Opinión
De películas y colegios
El director y guionista David Pérez Sañudo, ganador del premio Goya 2020 al mejor guión adaptado por Ane, reflexiona sobre cine y nuevas generaciones
En los premios del cine francés entregados el pasado mes de marzo, los Cesar (el equivalente a los premios Goya en Francia), Adieu les cons, de Albert Dupontel, recibía el premio César des Lycéens, entregado por estudiantes de secundaria. En concreto, por estudiantes del último año de instituto. Los alumnos tienen así la posibilidad de convertirse en académicos. Su voto tiene una influencia en la industria cinematográfica. Su criterio se ve representado.
Es fácil interpretar que una medida de este tipo busca fomentar los vínculos entre la cinematografía francesa y las audiencias del futuro. Por un lado, el cine francés asume que no solo está compuesto por los que lo promueven y por quienes lo crean, sino también por quienes lo consumen y los que lo consumirán. Y ese consumo requiere de un hábito que no llega por arte de azar en la madurez, sino que debe ser cultivado desde una edad temprana.
Por otro lado, los alumnos del instituto opinan sobre lo que la industria les ofrece. Y el resultado es muy directo: la película más valorada será la que más guste a los alumnos de esa edad, que serán el público adulto de las décadas venideras. ¿Cómo interpretar ese dato? ¿Cuánta relevancia se le debe dar? Supongo que son reflexiones a las que la industria francesa atenderá con mimo.
Uno de los diagnósticos más extendidos dentro de la industria cinematográfica española es aquel que anuncia que falta educación audiovisual, así como la creencia de que el español medio no posee las herramientas suficientes como para realizar una lectura adecuada de textos audiovisuales. La ausencia de formación nos acompaña, generalizando mucho, hasta la universidad o las escuelas de cine donde quienes hayan elegido la disciplina que nos atañe podrán, se presupone, adquirir dichas herramientas, dicha ‘educación’ audiovisual.
Es sabido que la era digital ha propuesto un cambio en el modelo de vida y de consumo. La fotografía y el vídeo entran en la vida de los más pequeños a edades cada vez más tempranas. No da la sensación de que el sistema educativo esté brindando la importancia lógica a ese cambio de paradigma. Eso denunciaba, por ejemplo, Enrique Urbizu. En una entrevista realizada por La Voz de Galicia, el director y exvicepresidente de la Academia de Cine indicaba que “el audiovisual, que es lo que más consumen nuestros jóvenes, está dejado de la mano de Dios. Y por otro lado tampoco sabemos ni quién es Berlanga, ni quién es Buñuel… O sea, ese tradicional estar de espaldas a la cultura que han tenido nuestros gobernantes desde siempre”. Y, cómo no, la comparativa con el país vecino aparecía en la reflexión: “En Francia llevan ya muchas décadas con el audiovisual en la escuela, con lo cual los chavales saben leer textos complejos. Y tienen un público mucho más respetuoso para con su patrimonio; eso es educación”.
Es lícito demandar que el audiovisual tenga presencia (o mayor presencia, según el caso) en el sistema educativo. Sin embargo, ¿se pone también el foco en cuáles son las maniobras, planes o estrategias que podría realizar la industria cinematográfica para acercarse a los más jóvenes? Parece fundamental pelear para que el audiovisual se imparta con mayor intensidad en los colegios e institutos, pero también se podría pensar que es la misma guerra en la que se sienten casi todos los sectores de la cultura o que es una manera de responsabilizar exclusivamente a la política. Quizás sea también una forma de decir que la culpa la tienen otros.
Ya hemos asumido que una mayor implicación de la educación primaria y secundaria aporta resultados muy positivos en el futuro del audiovisual español. Pero si gran parte del audiovisual está financiado de manera pública y parte de la producción y de la capacidad de difusión recae en medios públicos (RTVE y cadenas autonómicas) también deberíamos asumir que el cambio, la mejora y la innovación está en manos de la propia industria y en la vinculación entre dicha industria y las instituciones públicas destinadas al audiovisual. ¿Hemos pensado con profundidad en qué acciones pueden realizarse desde el audiovisual español?
Cine: hegemonía cultural
El cine ha tenido una influencia directa en procesos de construcción nacional y especialmente en todo lo que atañe al deseo de alcanzar y conservar la hegemonía cultural (en este sentido el caso más obvio parece ser el estadounidense). En España la comparativa con Francia históricamente ha sido dolorosa. Además, como indican los profesores Nancy Berthier y Jean-Clause Seguin, “en España, el problema se plantea de forma más compleja que en otros muchos países ya que sobrepone casi de manera constante la nacionalidad regional o autonómica y la nación o las naciones. La película se convierte así en un territorio inestable y de difícil percepción, suponiendo interferencias que desacreditan cualquier análisis ignorante de la diversidad de los contextos”.
Bajo mi punto de vista aquí radica la importancia del asunto, una cuestión compleja porque alude de forma multidireccional a la industria, al público, al poder político, a la educación primaria, secundaria y universitaria, y que no puede omitir el rol de las cadenas de televisión y las plataformas privadas, responsables de gran parte de la producción estatal anual.
