Cultura
#UnaMareaDeLibros | “La literatura infantil debe romper con el mito de la madrastra malvada”
La escritora Ana Campoy nos habla de su 'Pepa Guindilla'.
He de confesar que llevo una semana buscando la justificación adecuada para escribir este artículo. Desde que conocí este libro quise hablar de él: del género al que pertenece, de su contenido, de sus ilustraciones, incluso de las vidas artísticas y precarias que subsisten detrás de su creación. Esta publicación de Nórdica nos habla, desde la ingenuidad infantil, de cómo también viven felices y bien avenidas las familias diversas del siglo veintiuno. Su protagonista es una niña que pasa sus días entre dos casas, entre dos habitaciones, entre dos mundos: el de su padre soltero y el de su madre nuevamente casada con otros hijos pequeños. Dos universos que se relacionan entre sí con sana normalidad, proyectando una referencia positiva muy necesaria para los lectores.
Si he estado buscando una justificación para escribir esta reseña es porque se trata de un libro infantil. No he abordado este género más que en otra ocasión. Ello se debe en gran parte a que vivimos anclados en el prejuicio de menospreciar la literatura que no va dirigida a adultos. Y en ese estancamiento nos perdemos los nuevos imaginarios que se crean para las generaciones del futuro. Sabemos mucho de aquello que nos emocionó e introdujo en la lectura –y no perdemos ocasión de recordarlo– pero no solemos preocuparnos por conocer a los creadores actuales de nuevos mundos, como Ana Campoy.
Y sucede que no es poca cosa lo que esta autora ha logrado a través de la traviesa Pepa Guindilla. Para empezar, ha contribuido a quebrar esa monolítica y monstruosa imagen del personaje pérfido por antonomasia de los cuentos clásicos: la madrastra. Y, como lo personal es político, aprovecho para hacer una segunda confesión: yo soy una de tantas. Me reconozco como una damnificada de esa construcción misógina que, aún hoy en día, permanece bien arraigada en nuestro subconsciente colectivo. «Ay, hija no te llames madrastra que suena muy mal», me dicen cada dos por tres cuando hablo orgullosa de mis hijastros. Este comentario que, como yo, reciben tantas mujeres es el resultado de la acción constante, cual gota malaya, de la maquinaria patriarcal a través de la literatura y el cine. Desde la malvada reina que aterrorizaba a Blancanieves, pasando por la que esclavizó a Cenicienta, hasta películas aparentemente inocentes como Tú a Boston y yo a California, en la que las recién reencontradas hermanas gemelas acaban con la cazafortunas que quería aprovecharse de su padre. Porque, como muy bien afirma la experta en género Ana Isabel Bernal durante los debates del documental sobre Rocío Carrasco, «para construir el relato de la mala madre, primero hay que construir el de la mala mujer».
Por eso necesitamos artefactos culturales que difundan imágenes positivas y sanas que, por ejemplo, identifiquen a las madrastras como las mujeres que conviven y aman a los hijos de sus parejas, sin pretender sustituir, ni interferir en la relación madre e hija, simplemente complementando los nuevos modelos de familias. Y, por qué no, que también sirvan para celebrar su existencia como una suerte de valor añadido. Ahí radica la importancia de Pepa Guindilla; en eso y en que, incluso para mí –una señora al borde de la crisis de los cuarenta– ha sido una lectura muy entretenida. Y aprovecho para lanzar una tercera y última confesión: tanto me cautivó esta novela infantil que se me escapó una lagrimilla con la escena final, una con vuelta de tuerca a lo Henry James que cierra la historia por todo lo alto.
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Ana Campoy lleva más de diez años dedicada profesionalmente a la escritura de literatura infantil. Estudió Comunicación Audiovisual en Madrid y eso la llevó a trabajar en diferentes ocupaciones, desde guionista, pasando por ayudante de rodaje hasta periodista en los gabinetes de prensa de dos ministerios. Pero llegaron los recortes del 2011 y se la llevaron por delante, viéndose abocada al paro. Fue entonces cuando decidió poner la pluma a trabajar y escribió las aventuras de dos niños muy especiales: Alfred Hitchcock y Agatha Christie. En las Navidades de ese año su primera novela se convirtió en todo un éxito comercial. Desde entonces no ha hecho más que escribir y crear manteniéndose siempre fiel a su público predilecto. Es madrileña pero lleva un tiempo viviendo en València, donde asegura que ha ganado en calidad de vida gracias, entre otras cosas, a «la verdura que sabe a verdura» y que compra en el Mercado de Ruzafa.
