Internacional
Las voces diversas del estallido social en Colombia
Colombia celebró el 28 de mayo su primer mes de protestas, replicadas por todo el país, el segundo más desigual de Latinoamérica
Dos grandes ollas de latón yacen al fuego bajo un letrero que dice “Portal Resistencia” reescrito con tinta roja. El grupo de cocina camina de un lado a otro, alguien donó varias libras de arroz y toca ponerlas a hervir. Unos metros más allá, en la plazoleta de lo que antes se llamaba Portal Américas, la terminal de la línea sur de TransMilenio, el sistema de transporte masivo de Bogotá (Colombia).
Este será el almuerzo de muchos manifestantes y curiosos que se acercan a la improvisada cocina atraídos por el olor que desprende la sopa. “La olla comunitaria puede dar de comer a entre 200 y 300 personas diarias”, explica su cocinera principal, Rubí, con un acento costeño que no se le ha borrado pese a llevar ocho años en Bogotá. “Tengo la esperanza de que Colombia despertó”, dice la cocinera desempleada, de 43 años. “Los mayores viendo esa lucha de los jóvenes, donde se han puesto vidas y sangre, van a tener una mejor mentalidad de cara a las elecciones del próximo año”, sostiene..
“El Bogotazo [una ola de protestas y violentos disturbios que se iniciaron en la capital en 1948] fue hace muchos años. Ahora, ¿cómo lo llamaríamos?”. Duda, mira a su alrededor y sigue: “Es el paro humanitario. El paro por una Colombia mejor, más justa, por reformas que sí convienen al pueblo colombiano”, concluye Rubí, sujetando un cucharón de madera gigante, antes de volver al “calor de la olla”.
Colombia celebró el 28 de mayo su primer mes de protestas, replicadas de forma masiva por todo el país. Si bien la reforma tributaria –retirada por el gobierno de Iván Duque durante la primera semana de movilizaciones– fue la mecha del estallido social, las movilizaciones sociales han sido un catalizador de frustraciones, demandas y necesidades más amplias, derivadas de años de carencias estructurales en el segundo país más desigual de América Latina.
El sistema de estratificación
No es casualidad que los puntos de resistencia de las marchas en las grandes ciudades colombianas confluyan en las periferias, en los barrios populares, empobrecidos. El 80% de las familias de menores ingresos perdieron su empleo por la pandemia. En un país donde la sociedad se divide por estratos (del 1 al 6, siendo el primero la población más vulnerable), la estratificación marca casi de por vida las oportunidades de las personas.
Pese a que el sistema de estratos fue diseñado en los años noventa como una manera de clasificar a la población respecto a las cualidades de la vivienda y poder ofrecer así subsidios, este sistema único en Latinoamérica “empezó a cristalizar esa segregación socioeconómica de la ciudad”, explica a lamarea.com Adriana Hurtado, urbanista y antropóloga de la Universidad de los Andes, apelando a que el sistema hace más difícil la diversidad: “el estrato termina siendo un indicador, incluso un predictor, de las oportunidades educativas o laborales”.
“Lo que pasa en las grandes ciudades de Colombia no es nada comparado con lo que vivimos en los territorios que habitamos los pueblos negros. No es un fenómeno nuevo, sino una lucha de años. Nuestra lucha es más fuerte por toda la carga histórica que acarreamos”, dice Angie, una joven procedente de Tumaco, Nariño, una de las regiones del sur del país más afectadas por el conflicto armado y las guerras del narcotráfico.
La tasa de desempleo juvenil se sitúa en el 24% en Colombia. “Esa desigualdad social está también espacialmente delimitada. Es muy fácil que en las protestas también se puedan rastrear de manera diferenciada en el espacio”, prosigue Hurtado, “todas las periferias o los barrios populares, de origen informal, concentran la mayor cantidad de jóvenes con dificultades de acceder al empleo y a la educación”. Ese es motivo por el que las protestas terminan masificándose allí y “la represión policial se concentra más en estas zonas respecto a las movilizaciones convocadas en otros barrios de estratos más altos y acomodados”, concluye la urbanista.
