Cultura

Alfons Cervera: “No hay nostalgia respetable”

El escritor Alfons Cervera habla de historia, memoria, canon literario y novela: "Si le tengo respeto a algún canon literario es al que me enseñó a amar los libros más que a casi nada en el mundo".

El escritor Alfons Cervera en mayo de 2015. JESÚS CÍSCAR

Alfons Cervera nació en Gestalgar, Valencia, en 1947, y allí continúa viviendo. Ha escrito más de veinte novelas y varios poemarios y colabora habitualmente con el diario Levante-EMV e Infolibre porque le gusta decir lo que piensa. Y piensa mucho. El hijo del hornero de Gestalgar responde a nuestras preguntas con la calma de quien maneja su tiempo. En esta entrevista habla de historia, memoria, canon literario y novela igual que lo hace en sus textos: con decencia y compromiso.

Algo personal es tu forma de reivindicar los libros que has leído, muchos de ellos poco conocidos, olvidados o despreciados; es también tu manera de protestar contra el canon literario y ¿de ponerte en valor a ti mismo? De esas lecturas distintas y nada complacientes –de este enjambre de abejas zombies– sale un lector original y un escritor muy auténtico, tenaz, comprometido con la palabra dada.

En la introducción a Algo personal creo que digo que somos los libros que hemos leído. Y añado: antes de saber quiénes eran Tolstoi, Flaubert, Dostoievski, Faulkner… Yo supe muy tarde quiénes eran estos escritores. Cuando empecé a leer, no había nadie que me dijera lo que valía o no valía la pena. Leía lo que me saltaba a la cara, como cuando iba con mi abuelo Claudio a Los Barrancos y hacía la comida con lo que había en el monte. Y si lo que había era una liebre, pues iba a la cazuela. Los tiempos del puto hambre, que ahora son como si fuera un invento para prestigiar la nostalgia. No hay nostalgia respetable. Puede haber recuerdos más o menos hermosos, pero si los conviertes en nostalgia estás cavando su fosa, como hacían aquellos personajes de mis novelitas del Oeste cuando los tiros se cruzaban por las calles de Dodge City.

Si le tengo respeto a algún canon literario es al que me enseñó a amar los libros más que a casi nada en el mundo. Aquellos libros humildes y quienes los escribieron son mis referencias. No tengo otras. Claro que luego vinieron todos los grandes. Claro que sí. Pero yo ya estaba marcado por mis autores de nombres extranjeros, aunque eran más castizos que un pasodoble. Se cambiaban el nombre porque cómo iban a vender novelas si se llamaban Pascual Enguídanos, Francisco González Ledesma o Eduardo de Guzmán… Pascual Enguídanos fue un magnífico escritor de novelas de ciencia ficción con el nombre de George H. White, y vecino mío cuando yo vivía de adolescente en un pueblo que se llama Llíria, no muy lejos de Gestalgar –el pueblo donde nací y donde vivo desde hace veinte años–. Y qué decir de González Ledesma, uno de los mejores escritores españoles del siglo XX y también de novelitas de quiosco con el nombre de Silver Kane. Ya ves: Eduardo de Guzmán, escritor libertario y autor de Mi hija Hildegart, que cuenta las vidas de Aurora Rodríguez y su hija Hildegart, tan conocidas ahora en dos libros de Almudena Grandes y Erich Hackl. Escribía con muchos seudónimos, pero el más conocido fue el de Eddie Thorny. No solo esos escritores, acusados por los canónicos de hacer despreciable subliteratura, fueron olvidados y despreciados. Lo fueron también casi todos los que aparecen en Algo personal. Por eso lo subtitulé con la frase que repite Walter Brennan en Tener y no tener, la película de Howard Hawks: ¿te ha picado alguna vez una abeja muerta?

A mí me siguen llenando de picaduras esos escritores, esas escritoras, abejas zombies a las que debo lo mucho que sigo amando la literatura. Y si, además, lo que escribo suena a auténtico, mejor me lo pintas. Lo de la tenacidad, aciertas de pleno: si me gusta hacer lo que hago, cómo voy a dejar de seguir haciéndolo. Y más sobre lo que dices: si uno no se compromete con la palabra dada, que en mi caso es la palabra que llena mis libros, mis artículos periodísticos, mis conferencias, cómo hostias se va a entender con el espejo que le ataca con saña por las noches como si fuera la puñetera conciencia.

