Laboral | Sociedad

Escrivá no sabe en qué país vive

El ministro de Seguridad Social apuesta por retrasar la edad de jubilación pagando a quien quiera seguir trabajando.

El ministro José Luis Escrivá. MINISTERIO DE SEGURIDAD SOCIAL

El ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, anunció el pasado lunes su propósito de retrasar la edad de jubilación. El plan que maneja es premiar con dinero a quienes acepten retirarse más tarde.

La cuantía de este premio sería de unos 12.000 euros por cada año de más que se trabaje. Además, se penalizaría a quienes, por el contrario, opten por retirarse antes de tiempo. La edad de jubilación en España está fijada en los 66 años. Para retirarse antes y cobrar la totalidad de la pensión se tendría que haber cotizado al menos durante 38 años y seis meses.

En su entrevista en el programa Hora 25, de la Cadena SER, el ministro aseguró: «[En España] tenemos que cambiar la cultura en torno a la jubilación». No dijo ni una palabra sobre cambiar nuestra cultura empresarial, que es la que hace que muchas trabajadoras y trabajadores ansíen con verdadera desesperación que llegue el momento para jubilarse.

El plan de Escrivá, todavía en proyecto, funcionaría para un porcentaje exiguo de la población. Sería perfecto, por ejemplo, para profesores universitarios que disfruten del contacto con la gente joven, en un ambiente agradable, creativo e intelectual. Y lo de «universitarios» no es un detalle menor: el trabajo de una profesora de la ESO es uno de los más duros que hay.

La gran pregunta ante la propuesta de Escrivá es: ¿qué aliciente, aparte del dinero, encontraría un asalariado retrasando su jubilación? Y, sobre todo, ¿qué aliciente encontraría en un sitio tan particular como España?

El paro como método de control social

En el último informe de Eurostat sobre el paro en la Unión Europea, España obtuvo el peor resultado de todos los países miembros. La tasa de desempleo, en febrero, estaba en el 16,1%, el doble que la media europea (que está en el 8,3%). Y si se trata de desempleo juvenil, el dato es directamente monstruoso: por debajo de los 25 años hay un 39,6% de paro.

En su entrevista con Pepa Bueno, el ministro Escrivá se lamentaba por esta especie de maldición nacional: «Si hay un fracaso colectivo en esta sociedad ese es la tasa de paro del 14%, que es estructural y que nos vuelve década tras década. A finales de los años ochenta teníamos una tasa de paro del 14%. En torno al año 2000 teníamos el 14%. Y justo antes de la pandemia estábamos, otra vez, en el 14%. Es un ciclo que se repite».

A pesar de todo, España es la cuarta economía de la zona euro. La cuarta de 19 países. Es, por tanto, un país bastante rico. Pero esa riqueza no llega a todo el mundo. Y esto también tiene que ver con su distorsionado mercado de trabajo. Sin la constante amenaza del paro no podrían existir unas condiciones laborales tan draconianas como las que existen en España. Hay que aceptar lo que te ofrecen, y lo que te ofrecen, normalmente, es algo bastante parecido a la basura.

España es, seguramente junto con Estados Unidos y Chile, el país más neoliberal del mundo. Trabajar aquí es un infierno de precariedad, sueldos bajos, riesgos laborales, economía sumergida, horas extras no pagadas, nepotismo, ambientes tóxicos, cargas de trabajo inasumibles, machismo y desprecio patronal. Y eso si tienes la suerte de llevar un jornal a casa. Dicho lo cual, ¿quién querría alargar ese suplicio un día más del necesario?

Aquí la formación no sólo no se premia: se castiga. Puedes dedicar años de tu vida a estudiar un idioma o una especialidad científica para elevar el nivel de tu cualificación laboral. Llegados a ese punto, en España tu sueldo no se diferenciará demasiado del de un trabajo manual elemental. O lo tomas o lo dejas o emigras. Es el mercado (de trabajo), amigo.

Además, las rentas del trabajo tienen una carga fiscal superior a las rentas del capital. Ganar 900 euros trabajando 40 horas semanales (más las extras que vayan de matute) de camarera sale menos rentable que ganar 900 euros alquilando un piso, aprovechándose de un impresionante abanico de desgravaciones fiscales y tomando el sol. Ganar dinero sin trabajar se premia. Ganarlo trabajando se paga.

Trabajar no dignifica

Se ha extendido la creencia (seguramente gracias al protestantismo y a sus aventajados alumnos del Opus Dei) de que el trabajo dignifica. No hay nada más falso. Como indicaba Ignacio Pato en una reciente entrevista con Alberto Prunetti, «el trabajo a quien más dignifica casi siempre es al patrón». Y el escritor italiano, que trabajó en hostelería durante una década, añadía: «Para muchos de nosotros el trabajo no es una experiencia positiva (…) El trabajo bajo el régimen capitalista es algo atroz. No se puede mantener una ética laboral en estos tiempos».

