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Rocío Carrasco y el feminismo en los platós

"Lo que ha hecho Rocío Carrasco es histórico por la pedagogía de su relato y el alcance masivo de su exposición, pero podría suponer un punto de inflexión en la lucha contra la violencia machista si diera impulso a un tratamiento diferente de la violencia machista y a la aplicación de una perspectiva feminista en todo el proceso de producción informativa", reflexiona Anna Gimeno.

Rocío Carrasco durante la emisión de la serie documental ‘Rocío, contar la verdad para seguir viva’.

Echo de menos que en los platós de televisión se verbalice que los avances contra la violencia machista vienen de la mano del feminismo. Así, con estas palabras.

Estoy siguiendo con mucha atención el relato de Rocío Carrasco sobre violencia machista y los programas que lo acompañan y veo los esfuerzos que están haciendo compañeras como Ana Bernal y Carlota Corredera (gracias a las dos) para que los hechos se interpreten dentro de los códigos de la violencia machista. Ese contexto, tan complejo y que se ha revelado tan desconocido para la mayor parte de tertulianos y tertulianas que comentan el asunto, es imprescindible para entender lo sucedido y realizar un análisis, además de riguroso, justo con las víctimas. En ese marco están las claves para comprender y las respuestas a la mayor parte de las preguntas que sobre el caso Carrasco se formulan estos días en los platós. 

Pero he echado de menos bajo los focos la presencia más explícita de esa pieza esencial sin la cual es difícil entender la violencia machista y todos los avances que se han realizado en la lucha contra ella: el feminismo. Porque es el pensamiento feminista el que pone nombre a la violencia machista, el que estudia, disecciona y teoriza respecto a la violencia contra las mujeres como consecuencia directa del patriarcado y asunto de dimensión estructural y política. Y es, sobre todo, el activismo feminista el que señala, visibiliza y denuncia la violencia machista hasta conseguir cambios legislativos –entre otros– y mayor conciencia social. 

El feminismo es el marco que nos permite entender de verdad a Rocío Carrasco y, sobre todo, con ella a tantas miles de mujeres que pasan por esa situación y no son escuchadas o creídas.  

El gesto valiente de Carrasco y la emisión del documental ha sido muy importante para situar la violencia de género en la agenda mediática dirigida al gran público, a una audiencia masiva y no especializada. Pero podría no haber pasado de la categoría de espectáculo si no se hubiera realizado un esfuerzo por enmarcar y contextualizar el relato en los códigos de la violencia machista, en el marco desvelado y denunciado desde hace décadas por el feminismo y peleado por tantas mujeres en el día a día desde el anonimato. 

Solo en esas coordenadas podemos identificar y entender en toda su magnitud el ciclo de la violencia machista que ha transitado Carrasco y que, ya en los años 70, definió Leonor Walker; o la destructiva ‘luz de gas’, la terrible violencia vicaria, la simbólica o la económica, que también se manifiesta en el relato de Carrasco así como la violencia por poderes, aquella que ejercen a distancia los maltratadores a base de pleitos que no permitan a la mujer, aunque los gane, distanciarse y desconectar de su agresor.

La propia cadena Tele5 que emite la docuserie ha contado que en estos últimos 25 años ha dedicado a Carrasco alrededor de 10.000 horas de televisión, es decir, 416 días con sus noches hablando de ella sin parar pero, sobre todo, sin que prácticamente nadie levantara la voz de alarma o advirtiera la posibilidad de una situación de violencia machista. Es un dato muy revelador sobre hasta qué punto la violencia de género sigue normalizada y es aún una realidad de una complejidad desconocida para una gran mayoría social que sin la necesaria pedagogía puede no alcanzar a comprender en toda su magnitud.

El esfuerzo por enmarcar el relato en las coordenadas del patriarcado es también lo que permite entender que la violencia machista no es consecuencia de una patología de los agresores, tampoco de un arrebato –la mayor parte de los feminicidios son meditados y planificados– sino de un ejercicio de poder, de dominación, sobre las mujeres, fruto de las creencias y las estructuras de sostén patriarcales. Permite entender que la violencia machista tampoco tiene su causa en ningún tipo de conducta o acción de la víctima –como aún escuchamos– sino en el propio agresor y en el sistema machista que lo cobija. 

