Cultura

Ovejero: “El problema es que no hemos conseguido el poder de exigir lo que es imprescindible”

El escritor publica 'Humo' (Galaxia Gutenberg, 2021), una novela sobre la capacidad de supervivencia del ser humano cuando solo depende de sí.

El escritor José Ovejero.

El escritor José Ovejero publica Humo, una novela en la que una mujer y un niño, sin vínculos familiares, sobreviven fundamentalmente gracias a lo que cazan y recolectan en un entorno que se ha vuelto hostil por causas desconocidas. La novela, publicada por Galaxia Gutenberg, nos sumerge en una atmósfera angustiante de la que, a la vez, nos resulta difícil salir porque nos recuerda la capacidad de supervivencia que tenemos como seres humanos.

Y lo hace a través de un relato basado en la descripción de las sensaciones y los paisajes, de unos personajes de gran contención emocional que nos apaciguan con su parquedad y silencios, y a los que cuesta abandonar para volver a ese supuesto mundo real en el que vivimos, fragilizado por tanto ruido, verborrea y exhibicionismo sentimentaloide.

Una mujer de la que no sabemos casi nada y con la que, sin embargo, desde muy pronto los lectores y lectoras podemos empezar a sentirnos identificados. Podría resultar extraño porque, si bien podría perfectamente ser una refugiada siria escondida con su hijo en algún bosque de los Balcanes, la descripción que realiza el autor desde su lucha casi animal por sobrevivir nos invita a vernos a nosotros mismos en unos pocos años, cuando la crisis multifactorial en la que nos encontramos inmersos –crisis climática, socioeconómica, laboral, política… – termine de dinamitar nuestra sociedad.

Conversamos con Ovejero, que la escribió antes de que llegase la COVID-19 a nuestras vidas, y en medio de su traslado a un pueblo de la España vaciada.

Humo es una novela sobre la supervivencia, que nos recuerda la fortaleza del ser humano en los contextos más adversos… ¿Por qué necesita contar esta historia en este momento histórico?

La novela anterior, Insurrección, era muy urbana, estaba relacionada con la actualidad, con la ocupación, con el rechazo a una forma de vida competitiva… Y de pronto, no sé por qué, se me ocurrió la escena inicial de una mujer en una cabaña, y esa primera frase sobre las abejas que creíamos que se estaban extinguiendo y que, por el contrario, a ella ciertos días no le permiten salir al exterior. Y me puse a escribir sin saber qué iba a escribir. No sé qué personajes va a haber ni por qué me está atrayendo ese tema, pero, al final, resulta una novela sobre la supervivencia y sobre la fragilidad, dos temas que cobran relevancia con la pandemia, que nos demuestra lo frágiles que somos. Y la capacidad de resistencia, de dónde sacamos energías, de dónde surge ese deseo de sobrevivir, ese vivir centrados en lo que hay que hacer y en cómo hacerlo.

Creo que esta novela, que me sale sin saber por qué, termina dialogando de manera muy directa con el presente porque, en el fondo, todo eso ya estaba aquí: esa sensación de fragilidad, ese desajuste con la naturaleza, con el cambio climático… 

Hay un detalle anecdótico que explica algo más la novela y es que coincide con que yo me estoy mudando a un lugar en la montaña y mis novelas, que siempre habían sido urbanas, adquieren otro escenario. Yo empiezo a vivir de una manera distinta, a tener otro ritmo, otra concepción del espacio… Todo eso se junta y da Humo.

Llama la atención la atmósfera perturbadora que construye la novela, tan inquietante, viscosa y material que te sigue envolviendo tras la lectura. No importa tanto la historia, sino las sensaciones que provoca a través de unas descripciones muy orgánicas. ¿Cómo se escribe algo tan basado en cómo lo va a percibir el lector o la lectora?

Es curioso porque uno no lo piensa cuando está escribiendo, pero son muchas las personas que me han dicho eso, que la novela se te queda pegada una vez la acabas. He creado una situación muy concreta que, por un lado es muy lejana y, por otra, no tanto. Se intuye que no es demasiado lejos ni en el tiempo ni en el espacio. Y ayuda que he contado la novela a través de las sensaciones y las reacciones de los personajes a su entorno. Apenas recuerdan, apenas piensan en lo que va a suceder en el futuro, apenas explico. No fue voluntario, sino una reacción de escritor, de pensar que si estamos en una burbuja, todo lo que venga de fuera es un estorbo.

Esa parquedad del niño y de la mujer, esa sobriedad emocional, choca con el ruido y la verborrea que nos aturde en el mundo real. Como escritor, ¿cómo se escribe una novela en la que, como en la vida, lo importante no es tanto lo que se dice, sino lo que se hace? 

Aunque nunca he sido un escritor muy expansivo, es verdad que tengo novelas en las que hay un lenguaje que intenta abarcar mucho más, en las que hay un mayor desarrollo de la situación. Mientras que en Humo están concentradas al mínimo. Yo me he vuelto más consciente del silencio y lo he introducido en la novela.

