Mi antiguo casero aplaudiría al PSOE

Era el último año de carrera. Yo volvía de haber pasado un año de Erasmus en Lisboa y necesitaba encontrar una habitación en la que vivir durante ese último curso en Madrid. Después de preguntar a varios amigos, uno de ellos me dijo que en el piso en el que él vivía se iba a quedar libre una de las habitaciones.

Era 2016 y los precios todavía no habían subido tanto como lo harían un año y pico más tarde. Por mi nuevo espacio de pocos metros cuadrados iba a pagar 325 euros más los gastos de agua, luz, gas o Internet que compartía con otros tres compañeros más. En la capital, en esos momentos, era complicado encontrar nada más barato.

El piso estaba situado en una de las zonas universitarias de Madrid, cerca de Moncloa, pero era viejísimo: ventanas de madera por las que se colaba el frío en el salón y en la cocina, techos desconchados y negros por la humedad del baño, parqué levantado en algunas zonas, mobiliario descuidado… Y suciedad en todos lados debido a que en cuanto salía uno, entraba otro. Por no tener, no tenía ni sofá en el salón –lo pongo en cursivas porque llamar a eso salón me parece hasta ambicioso–, y los anteriores arrendatarios habían construido uno con un somier y dos colchones.

Gracias a la posesión de ese inmueble, mi casero se embolsaba 1.300 euros todos los meses en un momento en el que el salario mínimo interprofesional en España no llegaba a a 750 euros. Es decir, casi dos veces el SMI completamente limpios. Y digo limpios porque venía cada mes a cobrar en mano, por lo que entiendo que Hacienda se quedaba a dos velas. Ningún mes faltamos o nos retrasamos en el pago.

Durante el curso que viví allí, el máximo gasto que tuvo nuestro casero fueron unos 50 euros para comprar tres ventiladores y evitar que nos diese una lipotimia durante los meses de más calor. Lo hizo a regañadientes tras insistirle varias veces. Un negocio perfecto: 15.600 euros de ingresos en un año y 50 euros de gastos.

Pero debieron parecerles poco, porque cuando llegó el momento de renovar para el año siguiente, decidió que iba a subir el precio del alquiler. Como todo estaba subiendo, él también tenía que ganar más, fue su explicación. Le dijimos que no, que nos íbamos cuando acabase el contrato. El colmo –pensamos que sería el colmo– llegó cuando nos pidió poder enseñar el piso estando nosotros todavía dentro para así alquilarlo cuanto antes y evitar perder ningún mes. No entrecomillo esta última parte porque no recuerdo cuáles fueron las palabras exactas, pero fue algo similar.

Llegó el día de la entrega de llaves y devolución de fianza. Entró en el piso con una lista de aquellas cosas que estaban rotas y, por lo tanto, nos haría pagar con la fianza. Para que nos entendamos: no había revisado el piso y ya traía las cosas apuntadas en un papel, es decir, conocía esos desperfectos desde hacía años y no solo no los había arreglado cuando entramos los últimos inquilinos sino que además ahora quería cobrárnoslos. Entre esa lista delirante figuraba una televisión que yo jamás había visto porque, obviamente, llevaba años estropeada. A pesar de la larga discusión, acabó por robarle a unos chavales de unos 22 años una buena parte de la fianza.

Pues a ese casero –si ahora ha decidido declarar el alquiler– el PSOE pretende bonificarle hasta un 90% de los beneficios que mes a mes extrae de la especulación con un bien de primera necesidad. Esa es su propuesta, que no solo no va a ponerle coto a su negocio incumpliendo el Acuerdo de Gobierno firmado con Unidas Podemos, sino que además va a permitir que sea todavía más redondo y más beneficioso.

Con recursos públicos se va a favorecer un negocio que beneficia a unos pocos mientras expulsa a familias de sus viviendas, mientras endeuda y pauperiza a padres y madres que en ocasiones tienen que hacer un desembolso económico imposible para que sus hijos puedan estudiar fuera de casa. En esta historia que he contado, al menos no hay un desahucio ni ninguna familia se queda en la calle porque no tiene alternativa. Es, posiblemente, la menos trágica de todas las historias que se viven en este país cuando se deja la regulación de un derecho constitucional en manos del mercado.

Que el PSOE proponga esto es una broma de mal gusto. Que Unidas Podemos la acepte sería un escándalo. Mi antiguo casero debe estar aplaudiendo mientras cuentas billetes sentado en el sofá. En el de su casa, no en el que brilla por su ausencia en la casa que pone de alquiler.