Crónicas | Opinión

El desencanto y la rabia

"La fuerza de la izquierda no está en la movilización puntual y a la desesperada, sino en realizar cambios radicales que demuestren el respeto a las necesidades y los deseos de quienes se sienten abandonados y despreciados. Con razón", reflexiona José Ovejero.

Miembros de la CGT protestan en un supermercado en Valencia. REUTERS /HEINO KALIS

El antifascismo está bien. Está muy bien, no me malinterpretéis. No pasarán, fascismo o democracia, ni un paso atrás. Pero ser antifascista es fácil (en tiempos de paz) para una persona sensata y con un mínimo de aprecio por la humanidad. Como también es fácil rasgarse las vestiduras por la abstención en los barrios obreros. Casi tanto como decir que nadie más idiota que un obrero de derechas. ¿Cómo es posible que no se den cuenta de que la derecha destruye el tejido social de los barrios, los vende al mejor postor, arrasa lo público, fomenta una política fiscal que favorece a los que más tienen? ¿No vivirían mucho mejor votando a la izquierda?

Borregos. Ignorantes. Insolidarios. Vendidos.

Pero ¿y si tienen sus razones, también para sumarse al discurso ultraderechista que en España ya no solo lo defiende la ultraderecha, también la supuesta derecha moderada? No digo que te vayan a gustar esas razones a ti que lees estas páginas, y que probablemente has ido a la universidad y no podrías definirte como obrero/a –lo que hoy incluye a los trabajadores mal pagados en el sector de servicios–  aunque procedas de una familia que sí lo es (y ese es mi caso). A lo mejor tales razones están relacionadas con una absoluta falta de fe y con una rabia alimentada durante años y, aunque nos duela, quizá no están todo injustificadas. 

Porque la izquierda socialdemócrata, artífice de la reconversión industrial, de la integración en la Europa liberal y de buena parte de las privatizaciones, cómplice de los poderes económicos, parece haberse quedado sin un discurso –y el fenómeno es europeo-– que pueda volver a ilusionar a quienes defraudaron; también a quienes, aun creyendo en su buena voluntad, solo pueden constatar su impotencia. Tienen razón en que muchos problemas de los barrios más desfavorecidos no se afrontan con decisión, de forma que las medidas que se van aprobando son un goteo, mejoras, sí, pero insuficientes; se sube el salario mínimo, pero el paro sigue siendo brutal, en particular entre los jóvenes; se buscan soluciones a la precariedad de la vivienda, pero todos perciben la incapacidad o la falta de voluntad de frustrar a los grandes grupos de presión; se prometen mejoras en lo público, pero la venta de lo común no se detuvo bajo los gobiernos del PSOE; los mismos que exigían apretarse el cinturón, permitían paraísos fiscales, chanchullos multimillonarios, pelotazos de todo tipo. Mientras tanto, la izquierda a la izquierda de la socialdemocracia no era capaz de convertirse en alternativa de poder y se iba perdiendo en fútiles batallas internas, incapaz de articular el desencanto de sus posibles votantes.

Y cuando surgió un partido que sí pretendía ir más lejos y provocar un auténtico cambio de paradigma, el acoso coordinado de todos los poderes lo sometió a un desgaste sin precedentes: la prensa, la justicia, la policía, las grandes empresas, pusieron manos a la obra para destruir esa posibilidad de auténtica renovación, aunque fuese con maniobras ilegales y antidemocráticas. Incluso una parte de la izquierda más institucionalizada participó con entusiasmo en la labor, por intereses propios, también económicos, y por miedo a que la nueva izquierda la desbancara; es sintomático que durante un tiempo una parte muy poderosa del PSOE prefiriese aliarse con un partido de centro derecha como Ciudadanos, la alternativa domesticada, a hacerlo con Podemos, y aún es así. No he oído a nadie hablar con más rabia hacia Podemos que a una política del PSOE, hoy ministra. 

Ahora que está claro que Podemos ha perdido cualquier oportunidad de conquistar  el poder y el espacio público, pueden ser tolerados y utilizados para conseguir mayorías. Una vez que les han arrancado los colmillos se les puede sacar de paseo. 

La derecha y la ultraderecha han entendido perfectamente la situación: las clases desfavorecidas ya no se creen que su futuro en el contexto de la globalización vaya a ser significativamente mejor, tampoco con un gobierno de izquierdas; pudieron creerlo hace cuarenta años, cuando el crecimiento económico y las políticas redistributivas impulsaban el ascenso desde los pisos inferiores del edificio social. Pero eso ya no sucede. Y es muy difícil devolver la fe a quien la ha perdido.

Así que la derecha no se esfuerza en ofrecer soluciones a los problemas objetivos. Es impresionante su falta de propuestas concretas en la campaña de las elecciones madrileñas. Como casi nadie se va a creer que bajen el paro o mejoren la situación económica, ni las promesas de mejorar la sanidad o la enseñanza públicas, ni que la libre competencia signifique oportunidades de progreso, basan su estrategia en azuzar el malestar de las capas de la población más castigadas por el desmantelamiento del estado del bienestar que la propia derecha ha propiciado. A quien no tiene esperanza y ha sido humillado, a quien tiene la impresión de estar en un mundo en el que se han disuelto las identidades colectivas que sostenían la solidaridad y el apoyo mutuo, a quien sabe que no cuenta, que está al margen, no se le ofrecen soluciones, pero sí la posibilidad de recuperar el orgullo, de dejar de sentir impotencia, de canalizar la rabia. Funciona. Ya lo hizo en la Alemania nazi. 