Los jóvenes al frente de las protestas en Colombia
Es la inequidad, que golpea con más dureza a los jóvenes de los barrios populares, sumidos en la precariedad e informalidad, lo que sacó a miles de ellos a las calles. Como presagio a esta premisa, en el concierto de “Portal Resistencia”, una banda local interpreta el Baile de los que sobran, del grupo chileno Los Prisioneros. Custodiando el escenario están los muchachos de la Primera Línea que tararean bajo sus pasamontañas la letra de la icónica canción protesta: “Únete al baile / de los que sobran / nadie nos va a echar de más / nadie nos quiso ayudar de verdad”. Su vestimenta destaca entre los manifestantes: cascos de obrero baratos, guantes, máscaras de gas. Solo dejan ver sus ojos, así evitan ser identificados por la Policía.
Soga, como se hace llamar un joven alto y delgado, cuenta que lleva peleando por la democracia del país desde 2017, cuando entró en la Universidad Nacional de Colombia, una de las únicas dos universidades públicas de la capital, Bogotá. “Primero que todo me mueve el abuso policial, no es justo que nos repriman de esta manera”, se queja. Más de 60 personas han muerto desde el inicio de las manifestaciones y 43 estarían presuntamente vinculadas a la fuerza pública, según la ONG local Temblores.
Los chavales de la Primera Línea sienten el miedo de ser un número más en ese recuento aproximado: “Desde que sales de casa no sabes si vas a volver. Como miembro del grupo tienes que estar mentalizado de que puedes morir”, dice Soga, mientras recibe un jugo y un plátano de una compañera. “Nos organizamos de una manera que tanto el pueblo como la Policía nos identifiquen para que no crean que somos vándalos, porque así es como nos ven”. Y reitera: “no somos un grupo de ataque, sino de respuesta”.
Durante este Paro Nacional han surgido con fuerza los grupos de Primera Línea, similares a los que se vieron en las protestas de Chile en 2019. Son “pelaos”, como llaman a los jóvenes en Colombia, la mayoría procedentes de barrios populares, que ponen el cuerpo frente a los ataques del ESMAD (Escuadrón Móvil Antidisturbios) y la Policía cuando estos reprimen violentamente las manifestaciones.
Su única protección son los improvisados escudos, hechos con madera, señales de tráfico y cubos de latón. “Resistencia con ovarios. Detrás de esta máscara hay una idea y las ideas son a prueba de balas”, escribió en su escudo rosa Yarlín, miembro Escudos Azules, un grupo que surgió en las marchas de 2019.
Casi todos los muchachos tienen marcas de combate. Los que corren más suerte muestran sus quemaduras por los impactos de las aturdidoras o los gases lacrimógenos. Otros han perdido ojos e incluso han recibido disparos con armas de fuego. Al menos 3.400 personas han resultado heridas en poco más de treinta días de movilizaciones. Las mujeres que salen a las calles a protestar se enfrentan además a los abusos sexuales, más de 22 casos registrados de violencia sexual por parte presuntamente de la Policía Nacional, según la ONG Temblores.
“Tuve el caso de una chica de Primera Línea que la retuvieron y la manosearon. Le hicieron desnudarse entera”, relata Sami, líder del grupo en “Portal Resistencia”. La joven de 25 años, pedagoga infantil y madre de dos niñas, expresa que siente miedo de ser un “falso positivo”, como se conocen a las desapariciones forzosas de civiles a manos de los militares en el marco del conflicto armado colombiano. Su temor no es irracional, más de 100 personas siguen desaparecidas en el marco de las protestas.
