Opinión
Teoría del movimiento uniformemente acelerado
"El ruido provoca atención, que es una importante materia prima y logra desviar los debates", escribe Jorge Dioni.
Hace unas semanas, durante la celebración de los premios Goya, se rescató un vídeo de la XIV edición. En él, Pedro Almodóvar animaba al resto de Auditorio de Barcelona a cantar el cumpleaños feliz al príncipe Felipe, que saludaba con timidez, flanqueado por las autoridades de la época: el entonces ministro de Cultura, Mariano Rajoy, y el alcalde de Barcelona, Joan Clos, al que se distingue sin problemas porque es el único que se levanta para aplaudir con entusiasmo, una acción que se conoce como galindear, en recuerdo del inolvidable personaje de Atraco a las tres. En la actualidad, Clos preside la Asociación de Propietarios de Vivienda en Alquiler (Asval), una organización impulsada por las grandes inmobiliarias españolas. La década anterior, de 2010 a 2018, fue director ejecutivo del Programa de Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos (ONU-HABITAT). Hay metáforas que ningún poeta puede imaginar.
El vídeo se movió con una nostalgia paneriana: éramos tan felices. Una ceremonia de premios ¡en Barcelona! en la que la Casa Real era recibida con simpatía y las instituciones no se daban desangelados plantones. Qué se hizo de la concordia. Fue el fin de una época, se decía, el canto del cisne del espíritu de la Transición. Más o menos, fue así. Tres años después, ese mismo público tan simpático que cantaba el cumpleaños feliz se convertía en “los malvados titiriteros” tras señalar su desacuerdo con la invasión de Irak. Es decir, la libertad de expresión está genial, siempre que la uses para aplaudir. Unos años después, ya eran “los de la ceja” y, posteriormente, han recibido todo tipo de calificativos, como “subvencionados”, “estómagos agradecidos” o “paniaguados”, etc. Comenzando por el mismo Pedro Almodóvar, los del cine ahora son gente perversa que quiere recibir nuestro dinero y adoctrinar a nuestros hijos. Es interesante cómo hay gente que dedica seis días de la semana a insultar, amenazar o difundir bulos, mientras reserva el séptimo para quejarse de la polarización y suspirar por la ausencia de concordia.
¿Qué pasó a partir de ese momento? Entre 2000 y 2003, entre los simpáticos cumpleañeros y los malvados titiriteros, hubo varias cuestiones divisorias, como la ley de educación, la reforma laboral de 2002 o el plan hidrológico; pero, sobre todo, tuvieron lugar varios hechos cuya gestión produjo un fuerte malestar social: Prestige, Yak-42, huelga general de 2002 y, sobre todo, la guerra de Irak. No fue el hecho en sí, sino su gestión. Nadie está libre de un accidente, pero mentir es una opción. El modelo de comunicación de crisis recogía los usos habituales del ministerio de Información: no ha pasado nada; si ha pasado algo, es fallo humano; como es fallo humano, no hay ninguna responsabilidad y decir lo contrario es antiespañol. Cualquier protesta o cuestionamiento de la versión oficial se recibía de forma agresiva. La actividad beligerante y polarizadora conocida como crispación ya había sido clave en el ascenso del PP en los años 90. La diferencia era que se realizaba desde el gobierno. Era institucional.
El análisis del que había nacido la crispación era inteligente. Los años 80 habían proporcionado un sistema político estable y cualquier alternativa pasaba por romper la calma. Por ejemplo, el uso de cuestiones de estado, como el terrorismo o la política exterior, en la labor de oposición o el enfrentamiento territorial entre las comunidades que habían quedado fuera de las celebraciones del 92. Funcionó con Valencia o Madrid. También, con la creación de falsos problemas como la seguridad ciudadana o la cuestión lingüística. Este último tenía mucho eco en ciertos círculos intelectuales, literarios y periodísticos, cuyos miembros comenzaban a quedarse fuera del abundante pastel institucional autonómico por la promoción de las lenguas cooficiales. La clave de muchos posicionamientos políticos está en la declaración de actividades económicas.
Rubalcaba malo, Rubalcaba cabrón
Los años de Zapatero consolidaron el modelo por varias cuestiones. La primera, no hubo transición, lo que provocó que esos círculos intelectuales, literarios y periodísticos se quedaran colgados del halago al gobierno de Aznar sin poder hacer el pequeño viaje del desencanto, que sí habían podido realizar entre 1993 y 1996. La segunda es que Zapatero pertenecía a otra generación, lo que dificultaba el contacto institucional a través de amistades comunes. Por último y más importante, esa época mostró que existía un nicho de mercado importante para el revisionismo, la conspiranoia o el ataque personal directo. Normalmente, a través de motes u otros elementos ridiculizadores, de los que no se libraban ni los menores de edad, como las hijas del presidente. Es algo que facilita las carreras profesionales, ya que deja claro dónde hay que situarse y cómo hay construir discurso. Todo es sencillo y claro. No hay que leer ni profundizar; basta con los dos o tres lugares comunes. Fue el momento en el que la velocidad se convirtió en aceleración.
