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Entender Madrid
El analista político Eros Labara reflexiona sobre las consecuencias futuras de la puesta en marcha de políticas ultraliberales en lugares como Madrid
EROS LABARA | Madrid desconcierta. No es fácil entender qué está pasando entre tantos gritos de turistas franceses embebidos de libertad e hiperbólicos eslóganes políticos. Es normal sentir cierta confusión ante un juego político que coquetea con la distopía y el histrionismo con una soltura que abruma. Pero, ¿cómo se ha llegado hasta aquí?
Aunque el foco de la atención mediática esté otra vez y, como de costumbre, centrado en lo que ocurre estos días en la capital, hace unos días el país se levantó con una noticia de envergadura que no debería de pasar desapercibida: el Eurostat incluía la deuda del llamado Banco malo en la deuda pública española. De un plumazo se añadieron 35.000 millones de euros más a lo que se debía y pasamos a una deuda del 117% al 120% del PIB. Otra vez una deuda privada de bancos que se convertía en pública tras un habitual juego de trileros al que estamos (mal)acostumbrados.
¿Volveremos los ciudadanos de a pie otra vez a pagar la deuda bancaria? Todo apunta a que si nada ni nade lo impide, así va a ser, y hay razones para estar enfadados –y muy preocupados-. Tras la experiencia de la crisis de 2008 se deberían haber aprendido varias cosas, como que no se puede dejar libre y sin correa al sistema financiero y que, si no se activan los resortes económicos que alivien la presión sobre las amplias capas de la población que más expuesta está a la crisis, los resultados pueden traducirse en mayores desbarajustes políticos y fricciones sociales cada vez más intensas.
Pero poco o nada parece haber cambiado en estos años. La desigual redistribución de la riqueza y la acumulación de capital en cada vez menos manos se ha visto agudizada en este año de pandemia. Los ultra ricos son hoy más ricos que hace un año. Mientras tanto, los gobiernos siguen sin enfrentarse a un problema que les condena a seguir inflando la burbuja de la deuda pública a costa de los excesos privados. Pero, entonces, ¿esto qué tiene que ver realmente con Madrid?
Digamos que hay una historia común que une esa especie de minarquismo a la madrileña, insignia de la derecha capitalina orgullosa de reducir los impuestos al mínimo, con la enorme crisis de deuda que acecha con secuestrar el futuro y el bienestar del país.
Para entendernos mejor tendremos que profundizar un poco en la historia económica reciente. Desde la posguerra, la táctica del sistema económico capitalista se ha basado en adaptarse hábilmente a los cambios, principalmente, a través de anticipos. Sin embargo, desde la década de los años 80 y tras una fuerte inflación, la deuda pública no ha parado de crecer en paralelo a una reducción de ingresos públicos. Esto se puede explicar a través de una progresiva incidencia de las ideas neoliberales hasta lograr alcanzar el tuétano social, dando mayores espacios para el libre mercado con su ortodoxia económica, una creciente concentración de capital y una mayor capacidad de evasión fiscal, todo eso que algunos conocen en lugares como Madrid como libertad y que incluso se atreven con intentar hacer cultura identitaria de ello. Como decíamos, esta libertad trajo consigo el declive en la fiscalidad y, en consecuencia, un gran aumento del déficit público. Con el tiempo y como hemos sido testigos, todo ello revierte en una creciente subordinación de los gobiernos a los acreedores de la deuda generada.
En los años 90, la nueva estratagema del sistema para salir indemne de la crisis de época consistió en trasladar la deuda a los bolsillos de la gente de a pie, es decir, se consiguió que los individuos estimularan el estancado mercado a través de su consumo ligado a un creciente endeudamiento privado y a un aura de impostada prosperidad. Esta dulce realidad duró hasta su conocida y apoteósica explosión en 2008 y, con ello, se abrieron las puertas a milmillonarios rescates financieros y al aumento estratosférico de la deuda.
El futuro quedaba así supeditado a los designios de aquellos que estaban manteniendo artificialmente a flote las economías con la producción frenética de nuevos y relucientes billetes y las sucesivas inyecciones de capital al sistema financiero. Mientras tanto, el futuro se ha convertido ya en presente y trae consigo mucha fe y muy pocas ideas que consigan trazar algún mapa realista que sirva para recomponer las piezas de un sistema que lleva ya décadas dando notorios síntomas de agotamiento.
