Internacional

Los desaparecidos que habitan el Open Arms

Reportaje a bordo del Open Arms. La ONG lleva cuenta de las personas rescatadas en alta mar, pero no puede contabilizar aquellas vidas que se le escapan entre las olas.

Una barcaza semihundida, hallada por las lanchas del Open Arms poco después del aviso. MÓNICA G. PRIETO

Este reportaje a bordo del Open Arms está incluido en la #LaMarea82. Puedes conseguir la revista completa aquí. O suscribirte desde 40 euros al año. ¡Muchas gracias!

A BORDO DEL OPEN ARMS // «SOS desde el Mediterráneo central. Hemos recibido una llamada de otro barco con 122 personas a bordo, en situación de peligro inminente, fuera de las costas libias. Dicen que la gente está muriendo y que necesitan un rescate urgente. Hemos informado a las autoridades y enviado su posición GPS”. “Anoche fuimos alertados de un barco con 86 personas a bordo que perdió la orientación y no llegó a Lampedusa. El motor no funciona, están perdidos y piden ayuda. Las autoridades llevan horas informadas”. “Hoy fuimos alertados de un barco con 88 personas que salía de Libia. Están en la zona SAR maltesa. Hemos alertado a las autoridades por e-mail e intentado llamar a las Fuerzas Aéreas de Malta, pero nadie responde. Necesitan ayuda, los niños lloran y está anocheciendo”. 

Los avisos –los anteriores son un ejemplo de los llegados el 27, 29 y 30 de marzo– se multiplican a una velocidad vertiginosa en los registros de AlarmPhone. Esta organización recibe llamadas desde embarcaciones a la deriva para informar a las autoridades europeas y, ante la flagrante omisión de auxilio de estas, a las contadas ONG que han asumido la titánica tarea de salvar vidas en el mar pese a las trabas que impone la UE. También alertan Moonbird y Colibri, dos avionetas humanitarias que sobrevuelan las SAR (Área de Búsqueda y Rescate, por sus siglas en inglés) para buscar embarcaciones, a las que se suman los avistamientos de los voluntarios desde los barcos de las ONG, las señales de pesqueros y los radares. Ninguno de los migrantes mencionados en los avisos de aquellos días pudo ser atendido. No hay noticias de si sus ocupantes conservaron sus vidas o su libertad. 

Cynthia Martín, patrona de la segunda lancha rápida, con un grupo de refugiados. M. G. P.

Open Arms, una de las pocas organizaciones humanitarias que se resiste al chantaje administrativo, lleva cuenta de sus rescatados –62.000 desde 2016– porque no puede contabilizar aquellas vidas que se les escapan entre las olas, la presión de los guardacostas libios y las zancadillas de los Estados europeos empeñados en dificultar los rescates. Las ausencias pesan más que las presencias entre voluntarios y voluntarias que terminan extenuantes jornadas con la frustración de no haber podido hacer más.

Durante la misión 82 de la ONG, entre marzo y abril, en solo cinco días se recibieron 42 avisos de embarcaciones en peligro, con al menos 2.765 personas a bordo. Tres fueron rescatadas, con 219 hombres, mujeres y niños. Otras dos fueron localizadas de forma fortuita, sin mediar aviso de emergencia –la primera, avistada por un pesquero; la segunda sobrepasó al Open– pero rechazaron asistencia al no considerarse en peligro inminente pese a que los tripulantes no llevaban los chalecos salvavidas ni las embarcaciones reunían las condiciones mínimas para afrontar semejante travesía. De la mayoría nunca se tuvieron noticias y una más fue localizada vacía y semihundida, presuntamente recién interceptada por los guardacostas libios, cerca de las plataformas petrolíferas de la costa de Libia. El tránsito en aguas mediterráneas es tan masivo y acelerado como invisible, negado por Occidente y oculto por la inmensidad del mar.

Calamidades vistas desde el Open Arms

“Volvemos a casa con el regusto de saber que hemos rescatado a 219 personas, pero ¿cuántos se han quedado en el camino? ¿Cuántos no han sido rescatados? Buscamos en una zona cuya superficie de agua equivale a Alemania, una extensión sin vigilancia, sin embarcaciones que la cubran porque las rutas mercantes intentan evitarla para no perder tiempo si les llegan avisos. Hay gente cuyas vidas dependen de un hilo, de las ONG y de las patrulleras libias sabiendo que, si les devuelven a Libia, les esperan todo tipo de calamidades. Por eso quieren llegar a Europa”, explica Adrián Pérez, primer oficial del Open Arms.

