Cultura
#UnaMareaDeLibros | El amor al alba entre Anna Ajmátova y Amedeo Modigliani
Esta semana, en #UnaMareaDeLibros, Esther López Barceló nos trae a Elisabeth Barillé, una autora francesa prácticamente desconocida en España.
#UnaMareaDeLibros es una sección compartida por Esther López Barceló y José Ovejero. Textos, vídeos y ‘podcasts’ para hablar de libros y, por supuesto, de la realidad. Cada fin de semana, en lamarea.com
Elisabeth Barillé es prácticamente una desconocida en nuestro país. Si buscan referencias en la red sobre sus obras, únicamente encontrarán, en catálogo y con traducción al castellano, el título que nos ocupa: Un amor al alba (Editorial Periférica). Esta autora francesa, hija de madre rusa y padre angevino, sin embargo, es toda una celebridad en Francia. Como escritora, ha combinado los géneros literarios del ensayo, la biografía, la novela, los libros de viajes e incluso ha creado letras para canciones. La obra que la dio a conocer en 1986 fue Corps de jeune fille, por la que obtuvo el premio Contrepoint. A partir de entonces, su carrera continuó en ascenso con la publicación de más de 25 obras.
Cuando cumplió 50 años, en 2010, Barillé hizo un viaje a Rusia siguiendo el hilo de los pasos perdidos de Lou Andreas Salomé, su mentora, y su abuelo materno, tras el cual escribió Une légende russe (2012). Fue de los rescoldos de esa experiencia que también surgió Un amor al alba, su último ensayo: un recorrido por dos biografías tan fascinantes como desdichadas, la de la poeta rusa Anna Ajmátova y la del artista de vanguardia Amedeo Modigliani.
Elisabeth Barillé se encontraba en la sala de espera del médico cuando, ojeando una revista de subastas de arte, se topó súbitamente con la imagen de una escultura de «cabeza de mujer en piedra caliza, 64 cm, realizada hacia 1910-1912», en cuyo rostro reconoció inmediatamente a la poeta. Se trataba de una obra del artista italiano con quien era sabido que Ajmátova había tenido una especial relación. «Muerto a la temprana edad de 36 años, Modigliani solo dejó 27 esculturas». Es entonces cuando la fulminó una suerte de revelación, una sobrenatural epifanía: decidió que iba a escribir un libro sobre esa historia de amor.
«Todo aquello ocurrió en la prehistoria de nuestras vidas: la suya, demasiado breve; la mía, demasiado larga. El hálito del arte aún no había incendiado, transfigurado esas dos existencias. Era la hora diáfana y ligera que precede al alba», escribió Ana Ajmátova sobre su relación con Modigliani. Barillé ha trazado los escenarios y afectos para sus encuentros basándose, fundamentalmente, en las memorias de la poeta que Éditions Harpo & publicó en francés bajo el título Vous êtes en moi comme une hantise («Estás en mí como una obsesión»), que fueron las palabras que le dedicó el artista en varias de sus misivas. Pero la autora nos embauca con la excusa del romance para sumergirnos en las profundidades de dos personalidades lúcidas y atormentadas, cuyas historias van más allá de ese efímero momento en que sus destinos se cruzaron.
Barillé cuenta cómo Ajmátova escribió a pesar de su padre, a pesar del patriarcado, a pesar del estalinismo y a pesar de la infatigable muerte que sesgaba las vidas de quienes permanecían a su lado, desamparándola constantemente. Escribió una poesía nueva para la Rusia de principios del siglo XX. Una que se alejaba del simbolismo para vulgarizarse, para expresar la belleza y la tragedia desde la literalidad de las palabras. Contempló su propio sufrimiento con fines de escritura, como bien explica Olvido García Valdés en El canto y la ceniza (Galaxia Gutenberg). Sobre su obra poética, confesó Ajmátova a Isaiah Berlin –personaje fundamental para conocer a la poeta– que «cuando los que supiesen del mundo acerca del que hablaba fuesen víctimas de la senilidad o de la muerte, también el poema moriría; sería enterrado con ella y con su siglo; no había sido escrito para la eternidad, ni siquiera para la posteridad; solo el pasado tenía significación para los poetas».