Por otro lado, el silencio le aporta algo interesante: es una novela oscura, que produce desasosiego, pero que está atravesada por momentos de paz. Como cuando la protagonista ve al niño jugar, o cuando se cansa de intentar sobrevivir y se queda mirando y disfrutando del atardecer. Esos remansos de paz son necesarios para la supervivencia, incluso en momentos límite.

Esa contención emocional que atraviesa a la novela contrasta con el exhibicionismo sentimental que observamos en las redes sociales.

Sí, y genera una sensación falsa de cercanía porque, además de una gran violencia, en las redes encontramos una sentimentalidad tremenda sin contacto real. Así es mucho más fácil porque no te ata a nada, no se establece una verdadera negociación de qué estamos dispuestos a dar y a recibir. Creo que hay una falsificación del discurso que a mí me pone muy nervioso porque no soy tan expresivo, hay una banalización del sentimiento, lo que no es bueno. 

Además, creo que las emociones no tienen que estar en la novela, sino que deben generarse en quien la lee. Eso es lo interesante. Que el lector o la lectora sea una especie de caja de resonancia que amplifique lo que está muy condensado en lo que estás contando. 

En la novela aborda la violencia sexual desde el punto de vista de la fortaleza de la mujer que la sufre. Ella sabe de antemano que la va a sufrir porque es el peaje a pagar en ese tipo de contextos y se niega a que ese suceso defina lo que venga después. Lo habitual es reducir a la mujer a su condición de víctima con el fin de crear una supuesta empatía. ¿Cómo se plantea explorar la violencia desde esa otra perspectiva?

He intentado evitar en toda la novela esa falsa empatía. Por eso la mujer es un personaje complejo con cuyas decisiones ni siquiera es siempre fácil empatizar. Toda la novela está vista a través de sus ojos. Cuando una mujer sufre una violación es víctima, pero no es ni tiene por qué ser solo eso. Ella sabe que le van a hacer un daño, pero está pensando en cómo defenderse y en cómo emplear la propia fuerza para liberarse.

¿Cómo piensa sus personajes, que además son muy auténticos, con sus incoherencias y zonas grises?

No sé cómo decirlo sin sonar esotérico o irracional, pero yo los personajes no los pienso, los siento. Creo el personaje en esa situación e intento sentir con él. En el momento en el que siento que se me va hacia el estereotipo o que ya sé lo que va a pasar porque lo he leído, entonces me paro y pienso. Pero si todo está funcionando, y en esta novela las cosas iban saliendo sin darle muchas vueltas, entonces me limito a sentir con ellos.

Lo que tengo claro es que ella rechaza la dependencia: quiere ser independiente, autónoma, y tiene que rechazar en cierta medida los afectos porque estos nos atan, pero no puede hacerlo del todo porque es un ser humano. Fue intuitivo que el niño no fuese su hijo, que el hombre no fuese su pareja y como viven en un mundo que funciona con otras normas, no tiene por qué aceptar las instituciones que aceptamos normalmente: ni el matrimonio, ni la pareja estable, ni la maternidad…. 

Estamos acostumbrados a que las mujeres en la literatura, por muy maravillosas que sean, siempre tienen un espíritu de sacrificio, de entrega, de salvar al otro… Alguien me dijo que mi protagonista era poco femenina, pero a mí no me lo parece, lo que pasa es que no se ajusta a los estereotipos.

«Es imposible tener ideología si no piensas en el futuro«

Una protagonista cuyo pasado desconocemos y en el que ella no piensa demasiado, pero que necesita de vez en cuando hacer planes de futuro porque, como ella dice, no se puede vivir siempre en el presente y evitando mirar atrás. En este contexto de incertidumbre resulta muy difícil hacer planes de futuro, ¿cómo nos afecta vivir sin poder proyectar un horizonte?

Nos hace sentirnos mucho más vulnerables y desprotegidos. Esta idea de falta de futuro tampoco es de ahora, no es el virus el que la ha provocado: venía de la crisis de 2007 y antes, con la idea del fin de la Historia. Ese discurso de que no hay alternativa al capitalismo puro y duro, que vamos a estar compitiendo permanentemente, lo que significa vivir en un presente continuo…

Necesitamos la idea del futuro para orientarnos y para establecer complicidades en este presente rápido y feroz en el que vivimos. Y para no conformarnos con lo que hay en el presente.

Es imposible tener ideología si no piensas en el futuro.

Comentaba antes que también ha influido en la novela el hecho de que se mudase al medio rural. ¿Cómo le ha cambiado irse de la ciudad?

No voy a idealizar la vida en el campo ni en la naturaleza porque no es mi enfoque, pero sí cambian muchas cosas cuando te trasladas a otro contexto. La ciudad es un lugar en el que hay estímulos constantes que terminan convirtiéndose en ruido de fondo. Mientras, en un sitio como en el que vivo, el fondo es más bien el silencio y lo que va saliendo son los sonidos de los pájaros, de los árboles, una voz, un coche… Cambia tu manera de percibir y de interesarte. Mi atención se va fijando en otras cosas y respiro también de otra forma.