Este buque es uno de los cuatro barcos que siguen rescatando en el Mediterráneo, empeñado en resistir la criminalización de las ONG, y el único operativo a finales de marzo. En la memoria de sus voluntarios se mezclan los rescatados con aquellos que no pudieron salvar, tragados por el mar o víctimas de los acuerdos con Estados sin garantías legales que, como Libia, reciben cuantiosas ayudas europeas para acometer devoluciones en caliente. 

“En junio de 2018, salíamos del varadero y planeábamos ir a Malta, donde teníamos base, como el resto de las ONG. Antes de entrar en el puerto pedimos permiso al Gobierno maltés y nos lo denegó, así que hubo que solicitar el alquiler de una gabarra para repostar combustible. Respondieron que llegaría en cuatro horas, que se convirtieron en cinco y más tarde en seis. Estuvimos así 24 horas, lo cual implicó un retraso de un día. Cuando por fin comenzamos a descender, nos dimos cuenta de que había una salida masiva: una decena de avisos de embarcaciones en la zona de las plataformas petrolíferas, donde actúa la guardia costera libia. Aún estábamos bastante lejos, entre 30 y 40 millas, cuando lanzamos las lanchas rápidas y navegamos a fondo para llegar lo antes posible, pero solo tuvimos tiempo de fotografiar las patrulleras cargadas de gente. Luego nos enteramos de que ese día habían salido 10 embarcaciones, y que según los libios, habían interceptado todas y habían rescatado a más de 900 personas. Hubo cerca de un centenar de muertos porque una de las embarcaciones pinchó”, rememora David Lladó, jefe de la misión 82 de Open Arms.

“Más adelante supimos que otra ONG había sido parada en Túnez y que al Moonbird se le prohibió salir de Lampedusa. Cuando miramos los avisos y las coordenadas, las diez embarcaciones estaban a un radio de diez millas entre sí y habían salido juntas del norte de Trípoli, algo que nunca ocurre”, prosigue. 

“Resulta imposible que salgan mil personas en la clandestinidad, con el movimiento de barcas y combustibles que eso implica y lanzarlas desde el mismo punto. Poco después, en recompensa al buen trabajo que estaba haciendo la guardacosta libia, se decretó la zona SAR libia que hasta ese momento no existía, a pesar de que para eso hay que cumplir requisitos que Libia no cumple. Dos días después, supimos que había habido otros 120 muertos a ocho millas de donde nos encontrábamos. Hubo más de 200 muertos en 48 horas, y eso fue lo más duro”, recuerda el mallorquín. “Previamente se había reunido el Gobierno italiano con el libio, como volvió a pasar en 2019, cuando estuvimos dos semanas parados en la zona SAR con el mar tranquilo y sin una sola salida, pese a que la lógica y la experiencia dicen que son las condiciones que más salidas propician. Siempre que hay reuniones, por arte de magia deja de haber salidas, signo de que estas están controladas y de que hay alguien que decide dónde y cuándo se cierra el grifo”, sostiene Lladó. 

El supuesto éxito libio se saldó con un acuerdo firmado por el entonces primer ministro italiano Paolo Gentiloni y el jefe del Consejo Presidencial de Libia, Mohamad Fayed al Serraj, para formar y equipar a los guardacostas libios –pese a que la unidad está integrada por milicias privadas a menudo aliadas con mafias de trata–, así como financiar centros de detención donde los migrantes son sometidos a todo tipo de torturas documentadas por la ONU. Aunque Libia no es un puerto seguro –condición imprescindible para desembarcar náufragos–, según Oxfam, la cantidad entregada por los italianos a cambio de evitar llegadas a sus costas asciende a unos 150 millones de euros, que se suman a otros 90 millones entregados por la Unión Europea.

“En invierno de 2018 estábamos en Zona SAR, a punto de llegar a refugio, cuando nos llegó un aviso de una embarcación con 150 personas a unas 15 horas de nuestra posición. Seguimos el protocolo: avisamos al Centro de Coordinación de Rescates Marítimos de Malta e Italia para intentar coordinarnos con ambos países. El mar se complicaba, la embarcación estaba semihundida, con la gente en el agua, y no había otros barcos cerca. Pero no pudimos llegar a tiempo. Supongo que los supervivientes fueron rescatados por los libios y devueltos a ese país, pero cuántos sobrevivieron no lo sabemos”, lamenta Adrián Pérez. 

David Lladó, en el centro, recoge a un niño recién rescatado de una barcaza el pasado 28 de marzo. M. G. P.

