Apuntes de clase | Cultura

Nomadland: una poética de la dignidad

"Nomadland construye un desplazamiento físico, económico y sociopolítico por la historia reciente del Estados Unidos profundo cuya decadencia industrial se cobra los sueños de la clase baja blanca", sostiene Azahara Palomeque

Fotografía del cartel de la película Nomadland

“Esto es lo que te debo”, dice Fern al señor que le ha alquilado un trastero para que guarde sus cosas. “Cuídate”, le contesta, dándole un abrazo justo antes de que ella emprenda un periplo con su furgoneta por la vasta geografía de Estados Unidos en busca de trabajo.

Así comienza Nomadland, la película dirigida por Chloé Zhao y protagonizada por la actriz Frances McDormand, a quien ya conocíamos por obras tan destacadas como Fargo (Joel and Ethan Coen, 1996). En los minutos precedentes hemos leído una nota que avisa de la devastación económica que arrasa el pueblo de Fern, un enclave minero al norte de Nevada llamado, paradójicamente, Empire, cuyos habitantes han sido expulsados al cerrar la fábrica de yesos que los empleaba.

El declive del sector manufacturero en la América profunda nos conduce directamente a un centro de Amazon, primera parada de esta nómada que vive en su vehículo y se niega a ser llamada homeless. Tras unos días embalando mercancía, y al comprobar que no puede pagar el precio que cuesta aparcar la furgoneta –375 dólares–, decide marchar al desierto de Arizona, donde le espera la calidez del clima y de una comunidad formada por otros en una situación similar. A partir de ahí, iremos descubriendo más detalles de la vida de Fern: su marido ha fallecido recientemente, no tiene hijos pero sí algunos familiares y amigos; sin embargo, su dignidad le impide convertirse en una carga para nadie.

Nomadland es una historia de supervivencia que pasa por el dolor, la enfermedad y la muerte compartidos por aquéllos que sufren. A través de las escuetas conversaciones de la protagonista, asistimos a la narración de otras vidas al límite contadas sin culpa ni lástima. Para ello, Zhao se sirve de varios recursos cinematográficos entre los que destaca el dominio de la luz: de noche, los personajes se reúnen en torno a una fogata o a las minúsculas lámparas que iluminan sus vehículos transformados en hogares. Así confiesa Linda May sus pensamientos suicidas cuando se enteró de que debía vivir con una raquítica pensión; y así también contará Swankie, una anciana de 75 años diagnosticada con un cáncer terminal, que planea emprender su último viaje hacia una reserva de aves antes de partir definitivamente.

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Un fotograma de la película Nomadland

A lo sobrecogedor del guión de Nomadland se añade un efecto tenebrista que hace a los rostros resplandecer en contraposición a la oscuridad del resto del plano: en estas confesiones, quedan fuera de nuestra visión escenarios y objetos insignificantes, la materialidad casera –cortinajes, camas– que pertenecería a una clase social que les ha sido vedada. Sí se muestra dicha abundancia, esta vez iluminada, en dos ocasiones: la primera corresponde a la visita que Fern efectúa a su hermana para pedirle un dinero destinado a arreglar la furgoneta; en la segunda, va a ver a Dave (David Strathairn), antiguo amigo nómada que se ha mudado a la casa de su hijo. En ambas se le ofrece la oportunidad de vivir de prestado esa vida que permite evitar la penumbra; ella lo rechaza de lleno. 

Frente a la comodidad de las bombillas, Fern prosigue una odisea que estará marcada por la temporalidad laboral y el consuelo que aporta la naturaleza. En este sentido, la película podría ser considerada una oda a la diversidad paisajística estadounidense en su vertiente más inhóspita y bella: los planos generales de desiertos o montañas nevadas contrastan con el detallismo con que se filman minerales de distintas zonas, plantas o arroyos; a menudo, los paisajes se entremezclan formado un relato iterativo que ejemplifica el viaje y se vale de la música –compuesta por el pianista italiano Ludovico Einaudi– para desatar emociones.

De hecho, encontramos en los personajes una gran sensibilidad para interactuar con los elementos más esenciales, desde las estrellas hasta los árboles, como respuesta a una existencia despojada de acumulación material, mensaje que está presente en el mismo nombre de la protagonista: Fern significa helecho. En una de las escenas más impactantes del filme, la vemos bañarse en un río recordando la composición y el color a la famosa Ofelia de John Everett Millais, con la diferencia de que aquí está desnuda y, a pesar de todo, viva. Haciendo justicia a esta filosofía, tomará la decisión de regresar a Empire y reencontrarse con su antigua vivienda, la fábrica y los fantasmas que allí habitan para desprenderse de los cachivaches aún guardados en el trastero y volver a lanzarse, una vez superado el duelo y digeridos los recuerdos, a la carretera. 

Nomadland construye un desplazamiento físico, económico y sociopolítico por la historia reciente del Estados Unidos profundo cuya decadencia industrial se cobra los sueños de la clase baja blanca, llamada despectivamente white trash. Lejos de romantizar la pobreza o regodearse en ella, la película aprovecha el motivo del viaje sobre ruedas para plantear otro iniciático por los vericuetos más insospechados de aquello que nos torna humanos.

Lo hace sin cargar las tintas ideológicas, ayudándose de una intertextualidad que acoge lo pictórico, pero también lo literario y fílmico –escuchamos un soneto de Shakespeare y leemos el desgarro de parajes tan desoladores como los de Nebraska (Alexander Payne, 2013) o el clásico Paris, Texas (Wim Wenders, 1984)–, moviéndose sobre el pentagrama de Einaudi o por diálogos que rozan el existencialismo. La humanidad que desprenden sus personajes se acentúa con un elenco de actores no profesionales que acompañan a Fern o a Dave: nómadas reales sin pudor ante la cámara. En definitiva, estamos ante una obra maestra capaz de anudarnos las vísceras, al tiempo que dignifica a sus héroes cotidianos. 

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Comentarios
  1. Vi la película el fin de semana en que se estrenó, no tenía información sobre ella, solo que actuaba Frances Mc Dormand y poco más. Reconozco que me gustó mucho y sí que me pareció que tenían mucha suerte de llevarse tan bien todos los nómadas, sin malos rollos, ni robos ni peleas, ni agresiones físicas ni sexuales, ni se cruzaban con pirados delincuentes o incluso asesinos, siendo los nómadas personas en situación muy vulnerable. Dentro de su crudeza me pareció un relato idlíco, pues hasta Amazon parecía un benefactor para que esta pobre gente pudiera seguir con su vida, pues les daba la oportunidad de financiarles su «salir adelante» a cambio de su trabajo.
    A pesar de estos detalles de ficción hollywooodense, creo que la veré de nuevo.

  2. Me sorprende mucho encontrar un texto tan superficial y tan flojo como este en La Marea.
    La estructura del texto es propia de un resumen para clase: unos datos básicos (tan básicos que obvian el hecho de que la película está basada en un ensayo recién traducido al castellano); un recorrido cronológico por el contenido de la película (a pesar de que uno de los puntos fuertes es, precisamente, el juego con el no-tiempo a la par que él no-lugar); la recurrencia a tópicos que desfiguran el planteamiento de la historia (no, no son héroes, ni quieren serlo).
    Nomadland narra una degradación, es la antítesis del viaje iniciático (otro tópico) que señala el texto: nos roban los lugares como nos despojan de aquello que nos dijeron que podíamos ser si nos esforzábamos.
    Por último, no dudo de que la autora del texto haya visto la película. Simplemente llamo la atención sobre la diferencia de nivel entre este texto en particular y el resto y confío en que se quede en eso, en una mera anécdota. Un saludo.

  3. Me encantó la película, que ya había visto antes de leer tu nota, Azahara, y me pareció muy preciso, consistente y detallado lo que has escrito aquí. Saludos desde Buenos Aires.

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