¿Sabes que eres el primer hombre que conozco que ha leído a Única Zürn y a Jean Rhys? 

Si eso es cierto, me entra una doble sensación. La de la satisfacción, porque leer a esas dos escritoras es imprescindible si no quieres que por las noches te salga de la oscuridad el hombre lobo. Y yo las leí hace muchísimos años. Hasta mi amiga Helena López, ahora en México, profesora en la UNAM y conocedora de mi pasión por Jean Rhys, me regaló hace siglos una fantástica biografía suya (de la escritora, no de Helena) en inglés. Y eso que ella era consciente de que yo no sabía ni papa de inglés. Pero también sabía de mi colocón cada vez que leía cuatro líneas seguidas de la autora de Después de dejar al señor Mackenzie. Y ahí la tengo, junto a una versión más reducida que Carole Angier publicó en España. Con lo de Unica Zürn, pues más o menos lo mismo. Cuando la leí, creo que me volví más loco que ella. Y eso ya es estar loco. Eran dos relatos en un sólo libro: Primavera sombría y El hombre jazmín. No entendí muy bien de qué iba la cosa. Tampoco sabía nada de la autora. Ninguna referencia. Entonces no había internet. Por lo tanto, lo único que teníamos a mano eran los propios textos. Y a ver quién era capaz de entender lo que contaba Unica Zürn en esos dos relatos más raros que unos alicates. No sé a qué viene lo de los alicates, pero una buena amiga lo decía siempre y se me quedó en la cabeza.

La otra sensación no me gusta: creo que a Jean Rhys y Unica Zürn la han leído pocos hombres, seguro que sí, que tienes razón cuando lo dices. Pero me da que tampoco han devorado sus libros las mujeres. Y llegamos donde siempre llegamos, a esa pregunta que siempre me hago: ¿por qué lee lo que lee la gente que lee? Y tengo aquí un precioso dibujo y un texto de Natalia Carrero sobre el Día del Libro. Una risa sobre las fajas esas que se ponen a los libros de éxito. Y las pone a hablar, a las fajas de las novedades. Y te digo aquí lo que dice: “Las fajas de las novedades se sinceran. ¿Efecto after 23 de abril? En su comunicado mínimo afirman estar hartas de tener que sobrevalorar a la velocidad del mercado cada nueva novela. ¡No les da tiempo a leerla y llegan a engañar con los elogios!”.

Cómo va a saber la gente quiénes son Unica Zürn y Jean Rhys si no salen en ningún sitio, si sus nombres y sus libros están en las antípodas del canon de las narices. Y menos mal que ahora están reeditadas Primavera sombría y El hombre jazmín, creo que en Siruela. O en otra editorial, no sé…

En este libro, hablando de Ignacio Aldecoa, recuerdas que no ser vencido consiste en hablar sobre la derrota. Hablar de la derrota es hablar con memoria. Tu obra es, sobre todo, eso. Un discurrir con memoria. 

Estamos hechos de memoria, escribía Jean Cassou. Pero no acabamos de convencernos. No sé si contar la derrota, el mundo de los vencidos, es precisamente una manera de exorcizar los demonios de la tristeza, de esa melancolía rabiosa que nos entra cuando pensamos lo diferente que podía haber sido este país si la guerra no la hubieran ganado los fascistas. O si en vez del golpe de Estado, hubieran dejado vivir a la Segunda República, en vez de hostigarla sin tregua ni contemplaciones. Dicen los que piensan en plan intelectual que si hubieran ganado la guerra quienes defendían la República, este país habría sido lo mismo que el túnel de la bruja. El revisionismo negacionista que hace furor entre algunos escritores y unos cuantos aficionados a la historia que la falsean con una violencia insoportable.

Hay una película excelente de Jaime Chávarri: Las bicicletas son para el verano, basada en una obra teatral de Fernán Gómez. Al final, el padre y el hijo adolescente pasean por las ruinas de Madrid recién acabada la guerra. El chico, emocionado, dice que su madre estará contenta porque al fin ha llegado la paz. Y el padre le contesta: “Luisito, lo que ha llegado no es la paz, es la victoria”. Pues eso mismo hago yo. Contar la derrota de unos para no olvidar nunca la victoria de los vencedores y esa dictadura que construyeron luego hasta convertirla en una de las más crueles y sanguinarias de la infamia contemporánea. Una dictadura que ahora reverdece en el vocerío fascista de Vox y una parte muy gorda del PP…

Por cierto, cuando leí por primera vez Santa Olaja de Acero y otras historias no tenía ni idea de quién era Ignacio Aldecoa. Compré el libro por la estupenda portada de Alianza editorial. Y ya no me separé nunca de sus libros. Nunca… Cada vez que pienso en La despedida, o en Seguir de pobres, o en El corazón y otros frutos amargos se me pone una cosa rara en las tripas…

Memoria y literatura. Habrá quien te diga que ambas cosas pertenecen al género de la ficción. Que del pasado solo puede dar cuenta la Historia.