Ignacio Peyro, escritor de obra interesantísima, lo explica bien en sus memorias tituladas Ya sentarás cabeza, cuando explica su paso por la sección de opinión de un diario madrileño: “[…] algún compañero mártir me explica el tema del día: ¿el realineamiento de nuestra política exterior? No: Rubalcaba. ¿Obama y Oriente Medio? Rubalcaba malo. ¿La necesidad de impulsar una ley de mecenazgo? Rubalcaba cabrón. Esto tiene una ventaja: el folio apenas me lleva un rato, y resulta incluso divertido escribir tantos disparates, a sabiendas de que ninguna hipérbole parecerá osada. Estos son algunos de los que he escrito este mes, aunque creo que algún otro artista metió pluma en el titular: Roures toma la Moncloa, De cabeza a la crisis, Seguimos sin saber, Más cerca de la X del Faisán. Mi sensación, sin embargo, es que casi todos son del Faisán, aunque yo no sepa nada del asunto, pero sospecho que eso importa poco”. Es lógico que alguien de su capacidad y preparación se acabe aburriendo; es una tradición española muy asentada arrinconar el talento o diluirlo a través de esa pasión por la simpleza y la mediocridad.
Durante esos años, se creó un ecosistema que, siguiendo el modelo de la revolución conservadora estadounidense, combinaba asociaciones teóricamente civiles con medios de comunicación (periódicos, cadenas de radio, cadenas de televisión digital y el naciente internet). El sistema se retroalimentaba. La radio comentaba las portadas y las portadas se hacían eco de los clamores sociales promovidos por las radios o las tertulias de la TDT, bajo el baratísimo formato de tertulia. Las asociaciones se daban premios entre ellas y los medios las invitaban como representantes de ese clamor social contra el gobierno, que se concretaba en manifestaciones convocadas por esos medios y esas asociaciones. Así, se producía un movimiento uniformemente acelerado: el turbomadrid. Las carreras nacían y se consolidaban a través de, sin perder el ritmo, lanzar el ataque más contundente. Es decir, “Rubalcaba malo, Rubalcaba cabrón”. El que más chifle, tertuliano. Incluso, se creaban redacciones paralelas en los medios públicos. Se podía decir que el gobierno había preparado el atentado del 11M sin mayor problema y tampoco había ninguna dificultad en insultar a personas que habían perdido a sus familiares ese día. Recordemos que no se pudo dedicar ningún homenaje a esas personas y que el memorial que existe en el Retiro está dedicado a un difuso “todas las víctimas”. No puede haber conservadores en un país que no respeta su historia.
Sánchez malo, Sánchez cabrón
Externamente, el modelo no funcionó. No logró desbancar a Mariano Rajoy de la presidencia del PP y, de no haberse producido una crisis económica mundial, probablemente este no habría ganado las elecciones generales. La clave era la aceleración. Entre Madrid y España, se daba el habitual problema de comunicación que tiene lugar entre la persona que sale del after a las ocho de la mañana y la que se acaba de levantar: hablan el mismo idioma, pero a velocidades diferentes. Internamente, sí lo hizo. Estableció un sistema de trabajo sencillo, claro y eficaz, que permite a sus participantes llevar una vida moderadamente tranquila y desahogada, ya que cada una de sus aportaciones apenas necesita trabajo. Se puede publicar prácticamente el mismo artículo todos los días en dos o tres medios sin muchas dificultades: “Sánchez malo, Sánchez cabrón”. Además, es un material que funciona bien en las redes. La nueva generación digital ha ampliado el ecosistema de medios y ha creado un pequeño ascensor a través de las redes sociales.
Nos hemos habituado al ruido y desacelerar sería muy complicado, ya que provocaría mucha incertidumbre. Hay mucha gente viviendo de ese sector y la reconversión sería muy dura. Además, provocaría una bajada general de las audiencias. La prensa de Estados Unidos lo está sufriendo en el tránsito de Trump a Biden. El ruido provoca atención, que es una importante materia prima y logra desviar los debates. Nos hemos acostumbrado al insulto o la agresividad y lo hemos convertido en paisaje hasta el punto de que no nos sorprende el hecho de que un diputado tenga que pasar la noche en un hotel y con protección policial antes de emitir su voto. Un factor que ayuda a acostumbrarse es la indiferencia de las personas que creen que, con no mirar, no serán mirados. Pese a que no existe una estructura opuesta al turbomadrid, se habla de polarización porque la idea de hablar de extremos o «unos y otros» permite al hablante tener la autopercepción de seguridad, ya que, aparentemente, se sitúa fuera del conflicto. No funciona. Nunca lo ha hecho. Como decía la película, todos estamos invitados.
Un artículo muy necesario, es irónico, es refrescante y entretenido. Gracias Jorge Dioni