—Tu primer éxito editorial fueron las aventuras de Alfred y Agatha. ¿De dónde te vino la inspiración?
—El origen es una anécdota que aparece en el libro de Françoise Truffaut Conversaciones con Hitchcock. Al principio de la entrevista, el director de suspense cuenta que su padre, siendo él un niño, le castigó metiéndole en la cárcel. Por supuesto, me pareció una aberración pero, dándole la vuelta con humor, imaginé cómo sería la infancia de Hitchcock. Desde el principio tuve claro que le hacía falta una parteneur a la altura e introduje a Agatha Christie en la historia. Dado que la ficción es poderosa, me tomé la licencia de convertirlos en coetáneos, a pesar de que se llevaban diez años en la vida real.
—¿Se puede vivir de escribir literatura infantil?
Pues es duro. Para empezar somos autónomos, con lo que eso conlleva. No hay una nómina todos los meses. En la industria editorial cuando vendes un manuscrito percibes un adelanto y con él se cubren las primeras ventas del libro que se llaman royalties. Pero eso genera una incertidumbre completa porque nadie sabe cómo va a funcionar un libro. No es como si un fontanero hace una obra y puede calcular lo que cobrará a partir de su precio y la factura. Nosotros hacemos una apuesta y cruzamos los dedos para que la bola caiga de nuestro lado.
Por otra parte, la literatura infantil vende mucho más que la adulta. Y eso tiene su reflejo también en los adelantos que percibimos los escritores. Después esos ingresos se complementan con otras actividades como charlas en colegios, talleres de animación a la lectura, etc. Es cierto que es una vida precaria que genera mucha ansiedad pero, por otro lado, esa incertidumbre es un motor que te obliga a estar activa pensando incesantemente en la posibilidad de nuevos proyectos.
Al final estamos inmersos en una rueda muy capitalista. Semanalmente se sacan muchísimas novedades que es matemáticamente imposible que los lectores absorban. Por tanto, por estadística, es imposible que todos los libros puedan funcionar en el mercado.
—¿Con Pepa Guindilla querías hacer una novela infantil que normalizara los nuevos modelos de familia?
— Sí, totalmente. La literatura infantil debe romper con el mito de la madrastra malvada. Es uno de los pilares del libro. Yo quería hacer una novela infantil, actual y honesta. Antes, cuando yo era pequeña, el divorcio era un tabú y siempre se mencionaba desde un punto de vista muy negativo. Pero hoy en día es una realidad presente en todas partes. Y yo siempre que escribo procuro normalizar ese tipo de situaciones pero sin necesidad de poner el acento en ellas. Es decir, a medida que se desarrolla la trama, va a existir de fondo esa normalidad para que el lector la asuma como natural. Porque, por ejemplo, Pepa Guindilla es feliz viviendo con ese fondo. Siempre nos venden que los divorcios conllevan fricciones y creo que hoy por hoy no tiene por qué ser así. Hoy en día el divorcio es una posibilidad completamente asumida. Los niños de matrimonios separados pueden crecer felices sin vivir ningún trauma.
Por otro lado, había que jugar con ese concepto de madrastra que solo ya por su propia sonoridad provoca una sensación negativa. Por eso intenté inventar un diminutivo que sonara mucho más cariñoso, como el de «madrastri» que Pepa utiliza porque quiere tener la suya propia, porque tener una madrastra mola. Para ella, incluso la abuela de sus hermanos es su abuela. Tener esa visión amplia de la familia que está enlazada no solo por la sangre creo que es muy sano. Y además es lo que pasa ya muchas veces en la vida real. Yo creo que el amor no tiene medida. No por querer a alguien dejas de querer a otra persona. El amor no se gasta. Puedes querer muchísimo a tu madre y también a tu «madrastri» de un modo diferente.
—La historia comienza con un escupitajo, ¿puede ser lo escatológico un problema en el mundo editorial de la literatura infantil?
A los niños lo escatológico les hace mucha gracia y creo que es porque a los adultos nos da mucha vergüenza. Ellos no tienen tantos tabúes como nosotros. Como decía, quería hacer una novela honesta que bajara a la realidad de lo que hemos hecho todos siendo niños. Y sabía que Nórdica no me pondría problemas. Pero es cierto que cuando mandas un manuscrito a una editorial tienes que ser consciente de cuál es su línea de empresa. No puedes mandar tu trabajo a una editorial en la que no encaje. Este libro, por ejemplo, no encontraría cabida en aquellas editoriales más ligadas a los libros de texto de la escuela. Pero con Nórdica me constaba que eso no sería un impedimento. Me sentí con ellos, desde el principio, muy cómoda y el escupitajo se produjo sin problemas. Además siempre me gusta poner de manifiesto que Nórdica es una editorial muy comprometida con las condiciones de los autores, los materiales con los que trabajan e incluso la impresión que siempre se hace en España a través de una cooperativa.
