Sociedad
“Necesitamos espacios libres de juicio donde poder sanar y descansar”
Desirée Bela-Lobedde acaba de publicar 'Minorías. Historias de desigualdad y valentía', un libro en el que conversa con mujeres muy distintas sobre las opresiones que viven y cómo les hacen frente.
«Cuando en tu día a día te enfrentas a tanta hostilidad –en forma de cuestionamiento, infantilización, paternalismo o luz de gas–, necesitas una islita; personas que sean casa, gente con la que poder abrirte sabiendo que no te van a herir, sino que te van a apoyar, a comprender y a sostener». La escritora, comunicadora y activista antirracista Desirée Bela-Lobedde (Barcelona, 1978) resume con estas palabras la intención tras Minorías (Plan B), su segundo libro.
En él, conversa con varias mujeres muy distintas –Yos, Valérie, Iman, Anna, Regina, Eva, Edna, Kathy, Yolanda, Montserrat, Maria Teresa, Gisela, Safia y Silvia– cuyas historias de discriminación van más allá de ser mujeres, de la misma forma que también trascienden el sufrimiento y la victimización para convertirse en relatos activistas. Todas ellas lo son.
«¿Qué pasa cuando, además de ser mujer, se es negra, migrante o asiática, se padece una enfermedad crónica o se vive en situación de discapacidad?», se pregunta la autora en la introducción. Y quienes responden, en toda su amplitud, son las protagonistas de este libro, en cuyas páginas Bela-Lobedde recrea a la perfección justo ese ambiente de comodidad que considera tan necesario. «Me he acercado a estas historias en calidad de amiga y cuando existe un vínculo con alguien la conversación se produce desde otro lugar, no hay cuestionamiento. Yo entiendo sus discriminaciones, aunque no sean las que yo vivo como mujer afrodescendiente», cuenta. Sin embargo, al final, tienen en común «un paternalismo, unos prejuicios, una negación del ser que yo entiendo porque también la vivo aunque se manifieste de otras formas», continúa.
La intención de Bela-Lobedde queda clara al terminar su libro: sientes que has sido invitada a tomar café en un salón mientras escuchas callada, en segundo plano, conversaciones que te dejarán pensativa varios días. De eso se trataba: «Necesitamos espacios libres de juicio donde poder sanar y descansar», apunta la escritora.
¿Cómo ha sido el proceso de Minorías? ¿Por qué eligió a las mujeres que aparecen en el libro?
En un principio, quería contactar con personas que no conocía, de otros grupos minorizados o de otras comunidades. Pero era febrero del año pasado y solo tenía la entrevista con Valérie. En marzo nos cambia la vida a todas y tuve que cambiar un poco los planes del libro: tal y como estaba la situación, me parecía inoportuno llamar a la puerta de gente que no conocía para decirles que me contaran su vida.
Afortunadamente, tengo un círculo de amistades muy rico y muy diverso, así que pude sentarme a hablar con amigas y tener estas conversaciones. Porque así como aparecen en el libro son las conversaciones que yo tengo con mis amigas. De las que aparecen, por tanto, conocía a todas menos a Valérie y a Montse. Les expliqué lo que tenía entre manos y les pedí que compartieran su historia, al menos las partes con las que se sintieran cómodas y que quisieran contar.
En su anterior libro, Ser mujer negra en España (Plan B), era usted quien, más o menos de la misma forma, contaba su historia. También lo ha hecho en redes sociales, en medios de comunicación… ¿Es extenuante repetir lo mismo tantas veces?
Sí, lo es. Pero te encuentras con reacciones muy dispares y en escenarios muy dispares. Hay con quien puedes establecer una conversación desde la comprensión y con quien te sientes a gusto, por lo que no te importa tener que estar contando una vez más qué es ser mujer negra en España. Sin embargo, hay otros espacios en los que de repente aparece el cuestionamiento y ya no estás ni siquiera hablando de ser mujer negra en España –que también– sino de racismo inverso o de las situaciones que se viven en lugares de África que no tienen absolutamente nada que ver con lo que es ser mujer negra en España. En esas ocasiones se distorsiona todo y ahí sí surge esa extenuación y una sensación de incomprensión.
¿Ha percibido lo mismo de las mujeres con las que conversa en Minorías?
Es complicado tener que estar siempre reclamando tu humanidad, tu ser. Es agotador que siempre haya alguien que tenga que darte la aceptación, el visto bueno. Nosotras queremos ser, sin más, pero se nos pone difícil. Yo creo que esa sensación está presente todo el tiempo, en todas las historias: genera hastío tener que dar siempre datos, explicaciones. ¿Por qué las tenemos que dar? ¿Por qué no me aceptas y no me cuestionas más?
