días son iguales. Y cuando eres madre parece que solo exista el niño y únicamente hables de él. Silvia me cuenta que quería hablar de esa sensación tan íntima de adentrarse en lo que le pasa por la cabeza a una de esas mujeres a las que no les pasa nada pero quieren que les pase. 

Hablamos sobre su proceso de escritura y Silvia Hidalgo me confiesa que no se sienta ante la pantalla en blanco del ordenador esperando ver qué sale. Solo comienza una novela después de haberla escrito antes mentalmente en su coche, esperando a que su hija salga del colegio o mirando a la gente en el supermercado. Es por eso que cuando por fin se sienta a trabajar con las manos sobre el teclado aprovecha muy bien el tiempo porque «la masa madre ya está preparada con antelación». 

Como muchas de nosotras sufrimos del síndrome de la impostora, Silvia padece el de la intrusa pero está acostumbrada porque es ingeniera informática, una profesión muy masculinizada. Y, cuando empezó a moverse por el mundo de la literatura casi se disculpaba por haberse colado en un espacio que no era el suyo. Incluso me cuenta que una vez una escritora muy conocida la interrumpió para recordarle que escribir no tenía nada que ver con la profesión ni con cualquier otra cosa, porque escribir es algo aparte.

Silvia me dice que empezó a escribir «con la ambición de terminar de contar una historia, cuando tuve a mi hija y me quedé encerrada con una niña con la que no podía hablar de mis cosas. Entonces encontré el desahogo en la escritura». En sus primeros textos la guió una escritora sevillana llamada María José Barrios. Cuando acabó la primera novela buscó editoriales independientes andaluzas que se la publicaran y encontró una gran recepción en Amor de Madre, experiencia que adjetiva como «maravillosa». «Yo no tenía ningún nombre, ningún respaldo, y por eso fue tan gratificante ese cuidado que pusieron tanto en mí como en el propio libro. Desde entonces creo que puedo declararme autora indie para siempre». 

Le preguntó cómo llega Yo, mentira hasta la editorial Tránsito y me cuenta que fue el resultado de «una corazonada». Silvia se emociona al recordar cómo fue un amigo y gestor cultural quien le hizo llegar el texto a la editora: «Nunca olvidaré el audio de Sol Salama en el que me dijo, con su voz profunda y pausada, que le había gustado mucho la novela. Ha sido uno de los mensajes más bonitos que he recibido en mi vida. El concepto de la editorial y la honestidad de Sol, quien sin saber quién era yo apostó por un manuscrito tan huérfano, son un regalo. Es una editora que dedica horas y horas a estudiar la historia, palabra por palabra, punto por punto. Hay autenticidad en esa forma de hacer. Sabes lo que te vas a encontrar cuando compras un libro de Tránsito. Y eso para mi es más importante que muchas otras cosas».

Me confiesa además que esta novela nació como huida de otra en la que estaba atascada. «Voy a hacer una cortita en verano», pensó. Y, para acabar la conversación le pregunto por la dedicatoria del libro: «A mi padre, que odiaría esta novela». Y me cuenta que murió hace un año y desde el principio tenía muy claro que se lo dedicaría. Rememora los desencuentros habituales entre un padre y una hija de generaciones tan distintas y defiende que no fueron un obstáculo para que, al mismo tiempo, hubiera un profundo amor entre ellos: «Yo sé que no le hubiera gustado la novela pero también sé que le habría encantado que se la dedicara». 

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