El parón de la pandemia ha generado un aumento de la tasa de ahorro de los españoles, es cierto, y el paquete de ayudas a la recuperación tiene visos de apaciguar los ánimos a corto plazo, pero no podemos obviar que la tragedia de la pandemia alberga también un creciente problema financiero ligado a la deuda pública con una fuerza capaz de romper en añicos cualquier barrera psicológica basada en forzados pensamientos positivos en torno al esperado crecimiento económico y en las esperanzas que se depositan sobre los efectos inmunizadores de las vacunas.
La decadencia del capitalismo en aras de la libertad, de la cual algunos hacen bandera en estas elecciones del próximo 4 de mayo en Madrid, no es otra cosa que una historia de resiliencia: en cada crisis consigue asumir nuevas formas para salir resolutivamente de sus profundas contradicciones sistémicas, como la falsa promesa de un crecimiento infinito en un mundo ecológicamente finito o como el insostenible endeudamiento financiero calculado no en décadas, sino ya en siglos. Pero, tal vez, pueda darse que el matrimonio capitalismo-democracia y la precaria relación de economía y sociedad esté entrando en una nueva fase de desgaste.
Parece que la fórmula neoliberal hayekiana de redistribución desde abajo hacia arriba acabará, antes o después, por autodestruir su necesaria relación con la democracia. Si se continúa con las políticas y soluciones probadamente fracasadas del neoliberalismo que algunos proyectan para Madrid, podemos dar por seguro que habrá un empeoramiento de las condiciones de vida de grandes capas del país y, con ello, un aumento de la fricción social. En resumen, serán más habituales las imágenes de disturbios en las calles como respuesta popular límite ante la creciente incertidumbre y la falta de poder democrático de la ciudadanía.
Las dispares desigualdades y el pillaje financiero han forzado las costuras de un matrimonio que apostaba todo a la enclenque posibilidad de un exitoso equilibrio de legitimización política y laissez faire de dinámicas de libre mercado neoliberales. En esta apuesta, los gobiernos han tenido que aprender a gestionar, con mejor o peor acierto y astucia, el dilema de mantener controlada la economía bajo directrices privadas, es decir, bajo las dinámicas del mercado y el servicio de la deuda, o legitimar la democracia a través de la respuesta a las demandas sociales. Puede que la recurrencia a los malabarismos políticos que han llevado a la volatilidad política dejen de tener efecto y los gobiernos se encuentren hoy ante un dilema de gestión irresoluble. Bajo esta nueva crisis de imperceptibles horizontes se presenta complicada la gestión de una estabilidad económica –esto es poder pagar a los acreedores e inversores-, a la vez que se responde a la necesidad de legitimar el gobierno en un sistema democrático y de derecho. El caos está servido y Madrid parece ser su alumno aventajado.
En los últimos años, este modelo económico no ha parado de dar bocanadas en una macabra actuación a base de inyecciones de dinero barato para tratar de mantener artificialmente al cuerpo decrépito. La consolidación bancaria sine die, es decir, la permanente dependencia de los Estados del círculo acreedor financiero mediante la ligación de una deuda insostenible, tiene visos de agravarse con esta nueva crisis que para mayor escarnio augura un periodo largo de bajo crecimiento, incertidumbre financiera y anarquía internacional. Por este motivo, lo que vendrá junto a esta crisis bien puede ser un interregno de incierta duración y volatilidad sociopolítica, y no tanto el fin del neoliberalismo y un cambio profundo en las dinámicas económicas que conduzcan a una especie de nueva organización global basada en la solidaridad y la cooperación que algunos se apresuraban a celebrar. Debemos ser conscientes que, ante la aparente falta de fuerza entre los aspirantes al trono en el panorama ideológico, es posible que la alternativa a esta crisis pase por una entropía social que conduzca a más crisis de indeterminados resultados.
En contextos de sálvese quien pueda y escenarios con instituciones y gobiernos deficitarios que no responden a las demandas ciudadanas, el individuo puede que no tienda a mejorar sus lazos comunitarios como algunos desearían, sino que, por el contrario, impulsados por el miedo y la incertidumbre, retroceda a impulsos atávicos y elementales de supervivencia que refuercen las estructuras sociales y políticas de un anarcocapitalismo deseoso de rapiñar los restos de lo que vaya quedando del sistema en su largo proceso de descomposición. Lo que estamos viendo estos días es una historia de miedo colectivo y, por consiguiente, un momento propicio para la aplicación de la doctrina de shock. Tal vez así podamos entender un poco mejor lo que está pasando en Madrid.