Claro que no basta con que haya una sensación de pérdida de las identidades colectivas para que surja una reacción nacionalista o totalitaria. Es necesario también que esa pérdida de seguridad se vea agravada por una situación social y económica envenenada a la que no se ve salida. Si mientras se derrumban las antiguas seguridades no se vislumbran otras nuevas, la desafección y la radicalización identitaria están servidas.

Uno de los problemas de la izquierda es que aquello que sí puede prometer y que la distingue de manera radical de la derecha –ampliación de los derechos civiles y de las libertades– se ve a menudo como el altruismo de quien puede permitirse esos lujos y a la vez contribuye a la inseguridad de quien solo puede aferrarse a valores de un pasado que garantizaba, al menos, cohesión y una identidad orgullosa. El nazismo ha resurgido en Alemania no solo por la caída del muro, sino porque buena parte de la población vio desaparecer su forma de vida y un marco claro –aunque pudiese ser brutal– quedando abandonados a la intemperie del mercado, al saqueo que también bendijo la socialdemocracia. En ese proceso de desmantelamiento, en el que los salvadores se revelaron como saqueadores, muchos perdieron la ilusión, otros desarrollaron una rabia irrefrenable: luego los buitres de turno se apresuraron a canalizar y a usar en provecho propio la desafección hacia la democracia.

Por eso VOX hurga en la herida acusando a la izquierda de elitista y de despreciar las ideas y las necesidades de los habitantes de los cinturones industriales y del campo. Es cierto que la derecha es aún más elitista, que resulta contradictorio votar a los señoritos de VOX, con la larga lista de empresarios dudosos que se han acogido a sus filas, o a aristócratas como Aguirre o Álvarez de Toledo, pero al menos estos defienden un modelo de sociedad que promete seguridad, símbolos, orgullo, pertenencia. El problema de que los ricos voten más que los pobres no se resuelve mediante la movilización en periodo electoral: los ricos votan más porque defienden a la vez sus intereses y sus valores. Y puede que el grito ¡democracia o fascismo! ayude a movilizar a algunos desencantados y salve estas elecciones para la izquierda. Pero a medio plazo la fuerza de la izquierda no está en la movilización puntual y a la desesperada, sino en realizar cambios radicales que demuestren el respeto a las necesidades y los deseos de quienes se sienten abandonados y despreciados. Con razón.

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Comentarios
  1. Lo que nos diferencia de Europa es que en este país no se había superado el franquismo/nacionalcatolicismo, ámbos siguen bien vivos porque la Transición se la cocinaron ellos, todo sigue bien atado, y la historia sigue manipulada a su favor, y por ello sigue existiendo una grandísima corriente de franquismo sociológico en casi todas las Comunidades del Estado; luego, ya integrados en la Unión Europea, nos cayó encima otra dictadura, la del capital, que nos colaron como la democracía, nos creimos el discurso de sus mayordomos mayores Thatcher/Reagan y su «There is no alternative», nos metieron, quieras o no en la mayor organización terrorista del mundo, la OTAN, sembradora de muerte, expolio, pobreza, desigualdades, injusticias…
    No sólo frena los cambios el PSOE, que los frena porque sabe que la sociedad es monarcofranquista y va a por votos además de servir también al capital, pero que no se nos pase desapercibida la iglesia que frena tanto o más los cambios: astuta, sutil, calculadora, intrigando y moviendo los hilos detrás del escenario, eterna aliada de las derechas y del capital, adoctrinando a sus adoctrinados a quienes tienen que dar el voto y quienes representan el bien y el mal ….
    «Los sumos pontífices han sido adorados por sus fieles mientras han hablado de pobreza vestidos con dorados y lujosos ropajes. Cuando venían a España eran recibidos como superestrellas en un país cuya historia va unida a la religión».
    “Por nuestro pasado franquista y después también, monarquía e Iglesia están vinculadas“, sostiene José María Rosell, portavoz del grupo Inmatriculaciones Asturias.

  2. Efectivamente…
    El placebo (también el político), puede distraer la atención/conentración en moentos puntuales, pero no cura enfermedades. Y su utilización reiterada e indiscriminada produce contra-indicadiones por su inutilidad y que la metástasis se extienda.

  3. Buenísimo como siempre …
    En mi opinión la clave en España es y sera el PSOE , todo lo que podría hacer que el pueblo viera resultados lo frena el PSOE…
    Ejemplos: el pago de la deuda de los bancos, lo tira para atrás…
    Monarquía o República, lo tira para atrás, revertir las privatizaciones, subidas dignas de las pensiones, adelantar la jubilación, acabar con las puertas giratorias y así un sin fin de asuntos que cambiaría mucho este país…

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