Opinión
Tal día como hoy, hace diez años
"Así que en este aniversario del 15-M, sobre todo me pregunto qué se estará fraguando de lo que aún no sabemos nada. Qué podrá llegar a cambiarnos la mirada y los lenguajes, el sentido de lo común. Qué forma tomará", reflexiona Laura Casielles diez años después.
Tal día como hoy hace diez años, a estas horas, no teníamos la menor idea de que nuestra manera de entender el mundo y movernos por él iba a cambiar en un apenas un ratito. Suele pasar así con estas cosas: los zarandeos que van a cambiar los nombres de lo que nos rodea siempre nos pillan en pijama y a medio despertar. Luego, antes de que logremos darnos cuenta, ya se han instalado. Así funciona nuestra mente. Algo pasa de imposible a consolidado en lo que tarda una en irse enterando. Algo pasa de inimaginable a historia lejana en tan poquito como una década. El 15 de mayo de 2011, el 15-M, yo no estaba aquí.
Era una de esos miles de jóvenes que pasaban en otro país los primeros años de su vida profesional. A mí, concretamente, me pilló en Marruecos. A principios de año estaba encantada con el enorme privilegio de haber visto en directo cómo se celebraba con brincos y gritos en una discoteca rabatí no del todo legal la caída de Mubarak, como un presagio de que la ola de libertades podría seguir extendiéndose por toda aquella orilla del Mediterráneo. A cambio, cuando llegó la primavera no compartí en vivo los acontecimientos que iban a marcar política y vitalmente a mi generación en mi propio país.
Desde aquella pequeña lejanía veíamos lo que ocurría bastante emocionadas y nerviosas. Mi amiga A. no pudo más: a última hora de una de aquellas noches cogió el coche y cruzó el Estrecho para pasar cuarenta y ocho horas en la plaza de Sol y ser parte de esa aventura que nos reconcomía estar perdiéndonos. Yo estuve a punto de subirme al asiento de copilota, pero al final no pude. Recuerdo que alguien a quien quiero mucho me consoló diciendo: “No te preocupes, esto es solo el principio. Te va a tocar vivir muchas otras cosas”. No le creí en absoluto. Aquella parecía una estrella fugaz de las que solo se ven pasar una vez en la vida.
Diez años más tarde, recuerdo aquello y me cautiva aquella sensación de excepcionalidad y urgencia. Diez años más tarde, nos hemos acostumbrado tanto a los momentos históricos que imaginar a mi amiga conduciendo a través de países en plena noche ya no sé si me parece algo exótico y arcaico, o lo más normal del mundo.
En diez años, claro, pasan muchas cosas, en cualquier vida. Cambian las casas, las ciudades, los amores, los trabajos. Quienes entonces teníamos veintipico años y muchos sueños, ahora tenemos treintaypico y mucho estrés. Quienes tenían treintaypico están hasta el cuello de hipotecas en las que no pensaban que se meterían. Quienes no tenían edad entonces para bajar al lío ven lo que contamos con cierto aburrimiento y les parecemos poco inclusives en varios ejes distintos. Quienes se subieron a la ola pese a las arrugas en la ilusión de otros procesos ya vividos siguen sumando muescas a un fundado realismo algo triste.
Por lo demás, el amigo al que no creí tenía razón. También en lo colectivo íbamos a tener ocasión de vivir muchas cosas en los diez años siguientes, sí. Muchísimas, acelerada e intensamente muchas. Nuevos partidos que tenían que ver en fondo y forma con lo que había pasado en las plazas y en los medios –pero no solo–. Un descalabre de las reglas del juego. Críticas a la corrupción, operaciones cosméticas a la Corona. Ganas frustradas de otra Constitución posible. Mareas por oficios, medios nuevos para contar las cosas de otra forma. El feminismo elevando su ola en una de las herencias más fructíferas de todos aquellos aprendizajes. Los choques contra el muro de la institucionalidad, sus alegrías y sus contradicciones. Las reacciones, las nuevas crisis. La memoria y la desmemoria. La tenaz persistencia del daño. La obligada reinvención de los barrios y los balcones.
Nada de eso es el 15-M. Todo eso tiene que ver con el 15-M.
Pero lo que desde luego no es nada, nadita 15-M es empeñarse en leer un movimiento precisamente con las claves que quería impugnar. Pedirle peras a un olmo en flor; recordar con monumentos a quienes intentaban, con espíritu nómada, plantar jaimas en mitad de la ciudad.
