Cultura
[NOVEDAD EDITORIAL] ‘Las manos siempre mojadas. Memorias de Marian y de Majdou, trabajadoras de los cuidados y del hogar’
La escritora e investigadora en memoria oral Beatriz Díaz Martínez presenta en este libro las historias de vida de dos mujeres, Marian y Majdou, nacidas en los años 60.
Las manos siempre mojadas presenta las historias de vida de dos mujeres, Marian y Majdou, que nacieron en los años 60 del siglo XX, recogidas y adaptadas por Beatriz Díaz Martínez con el apoyo de Liz Quintana, Antonio Escolar, Kontxa Fernández y Antonella Fornoni.
Marian y Majdou son mujeres supervivientes en nuestro mundo patriarcal y actualmente siguen en el huracán con contados apoyos y con escasas oportunidades para procesar las violencias que han vivido. Las sociedades en las que crecieron son relativamente diferentes –la familia de Marian vivía en La Hiniesta (Zamora) y la de Majdou en Atrafa (Chaouen)– pero su condición de mujeres ha acortado las distancias: durante décadas la violencia y la explotación les han cobrado un tremendo peaje. Las dos han tenido que trabajar en casas de familias ricas de Getxo –Marian de adolescente; Majdou ya adulta– y han testificado en los juzgados –Marian por violencia de género; Majdou por una demanda laboral en su feminizado trabajo–. Sus vidas convergen también en el presente: viven solas y en un alquiler precario, su deteriorada salud limita sus posibilidades de trabajo, tienen problemas para llegar a fin de mes y han solicitado una renta social que les ayude a sobrevivir.
Beatriz Díaz Martínez (1967) es investigadora en Memoria Oral y escritora independiente.
A continuación puedes leer el primer capítulo de las historias de Marian y Majdou.
Historia de Marian
- Me crié con mis abuelos
Me llamo Mari Ángeles Fernández Rodríguez, tengo 54 años y estoy trabajando de interna en el barrio de Santutxu, en Bilbao, cuidando a un señor mayor. He contado mi historia para que me entiendan. Quiero que comprendan lo que soy ahora sabiendo todo lo que he pasado. Muchas mujeres deberíamos dar a conocer nuestra vida para que nos reconozcan más.
Me crié en La Hiniesta, un pueblito de Zamora muy pequeño que está a siete kilómetros de la capital. En los años setenta tenía más de seiscientos habitantes. Actualmente viven unos trescientos, y en verano algo más. Mi abuelo era pastor y mi abuela era ama de casa, además de cuidar a sus hijos, criar animales y cultivar un pequeño huerto.
Cuando yo era pequeña mi familia emigró a Sestao, y yo con ellos. Allí viví con mis abuelos y después con mi marido. De joven pasé unos años estudiando en una residencia de monjas del barrio de Txurdinaga, luego trabajé de interna en el barrio de Zorroza, una temporada en Madrid y vuelta a Sestao. Viví un tiempo en Barakaldo y en los últimos años he trabajado como interna en barrios de Bilbao: San Ignacio, Zurbaran y Atxuri. Ahora vivo en Santutxu en la casa del señor que cuido, y los domingos los paso donde un tío mío.
Mi madre es la tercera de diez hijos. Dos de ellos fallecieron muy pequeños. Ella se quedó embarazada con diecinueve años. Nunca aclararon si se trató de una violación. En mi familia unos pensamos que no y otros sugieren que sí. En aquellos años tener una hija de soltera era una vergüenza, de modo que mis abuelos optaron por llevar a su hija a un centro religioso para madres solteras en Madrid. Allí nací yo en el año 1966.
Era una maternidad a donde llegaban chicas sin medios y las alojaban hasta que daban a luz. Mientras tanto, ellas estudiaban allí. Se llamaba San Rafael. Se trata de una de las clínicas llevadas por monjas en las que vendían a los niños. Hace poco pusieron un reportaje de los niños robados donde salía esta clínica. Terrible. Yo he visto fotos en la televisión de lo que fue en su día, unos pasillos larguísimos con habitaciones a ambos lados, la sala donde daban a luz, la cocina…
Dicen que cuando yo tenía unos seis meses una familia quiso adoptarme. O robarme. Mi madre, cuando supo que estaban interesados por su hija huyó del internado llevándome en sus brazos. Las monjas localizaron a mis abuelos y les avisaron. Antiguamente sólo había un teléfono en todo el pueblo y quien se encargaba de coger la llamada iba en busca de la persona a quien llamaban.
