Opinión

Consideraciones sociopoliticoafectivas sobre la gata Némesis

"A veces prefiero quedarme dentro de casa y no tener que lidiar con el conflicto. Yo era feliz antes de que Némesis comenzase a acercarse a mi puerta. [...] Ahora pueden hacer esas consideraciones, no sobre gatos, sino sobre seres humanos", reflexiona José Ovejero.

Némesis acecha a Miss Daisy. J. Ovejero

Esto es una historia de gatos. O no. O solo en parte. En realidad a mí no me interesa hablar de gatos. Pero tengo que empezar por ahí. Y ni siquiera voy a empezar por Némesis, sino por Miss Daisy. Las dos son hembras. Miss Daisy solo ha comenzado a llamarse así hace poco; antes era la gata o la gatina. Cuando era una gata minúscula y esquelética, la última de una camada de gatos silvestres, E. le llevaba un poco de pan y leche a un corral que está a unos cientos de metros de nuestra casa; la acariciaba, la cogía en brazos. Era la única de esa familia felina y asilvestrada que se lo permitía. Yo ni la acariciaba ni le daba leche; siempre he procurado no encariñarme con animales y que no se encariñen conmigo (no me juzguéis demasiado deprisa: todos tenemos nuestros desequilibrios). 

Y un día la gata apareció delante de nuestra puerta, con su insistencia de gato, con su paciencia de gato, hasta que comenzamos a alimentarla regularmente. Me adoptó; a mí más que a E. Me sigue a todas partes, me acompaña mientras trabajo en el huerto, si estoy podando un peral se sube conmigo entre las ramas, se encarama sobre mis piernas cuando me siento delante de la casa. Acabó conquistándome. La bautizamos como Miss Daisy, el nombre de una gata-personaje de novela.

Hasta aquí una historia banal de mascotas, una de esas que solo interesan a sus dueños. Pero atención, que ahora llega Némesis.

Némesis ha hecho su aparición hace poco. Que la llamemos así ya dice mucho de nuestra relación. Es una gata gris y blanca, mucho más estilizada que Miss Daisy. No es agresiva pero sí miedosa. Se acerca con cautela, maúlla casi con desesperación. Está hambrienta. Tanto que, si me descuido, se abalanza sobre la comida de Miss Daisy con un ansia nada agradable de ver. Yo me enfado y la espanto. Me irrita cuando se acerca a Miss Daisy –no vaya a atacarla– y también cuando le quita la comida. Si la veo cerca, chisto, doy voces, doy palmadas. Némesis siempre sale corriendo.

Hace poco no lo hizo, se quedó sentada mirándome fijamente y maullándome sin parar. Le tiré una piedra. No a dar, solo para que rebotase cerca de ella; conseguí asustarla. Yo entiendo que tiene hambre y que, quizá, a pesar de su miedo, también quiere recibir caricias como Miss Daisy. Yo soy un hombre comprensivo, pero ¿por qué viene aquí? Que se vaya a otro sitio. Que cace topillos, o pájaros o lo que sea. Que vaya a mendigar a otras casas. Pero que se largue. Me ponen de mal humor sus reproches, ese acecharme, ese mendigar, ese intentar aproximarse, conseguir mi atención.

Miss Daisy puede hacerlo porque hemos establecido lazos afectivos, pero a ver si se va a creer Némesis que cualquiera va a venir y ablandarme. Yo no puedo ocuparme de todos los gatos del vecindario. No puedo o no quiero, tengo cosas que hacer, no me apetece asumir esa responsabilidad, aceptar esa relación de dependencia. Y me hace sentir mal, casi culpable. ¡Pero yo no soy culpable de nada! Yo soy una buena persona que se ocupa de una gata y no tendría por qué hacerlo. ¿Qué me va a reprochar, eh? ¿Qué me vais a reprochar? Aquí no caben todos. Y si Némesis no tiene otro sitio donde comer será que no ha buscado, no se ha esforzado lo suficiente; que me deje en paz con sus lamentos.

A ratos golpearía a Némesis. A ratos me golpearía a mí mismo. Oscilo entre la rabia y la culpa. Claro que podría poner dos platos, uno para Miss Daisy y otro para Némesis. Pero, ¿y si viene un tercero? Ya hay uno rondando en las cercanías. ¿Y qué, me voy a poner a acariciar también a Némesis? ¿Tengo que abrir mi corazoncito a cualquier gato vagabundo? A veces prefiero quedarme dentro de casa y no tener que lidiar con el conflicto. Yo era feliz antes de que Némesis comenzase a acercarse a mi puerta. 

Dejo aquí las historias de gatos. Esto iba a ser una serie de consideraciones sociopoliticoafectivas. Yo iba a hablar de otras cosas. Pero, si lo pienso bien, creo que ya lo he dicho todo. Que los lectores pueden hacer por sí solos esas consideraciones, no sobre gatos, sino sobre seres humanos, sobre otros conflictos entre nuestros afectos y nuestras obligaciones, entre nuestra generosidad y nuestro egoísmo, entre nuestra lucidez y nuestras coartadas, entre nuestra empatía y nuestra indiferencia, entre nuestro odio y nuestra culpa.

Y podrían continuar la reflexión pensando en a quién consideramos el “otro”, por qué o por qué no nos cerramos a él, por qué acabamos justificando nuestra dureza hacia él, por qué nos sentimos amenazados. Yo, mientras tanto, seguiré observando a Miss Daisy y a Némesis; me observaré a mí mismo, sacaré conclusiones, no siempre halagadoras. Y no sé al final qué haré con Némesis. Tan solo me he prometido, al menos, dejar de tirarle piedras.

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