Por su propia naturaleza, el capitalismo necesita, llegado un punto, deteriorar las condiciones de vida de los trabajadores para cumplir con su objetivo natural: crecer hasta el infinito. España lo vivió de una forma muy cruda a través del holocausto laboral perpetrado por la ministra Fátima Báñez en 2012. Aquella reforma, que sigue vigente, no solo mandó a millones de españoles y españolas al paro. Los que mantuvieron su trabajo debieron cubrir los puestos que los despedidos dejaron vacantes, asumiendo cargas de trabajo insufribles. También se les bajó el sueldo, se les alargó la jornada laboral, se les limitó la capacidad de negociación colectiva con la empresa y se les recortaron vacaciones.

Ahora, siguiendo la línea marcada por Estados Unidos, parece que el propósito es alargar no solo la vida laboral sino, quién sabe, que las personas mayores trabajen aun después de jubilarse. Jessica Bruder cuenta en su libro País nómada (Capitán Swing, 2020) cómo hay jubilados, algunos de ellos de más de 80 años, que trabajan en almacenes de Amazon «en condiciones de explotación similares a las de los talleres clandestinos». Lo hacen por necesidad, para complementar sus ínfimas pensiones, trabajando «en turnos de 10 horas o más, durante las cuales pueden llegar a recorrer más de 20 kilómetros sobre suelos de cemento mientras se acuclillan, se agachan, se inclinan, alargan el brazo o se encaraman para identificar, seleccionar y colocar en cajas las mercancías». La adaptación cinematográfica de este ensayo, Nomadland, ha conmocionado ya, con razón, a medio mundo.

Habrá, por supuesto, un puñado de afortunados que amen su trabajo, se realicen a través de él y que encima sean recompensados salarialmente con generosidad. Pero son, sin duda, una minoría, un porcentaje absolutamente marginal de la población. Para ellos seguir trabajando no sería una tortura sino todo lo contrario. El plan de Escrivá es perfecto para ellos. Aunque tampoco sería extraño que en España, teniendo en cuenta la calidad de nuestro mercado laboral (algo que obvia el ministro), no hubiera nadie que reuniera esas características.

Además, el progreso del ser humano no debería significar más trabajo y durante más años sino menos. Esa sí es una idea aceptable de progreso. El descanso y el ocio, desde el punto de vista de la filosofía clásica, estaría encaminado no a la pasividad sino al placer y al pensamiento. Fuera del circuito de carreras del trabajo capitalista, disponiendo de tiempo libre, es cómo primero se piensa y luego se construye la república ideal. Y ese será un lugar más sano, más libre y más grato. Las ventajas de la jubilación son tantas que 12.000 euros, vistos así, parecen una limosna.

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Comentarios
  1. Querido Sr. Escrrivá, voy a cumlir en un mes 60 años, y justo el 1 de enero de 2021 me despidieron de la empresa q trabajaba, despues de llevar casi 24 años, me puse a buscar trabajo y desesperada aqui me tiene sentada en mi casa porq lo mas agradable q me han dicho es q me daban las gracias por solicitar el puesto de trabajo pero q por mi edad no no le interesaban mi solicitud. Alguien me puede decir donde hay trabajo para seguir trabajando despues de la edad de jubilacion? Me quedan 5 años para poder jubilarme y no hay nada de nada. Por lo q le digo Sr. Escrivá, q me he pasado muchos años trabajando sin parar, ganando mi derecho a tener una jubilación digna para q encima ahora me diga usted q siga trabajando. DONDE????

  2. Quien haya escrito el artículo debería ser más humilde. Salvo que esté compinchada con el ministro y también quiera torear al personal. Porque siendo grave el manejo que están haciendo de las variables para perjudicarnos, las que nos muestran, el señuelo con el que nos quieren torear, como eso de pagar si sigues trabajando o lo de alargar los años, etc., siendo graves como digo, no tienen punto de comparación con lo de los fondos de pensiones de empresas-sindicatos. Esto es lo realmente grave y es lo que quieren colarnos mientras nos entretienen con lo otro que trata el artículo. Además, mientras ésto es relativamente alterable (como el cambio de la subida del 0’25 del PP por lo que ahora dice del IPC, o cortar o alargar los años: haciendo presión como las habidas), en cambio una vez que las empresas-sindicatos han puesto en marcha su plan, depositado los dineros en su socio bancario y puesto a mangonear a sus gestoras, eso ya es muy difícil de revertir. Tendrían que darse los casos de grandes (del 20 al 80%) pérdidas del retorno como las que se han dado en la mayoría de los treinta y tantos países en que se han puesto en marcha los planes privados, en que algunos gobiernos se han visto obligados a recuperarlos. Además, las combios de las variables para restringirnos el derecho y su cuantía no sólo cumple esa función restrictiva, sino que su finalidad mayor es la de pinchar para que te hagas fondos privados, si éstos no existieran, no recortarían las pensiones. En conclusión: la clave está en la finalidad de entregarle los dineros a los bancos, lo otro son triquiñuelas para hacerlo efectivo y que no te percates o no le des la trascendencia que tiene y, consecuentemente, desviar tu acción, torearte.

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