Su peor recuerdo reside en su primer rescate. “En aquella misión, en 2017, rescatamos a unas 400 o 500 personas en una semana. En la última barca encontramos 150 personas a bordo y 12 cadáveres en la base, entre ellos una mujer que estaba embarazada. Sus tres hijos seguían vivos, les trasladamos al Open en las lanchas y aquí se tranquilizaron. No sabían muy bien qué había pasado, pero llevábamos el cadáver de su madre en la proa”, continúa Pérez. “Para mí, fue un punto de inflexión. Esta situación no cesa. Es gente que intenta buscar un futuro mejor y que luego no recibe el respeto en Europa que se merece. Tenemos dos opciones, verlo o darle la espalda, como hace la mayoría de la población. Yo no puedo mirar a otro lado”. 

El bebé desapareció bajo el agua

Tampoco puede hacerlo la socorrista del Open Arms Cynthia Martín. “Cuanto más nos criminalizan, más ganas de seguir”, dice. “Los muertos que más me pesan son los de la misión 78, en noviembre de 2020, cuando perdimos a seis personas, cinco adultos y Joseph, un bebé de cinco meses. Habíamos rescatado hasta la noche, y nada más embarcar a las 80 personas en el Open salimos a buscar otros dos avisos. Estuvimos toda la noche pero no las encontramos, así que reanudamos la búsqueda de madrugada. Dimos con una de ellas, estaba muy sobrecargada y la gente se puso muy nerviosa. Recuerdo a la madre del bebé que pedía a gritos que salvásemos a su hijo. Aseguramos la embarcación con chalecos y mascarillas a la espera de que el Open se acercara para llevarlos a la cubierta, y justo cuando trasladamos a la madre a la lancha, la barcaza se abrió en dos, por la mitad, y todos se fueron al agua. El bebé desapareció entre la multitud. Mi compañero saltó para buscarlo, pero también lo perdimos de vista. Comenzamos a rescatar, y poco después apareció el bebé en brazos del socorrista, lo subimos a bordo y como llegó en parada le hice una RCP [reanimación cardiopulmonar]”. 

El primer viaje al Open Arms de su lancha de salvamento incluía tres personas en paro cardiorrespiratorio. “Estuvimos más de dos horas en el agua, y cuando terminamos de sacar a todos, esto parecía un escenario de guerra: cadáveres cubiertos con sábanas, gente aterida envuelta en mantas, el equipo médico desbordado y chalecos flotando alrededor del barco”. 

A Cynthia, como al resto de voluntarios, le cuesta más lidiar con la frustración de los no rescatados que con los muertos. “La gente que rescatas te cuenta qué ocurre si les devuelven a Libia, las salvajadas que padecen. Y si no les encontramos nosotros ni los libios, su único destino es morir ahogados”.

Aunque la primera misión de David Lladó incluía ocho cadáveres, los muertos que más le pesan corresponden a su penúltima misión, la misma que relata Cynthia, pero no son los mismos. “Por un lado, me duelen quienes murieron delante nuestro, pero los que más me pesan son los que buscábamos simultáneamente, una embarcación que nunca llegamos a localizar con 30 personas a bordo. Encontramos la otra, se rompió y hubo muertos, pero rescatamos a la gran mayoría, a 112 personas, con vida. Luego nos enteramos de que había habido un naufragio con 27 fallecidos y me hace pensar que eran quienes buscábamos. Pero teníamos una situación totalmente extrema. Esa misma tarde, antes del naufragio rescatamos a 80 personas. En el segundo rescate, acabábamos de subir los muertos a la proa y ni siquiera habíamos terminado el triaje cuando recibimos un aviso de otra barca a 10 millas de nosotros con 64 personas, y les subimos a bordo. Ese mismo día hubo otro aviso a 40 o 50 millas al noreste, pero nos teníamos que centrar en las 256 personas que estaban en cubierta, en las evacuaciones médicas y en buscar un puerto seguro”, explica Lladó atropellándose, como se acumulan los avisos y las emergencias en el Mediterráneo. 

“Si lo analizamos de forma analítica, no nos podemos reprochar nada. Si lo hacemos de forma emocional, siempre nos queda la duda de qué habría pasado si hubiéramos actuado de otra forma. Esa noche llevábamos horas buscando en una oscuridad absoluta, y decidí cancelar la búsqueda sobre las tres de la madrugada para retomarla con luz. Siempre me quedará la duda de qué hubiera pasado si hubiéramos buscado una hora más”.

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