Política
¿Son los debates la kryptonita de Ayuso?
La candidata popular no quiere hacer más que un debate. Y lejos de Telemadrid.
El órdago lanzado por el PP en Madrid al adelantar las elecciones autonómicas tiene una sola carta ganadora: Isabel Díaz Ayuso. La habilidad o la torpeza con la que la jueguen es vital para que sea reelegida presidenta. Y su estrategia electoral, al parecer, es conservadora. Así lo indica su renuencia a debatir. Quiere debatir lo mínimo, lo estrictamente necesario.
Si no hay más remedio, Ayuso acudirá a un solo debate. Y ha exigido, además, que no se haga en Telemadrid. A su juicio, la ausencia de una adhesión inquebrantable a su figura por parte de la cadena pública es una forma de hostilidad. Esperanza Aguirre, su madrina política, era de la misma opinión. «Creo que compra usted el discurso de nuestros adversarios», le espetó al periodista Germán Yanke en una entrevista en 2006. Yanke duró solo unas semanas más en el canal autonómico. En la línea de su mentora, por una pregunta sobre los medios sanitarios para hacer frente a la pandemia, Ayuso reconvino en directo a la periodista de Telemadrid Silvia Intxaurrondo: «Eso no se le pregunta a una presidenta». En el ayusismo, como en el aguirrismo o en el trumpismo, no hay matices ni medias tintas.
Otra de las razones por la que Ayuso propone hacer un solo debate (y eso ni siquiera está confirmado aún) en la Academia de Televisión (y que desde allí la señal se reparta a las cadenas que lo soliciten) es su empeño por traspasar el ámbito autonómico. Debatir en Telemadrid sería restringir su cruzada a la geografía local. De hecho, eso sería lo lógico tratándose de unas elecciones regionales que interesan solo lo justo en otros territorios del Estado. La cadena madrileña, como ente público, también ha ofrecido su señal a todos los interesados, pero elegir el escenario también es importante para el PP. No son estas unas elecciones centradas en los problemas y las necesidades de los madrileños y las madrileñas. Se trata más bien de exhibir musculatura ideológica contra el gobierno de coalición que preside Pedro Sánchez.
Además, aún guarda rencor a Telemadrid por la campaña de 2019, donde el canal no aceptó todas sus exigencias. Entre ellas, la más importante, que el debate se programara mucho antes de la cita electoral. Una maniobra para tener margen a la hora de corregir posibles desatinos. La alergia a los debates parece evidente, ya que aquel fue el único en el que participó. «Telemadrid ya no es un servicio público esencial», avisó tras perder las elecciones (el socialista Ángel Gabilondo fue el candidato más votado) pero alcanzar la presidencia gracias al apoyo de Ciudadanos y de la fuerza ultraderechista Vox.
Medios a favor de obra
En el PP, aunque están muy excitados con la posible «reunificación del centro-derecha español» reclamado por José María Aznar, saben que exhibir demasiado a Ayuso puede ser contraproducente. Y encerrarla a debatir con candidatos que la superan en trayectoria profesional, formación académica y facilidad retórica es demasiado arriesgado. En esa tesitura, una de sus célebres salidas de tono podría, aunque fuera muy aplaudida entre sus correligionarios, tener una consecuencia indeseada: movilizar a la izquierda.
La estrategia elegida por su director de campaña, Alfonso Serrano, y por su jefe de gabinete, Miguel Ángel Rodríguez, es la de acudir a dar entrevistas amables en medios afines con el fin de que la candidata pueda exponer su argumentario sin obstáculos. Pero ni siquiera en este tipo de ambientes controlados existe la seguridad de que Ayuso no se meta en un charco. Así ocurrió en El programa de AR, donde tratando de hacer chanzas con la directora del espacio llegó a decir que el fascismo es «el lado bueno de la historia».
Otro de sus medios preferidos es la cadena esRadio. De su locutor estrella, Federico Jiménez Losantos, no se espera que vaya a poner a Ayuso en una situación incómoda. Pero sin necesidad de contrapreguntas, ella sola es capaz de decir una cosa y la contraria. Hoy mismo ha tachado de mentiroso a Pedro Sánchez por decir que se obliga a las personas mayores a recorrer distancias kilométricas para vacunarse en el Hospital Zendal, donde además tienen que hacer grandes colas, en vez de hacerlo en los centros de salud más cercanos a su domicilio. Acto seguido, ha dicho que efectivamente a algunos se los vacuna en el Zendal y que hay sillas de ruedas disponibles para que aquellos y aquellas que tengan movilidad reducida puedan hacer la cola con más comodidad.
Ayuso, una bomba de relojería
La facilidad de Ayuso para decir inconveniencias es de sobra conocida y viene de lejos, ya hizo gala de ella sus primeras intervenciones públicas. Antes de ser elegida candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid, en una entrevista con Mamen Mendizábal en Más vale tarde, se mostró en sintonía con Vox y favorable a ampliar el concepto de violencia machista para que no se limitara a proteger a la mujer sino también «al hombre, a los menores, a los mayores» para romper con «la dictadura de las feministas radicales». Luego vendrían sus añorados atascos nocturnos de Madrid, que los concebidos no nacidos fueran considerados miembros de la unidad familiar, las críticas a las mujeres que están de baja por maternidad, las pizzas a domicilio para el alumnado, la aseveración de que «nadie ha muerto» por contaminación, etcétera, etcétera.
En cualquier caso, todas esas ideas son ejemplos de un populismo quizás un tanto atolondrado pero legítimo desde posiciones de derechas. Es, en definitiva, ideología. En esa misma línea ideológica puede entenderse que su gobierno gaste decenas de millones de euros en los sobrecostes de la construcción de un edificio innecesario (el Zendal) pero no pague ni un céntimo en horas extras para que los sanitarios vacunen durante la Semana Santa. Aseguró que en Madrid se vacunaría «todos los días, mañana y tarde. Incluso noche». Mintió, evidentemente, todo el mundo pudo verlo, pero tampoco eso inquieta a su equipo de campaña.
Ni siquiera preocupa que en una de sus larguísimas y caóticas intervenciones pierda el hilo, se embolique y acabe diciendo cosas incomprensibles. Eso forma parte de su personalidad. Un buen ejemplo de esta tendencia al embrollo se produjo tras la celebración de la fiesta nacional, un 12 de octubre: «El rey de España era el rey de tantos millones de seres humanos en el mundo. En toda Hispanoamérica es el rey de todos». Las frases de Ayuso, casi siempre inacabadas, son verdaderos infiernos gramaticales donde no existe ningún tipo de coherencia verbal ni concordancia de género o número. Pero eso, desde luego, no incomoda a su público.
Lo verdaderamente peligroso para la derecha es que, en el fragor del debate, Ayuso se altere y diga algo irreparable que lleve a la ciudadanía de izquierdas a salir a la calle para votar en tromba. Sus votos ya están contados. Son los que ya tenía, los que les proporcione Ciudadanos y los que pueda traer de vuelta desde Vox. Todas las encuestas le auguran una victoria arrolladora. Pero no todas predicen que pueda salir reelegida presidenta. La disputa está lo suficientemente apretada para que una de sus ayusadas provoque un desequilibrio que ponga fin a 26 años de gobierno del Partido Popular en la Comunidad de Madrid.