Más aún en un momento en el que las plataformas amplifican el consumo y, por lo tanto, incrementan el impacto del mensaje. Solo hay que ver las noticias que Netflix ofrece de vez en cuando y los millones de espectadores de películas españolas como El hoyo, Loco por ella, Bajo cero o Black Beach. Y si estos datos demuestran que hay ficción española que sí que se consume, ¿entonces, qué es lo que demandamos? ¿Demandamos que se vea cine o que se vea un tipo de cine? ¿Que se consuma en una sala de cine? ¿O es que pensamos que lo que más se ve es de un nivel de exigencia inferior? Me atrevería a decir que este debate es tan delicado porque lo que hay de fondo es también una cuestión de conciencia nacional y de hegemonía cultural.
Si queremos poner en valor el cine financiado por televisiones e instituciones públicas que cuentan con comisiones de valoración que estudian y deciden entre los proyectos presentados, hay que decir que esas televisiones públicas o autonómicas poco pueden hacer para igualar el impacto logrado por las grandes plataformas. En términos globales, es una lucha desigual y es injusto exigir a una cadena o plataforma de ámbito autonómico o estatal que alcance los resultados de plataformas internacionales o transnacionales. Pero lo peliagudo es que si uno se circunscribe a la audiencia cosechada en el terreno propio descubre que el audiovisual financiado por RTVE, por ejemplo, cada vez tiene más dificultades para mirar de igual a igual a los productos de las privadas y de las nuevas plataformas (son de hecho estas plataformas las que tienen la capacidad de potenciar la difusión de una película financiada por RTVE, como puede ser el caso de la citada Black Beach).
¿Debe ser un objetivo que la ficción financiada por RTVE o por las autonómicas alcance el número de espectadores de las privadas? Pues seguramente no. ¿Pero es beneficioso que el audiovisual que alcanza un mayor impacto entre el público esté producido, casi en exclusiva, por cadenas y plataformas privadas? Yo diría que tampoco y que, si aceptamos que tiene consecuencias en la construcción de conciencias nacionales, puede llegar a resultar muy perjudicial. ¿El cambio de tendencia depende exclusivamente de las maniobras que puedan hacerse desde el poder político para generar nuevas audiencias gracias a una mayor presencia del audiovisual en las aulas? Diría que tampoco sería suficiente.
Pienso que uno de los asuntos a tratar con más profundidad tiene que ver con las redes que permitan generar una comunidad audiovisual mucho más contundente y articulada. Es una realidad que RTVE está infrafinanciada y que se ve obligada a repartir poco entre muchos, pero también es cierto que no existe una coordinación eficaz entre ICAA, RTVE y los distintos espacios educativos y auditorios públicos (otro de los grandes problemas). Un ejemplo rápido: una película financiada por el ICAA, no implica la participación de RTVE y viceversa. Tampoco facilita que sea proyectada (no hay una red de cines o auditorios públicos que asegure el visionado del cine financiado públicamente), ni hay una relación establecida con los sistemas educativos (pero no ya con los colegios e institutos, tampoco con las facultades de Comunicación Audiovisual de las universidades públicas), ni tampoco creo que se le saque todo el partido posible a la conexión con la red de institutos Cervantes (aunque en este sentido se van dando grandes pasos)…
El caso del premio César entregado por los institutos franceses podría servir de ejemplo de medida para generar ese vínculo bidireccional. Estudiar Historia del cine en el colegio será beneficioso, sin duda, pero implica una obligatoriedad. Esa batalla por lograr que el audiovisual penetre con fuerza en los sistemas educativos pienso que debería ir acompañado de un trabajo concienzudo por parte de la industria en búsqueda de la participación proactiva de la ciudadanía (y eso incluye a los más pequeños). Por ejemplo, cuando veo la programación de festivales que frecuento, como San Sebastián o Gijón, me encuentro con sesiones para público infantil. Me pregunto la diferencia que puede existir entre quienes tienen la fortuna de acudir todos los años a ver otros tipos de cine durante varios días y quienes no tienen la suerte de que haya un evento cinematográfico en su entorno.
¿Cuántas películas de déficit tienen (y tenemos) quienes hemos venido del mundo rural y no hemos tenido festivales, cineclubs o espacios para el fomento del audiovisual en nuestro municipio? ¿Hay manera de concretar si existen diferencias entre el tipo de consumo de las ciudades con vínculos históricos a eventos cinematográficos y aquellos municipios en los que hay una oferta más pobre? ¿Sabemos si los niños que tuvieron una mayor asistencia a un cine especializado son hoy en día espectadores más exigentes? ¿Podemos medir si quienes han estudiado en institutos con asignaturas y tiempo dedicado al estudio del audiovisual son más cultos? ¿Quién y cómo se establece el ideal de lo que debería ser visionado por la ciudadanía? Creo que la petición de que el sistema educativo dedique más tiempo al audiovisual debe exigirnos la reflexión sobre este tipo de interrogantes.
A modo de conclusión, pienso que la industria del cine (así en general), debe ejercer presión sobre el poder político de turno con el fin de conseguir las mejoras que considere, más aún cuando las instituciones públicas no son independientes y están sujetas a las directrices del partido de turno (aunque este es otro tema de gran complejidad). Pero también considero que gran parte de la mejora que pudiera vivir el panorama cinematográfico tiene que ver con la iniciativa propia, con el grado de seducción y con hacer partícipe a la ciudadanía, tanto utilizando las herramientas de las que dispone la industria como buscando nuevas vías y haciendo partícipes a nuevos grupos, asociaciones, instituciones y sectores con los que se puedan establecer sinergias.
David Pérez Sañudo es director y guionista. En 2020 ganó el premio Goya al mejor guión adaptado por Ane.