Cuando intentamos replicar algo que nos ha gustado, suele salirnos mal porque lo hacemos fijándonos en el resultado, y no en el detonante. En la respuesta, y no en la pregunta. Lo más extraordinario y fértil del 15-M fue precisamente el ser una amalgama de preguntas vivas. Lo más transformador de las prácticas y el pensamiento que emanaron de aquellos días tiene que ver con un no-saber lleno de posibilidades.
Dice un verso de Cernuda que “el deseo es una pregunta cuya respuesta no existe”. El 15-M era todo deseo, sin que la respuesta tuviera por qué existir. Deseo de cambio, deseo de vida, deseo de primavera y de recuperar algo perdido y de encuentro y de reflexión y de amor y de libertad y de atravesar países en la noche para compartir un rato de lo extraordinario.
Pero cuando el tiempo pasa, tendemos a recordar las respuestas, más que las preguntas. A ir fosilizando esas respuestas. Las cosas vivas empiezan a convertirse en recuerdos, y, como en todo amor, las batallas por el relato producen aberraciones. Han pasado diez años y el 15-M se ve desde el futuro; y en el hilado de causas y consecuencias que se empeña siempre en hacer nuestro pensamiento para intentar entender algo, todo lo que vino después se engarza en eslabones rígidos que poco tienen que ver con toda aquella apertura.
Hay cosas que tienen sentido en su destello, que inevitablemente no pueden mantenerse iguales en el tiempo porque su esencia es precisamente ese fulgor, ese mutar, ese estar como suspendidas. Se dispersan luego, impregnando lo que vendrá en tantas derivaciones.
Tras el 15-M, nuestro lenguaje cambió. Nuestra mirada cambió. Transparencia, participación, asamblea se convirtieron en palabras comunes. Plaza no volvió a significar lo mismo. Tampoco política, que ahora podía conjugarse en primera persona del singular. Se aprendió colectivamente que se podía exigir; también que para ello había que aportar. Empezó a pronunciarse un nosotros distinto a los que conocíamos, que sería en adelante la media de nuestros derechos y nuestras responsabilidades, en la medida en que nos ponía en posición ya no de esperar, sino de hacer.
Muchas de las demandas que hicieron de interruptor entonces siguen vivas. Algunas se han remendado un poco. Otras nuevas han aparecido. Para toda la tarea pendiente contamos con muchas de aquellas herramientas, ya integradas. Con muchas otras cuyo manejo fuimos aprendiendo en este tiempo, también. Pero creo que las más importantes son las que aún no tenemos en la caja.
Aprender del 15-M, celebrar su aniversario, no tiene tanto que ver con mostrar nuestra expertise desplegando sesudos análisis sobre todo aquello. Tiene que ver con despertar de nuevo nuestra capacidad de ver lo que realmente pasó allí. La pregunta, y no la respuesta.
Lo extraordinario del 15-M era el desborde, el cuestionamiento, el fluir improbable de las revelaciones. La entrega a la sorpresa, la escucha y el encuentro. Lo que se quería era pensar de otra manera, hacer de otra manera, vivir de otra manera. Eso siempre es difícil, frágil y está en disputa con el poder. Pero también está siempre vivo en alguna parte. Solo que hay que tener mucho cuidado para no ejercer de dueños de las puertas. Que llegue otro 15-M requiere sobre todo –como entonces, como siempre– que se nos quite la cara del que sabe que se nos ha ido poniendo en estos diez años.
Así que en este aniversario, sobre todo me pregunto qué se estará fraguando de lo que aún no sabemos nada. Qué podrá llegar a cambiarnos la mirada y los lenguajes, el sentido de lo común. Qué forma tomará.
Y si seremos aún capaces de verlo. Si aún querremos coger un coche y conducir a través de un par de países para llegar aunque sea a compartirlo un rato.
«Tal día como hoy hace diez años, a estas horas, no teníamos la menor idea de que nuestra manera de entender el mundo y movernos por él iba a cambiar en un apenas un ratito».
De eso nada. El 15M no descubrió las Américas. Ni mucho menos.
Sí es verdad que a los mayores nos llenó de esperanza que la juventud se movilizara.
La realidad es que cuesta más mantenerse y persistir que movilizarse.
Aquello se volatizó.
Sin embargo siempre ha habido una minoría de juventud comprometida que antes del 15M y después sigue luchando sin tirar la toalla por los ideales en los que cree, por un mundo más justo.
Bertolt Brecht:
“Hay hombres que luchan un dia y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles.