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Una tormenta inmóvil

"El capitalismo es un caso peculiar. No paramos de darle oportunidades. Tenemos que dárselas, estamos forzados a ello. Si el engranaje contra -más que “en”- el que vivimos fuera una persona, sería un maltratador, un delincuente, un criminal públicamente legitimado que proclama con una sonrisa que el mal sale a cuenta. La cosa es de una violencia suprema", escribe Ignacio Pato

Toro de Wall Street, o Charging Bull, Manhattan, Nueva York, EEUU. Foto: Pablo F. J. / Licencia CC BY 2.0

Solicito una sublevación de paz, una tormenta inmóvil
Antonio Gamoneda

“El aburrimiento es ese lugar del que para salir hay que ser capaz de imaginar. Un buen lugar donde permanecer algún tiempo”. Son un par de las muchas precisas frases que Constantino Bértolo deja en ¿Quiénes somos? (Periférica, 2021), su personal antología de nuestro pasado siglo literario. “Un mapa contra el olvido en tiempos de abrumadora velocidad”, escribe también para fijar la propuesta.

Aburrimiento y velocidad. Tan presentes en nuestro día a día que ni nombrarles hace falta. Se tocan. El segundo, como falso antídoto contra el primero. Uno como amenaza, otro como inercia. Correr para no encontrar y sabiendo que no se va a encontrar. Correr porque lo que ofrece la opción de no hacerlo es peor aunque solo sea por el vacío desconocido. Es decir, porque parar no es una opción.

Bértolo toma solo un extracto de las palabras que García Lorca dedicó en la conferencia de Poeta en Nueva York a Wall Street, de por sí claras: “Lo terrible es que toda la multitud que lo llena cree que el mundo será siempre igual y que su deber consiste en mover aquella gran máquina noche y día y siempre”. El poeta también hablaba, literalmente, de un “valor demoníaco del presente”. Nadie dijo -o solo quien idealiza tiempos no vividos, maqueados al gusto del nostálgico- que, solo por el hecho de ser hoy tan visibles, estas heridas no sean antiguas.

El capitalismo es un caso peculiar. No paramos de darle oportunidades. Tenemos que dárselas, estamos forzados a ello. Si el engranaje contra -más que “en”- el que vivimos fuera una persona, sería un maltratador, un delincuente, un criminal públicamente legitimado que proclama con una sonrisa que el mal sale a cuenta. La cosa es de una violencia suprema.

Naturalizamos, toleramos la ansiedad como daño colateral de la oportunidad de vivir, como apunta Remedios Zafra en su ensayo de próxima aparición Frágiles (Anagrama, 2021). Siempre podemos estar peor. Nos sumamos a proyectos, eventos, citas, compromisos porque si no sentimos que no es que nos quedemos igual, sino que restamos, al mundo y a nosotros. Maléfica ecuación, esa donde un “no” ahora parece un “no” para siempre.

“El miedo ante un riesgo nos hace sentirnos alerta, pero si lo genero yo misma me hace sentir culpable, imbécil incluso”, escribe Zafra sobre la autoexplotación. Por supuesto, ella misma responde que de esa palabra sobra el auto. Sin alternativa, sin plena capacidad de elección, ni real ni percibida, no hay libertad.

Guardan estos ejes de persuasión en lo material una llamativa semejanza, señala Zafra, con los patriarcales. Alimentar la enemistad entre mujeres como la rivalidad entre trabajadores. Recluirlas en espacios privados “como ahora nos aislamos en habitaciones frente a las pantallas”. Convertirlas, sigue, en carceleras de una moral que ahoga y conspira en su contra, como el “nos va la vida” en el trabajo. Presentar como felices y elegibles modelos socialmente impuestos, desde la familia hasta la entrega 24/7 del “hacerse uno mismo” o vincular conciencia crítica y márgenes con futura desdicha.

Como en un sangrante juego de suma cero, las indulgencias que le regalamos al sistema nos las recortamos cuando se trata de de concedernos ese refugio a nosotros mismos. No basta con trabajar, sino que hay que justificar y demostrar casi a diario nuestra producción. Si esta no es tangible, compensarlo con sobreexposición. Y no basta con estar, ni siquiera con decirlo, sino que hemos de ser creídos con pruebas: pic or it’ didn’t happened. En la lengua franca de la supervivencia todo parece menos atroz.

“Valor demoníaco del presente” para el capital, para cada exigencia, para la máquina. “Futuro postergado” para nosotros. Nos repetimos que todo esto es provisional, pero los sortilegios pesan menos que el calendario. Hay un hilo rojo en el tiempo desde el jornal y el destajo al excel. Tardamos en contestar mensajes en los que no media el dinero. Tómate tu tiempo. Quien te quiere te entiende.

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