En 1910 Montparnasse sustituyó a Montmatre. Fue el tiempo del París de los artistas, quienes para alcanzar la grandeza expresiva se valían inexorablemente del dolor y la herida. Modigliani, como el resto de sus compañeros, buscó de forma obsesiva formas nuevas de representar el mundo, habitando la miseria y los excesos con verdadero fanatismo. «Los alquileres son irrisorios pero hay que sobrellevar el frío, sin gas ni electricidad. (…) Una única vela (…) ilumina a legiones de chinches que se lanzan ‘como paracaidistas'». Modigliani ni siente ni padece: está leyendo a Dante.
Para comentar su afán por la lectura –refugio y germen de inspiración–, Barillé ensancha el foco y nos presenta a la madre del artista: Eugenia Garsin, quien introdujo a su hijo en la bibliofilia. Una mujer culta, educada en un ambiente progresista que, tras contraer matrimonio, se vio abocada a una existencia opresiva sentenciada por la ortodoxia religiosa de la familia de su marido. Sin embargo, esta situación duró poco tiempo y, gracias a la quiebra económica de los Modigliani, «Eugenia pone en práctica su talento como traductora, acepta ser la negra de un académico estadounidense y redacta en inglés un ensayo sobre literatura italiana».
Sin intención de ahondar en el momento preciso en que los efímeros amantes se conocieron, se esperaron y volvieron a encontrarse, nos detendremos de nuevo en el descubrimiento de otro personaje fascinante: Jeanne Hébutterne. Una joven pintora que, a pesar de tener obras brillantes, acabó subsumida por las poderosas fauces del mito. Fue el último amor de Modigliani, con quien tuvo a su única hija a la que nunca pudieron criar por encontrarse en unas condiciones miserables de vida. Jeanne Modigliani Hébutterne tenía solo 14 meses cuando su padre murió de tuberculosis; su madre, embarazada de nueve meses, al regresar del funeral, decidió quitarse la vida lanzándose al vacío.
A pesar de todo, su hija dedicó su vida a rehabilitar la imagen pública de ambos, para lo cual escribió una biografía sobre él y, 80 años después de su suicidio, inauguró una exposición con obras de su madre en Venecia. Fue escritora, ensayista y hasta miembro de la Resistencia Francesa. Murió repentinamente de un derrame cerebral en 1984, en plena polémica por unas esculturas halladas en Italia que se atribuían a Modigliani pero que resultaron ser falsificaciones. Aquel escándalo fue conocido como la burla de Livorno y, aunque Jeanne murió antes de que se descubriese la verdad, siempre defendió que aquellos bustos eran apócrifos. Sus restos descansan en el mismo cementerio en el que yacen Amedeu y Jeanne, cuyos restos no se reunieron hasta muchos años después de sus muertes, cuando la familia Hebuterne consintió que, al fin, reposaran juntos.
Anna Ajmátova regresó a París cuando Modigliani ya hacía tiempo descansaba en el Père-Lachaise. Pero no fue a visitar su tumba ya que, según imagina Barillé, hizo un ejercicio de honestidad consigo misma y –mientras recorría en taxi los lugares que enmarcaron sus paseos de antaño– reconoció para sus adentros lo que realmente había ido a buscar en aquel viaje: la imposible «posibilidad de una aparición».
Elisabeth Barillé luce una prosa delicada y lírica que hunde sus raíces en el profundo conocimiento tanto de los lugares en que se desenvuelven las vidas de los personajes –San Petersburgo y París–, como de las vicisitudes que moldean irremediablemente sus trayectorias. La imaginación de la autora nos transporta, como en un sueño, a esos momentos extraordinarios de sus biografías en que la emoción y el ardor les empujaron a volver a verse. Pero, al mismo tiempo, trasciende su historia, para envolvernos en el ánimo y el ambiente que impregnó la atmósfera de buena parte del mundo en el primer tercio del siglo XX. Una historia de amor como una estrella fugaz, efímera y luminosa, que dejó un diminuto surco en el cielo que, gracias a Barillé, podemos observar a pesar de encontrarnos a tantos años luz de su paso.
