Opinión

Reyes reales

"La siesta siempre es mejor que la realidad", defiende Peli de tarde, e imagina ficciones de sobremesa con la monarquía como protagonista.

Felipe VI conversa con su padre, Juan Carlos I. POOL

Supongo que por ser una figura impropia de las instituciones y de la forma de gobierno de los Estados Unidos, algo ajeno y exótico para ellos, en Hollywood siempre han sobreestimado la monarquía. En sus films suelen presentar a reyes y príncipes como personas nobles e íntegras que velan por el bienestar de sus súbditos y a las reinas y princesas como bellas damas, refinadas y educadas, fieles a sus amados maridos.

Esta exaltación del monarca se agudiza aún más en el caso del cine de sobremesa, esas películas que las televisiones, especialmente TVE y Antena 3, emiten los fines de semana por la tarde. En ellas, un joven príncipe (en ocasiones, princesa) de un pequeño país centroeuropeo, harto de la estricta vida en la corte, se escapa para disfrutar de unos días de normalidad tratando de pasar desapercibido entre la plebe. En su aventura, se termina enamorando de una sencilla estadounidense con la que se compromete ante la oposición inicial de sus padres, que al final bendicen la unión porque ven que ella tiene buen corazón.

Quizás por desconocimiento, estos films venden una imagen idealizada de la monarquía y, de paso, cuelan el habitual mensaje del sueño americano: cualquiera puede convertirse en príncipe/princesa. Sin embargo, más allá del mundo de la siesta, la realidad no es tan bonita como la pintan.

Pongamos el caso, por estar de triste actualidad, del rey de Marruecos. En una de estas pelis de tarde nos lo presentarían como un hombre de belleza exótica, honesto y algo anticuado. Se enamoraría de una estadounidense que conoce por casualidad, extrovertida y demasiado moderna para su gusto (aunque más tarde confesaría que precisamente era eso lo que más le gustaba). Ella le hace ver que debe actualizar su forma de pensar y de gobernar, por el bien de su pueblo. La cosa terminaría en matrimonio y los súbditos idolatrando a la reina de occidente, para darle el toque colonial al film. Pero, al despertarnos de la siesta, vemos que el rey de Marruecos no tiene nada de honesto. Es una persona que, aprovechando su posición, no para de enriquecerse al controlar numerosas compañías, bancos, hoteles, supermercados… Lleva décadas sometiendo al pueblo saharaui y utiliza la miseria de su propia gente como chantaje migratorio, algo que hemos podido comprobar esta semana.

No es la primera vez que emplea estas maniobras de chantaje, ante las que España y la UE siempre se han doblegado, a pesar de que su homónimo español, Juan Carlos I, al que siempre le ha unido una gran amistad, trataba de intermediar.

Si fuese una peli de tarde, el emérito se nos presentaría como un sabio y bondadoso exmonarca que desplegaría sus elegantes armas diplomáticas para arreglar la situación, mostrándoles de forma didáctica a su heredero y al resto de su familia el camino a seguir. Sin embargo, al despertarnos de la siesta, vemos que Juan Carlos está viviendo de forma lujosa en Abu Dabi, fugado por sus escándalos personales, económicos y fiscales, ajeno a cualquier problemática mundana y a cualquiera de las responsabilidades que descargó en su hijo.

Hay que reconocer que Felipe VI sí que cumple una de las condiciones del cine de sobremesa: está casado con una periodista que no cuenta con la aprobación de su madre. Pero hasta ahí. Hace un par de días un titular señalaba que, como durísima represalia al miserable proceder de Marruecos, el rey no se había detenido en el stand de ese país en su visita a Fitur. Confirmaba así su tremendamente relevante papel en la política estatal y, también, como defiendo desde que comencé con esta sección: la siesta siempre es mejor que la realidad

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