Mamás de Primera Línea
Ante la represión cometida por la fuerza pública cuando cae la noche, un grupo de madres de la localidad de Kennedy, en Bogotá, decidieron formar la Primera Línea de Mamás, lideradas por Vanessa. Son madres cabeza de familia guiadas por ese instinto primario de madre: el de proteger a sus hijos y a los jóvenes del barrio. “Nadie nos ha entrenado, simplemente nos paramos duro frente al ESMAD y resistimos lo que venga”, cuenta bajo el anonimato una de las seis integrantes.
Su espontaneidad es patente. “Mi mamá es una bandolera”, fue la respuesta del hijo pequeño de una de ellas cuando la reconoció en los informativos de una televisión local. “Nosotras les decimos que no tengan miedo, que vamos a volver a casa y que estamos aquí por su futuro”, repiten estas mujeres que se han ganado el respeto de los más jóvenes y veteranos en los enfrentamientos con la Policía.
Son madres colombianas que no aguantaban más el dolor de ver morir a sus hijos e hijas. Mamás de Primera Línea en las manifestaciones y en el frente del cuidado, en sus hogares. Las más golpeadas por las crisis derivadas de la pandemia han sido las mujeres jóvenes, una afectación mayor para las mujeres jóvenes del campo.
Ellas cargan con ese contexto histórico y representan a todas las mujeres invisibilizadas bajo el patriarcado y machismo estructural de la sociedad colombiana. Sus relatos fueron escritos en los márgenes de las historias durante años y ahora, gracias a este estallido social, alzan la voz y se reivindican como protagonistas bajo un aplauso colectivo de sororidad.
Liliana también es madre, acude cada día a los puntos de encuentro de los manifestantes del sur de la ciudad con sus cuatro hijos. “Les gusta que venga con ellos porque muchas veces los papás no les creen. ¿Qué es lo que pasa? Todo el mundo lo ve desde la televisión, con los medios que solo miran para un lado. Y los papás creen que son los niños los que están haciendo las cosas mal. ¡No es así!”, dice sobre el papel de los medios tradicionales que con frecuencia acusan de “vándalos” y promueven la polarización extrema que existe en el país, bajo el discurso oficialista.
Eventos culturales y manifestaciones artísticas en Colombia
En otro punto de concentración, en el Monumento de Héroes, dos niños bailan al son de una batucada, arropados por la bandera colombiana. Su madre, Olga Lucía Ponte, les sigue el ritmo y dice: “Colombia lleva pidiendo auxilio desde hace décadas y es el momento de que nosotros le entreguemos una herencia correcta a nuestros hijos”. Otra madre lleva a su hija a hombros, que muestra orgullosa a la cámara su pancarta: “Gracias a ustedes que aún sin querer tener hijas, luchan por los derechos de las niñas”.
Desde lo alto del monumento, Luz Neli Vargas, de 75 años, da un discurso ante los miles de jóvenes y familias congregadas. Apoyada sobre su bastón expresa su entusiasmo por las protestas: “No importa la edad que tengamos, estamos aquí. Estamos fuertes para que no mueran los sueños de los jóvenes, jamás”.
En la celebración del primer mes de protestas el ambiente es festivo. Los artistas realizan performances en las avenidas, pasean sus mejores maquillajes entre los manifestantes, suenan arengas y cánticos que no cesan pese a la lluvia. Si bien los jóvenes están siendo los protagonistas de la resistencia, cientos de adultos expresan su apoyo, conscientes de que esta lucha es por las nuevas generaciones. “Ahora estamos viendo esa explosión social, estamos dándole la oportunidad a los jóvenes por primera vez en la historia para que se expresen”, dice Sofía, politóloga colombiana, sosteniendo la wiphala indígena.
“Nuestra súplica es que el Gobierno no siga matando a estos jóvenes que protestan”, añade su marido Juan Carlos González, también politólogo de la Universidad Pontificia de la Javerian. “Eso es inconcebible en un país que se precie a tener una Constitución donde establece que es un Estado social de derecho” señala.