Eso era antes. Cuando los historiadores, en general, no leían novelas y cuando pensaban que los testimonios –la figura del testigo– no eran de fiar. Pero ha pasado el tiempo y creo que ha habido –lo hay– un acercamiento entre la historia, la ficción y los testimonios a la hora de construir una reflexión decente sobre el pasado. La objetividad de la historia y la subjetividad de la ficción o los testimonios se juntan para alumbrar mejor lo que pasó y por qué pasó eso y no otra cosa diferente.

El trabajo principal de la historia es escarbar en los archivos para afirmar lo que se afirma con una rotundidad incuestionable. Pero también encuentra en las novelas, en la ficción, materiales que la ayudan a incorporar aspectos del pasado que los archivos no contemplan. El pasado está ahí y, como dice Faulkner en una de sus citas más repetidas, ni siquiera ha pasado, lo tenemos en el presente. Lo importante, al final, son los usos que hacemos de ese pasado, con qué intención y dónde nos situamos cada cual para contarlo. 

El problema, como señalan bien muchos historiadores, es que hay escritores de ficción que están queriendo ocupar el lugar que corresponde a quienes han hecho de su labor historiográfica casi una admirable razón para vivir. La verdad también se inventa, decía Antonio Machado. Y tanto que lo sabemos ahora mismo. La historia no admite esas complicidades con la mentira. Y ojo: tampoco la ficción debería hacerlo. Todo no vale cuando “inventamos” lo que escribimos en una novela. La ficción puede ser una manera maravillosa de contar una historia verdadera o de mentir como canallas amparados en ese cuento chino de que la ficción no tiene límites. No sé cuántas novelas llevo escritas sobre eso que se llama memoria histórica y nunca se me ha ocurrido convertirlas –ni convertirme a mí mismo– en una triste y tendenciosa suplantación de la historia. Por cierto, a ver si dejamos ya de llamarla memoria histórica y la llamamos memoria democrática y antifascista. Y ahora más que nunca lo de antifascista. Las derechas en España nunca han sido antifascistas. Por eso hay que remarcar lo de democrática y antifascista. No se puede ser demócrata sin ser antifascista. 

En Algo personal no solo cuentas lo que has leído, sino también cómo llegaron algunos textos hasta ti. Junto con recomendaciones personales, de prescriptores amigos, aparecen ya en tu infancia y primera juventud los quioscos y el Círculo de Lectores. No todas hemos nacido en casas con bibliotecas. Tenemos una deuda con esos circuitos de distribución de libros y con géneros despreciados, como las novelas del oeste que antes comentabas. ¿Es cierto que sigues leyendo todavía esas historias? Me consta que lees lo que te recomiendan los amigos, ¿ignoras los suplementos literarios?

Sí, claro que sigo leyendo esas historias. Tengo esas novelitas en los mismos sitios que las grandes novelas y otros libros de prestigio planetario. Nunca voy a dejar de leerlas. Nunca. Sé que hay colegas, amigos míos, que tuvieron a su disposición las bibliotecas familiares. Y me alegro por ellos. Pero no fue ese mi caso. En mi casa no había libros. Entonces, cuando yo era crío en los años cincuenta del pasado siglo, no había bibliotecas y menos en los pueblos pequeñísimos de la montaña, como el mío. De hecho, íbamos poco a la escuela. Mi familia salió pronto de Gestalgar y fuimos a vivir a otros pueblos más grandes. Era una familia de hormeros, lo que ahora se llama panaderos. La cultura –y menos la literaria– no entraba en nuestros cálculos. A los nueve años empecé a trabajar en el horno con mi padre todas las putas noches de mi infancia. Casi hasta los treinta años. Y me gustaba el oficio. Me gustaba mucho. Por eso una de las cosas que más me ha llenado de orgullo es que un colectivo de Vallecas me invitara hace un par de años a participar en unas jornadas sobre el pan. En mis novelas siempre sale el horno de la familia. Lamentablemente no pude estar en esas jornadas, pero mi gratitud a quienes las organizaban se ha quedado conmigo –y ojalá también con ellos– para siempre.

