Cultura

Equidistancia de sobremesa

"La equidistancia de sobremesa pone en riesgo ese punto de partida básico, común a todos los espectadores, interiorizado y compartido por el colectivo, que sirve para identificar cuál de las conductas dentro de estos films es la reprochable, la censurable, y cuál no. Un punto de partida fundamental que ahora parece tambalearse", escribe el autor.

Imagen de la película 'Pirañaconda' (2012), dirigida por Jim Wynorski.

Como muchos ya sabréis, dedico mi cuenta de twitter y mi página web al estudio de las películas de sobremesa que emiten los fines de semana, ese apasionante género cinematográfico facilitador de siesta. En sus diferentes subgéneros siempre hay un personaje que es el malo: el empresario que ansía demoler una granja familiar para construir un centro comercial en su lugar, la niñera o el entrenador personal que quiere apropiarse de una familia ajena, monstruos como la Lavalántula o el Crocosaurio que intentan devorar a todo humano que se cruce en su camino… La opinión de que sus posiciones son, cuanto menos, reprochables era un punto de partida que creía común a todos los espectadores de este tipo de films. Sin embargo, últimamente he recibido varios mensajes de personas que de alguna forma intentan blanquear estos comportamientos.

En uno de esos mensajes se me acusaba de llamar «asesina» muy a la ligera a la Pirañaconda, a pesar de tratarse de un ser inteligente que mata por matar. Decía el remitente que los humanos que servían de alimento a esta criatura «algo habrían hecho»; que si no hubieran estado donde no debían estar, no hubiesen muerto. También defendía que la Pirañaconda era un ser muy poderoso, superior en todos los aspectos al resto de especies, y que por lo tanto se había ganado al derecho a prevalecer sobre los demás. Así, insistía en que, antes de acusarla, valorase estos aspectos y que, por ello, también respetase la posición de la Pirañaconda y no solo la de los devorados y mutilados.

En otra de las comunicaciones, centrada en las típicas películas alemanas de La1, donde un tema recurrente es el de que un negocio familiar están en peligro porque un empresario tiene intención de hacerse con él para construir en su lugar un centro comercial, la persona que me la envió se mostraba muy ofendida por el hecho de que el empresario siempre quedase como el malo. «La familia que tiene la granja no puede frenar el futuro», afirmaba. Sostenía que era irrelevante que el pequeño negocio fuese próspero y útil para la comunidad, ya que el centro comercial proporcionaría más puestos de trabajo y que seguro que esa familia que se quedaba sin la granja podría luego trabajar en él. Justificaba todas las sucias artimañas que el empresario empleaba para presionar a los granjeros, ya que, según él: «Es el mercado, amigo».

Por último, me sorprendió que un buen número de gente me enviase mensajes en defensa de los típicos personajes de las películas de Antena 3 que amenazan la estabilidad de una familia. Estos suelen ser niñeras, entrenadores personales o vecinos con una fijación especial por un padre o una madre y sus hijos. Su objetivo es ocupar un lugar en esa unidad familiar y en su meta sobra uno de los miembros. Así, utilizan la amenaza, la manipulación e incluso la violencia física para atormentar al padre o madre al que pretenden sustituir. Pues bien, sus defensores me instaban a que en mis tuits dejase de presentarlos como gente peligrosa, ya que con mi actitud estaba coartando la «libertad» de esos personajes para cumplir sus sueños. «Si eso es lo que quieren, tú no eres nadie para limitarlos con tus hirientes observaciones», me reprochaban. También quitaban importancia a las amenazas que estos personajes suelen enviar mediante cartas escritas con letras o palabras recortadas de revistas porque, según ellos, solo son para asustar, pero luego los remitentes nunca hacen nada, por lo que los amenazados no se deberían hacer tanto las víctimas, no deberían exagerar tanto. Terminaban pidiéndome respeto a todos los implicados, no solo a unos.

La equidistancia de sobremesa, que toda esta gente que me he inventado para la ocasión invoca en sus ficticios (aunque basados en hechos reales) mensajes, pone en riesgo ese punto de partida básico del que hablaba al principio, común a todos los espectadores, interiorizado y compartido por el colectivo, que sirve para identificar cuál de las conductas dentro de estos films es la reprochable, la censurable, y cuál no. Un punto de partida fundamental que ahora parece tambalearse.

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