Quisiera leer este libro, pero no creo poder conseguirlo en Lima, Perú. Soy lectora y escritora y amo mucho a Modigliani y en especial a Anna Ajmatova, sigo a todos los artistas rusos y rusas en la peor época, los años 30 en URSS .
DOS RELIGIONES: LA CIENCIA Y LA REPUBLICA.
Quiero homenajear a Benito Pérez Galdós, a los 101 años de su fallecimiento; personaje ilustre de las letras hispánicas y ejemplo en la construcción de una sociedad laica donde la educación sea base y pilar de sociedades verdaderamente democráticas. (Peio Senosiain, Europa Laikoa y Asoc. Víctimas abusos sexuales)
En el año 1910, en Madrid, transcurrió una gran manifestación anticlerical, él encabezaba la comitiva junto a otros relevantes y abrazados personajes. Siempre la convulsa y tradicionalista España dividida en dos mitades hasta que llegó el fascismo y la puso en una única columna militar nacionalcatólica y retrotraerla al medievo; siempre, eso sí, ejerciendo la economía capitalista a ultranza: amos y siervxs con resultado de plaga, el covid y el cambio climático en ascendente desigualdad social.
Quiero pasar al tema de abusos sexuales de la Iglesia y al Laicismo, dejando un sincero legado del humanista B.P. Galdós, que escribió a una de sus respetadas amantes en 1913: “Respecto a la cuestión religiosa, distinguimos entre el aspecto espiritual y el aspecto positivista que en dicha frase se encierran. Lo concerniente al puro ideal religioso es digno del mayor respeto; lo que atañe al clericalismo, que es un partido político inspirado en brutales egoísmos y en el ansia de dominación sobre las conciencias y aún sobre los estómagos, no podemos por menos de manifestar todos nuestros odios con tan ruin secta”.
Han pasado años y empezada la tercera década del siglo XXI, y en Iberia, en el Estado español, no se ha desligado el poder terrenal del poder celestial que el dictador Franco dejó atado y bien atado con la firma del Concordato Iglesia Estado, hoy todavía sin derogar. Seguimos legalmente impidiendo que la Ley del Menor, en cuanto a delitos de abusos sexuales, se retrotraiga más allá de 30 años pasados, al franquismo puro y duro; nuestros casos, mi caso, es anterior, tiene más de 50 años… y el dolor –sin justicia– no prescribe. Cómo es posible, ¿por qué? Sencillamente, la Iglesia Católica Romana tiene un poder terrenal desmesurado desde Constantino –siglo IV–, y sirve para adormecer conciencias y se siga robando al pueblo en nombre de no sé qué diosxs. Como casi siempre en la historia se necesitan traidorxs para mantener la ignominia y en nuestra geografía hispánica, por prebendas y privilegios, haylxs a patadas.
Se tiene conciencia y constancia del problema que tenemos en el Estado español con la educación todavía; con dinero público se subvencionan escuelas que adoctrinan en la diferencia, en el derecho/la libertad! ante la desigualdad por herencia divina, ¡por que así lo quiere dios! inventadxs por humanos muy misóginos y militarizados, eso sí…hasta la OTAN de hoy.
Hoy trabajamos la necesidad de laicidad atexs, agnóstcxs, cristianxs de base, cristianxs por el socialismo, etcétera, por una sociedad laica/laikoa, fuera de cualquier privilegio, como se redactó al Cristo de las Bienaventuranzas; sin inmatriculaciones, sin casilla IRPF en la renta, con IBI… y otras pecaminosas y delictivas actuaciones terrenales.
Termino con una nota de don Benito dedicada al introductor de la neuropsiquiatría en el Estado español, José M. Esquerdo, y asistente a la mani de 1910: “Apóstol y caudillo de dos religiones: la Ciencia y la República”.