La Guardia Civil nos encontró y mis abuelos optaron por ir a recogernos y nos llevaron de regreso con ellos al pueblo. Mi abuela me hablaba mucho de aquel viaje en el tren en pleno verano: «Eras muy chiquitina, no teníamos nada para darte y como tenías tanta hambre, con una cucharita te íbamos dando café con leche». Yo era muy delgadita; mi abuela siempre me lo decía. Para alimentarme compraron una cabrita y la ordeñaban. Era negra y con el morro blanco. Esa cabrita estaba conmigo todo el rato y yo con ella. La agarraba del rabo…
En unos meses mi madre se fue a trabajar a Salamanca y luego a Madrid. Yo me quedé con mis abuelos y ellos me pusieron sus apellidos. En mi primer año estuve muy malita con difteria y mi madre vino para estar conmigo. Ella pensaba que me moría. A partir de entonces prácticamente no tuve relación con mi madre pero no la echaba de menos ni me acordaba de ella.
Yo duermo muy mal. A pesar de que tomo somníferos, me despierto con frecuencia. Me quiero dormir pero no puedo. Y cuando sueño me vienen muchas imágenes de mi infancia en el pueblo. Mi abuela nos ponía pan con manteca de cerdo y azúcar para merendar. ¡Me acuerdo muchísimo de eso! Y de la leche condensada. Ahora pienso, «¡qué asco!», porque hoy en día la leche no me gusta.
Mi abuelo pastoreaba las ovejas de un señor del pueblo. Y en el invierno las llevaba en trashumancia a Extremadura. Mi tío Ángel, el pequeño, nació en Cáceres, en Cabeza la Mayor, porque esa temporada mi abuela acompañó a mi abuelo hasta allí. Por eso a veces le llamamos «extremeño». Mi abuelo tenía algunos perros para cuidar el rebaño y un corral donde lo guardaba.
Entonces había muchos lobos en la Sierra de la Culebra, que está más arriba del pueblo de La Hiniesta. Cuando el lobo bajaba de la sierra y mataba una oveja o un corderito mi abuelo venía cagándose en Dios. ¡Era algo terrible! Cuando mi abuelo llevaba las ovejas al monte y se quedaba a dormir allí él mismo se hacia una cabaña cónica con palos y con unas mantas de telar, con rayas de colores rojas, azules… las mantas colocadas sobre los palos.
Mi abuela y yo subíamos al campo a llevarle la comida; el hato, que se llamaba: un trozo de tortilla o de tocino en una fiambrera de latón y un pedazo de pan, que lo hacía mi abuela en casa. Ella iba con un pañuelo negro a la cabeza y yo con un sombrero de paja trenzada. Recuerdo que el suelo de la cabaña era de barro rojo y que mi abuelo colocaba una manta para que nos echáramos mi abuela y yo.
Cuando caminábamos por el monte mi abuela siempre llevaba un palo y con el palo iba dando aquí y allá entre la tierra y la maleza, porque decía que había muchas culebras. Una vez vi una camisa de una culebra en un agujero de un muro. Me gustaba seguir a los saltamontes y atraparlos. Y a las mariposas las cogía por las alas con mucho cuidado. No quería matarlas sino volver a soltarlas y ver cómo emprendían el vuelo y se alejaban.
Mi abuela criaba conejos, pollitos, gallinas, cerdos… Cuando la marrana tenía cerditos, me gustaba entrar a la corte para cogerlos, y desde el portón mi abuela me gritaba para que los soltase, porque la marrana podía atacarme para defender a sus crías. Y tenían un palomar. No se me olvidará que mi abuela disecó dos palomas y estuvieron por mucho tiempo en la casa de Sestao.
Yo le robaba los huevos a mi abuela y los llevaba a vender donde la señora Plácida para comprarme cromos de brillantina o cuadernos de recortables, que me encantaban. Y la señora Plácida se lo contaba a mi abuela: «Ha venido tu nieta con unos huevos». Ella le devolvía los huevos y mi abuela le pagaba y venía donde mí a echarme la bronca.