Algo en común que aparece en casi todas las conversaciones del libro es la falta de referentes, algo de lo que ya hablaba en Ser mujer negra en España. ¿Qué conclusiones saca tras el proceso de Minorías?
Yo he hablado de la ausencia de referentes para mí cuando, de adolescente, no tenía acceso a ensayos y solo veía lo que salía en televisión: pocos referentes y en sectores muy concretos como el baloncesto o el mundo del espectáculo. Sin embargo, de repente hablo con Anna Fux [una de las mujeres que aparecen en Minorías], hija de padre alemán y madre filipina, nacida en Baleares, hija de tercera cultura. Ella me dice que en su infancia el único referente que tenía era Isabel Preysler. A mí eso me hizo pensar que yo, como mujer afrodescendiente, tengo un montón de referentes porque ella solo vio en televisión a una mujer de la que sabemos que se casa con uno o se divorció con otro, y no juzgo eso, sino el hecho de que una niña filipina crezca sin más modelos, sin ver nada más.
Me di cuenta de que en ese aspecto soy privilegiada por tener más referentes. Me ocurrió también con Sacya [otra de las protagonistas del libro]. Cuando hablas con personas de otras comunidades reparas en que lo poco que tú tienes es mucho más de lo que tienen otras personas.
¿De ahí la necesidad de hablar de interseccionalidad, de ir más allá de las discriminaciones que se sufren como mujeres?
Al final, yo sin hablar mucho concretamente de la interseccionalidad, estoy apelando todo el tiempo a la interseccionalidad, que es la herramienta de análisis que permite entender las diferentes situaciones de injusticia social que se pueden dar por el lugar de origen, la etnicidad, la raza, el género, la orientación sexual, la clase, si has migrado o no has migrado… Todo eso construye una situación de opresión única en cada cuerpo y la interseccionalidad es la herramienta que permite analizar toda esta construcción opresora que vive cada persona.
Y, sin embargo, las historias del libro no giran solo en torno al sufrimiento que puede generar esa opresión. De Gisela, con quien habla, entre otras cosas, de la fibromialgia y de cómo vive constantemente con dolor, acaba diciendo: «Puedes pensar en ella como una persona que vive con limitaciones; y también puedes pensar en ella como una mujer valiente que nos abre su casa para compartir su vivencia». ¿Es importante mostrar ese equilibrio?
Quería alejarme de la pena porque incluso siento que a lo mejor alguna persona puede ver el libro, la portada, leer «minorías» y pensar que solo hay drama y victimismo. Pero no. Yo quería mostrar la vida de estas mujeres tal cual ellas la viven y cómo ellas resisten, porque no nos queda otra, a pesar de las adversidades. Y como eso también las lleva a reivindicarse o abrir camino y adoptar posturas más activistas. Porque todas las mujeres con las que hablo en Minorías son activistas. Para que las que vienen después lo tengan un poco mejor y, si no, para que vean que alguien hizo lo que pudo.
Dice en el libro que a la mayoría de mujeres que aparecen las ha conocido en redes sociales. En internet también recibe odio. ¿Cómo vive esa ambivalencia?
En redes sociales encuentras de todo y en unas plataformas más que en otras. Por eso dejé Twitter y por eso tengo los comentarios desactivados en mi canal de YouTube. Son formatos que me resultan especialmente violentos, como TikTok. No obstante, también se crean comunidades muy chulas, como me ha ocurrido con la gente que me sigue y con la que hablo por Instagram.
Con las mujeres que aparecen en el libro había una especie de afinidad y llegó el momento de desvirtualizarnos y conocernos. Al final, creamos unas redes de apoyo que son muy necesarias y nos sostienen en momentos determinados y nos vienen muy bien.
Negras tormentas y grandes pedruscos amenazan a las mujeres europeas.
Un grupo de fundamentalistas católicos quiere bloquear el acceso al aborto y que los niños reciban educación sexual, así como prohibir el divorcio en Europa. Ahora, el fundador de este grupo es candidato para convertirse en juez del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Esta y otras medidas similares ya se han implementado en Polonia o se están debatiendo en la actualidad.
Surgen de un grupo fundamentalista católico, que se hace conocer como «laboratorio de ideas». Se llama Ordo Iuris, y redacta propuestas de ley y actúa como grupo de presión en varios gobiernos.
El Tribunal Europeo de Derechos Humanos es un recurso disponible para toda la ciudadanía que solicita que se haga justicia cuando sus países no protegen los derechos humanos. Solo en el año pasado. Si esta institución incorpora a un juez fundamentalista, la posibilidad de que se produzcan fallos a favor de los derechos humanos se verá mermada.
Si demostramos que este hombre es una amenaza para los derechos humanos, es posible que consigamos que rechacen su candidatura.
Firma la petición:
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