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Sueños sin patentar, por Peli de Tarde

"En la actual pandemia en la que nos encontramos sumidos no hay héroes salvadores, los científicos han pasado a un segundo plano y han sido sustituidos por impersonales laboratorios como Moderna o BioNTech, nombres que en cualquier película ochentera o noventera serían los de las malvadas compañías a las que se enfrentan", escribe el autor.

Una científica mira una muestra en el microscopio. Foto: National Cancer Institute / Unsplash.com

Hace unos días, el Ministerio de Sanidad anunciaba con gran revuelo la llegada a España de 672.750 nuevas dosis de la vacuna Pfizer. Lo que sin duda es una buena noticia, también tiene un aspecto bastante desalentador: precisamente el hecho de celebrar con tanta alegría cada una de las pequeñas remesas que nos envían a cuentagotas desde laboratorios extranjeros.

En las pelis de catástrofes en las que algún virus se propaga sin control entre la población o en las que alguien necesita con urgencia un suero para detener una enfermedad o un veneno que se extiende con rapidez por todo su cuerpo, un grupo de científicos -liderado en ocasiones por un profesor divorciado con una hija adolescente a su cargo con la que no guarda buena relación, o en otras por una doctora absorbida por su trabajo que no tiene tiempo para relaciones sociales- trabajan con celeridad a fin de lograr obtener un remedio para esos males. Cuando lo consiguen en el último momento de la película y se lo inyectan a cámara lenta al afectado, la curación se presenta como un momento épico, un punto de inflexión para toda la humanidad. Ningún miembro de ese grupo de científicos habla de lucrarse con la fórmula descubierta, sino que el científico divorciado o la doctora absorbida por su trabajo suelta un speech cargado de altruismo, asegurando que, con ayuda del presidente de los Estados Unidos, quien les entrega una medalla al honor, se encargarán de que la vacuna llegue de forma gratuita a todos los rincones del mundo. Este discurso se ilustra con imágenes de poblados pobres de África o India en la que unos niños descalzos corren felices a recibir a los estadounidenses que les llevan miles de cajas llenas de dosis salvadoras. Y, por supuesto, el científico divorciado termina arreglando las cosas con su hija y la doctora dejando de lado el trabajo, para conocer mundo más allá de los laboratorios.

El creador de una vacuna altruista no es una figura que solo exista en este tipo de films que emiten los fines de semana después de comer y que yo, consumidor de pelis de sobremesa, admire de forma ingenua. Hollywood se basó en hechos y personas reales, como Jonas Salk, quien descartó patentar su vacuna contra la polio declarando: «¿Acaso se puede patentar el Sol?». Sin embargo, en la actual pandemia en la que nos encontramos sumidos no hay héroes salvadores, los científicos han pasado a un segundo plano y han sido sustituidos por impersonales laboratorios como Moderna o BioNTech, nombres que en cualquier película ochentera o noventera serían los de las malvadas compañías a las que se enfrenta el héroe de turno, pero de las que ahora depende el futuro de la salud mundial, ya que son titulares de la patente de las vacunas a pesar de que en muchas ocasiones contaron con fondos públicos para su desarrollo.

Tampoco podemos contar con que el Presidente de los Estados Unidos, como suele ocurrir en muchas pelis de catástrofes, revierta la situación y en un acto heroico, pilotando él mismo un avión gigante, lleve vacunas a todos los rincones del planeta. En una reciente reunión de la OMC, tanto el país americano como la UE se negaron a la propuesta realizada por Sudáfrica y la India de suprimir las patentes sobre las vacunas de la COVID-19, apostando por mantener el mercadeo actual.

Así, no nos queda otra que seguir festejando cada remesa de vacunas que nos llegue, por miserable que sea, y disfrutando de esos científicos altruistas de ficción que amenizan nuestras sobremesas, con los que nos quedamos dormidos mientras soñamos con vacunas libres de patentes y que lleguen a todos por igual.

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