Pues eso, como no había libros en casa, poco a poco iba abasteciéndome de ellos como podía. Y como podía era acudir a los mercados semanales en alguno de esos pueblos y comprar novelitas que también se vendían –y se siguen vendiendo– en los quioscos. Y digo novelitas en el sentido que me gusta darle a lo grande, a lo que considero de una dignidad irrebatible. La dignidad de aquellos pequeños libros y la casi clandestina identidad de quienes los escribían. Luego llegaron la editorial Molino, la colección Reno de Plaza y Janés, y sobre todo el Círculo de Lectores. Nunca le vamos a estar bastante agradecidos al Círculo. Siempre hemos de sentir en lo más hondo de nosotros mismos esa inmensa gratitud. La mayoría de libros que aparecen en Algo personal vienen de ahí.

Poco a poco íbamos levantando en casa una pequeña biblioteca. Y ahí siguen, en una biblioteca ya incluso demasiado grande porque algún día el suelo va a ceder y se irá al carajo esa casa viejísima (de finales del XIX nada menos) y acogedora donde vivo, la misma que ya habitaron mis antepasados (qué cosa más graciosa esa de “mis antepasados”). Es cierto lo que dices. Leo lo que me recomiendan los amigos. Y lo que escriben los amigos. No hay tiempo para más. No leo mucho de ahora mismo. Tengo suficientes amigos que escriben para leer sus libros y poca cosa más. Eso que dices: lo que me recomienda gente en la que tengo absoluta confianza. No, no leo los suplementos literarios. No por nada, es que no tengo costumbre. Los leo cuando alguien me dice que sale alguna reseña de alguno de mis libros. Pero como tampoco se prodigan tanto esas reseñas (solo las de unos cuantos críticos que valoran estupendamente lo que escribo, y bien que se lo agradezco), pues eso hace que mi relación con los suplementos literarios sea prácticamente inexistente. Dicho sea esto con todo el respeto a quienes los hacen posible, faltaría más.

Desde la publicación de tu primera novela en 1984 (De vampiros y otros asuntos amorosos) hasta hoy han transcurrido una veintena de novelas. En este tiempo la democracia española se consolidó, se desvirtuó y ¿dirías que ha entrado en crisis? ¿Cómo percibes la irrupción de la extrema derecha en la vida política española?

Uf… Responder a eso da para una tesis universitaria, al menos de esas de ahora, que no son tan exigentemente gordas como las de antes. O eso me cuentan. A ver si me aclaro un poco. La democracia española se consolidó y luego se desvirtuó y a lo mejor ha entrado en crisis. No creo que nunca estuviera consolidada. Del 76 al 82 (periodo conocido como Transición) hay muchísimas muertes violentas y un constante ruido de sables que alcanzan su trending topic (como se llamaría ahora) con el golpe de Estado del 23-F. El golpe de Estado no triunfa, pero tampoco fracasa. En 1982 gana las elecciones el PSOE y ninguna de las grandes estructuras del Estado se modifica. Al revés. Mandos policiales, torturadores reconocidos en la dictadura, siguen en sus puestos y con sus rangos aumentados en el escalafón. Demasiadas cosas del franquismo se quedan a vivir tranquilamente –algunas de ellas con una más que absoluta impunidad– en la democracia.

Si vemos la situación de esos años ochenta es escalofriante. La violencia es pan de todos los días. Es la etapa más virulenta de ETA, pero ojo: también –y eso se olvida con un cinismo que aterra– de la policía y su complicidad con la extrema derecha. ¿Una democracia consolidada con casi mil muertes violentas en las calles? No creo que lo fuera tanto. Hace muchos años que muchos de los conflictos a los que nos enfrentamos son conflictos que está sufriendo la propia democracia, por encima de las características particulares de cada uno de ellos. La democracia aquí siempre fue frágil, aunque se diga lo contrario y allá cada cual con sus opiniones. Y en los últimos años se ha ido fragilizando todavía más. Creo que ha sido una democracia miedosa, con pocas ganas de enfrentarse a una sutil –y a ratos no tanto– fascistización de la vida pública, de las instituciones que la representan en muchas ocasiones.