Ambos académicos coinciden desde las marchas cómo las acciones del Gobierno han conseguido polarizar aún más a la sociedad colombiana, volviendo al país en un gran campo de batalla. “Tenemos que presionar para que esto se transforme y salga esa estructura de poder imperante; se generen nuevos liderazgos que tienen que estar necesariamente vinculados a los jóvenes”, concluyen antes de proseguir lanzando mensajes de aliento a los chavales.
Su mensaje, pese a la diferencia de edad, coincide con el de Efi, estudiante de 18 años: “Debemos tomar consciencia de que la lucha popular influye muchísimo y es más educativa y recreativa que muchas de las clases doctrinales que tenemos”.
Más abusos policiales contra manifestantes
Unos reclamos que no están siendo escuchados por la clase dirigente y el mandatario Duque, quien –con tono belicista– está aplacando las protestas sociales a través de la fuerza. El pasado viernes, tras la escalada de violencia en la ciudad de Cali, en el suroccidente, al menos 13 personas perdieron la vida. La tercera ciudad del país es también el epicentro de las movilizaciones. Allí se han vivido los episodios más cruentos de la represión policial y de civiles armados que disparan armas de fuego bajo el amparo policial contra los manifestantes.
“Estamos ante un panorama en el cual vemos grupos parapoliciales y paramilitares apoyando a la fuerza pública en su tarea de reprimir a la ciudadanía. No solo es una violación de todos los estándares internacionales en materia de derechos humanos, sino que constituye un grave delito de lesa humanidad que eventualmente tendrá que ser juzgado por las autoridades competentes”, explica Sebastián Lanz, co-fundador de la ONG Temblores.
En respuesta, el mandatario volvió a desplegar la fuerza militar en las ciudades, ignorando la principal demanda de las manifestaciones: el cese de la violencia policial y la desmilitarización de las urbes. El investigador de DeJusticia, Rodrigo Uprimny, se cuestiona el último movimiento del presidente, atrapado en una visión de “guerra fría” que le está impidiendo dar un manejo democrático al estallido social. “O quizás es una estrategia más perversa de tratar de empeorar aún más la situación y ganar apoyos entre la clase media, muy afectada por los bloqueos y aburrida delparo, que demandan mano dura”.
La próxima semana, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos podrá finalmente ingresar al país para verificar los abusos cometidos durante las manifestaciones. La visita más aclamada por la calle y las organizaciones de derechos colombianas e internacionales trae un atisbo de esperanza para que la violencia de las últimas jornadas no quede en la impunidad.
De camino a casa, el taxista, un exmilitar que luchó durante diez años en el Ejército colombiano durante la época más sangrienta del país, sentencia: “Aquí ya no necesitamos mártires de la guerra; no necesitamos mártires de los políticos; necesitamos gente profesional, gente nueva, que piense por el bien del pueblo, por todos”.
EDITORIAL. El largo silencio sobre Colombia de los políticos del régimen del 78. Videos
https://insurgente.org/el-largo-silencio-sobre-colombia-de-los-politicos-del-regimen-del-78/
Recordamos que cuando la extrema derecha de Venezuela quiso dar un Golpe de Estado con el apoyo necesario de EE.UU y la U.E, tuvo el respaldo de los políticos pro-régimen del 78 del Estado español. A la Puerta del Sol fueron los dirigentes de la derecha clásica patria que mostraban su indignacion en el Congreso de los Diputados, y luego -por si faltaba algo- fueron recibidos por Pedro Sánchez, los golpistas fracasados en la intentona.
No es el caso ahora con la represión, asesinatos, torturas. desaparecidos, paros nacionales, manifestaciones que ocurren en Colombia. No. Colombia no es Venezuela. Además, los Uribe y Duque son de los nuestros y el pobrerío en esos países ya se sabe que es medio comunista, No hay Puerta del Sol, ni Comunicados solidarios, ni firmas de apoyo, ni minutos de Telediario, ni propuestas en el Congreso de los Diputados, ni especiales radiofónicos, ni nada de nada. El régimen es implacable, a los suyos se le defiende, Están en la otra trinchera, también en Política internacional.