Cultura
El vestido roto y la cabeza alta: escritoras españolas en el exilio
La antología ‘Voces de escritoras olvidadas’ configura un nuevo acercamiento al exilio intelectual español: el que sufrieron mujeres como Concha Méndez, Ernestina de Champourcin o María Teresa León.
“Que nos íbamos… Que una vez más nos echaban”, escribió Cecilia G. De Guilarte al recordar la odisea del barco que, cargado de refugiados, salió de Burdeos (Francia) con destino a la República Dominicana pocas horas antes de la llegada de las tropas alemanas a la ciudad. El gobierno del dictador Leónidas Trujillo no lo admitió allí y el vapor Cuba vagó de isla en isla, para desesperación de los exiliados. Sucedió en 1940 pero, obviando los años y los nombres, esa odisea se parece a la de los Aquarius o los Open Arms de nuestra época.
Ante esta afirmación Victoria Kent agitaría la mano con energía, porque para ella el exilio español no era una emigración, ya que no había causas económicas. Ella lo calificaba de “hemorragia, herida abierta”, en la que los exiliados eran la sangre joven y fresca vertida a otros países.
De la visión de De Guilarte se desprende un exilio que se hace presente continuo. De la impugnación de Kent, un fenómeno complejo, imposible de abordar sin detenerse en matices y perspectivas. En ambos casos, tanto si se ha olvidado –o no se le ha prestado suficiente atención– como si se ha tratado de forma tosca, volver a abordarlo se convierte en necesario y urgente. Lo hace el libro que acaba de publicar Guillermo Escolar Editor y que firman las profesoras de la Complutense Carmen Mejía y María Jesús Piñeiro. Las compiladoras recuperan las biografías y los textos de escritoras que compartieron exilio y palabras sobre el exilio. Voces de escritoras olvidadas. Antología de la guerra civil española y del exilio es una obra coral de mujeres que comparten tiempo y medio (la escritura) para lidiar con la época, las circunstancias, las esperanzas y las frustraciones. Por eso es tan rico el panorama que presenta.
En él cabe la crónica periodística de la mencionada De Guilarte a bordo del Cuba, o las “estampas” de la guerra de María Enciso. Cabe también la más alta reflexión filosófica no solo de la mano de la figura más reconocida, María Zambrano, sino también de la mencionada Victoria Kent o de María Josefa Canellada. Y abundan los diarios, las memorias, las novelas y textos con referencias autobiográficas más o menos explícitas, como las de María Luisa Elío, Mariví Villaverde, Concha Castroviejo o María Teresa León animando a todas, a todos, a contar su destierro en prosa, en verso, en artículos y como sea, pero sin miedo ya y sin vergüenza: “Contad vuestras noches sin sueño cuando ibais empujados, cercados, muertos de angustia. Habéis pertenecido al mayor éxodo del siglo XX. Ha llegado el momento de no tener vergüenza de los piojos que sacábamos entre el pelo ni de la sarna que nos comía la piel (…). Nos habían sacrificado. Éramos la España del vestido roto y la cabeza alta”.
Existencialismo y exilio
“¿En qué consiste vuestra libertad?”, pregunta el protagonista de la obra Cuatro años en París, de Victoria Kent, cuyo ensayo firma Irene Sánchez Sempere en esta antología. Pionera en muchos aspectos –Kent perteneció a la primera generación de universitarias españolas, fue la primera mujer en ingresar en el Colegio de Abogados y en ejercer ante un tribunal militar–, la obra que narra su exilio en París también lo fue: es novela pero también diario, autobiografía y ensayo filosófico. Y no solo por la forma, sino por el fondo. Un fondo en el que el existencialismo juega un papel fundamental. El título que sienta los principios de esta corriente, El existencialismo es un humanismo, de Sartre, nace como conferencia en París, en 1945. Los años que narra Kent van del 40 al 44, y en ellos Plácido, el protagonista de su obra, es alguien que se construye en razón de su libertad.
Para Kent alguien es porque es libre. ¿No podría y debería considerarse a Kent también pionera del existencialismo? “Yo, yo era libre, yo era lo que se ha llamado hasta ahora un hombre libre”. Así se presenta Plácido, que es alguien que también ha perdido su libertad. Pero no la pierde del todo, porque la concibe como la capacidad de conocerse y vivir según los propios principios. Esto es posible incluso en el destierro y en el encierro. Desde ese lugar, Plácido desafía con sus preguntas: “Yo, después de haber pasado por un periodo de estupor y por otro de extrañeza, tengo que aceptar este hecho: en este recinto y habiendo perdido mi libertad, me siento liberado (…). Vosotros que andáis por las calles y avenidas con una apariencia de seres libres, decidme: ¿en qué consiste vuestra libertad?”.
Junto con la libertad, la responsabilidad individual es otro de los pilares básicos del existencialismo y también se ve reflejado muy directamente en esta obra que reniega de la masa despersonalizadora y peligrosa: “Amo al hombre porque lo comprendo, porque valoro sus reacciones. El hombre puede ser injusto, pero puede reconocer esa injusticia (…). Esa masa no podrá nunca reparar una injusticia, esa masa no tendrá nunca conciencia de su crueldad. El acto cometido en colectividad no marca la responsabilidad sobre nadie”.