Cuando estoy en la ciudad e interrumpo mi trabajo, lo que hago es seguir con el ordenador, ver la televisión o salir a la calle donde siguen pasando muchas cosas. Allí lo que hago es salir, mirar, pasear, empezar a trabajar en una huerta…

Precisamente es en este contexto rural donde ha pasado este año de pandemia. ¿Cómo lo ha vivido?

Al principio, como todo el mundo, con perplejidad, con preocupación… El confinamiento duro de los primeros meses me pilló ya en el campo, en esa sensación de irrealidad, de no saber cómo relacionarte con el mundo. Durante esa época no escribí nada sobre la pandemia, rodé un minidocumental de 10 minutos porque no tenía manera de expresar lo que estaba ocurriendo. Entonces, cogí la cámara y apresé lo que estaba a mi alrededor. Luego, pasa el tiempo, te vas habituando, comienzan las desgracias… Una de las cosas más importantes durante este periodo ha sido darme cuenta de lo injusta que es nuestra sociedad, de cómo establecemos quién debe vivir y quién no, a quién le exigimos qué…

Deberíamos saber lo cruel que es nuestra sociedad, pero cuando deciden si son los viejos quienes viven o no, qué sucede con la gente que vive hacinada en una casa muy pequeña, cómo se establecen las prioridades económicas y para quién… Es doloroso y a mí me ha llevado a rechazar más aún la sociedad en la que vivo, de la que soy parte y, además, parte privilegiada: blanco, varón, español, clase media… Cuando al principio se decía eso de que íbamos a salir mejor, me ponía malo porque estaba viendo que no era así, que es de las cosas que se dicen porque reconforta pensarlo y que es mentira.  

Y porque al mismo tiempo que se decía que íbamos a salir mejores, el mensaje que se deslizaba diariamente era que, en el fondo, no era tan grave porque la mayoría de los que se morían y se mueren son las personas mayores. Y se decía con una finalidad de alivio y creo que aún no somos conscientes del impacto que tamaña percepción de una parte de la población tiene sobre nuestra conciencia como sociedad.

Y cosas que, al principio, parecían bonitas como el aplauso a los sanitarios, y que llega un momento en el que sientes que no hay que aplaudir, sino gritar a quienes les van a seguir pagando mal, a quienes van a difamar si no hacen lo que se espera de ellos.. Todas esas mujeres que trabajan en las residencias de ancianos, mal pagadas con turnos tremendos… Al final hay esa sensación de impotencia porque no conseguimos exigir. El problema es que podemos enfadarnos, protestar, pero no hemos conseguido el poder de exigir lo que es imprescindible.

Y ahora que hemos asistido a las protestas por el encarcelamiento de Pablo Hasél, que me recordaban al retrato social que hacía en su anterior novela Insurrección, vemos cómo muchos medios de comunicación han vuelto a cometer el mismo error que con el 15-M: pareciera que se niegan a querer comprender por qué la juventud sale a la calle. ¿Cómo ha vivido el relato mediático de estas últimas movilizaciones?

Es el relato habitual, centrado en unos pocos actos de violencia, que se magnifican para descalificar con ellos cualquier forma de protesta radical. Ocurrió lo mismo con las manifestaciones de Catalunya no hace tanto. Lo que se busca es crear un relato sesgado que impida buscar las causas y a los responsables. Tenemos un porcentaje de desempleo juvenil en España que no tiene parangón en Europa, pero lo aceptamos. Que eso pueda dar lugar en algún momento a violencia me parece que es razonable, comprensible. ¿Soy partidario de la violencia? Claro que no, pero la entiendo perfectamente. Son dos cosas muy distintas. Y entender esa violencia no quiere decir que tenga que justificar cada acto violento, pero sí que tengo que preguntarme por qué está sucediendo esa violencia, qué les estamos quitando, qué les estamos negando, cómo está siendo de violenta nuestra sociedad de manera solapada, sin que ninguno seamos responsables. El que tira el adoquín es responsable, pero los que aceptamos el desempleo juvenil, los desahucios, y mil cosas más, ¿no somos violentos? Vivimos en una sociedad fundamentalmente violenta, por muy democrática que sea. Claro que peor es una dictadura, pero no tengo por qué comparar siempre con el espanto sino con lo que sería el ideal. Y no nos acercamos al ideal de ninguna manera.

Si te gusta este artículo, apóyanos con una donación.

¿Sabes lo que cuesta este artículo?

Publicar esta pieza ha requerido la participación de varias personas. Un artículo es siempre un trabajo de equipo en el que participan periodistas, responsables de edición de texto e imágenes, programación, redes sociales… Según la complejidad del tema, sobre todo si es un reportaje de investigación, el coste será más o menos elevado. La principal fuente de financiación de lamarea.com son las suscripciones. Si crees en el periodismo independiente, colabora.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.