¿La irrupción de Vox, por hablar de un ejemplo que nombras implícitamente, se puede desligar de los estamentos judiciales y su incuestionable parcialidad a la hora de aplicar sentencias, una parcialidad que denigra a la propia institución y demuestra su procedencia conservadora, cuando no abiertamente su disposición a absolver conductas de unos y condenar las de otros con un sesgo ideológico inconcebible en una democracia consolidada? ¿O ese resurgimiento del fascismo –o neofascismo, según otras interpretaciones– se puede desligar de la complicidad clarísima de la inmensa mayoría de los medios de comunicación con esa fascistización?

No somos el único país en que el fascismo, bajo el paraguas o los disfraces que queramos, está resurgiendo. Otra cosa bien distinta es si estamos haciendo lo que esos países (Francia y Alemania, por poner dos casos claros) hacen para enfrentarse a ese resurgimiento. Y no, no lo estamos haciendo. Vuelvo a lo que te decía antes sobre la memoria democrática y antifascista. En esos países las derechas fueron antifascistas. En España nunca lo fueron y siguen sin serlo. Es más, en demasiadas ocasiones no ocultan sus inclinaciones y prácticas claramente acordes con el fascismo. 

Me gustaría cerrar esta entrevista hablando de la palabra. Si hablar no es solo hacer frases con palabras, sino usarlas para decir verdad, y si la democracia es el régimen de la palabra y la deliberación, ¿qué futuro nos espera si no frenamos el ascenso de la mentira? ¿Qué puede hacer la literatura para contenerlo?

La mentira está instalada en nuestra sociedad. Nos hemos inventado palabros como fake news, como posverdad y otros parecidos y no sé si con ellos acertamos a desvelar la mentira o caemos en el error de no saber exactamente de qué estamos hablando. La mentira es un mal paradójicamente protegido en este país. No pasa nada con esos medios de comunicación que mienten en cada una de sus páginas, con esas televisiones y radios que se enorgullecen de mentir y, en el colmo de este capitalismo feroz que nos invade, hacen negocio económico –no sólo político e ideológico– con la mentira.

En otro aspecto de lo que comento, mira lo último (siempre será lo penúltimo) que he leído: un juez decide que no se retire el cartel de campaña de Vox en las elecciones a la Asamblea de Madrid. Es mentira que los menores migrantes no acompañados le roben la pensión a una mujer mayor a la que además, en el colmo del cinismo, llaman “tu” abuela. Pero llega un juez y dice que adelante con la mentira, que ese cartel no admite condena alguna. Y llega Díaz Ayuso y ordena que la gente mayor de las residencias se muera sin ir a los hospitales y luego pasa por ser ella y los suyos –siempre con el apoyo mediático casi absoluto– quienes han salvado de la pandemia a su vecindario. Y así podría hacer una lista de mentiras a las que esta sociedad, tan mal informada, con tan escasa cultura política después de tantos años de democracia, se ha lamentablemente acostumbrado.

La literatura solo puede hacer una cosa, algo que de alguna manera te decía hace un rato: no mentir, no pensar que la ficción –prosa, poesía, lo que sea– no tiene límites. No esconder que la palabra que miente no es palabra sino un artefacto a veces letal que predica violencia, esa inequívoca violencia que pervierte el mejor sentido de la palabra, que habría de ser vida, decencia, dignidad, y no otra cosa.  Frente a toda ese daño que el fascismo inflige cada día a la democracia, te dejo aquí lo que escribía León Felipe en el prólogo a Belleza cruel, un libro de poemas (imprescindible, como todos los suyos) de Ángela Figuera Aymerich: “Y ahora estamos aquí, del otro lado del mar, nosotros, los españoles del éxodo y del viento, asombrados y atónitos oyéndoos a vosotros cantar: con esperanza, con ira, sin miedos…”.

Nota aclaratoria: Por error, en el texto publicado inicialmente se decía que Alfons Cervera colabora con el diario Las Provincias. En realidad, lo hace en Levante-EMV.

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Comentarios
  1. Cuanto se puede aprender de personas como Alfons Cervera.

    «Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta; pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir. Y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España».
    Discurso de Miguel de Unamuno en la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936.
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    A la democracia en este país aún se la espera. Sigue enterrada en las cunetas, Iglesia y monarcofranquismo, patas del régimen, no paran de homenajear a los suyos y de calumniar a quienes dieron la vida por la legalidad, los derechos y las libertades del Pueblo.

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