El existencialismo está presente también en el retrato que Patricia Peral hace de la folclorista y dialectóloga María Josefa Canellada y de su obra Penal de Ocaña. Alonso Zamora Vicente la comparó con La Peste, de Camus. La protagoniza una joven filóloga que siente la llamada de la acción, la responsabilidad, y va a trabajar como enfermera voluntaria. Allí se implica con cada caso, con cada enfermo, pero asiste con impotencia al desfile de los estragos de la ideología que lo atraviesa todo hasta producirle angustia, desasosiego y un desarraigo que le hace abandonar, desertar…
El exilio y el verso: Concha Méndez y Ernestina de Champourcin
Algo más que palabras y versos compartieron estas dos poetas, las únicas presentes en la antología que Giner de los Ríos publicó en 1945 bajo el título Las cien mejores poesías españolas del destierro. Pertenecientes por derecho a la Generación del 27, haber unido sus vidas con otras figuras de ese mismo grupo hizo que fueran ignoradas literariamente por sus compañeros varones de generación. Una marginalidad plural, como señaló Carmen Urioste-Azcorra en el prólogo de la obra de Champourcin La casa de enfrente, “como mujer, como esposa de (…), como exiliada y como poeta”, que es aplicable a ambas.
Aunque el relato que hace Méndez del exilio en Memorias habladas, memorias armadas con la colaboración de su nieta es uno de los menos cargados de traumas, sus versos hablan de extrañeza, incertidumbre y desánimo:
De distintos puntos que yo no conozco, Oigo que me llaman voces que no entiendo; Y me desespera el no entender nada Y me desanima verlo todo incierto. A veces pregunto: ¿por qué habré venido A este laberinto de las soledades, Del que nunca salgo por más que me esfuerzo, Encontrando sombras… sin hallar a nadie? En la misma patria en donde he nacido; En la misma casa en donde me han criado, Todo siempre ha sido a mis largas horas Un buscar continuo entre extraños (…)
Méndez viajó en la última parte de su vida a España a constatar lo esquivo que el presente era con el pasado que ella recordaba. Por eso siempre volvía a México, donde murió en 1986.
Champourcin, por su parte, tuvo uno de los regresos más traumáticos. Volvió sola, pues su marido, Juan José Domenchina, había muerto en México, y cuando regresó encontró más soledad e indiferencia: ni ella reconocía su tiempo y su país, ni estos la reconocían a ella.
Aquí no hay nada, nadie. Entre tanto gentío. Nadie va, nadie viene. Solo se toca el aire, silencio en el bullicio, vacío en la palabra, oquedad en movimiento, presencia sin personas.
María Teresa León: “¿Quién ha comentado nuestro destierro?”
Con todo, aunque el exilio se contó de muchas maneras y la poética fue una de ellas, las más habituales quizá fueron la crónica y el relato de memorias, por ser las que mejor conjugan la pasión de la verdad con la necesidad de recordar.
A estos dos pilares responde la obra de María Teresa León y muy especialmente la que recoge el libro de Guillermo Escolar: Memoria de la melancolía. Una de las compiladoras, María Jesús Piñeiro, traza el perfil de esta autora que escribe: “Vivir no es tan importante como recordar”. Ella lo hace exhaustivamente en esa obra: primero, la persecución de que era objeto junto con su compañero, Rafael Alberti, y las correspondientes huidas; la suerte de sobrevivir a tiroteos indiscriminados; la seguridad del exilio y la zozobra por la suerte de quienes se quedaban; la sensación de interinidad eterna, la frustración de las esperanzas por un retorno que siempre acaba por alejarse; y las malas noticias de muertes y entierros que la desesperan: “¿Cuántas tumbas hemos ido dejando por el mundo en estos casi treinta años de vida desterrada que vivimos los españoles?”.
El cansancio, finalmente, y la hartura: “Estoy cansada de no saber dónde morirme. Esa es la mayor tristeza del emigrado. ¿Qué tenemos nosotros que ver con los cementerios de países donde vivimos? Habría que hacer tantas presentaciones de los otros muertos que no acabaríamos nunca”, añadía con un punto surrealista y una pizca de humor negro siempre.
Y la vida, que de humor negro sabe lo suyo, hizo posible el regreso a España junto a Alberti, pero hizo imposible el recuerdo: María Teresa León murió con alzhéimer en 1988. Al menos su Memoria de la melancolía la había publicado Losada en 1970. La editorial Renacimiento la reeditó el año pasado, porque como ella misma escribió en ese libro: “Han pasado los años y, sin embargo, como el problema del pueblo español no ha sido resuelto, ahí está en pie. Los hijos no nos han dicho aún: dejaos de vuestras historias viejas. No (…), nos preguntan: Madre, ¿cómo fue aquello? Y nosotros parpadeamos un poco antes de responderles: Hijos, fue una luz”.
Gloria a aquella generación, la más generosa que diera nunca este país.
Estas personas tenían ideales, grandes ideales, no eran inmigrantes económicos, lucharon por un país más justo; pero casi siempre ganan, por no decir siempre, los que menos escrúpulos tienen, así se consigue el dinero y el poder.
Estas personas fueron vencedorxs morales de aquella contienda librada por la oligarquía golpista, caciquil y carnicera de la Piel de Toro contra lo mejor del pueblo, la cultura, la generosidad, el sacrificio, el pueblo que luchaba por la legalidad, la justicia, sus derechos y sus libertades.
Muchos historiadores insisten en que a aquella guerra no se la debe llamar civil.
Fué una guerra de clases y un primer ensayo de la invasión fascista que dió lugar a la segunda guerra mundial.
Por no llamar a las cosas por su nombre, por no haber hecho debidamente nuestros deberes democráticos es por lo que este país sigue bien atado al franquismo y lo que es peor, la mayoría de la sociedad sigue siendo ideológicamente franquista.
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Vosotros que andáis por las calles y avenidas con una apariencia de seres libres, decidme: ¿en qué consiste vuestra libertad?”. Victoria Kent «Plácido».