—¿Por qué conocemos tan poco a los escritores de literatura infantil? ¿Qué nos pasa con este género?
—Esto es un melón. Yo te diría que hay más gente que vive de la literatura infantil que de la adulta. A pesar de ser más del 30% de la industria editorial no tenemos presencia en medios generalistas. Solo reaparecemos en Navidad cuando se hace la típica lista de recomendaciones de libros, pero en infantil y juvenil hay novedades todos los meses. Hay autores españoles que hacen libros de mucha calidad y nadie los conoce. Hay un desconocimiento enorme sobre nuestro sector y es una pena porque es un mundo por descubrir y además un método fantástico para compartir momentos con tus hijos o simplemente para disfrutar de las historias porque sí. Yo tenía fans de Hitchcock y Agatha Christie que leían mis libros infantiles solo por disfrutar de sus admirados personajes.
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«Pepa Guindilla» no sería el libro que es sin las ilustraciones de Eugenia Ávalos, que ha creado una narrativa propia que dialoga con el texto y que lo envuelve. Unos dibujos realizados con lápices de colores que generan unas texturas con un colorido tan intenso que convierten el libro en un objeto verdaderamente apetecible. Eugenia nació en Mendoza, Argentina, donde estudió Diseño Gráfico hasta que en 2004, al acabar la carrera, se fue a vivir a Madrid, donde reside desde entonces.
—Eugenia, ¿se puede vivir de ilustrar en España?
—Es complejo. Muchos colegas lo logran pero generalmente los ilustradores combinan su trabajo con alguna otra actividad relacionada, como dar clases en plataformas digitales o en escuelas de ilustración. Otras veces se combina con trabajos como el de librera en una gran cadena de libros, que es mi caso. Tengo la suerte de que al menos estoy en contacto con un mundo que tiene que ver con el de la ilustración.
—¿Cómo ha sido el proceso creativo de Pepa Guindilla y su mundo?
—No siempre tenemos los ilustradores el placer de poder trabajar con el autor. En este caso, sí que ha sido así y encima Ana Campoy y yo somos amigas. Por eso, tener este libro entre manos ha sido un proceso precioso. El personaje de Pepa ha surgido a partir del texto de Ana, donde ella hace una descripción del personaje y después, hablando entre nosotras, llegamos a la conclusión de que tenía que ser pelirroja y ese fue el pistoletazo de salida. Luego le introduje los tonos verdes porque no quería usar con ella los típicos colores que se atribuyen a las niñas.
Es un texto vitalista y, por tanto, tenía que usar una paleta alegre y divertida. Puede tornar más infantil el libro de lo que es, pero para mí era vital que primaran los colores vivos. Trabajo siempre con técnicas manuales y, de entre todas, mi preferida es el lápiz de color, que me hace disfrutar desde como huele hasta la textura que produce su contacto con el papel.
—Me contó Ana Campoy que además creaste una narrativa propia a partir de las texturas de los estampados de la ropa de los personajes, que van evolucionando y anticipando las relaciones entre cada uno de ellos. ¿Es así?
—A mí me gusta mucho trabajar con texturas y la ropa es muy importante en ilustración porque identifica rápidamente al personaje con su vestido. Esa parte del proceso en la que voy diseñando por completo a los personajes es la que más me gusta. Cada uno tiene su estampado y me dije, ¿por qué no hacer un juego con ello? Así, a través de la ropa y las texturas voy haciendo guiños anticipatorios de la trama.
—En este momento, ¿estás trabajando en algún nuevo proyecto? ¿Se puede contar?
—Como tengo que combinar ambos trabajos nunca asumo proyectos que se solapen, porque alguna vez me ha pasado y ha sido muy estresante. Intento establecer mis plazos para que cuando acabo uno pueda empezar con otro. Apenas entregamos a Pepa Guindilla, ya empecé con un nuevo libro para Anaya, del que sólo te puedo decir que trabajo para cinco escritores a la vez. Te chivo que uno de ellos es Ana y que es un libro de cuentos con un hilo conductor muy especial. Estoy encantada, me parece precioso. Creo que saldrá para octubre.