El esfuerzo por situar el análisis en la perspectiva de la discriminación sexual debería no obstante ampliarse bajo los focos. El tema es suficientemente grave y la ocasión excepcional como para sacar de plató a quienes revictimizan, niegan o siembran confusión y realizan un análisis falto de rigor y fuera de contexto devolviendo el relato de una Carrasco abierta en canal al terreno del show o del conflicto privado en el que se sienten más cómodos. 

Pienso en tantas compañeras periodistas que, incluso contra las resistencias de las empresas para las que trabajan, y de su entorno de compañeros, se están formando y esforzando, a título individual, por ejercer un periodismo feminista y dar a la violencia machista un tratamiento adecuado, es decir riguroso y ético. Y pienso también en algunos medios como lamarea.com, entre no muchos otros, que llevan años como hormiguitas tratando de hacer un periodismo serio en este sentido, y con resultados que, trasladados a un programa de televisión, en prime time, se podrían multiplicar exponencialmente. Y no me resisto a soñar con esa posibilidad.

Los maltratadores no actúan solos, les acompañan siglos de creencias que tienen por objeto el cautiverio de las mujeres. Lo hacen con el soporte y el cobijo social que otorga una cultura patriarcal firmemente arraigada. Una cultura destructiva que periodistas convencidas y con vocación feminista dificilmente podrán sacudir ni a corto ni a medio plazo sin el compromiso efectivo contra el machismo de las empresas de comunicación para las que trabajan ni de una ciudadanía sensibilizada y más exigente en su consumo mediático en relación con la perspectiva de género. También necesitamos el compromiso de los medios y del sistema educativo para salvar vidas.

Los maltratadores se alimentan de los mitos como el de la ‘mala madre’, el de ‘la puta’ o el de la ‘mujer manipuladora’, todas creencias que tienen una repercusión real y gravísima en el día a día en las salas de los tribunales, en instancias policiales y también ante la opinión pública en platós de televisión y que resultan corrosivas para las vidas de tantísimas mujeres y de sus hijos e hijas. Son creencias que aún se reproducen y acreditan a escala masiva en los medios, en anuncios publicitarios, en titulares y textos, en enfoques de informaciones supuestamente serias, en letras de canciones, en libros de texto, en currículums escolares… que desautorizan y desacreditan la voz de las mujeres, las empujan a su zona de cautiverio patriarcal, estereotipadas, cosificadas y sexualizadas, para que el sistema de privilegios y el ejercicio desigual de poder siga en pie. 

Lo que ha hecho Rocío Carrasco es histórico por la pedagogía de su relato y el alcance masivo de su exposición, pero podría suponer además un punto de inflexión en la lucha contra la violencia machista si diera impulso a un tratamiento diferente de la violencia machista y a la aplicación de una perspectiva feminista en todo el proceso de producción informativa y de contenidos en los medios que aún no están en ese camino, que son todavía muchos.

Una de mis ocupaciones profesionales más vocacional es la formación en violencia machista a periodistas y estudiantes de periodismo. Es una tarea de hormigas que realizamos cada vez más compañeras en la convicción de que no solo es imprescindible un tratamiento adecuado, desde el conocimiento de la complejidad de la violencia, sino que también es necesaria la incorporación de un objetivo pedagógico en las rutinas de los medios que permita desnudar el machismo ante una audiencia masiva, ofrecer herramientas para la comprensión de los engranajes de la discriminación de las mujeres y los procesos por los que pasan las víctimas y supervivientes de violencia de género y, al tiempo, desproteger a los agresores.

Eso sí sería verdaderamente histórico e inédito. Y no me resisto a soñar con esa posibilidad.

Anna Gimeno es coautora del ‘Manual para el tratamiento de la violencia machista en los medios de comunicación’ (Unió de Periodistes Valencians, 2018).

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