Internacional
El Open Arms se llena de niños
14 niños de corta edad, dos bebés entre ellos, asomaban entre las piernas encogidas de los adultos con una mezcla de asombro y curiosidad.
Cuando la lancha de salvamento pudo por fin localizar la barcaza azul en medio del Mediterráneo, cuatro horas después de comenzar la desenfrenada búsqueda a primera hora del sábado, el equipo de Open Arms apenas podía imaginar la media de edad de los tripulantes. Los rostros de 14 niños de corta edad, dos bebés entre ellos, asomaban entre las piernas encogidas de los adultos con una mezcla de asombro y curiosidad. Los 17 hombres a bordo gritaban y hacían aspavientos a los recién llegados, dos socorristas y el patrón de la embarcación rápida, mientras que las siete mujeres sonreían con alivio suavizando la extenuación de sus rostros.
“Aquí, aquí, ayúdennos por favor…”, gritaban en la inmensidad del mar, aliviados tras hallar quien escuchara sus llamamientos de auxilio tras casi una jornada de navegación sin rumbo, una huida desesperada desde las costas de Libia con rumbo a cualquier cosa que les dé esperanza. “No se preocupen, vamos a asegurar la embarcación. Les vamos a distribuir chalecos salvavidas y esperaremos a que llegue nuestro barco para evacuarles. Por favor, mantengan la calma a bordo”, vocalizaba lentamente en inglés el socorrista. Y las mujeres comenzaron a lanzar besos al aire al equipo de Open Arms. «Gracias, gracias, gracias…”, gritaban.
A bordo se hallaban 32 personas de origen libio, dos egipcios y cuatro marroquíes que habían repartido los gastos de la embarcación para partir a la caída de la noche desde las costas de Zuwara: seis mil dinares libios pagaron cada uno de los ocupantes, según explicaron, para permitirse el lujo de una barcaza de madera con dos motores de baja potencia. Ellos pensaban que serían pocas horas, pero cuando amaneció y la luz les desveló su verdadera posición, en medio de la inmensidad azul, la desesperación comenzó a extenderse.
Dunia Yakhlaf, de 32 años, destacaba en la mitad de la embarcación con un bulto en los brazos, su bebé de cuatro meses, Dilara Issam. A su alrededor, otros cinco chiquillos –el mayor, Islam, de 10 años de edad, Aylaf de siete, Ayyas de seis, Aysar de cuatro y Daniel, de año y medio– se apretujaban contra su madre para protegerse del frío y del miedo. No había demasiado espacio libre en la embarcación, apenas lo suficiente para sus bolsas y un palé de botellas de agua. Si no iba sobreocupada, fue porque un tercio del pasaje no pasaba de los 10 años. “Hablo inglés, por favor, ayúdennos”, gritaba Dunia, que en su Zawiya natal había ejercido de profesora de primaria.
La operación de rescate resultó sencilla a pesar del desafío. Tras un par de horas de espera, una vez que el Open Arms alcanzó la posición de la barcaza, los socorristas trasladaron a los náufragos al interior de las lanchas de rescate y posteriormente a la cubierta del barco, habilitado para garantizar que no se produzcan contagios de COVID, en el caso de que alguno de los visitantes estuviera contagiado. Los bebés volaban en los brazos de Iván Gerard y Javier Filgueira hasta entregárselos a David Lladó, jefe de la misión, quien los recogía cuidadosamente envuelto en un equipo de protección inmaculadamente blanco. Desde el puente, el capitán del barco, Marco Martínez y el segundo oficial, Esteban Taroni, saludaban con una indescriptible sonrisa de alivio a los recién llegados.
Habían llegado otros dos avisos de embarcaciones en peligro, detectados 60 millas al sur de su posición y con casi dos centenares de personas en su interior que no tuvieron tanta suerte: fueron interceptadas por los guardacostas libios y devueltas al país, aún en guerra. Por la noche llegarían otros dos avisos de embarcaciones en peligro, con más de un centenar cada una: las autoridades libias recomendaron al tripulación del Open Arms que no se aproximase a la zona. Este domingo se recibirán otros seis avisos de barcazas en peligro pero los intentos del Open Arms para localizarlas fueron inútiles: solo una fue hallada, volcada en un charco de combustible, con los restos de efectos personales –zapatillas, bolsas e incluso bolsas de comida y botellas de agua– aún concentrados en sus inmediaciones, signo de que la evacuación de sus ocupantes había sido muy reciente. El aviso recibido por AlarmPhone, una ONG encargada de recibir llamadas de auxilio y alertar a las autoridades, indicaba que había 50 personas a bordo.
La actividad de los guardacostas libios, financiados y entrenados por la Unión Europea, parece haberse intensificado desde que hace unas semanas se anunciase un Gobierno de coalición que pretende unificar al país dividido en dos por el conflicto que sucedió a la caída del régimen de Muammar Gaddafi, en 2011. A finales de febrero, el responsable de la Administración del este del país –dividido entre las administraciones de Tripoli y Benghazi, en guerra por el control del país– el exgeneral Khalifa Haftar accedió a integrarse en un acuerdo de unidad nacional en lo que parece el inicio de una transición política.
Mientras se produce esa transición, Libia sigue siendo un país en guerra inseguro para su población, motivo que sigue llevando a algunos a tomar la arriesgada decisión de huir del conflicto por mar como hicieron las familias a bordo de la embarcación. “La noche fue fría, todos enfermamos, los niños vomitaban… si hubiéramos sabido que iba a ser tan duro, nunca hubiésemos intentado escapar”, explicaba Dunia Ismail al Mansouri, de 32 años y madre de Ibrahim, de 11, y Jamal, de nueve. Le acompañaba en su travesía su marido y Afnan, de 25 años, esposa de su primo, que reposaba con rostro cansado en la cubierta del Open Arms.
Las primeras horas ella también estuvo mareada, como su prima Afnan, hasta que el equipo médico a bordo del barco de la ONG catalana les distribuyó medicinas y reposaron algunas horas. “Huimos porque somos amazigh, tenemos otro idioma, otra cultura, no somos queridos en Libia”, explica la madre. Los imazhiguen son la comunidad no árabe más numerosa de Libia, y se concentran en la región de Nafusa, aunque la localidad de Zuwara tiene una importante presencia de esta minoría. “Mis hijos apenas hablan árabe, allí no teníamos ningún futuro. Por eso decidimos escapar”, contaba Dunia.
Pegada junto a ella estaba otra Dunia, la madre de seis niños que alimentaba con un biberón al bebé más pequeño a bordo. “En Libia la situación lleva siendo terrible desde hace muchos años. No hay educación, ni libertad ni seguridad y desde la pandemia tampoco tenemos trabajo. Mi marido está desempleado y yo soy maestra de escuela pero los colegios cerraron por el coronavirus. Ahora mismo no tenemos futuro en Libia”. Por el momento, las familias y los 15 menores se quedarán a bordo del barco, a la espera de que se les conceda puerto seguro. Según el equipo médico, todos se encuentran bien pero los más pequeños requieren que el proceso se acorte para garantizar su estado de salud y evitar que la fatigosa.