Historia de Majdou
- En el pueblo son una sola familia
Me llamo Majdouline, pero me llaman Majdou. Tengo 60 años y vivo en Getxo. Nací en Atrafa, un pueblo de Chaouen, Marruecos, y he vivido en Bouanan y en Tetuán. Cuando me fui a España viví y trabajé en Marbella (Málaga) y en Getxo (Bizkaia). He trabajado siempre como empleada de hogar en casas de familias ricas y cuidando a personas mayores. Con mucho esfuerzo durante toda mi vida he ayudado a mi madre y a mis hermanos y hermanas para que pudieran salir adelante.
Yo siempre soñaba con proyectos personales: venir a España, comprar varias máquinas de coser y montar un taller en Marruecos… O trabajar como música y cantante. Y al final no he hecho nada. Siempre estaba apoyando a alguien de mi familia y aplazando lo mío para después.
A medida que pasan los años cada vez estoy más triste y además la menopausia me vino muy fuerte. Yo siempre tenía una sonrisa en la cara; esa sonrisa se me ha ido perdiendo por todo lo que he pasado y guardo en los ojos la tristeza. Yo procuro pensar en el mañana y busco la forma de estar bien. Sé que soy una mujer fuerte: cuando me caigo me levanto. La música me ayuda muchísimo; para relajarme la escucho muy alto con los cascos puestos. Pero últimamente me da miedo quedarme tirada en la calle. Eso cada vez me preocupa más.
Hasta hace poco yo trabajaba por horas en casa de una chica alemana en Getxo. Éramos como amigas, cada una tenía sus problemas: yo sacaba todo lo que sentía y ella también lo sacaba. Nos apoyábamos y eso me hacía sentirme bien. A pesar de todo lo que vivimos juntas nuestra relación acabó porque no quiso pagarme todo el trabajo que le hice. A ella no le faltaba el dinero pero prefería destinarlo a otras cosas.
Llevo tiempo pensando en escribir mis memorias y ahora he visto la oportunidad. Siempre he sido muy vergonzosa. Muchos sucesos que explico aquí nunca se los he contado a nadie. Los he guardado durante años porque no tenía una persona de confianza que me escuchase. Al hablar de mi vida he sacado vivencias que tenía muy olvidadas. Y a veces me he puesto muy nerviosa.
Yo nací en 1960 en un pueblito llamado Atrafa que está junto a Bab Taza, cerca de Chaouen. Mis abuelos paternos y mi padre son de ese pueblo, y ahí también vivían unos tíos de mi padre. Recuerdo que algunos vecinos nuestros eran familias del Rif que habían tenido que salir de sus pueblos por la sequía. Ellos hablaban shilha, pero ya los hijos y los nietos han perdido esa lengua. El pueblo de mi madre es Chebarin. Su mi familia procedía de otro pueblito más arriba en la montaña llamado Bouhala y bajaron al valle para poder hacer pozos y cultivar. En Chebarin sólo había familiares. Todos son la misma familia, tienen el mismo apellido y a veces se casan entre primos o sobrinos. Había algunas familias de apellidos diferentes: eran los que no tenían sus tierras y trabajaban para otros. Mi familia tenía gente que cuidaban de sus animales y trabajaban sus tierras, y dormían en la casa familiar. Habían venido de otras aldeas en busca de trabajo y con el tiempo también se quedaron en el pueblo. Yo recuerdo que cuando era niña estas familias me parecían demasiado pobres.
La palabra árabe chebarin o shabari en castellano significa atrapar, agarrar. Por ejemplo, se usa cuando un niño se escapa y lo atrapan. Yo creo que el pueblo tiene ese nombre porque durante el protectorado español ahí había una aduana. En ese tiempo en Bab Taza había muchos cuarteles con un paso controlado. La gente no podía trasladarse sin el permiso del gobierno. Mi madre y mi abuela me contaban que unos tíos de mi madre que eran muy inteligentes para su época, estaban en la política porque no estaban de acuerdo con la ocupación. Se llamaban mouaridin (opositores). Por ese motivo uno de mis tíos fue asesinado.
El pueblo consistía en unas pocas casas con paredes de barro mezclado con paja, es decir, adobe (al dob). Y arriba la azotea o tziriba. La casa tradicional son dos piezas. Una pieza es la casita donde se duerme, que se llama lbit. Dentro de lbit hacen un doukana junto a la pared, que es como el sofá. Lo hacen también con adobe. A veces a esta casita le ponían una segunda planta que le llaman lgorfa y unas escaleras, todo hecho de adobe. Esa planta la usa un hijo que se casa o un padre que necesita tranquilidad.