Opinión

Fuck dominguers

"Legislar se antoja a día de hoy la única forma de forzar el comportamiento adecuado del visitante y salvar a las montañas de la agresividad urbanita del dominguero común".

Pegatina en Navacerrada. MARIO CRESPO

El pasado 3 de marzo el Gobierno anunciaba el desmantelamiento de tres pistas de esquí del Puerto de Navacerrada situadas en el entorno del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama. El Organismo Autónomo Parques Nacionales (OAPN) ha decido no renovar la concesión, otorgada el 3 de abril de 1996 por 25 años, por “no ser viable”. El informe sobre la ocupación de esta montaña describe que el entorno del Puerto de Navacerrada soporta “un grave problema de saturación y de acceso».

Detrás de esta decisión se encuentra el Ministerio de Transición Ecológica, puesto que desde 1970 la temperatura media de la zona ha aumentado 1.95ºC y la cantidad de nieve se ha reducido un 25%. De hecho, desde principios del año 2000, lo habitual ha sido abrir solo las pistas de la parte inferior de la estación; las que se van a desmantelar (el Telégrafo, el Escaparate y el Bosque), mientras que las de la parte alta, la popular Bola del Mundo, suelen permanecer cerradas.

Algunas voces claman que se trata de una decisión que choca frontalmente contra la práctica y el fomento de los deportes de montaña. El experto en esquí, José María Hernando, arguye que el 75% de la presión turística no la provocan los esquiadores, sino las personas que suben a Navacerrada a jugar con la nieve o tirarse con el trineo. Sin embargo, desde Ecologistas en Acción argumentan que es imprescindible restaurar la vegetación en el suelo ocupado por las pistas, reordenar y limitar el paso del tráfico privado y encaminar el uso de la zona hacia actividades sostenibles y compatibles con su conservación. 

Sin embargo, la cuestión de fondo es que, en los últimos años, los puertos de Navacerrada y Cotos, antaño tierra de montañeros y esquiadores, se han convertido en una suerte de centro comercial al aire libre tras la masificación que ha sufrido su entorno. Y no precisamente debido a los comercios que se hayan en él, que no son tantos, sino al comportamiento de la masa humana. Los atascos que se producen a primera hora de la mañana los fines de semana son equiparables, e incluso mayores, que los de la M30 en hora punta o los de la entrada del Plaza Norte un sábado a mediodía. 

Los problemas indirectos que esto acarrea tampoco son cuestión baladí; algunos fines de semana los servicios de emergencias no dan abasto debido a la saturación que en muchos casos provocan las llamadas de senderistas inexpertos; algunos acuden en pleno invierno sin botas; con zapatillas deportivas y calcetines tobilleros, sin ropa de abrigo, sin suficiente agua, sin un GPS y por supuesto sin una maldita brújula o un mapa con el que orientarse. Durante la nevada de enero de 2021 un grupo de más de trescientas personas se quedó atrapado en el puerto de Navacerrada, al borde de la hipotermia, dado que los autobuses de línea de los que dependían para bajar no pudieron subir a recogerlos debido al colapso de la carretera. Otro problema de la masificación, además del tráfico y las emisiones a la atmósfera, son los residuos. Como indica el informe sobre la ocupación del monte las aglomeraciones conllevan “un problema de orden público y seguridad ciudadana, aportes de residuos sin una solución clara para su recogida y evacuación a la fecha y en definitiva un modelo inadecuado de uso público totalmente opuesto al que se debería establecer en un entorno natural de un parque nacional”  

Esto, además del impacto que produce en la Sierra, ha creado también un conflicto entre dos formas de entender la montaña: la de los aficionados a la naturaleza y al deporte y la de los llamados domingueros. Quienes van a la montaña a disfrutar de ella lo hacen para huir de la ciudad, para escapar de las aglomeraciones, los bares y el tráfico, para ponerse al servicio de las montañas. Por contra, el dominguero necesita que la naturaleza sea un parque de ocio a su servicio.

A raíz de ello, han ido apareciendo por algunas zonas de montaña pintadas en el asfalto e incluso pegatinas sobre farolas, postes y vallas, que invitan a los nuevos visitantes a marcharse (Fuck dominguers, Bobos go home, etc).

Algunos de estos críticos utilizan en sus protestas el término domingueros, otros, sin embargo, aluden a la denominación francesa bobó (bourgeois boheme), que hace referencia al «pijipi» o «pijoproge» que entiende la montaña como un lugar cool, pero de consumo. En el caso español, el dominguero ha pasado de ser un padre de familia que conducía un Seat 124 para ir al campo a hacer un picnic junto a su familia, a un urbanita dispuesto a colonizar espacios sagrados de la naturaleza. Un fenómeno que procede del adoctrinamiento en el consumo de bienes de todo tipo y que alcanza también a las actividades en la naturaleza. Un ejemplo es el fenómeno Quechua; marca económica de la cadena Dechatlon para democratizar el equipamiento de los deportes de montaña. El senderismo y el montañismo venden, son moda y son tendencia. Tanto es así que hasta el mismísimo Everest se ha convertido en una procesión de escaladores aficionados que pagan cifras astronómicas para que los guías los suban, literalmente, hasta la cumbre  

Tener un parque nacional a pocos kilómetros de la capital es un lujo, un privilegio y también una responsabilidad. Y se precisa hacer un buen uso de él. Nunca, en mis años de experiencia practicando deportes de montaña, he visto a un montañero aficionado dejar basura en su campo de juego, ni siquiera orgánica (cosa distinta puede ser el alpinismo de élite y el himalayismo, que buscan retos competitivos y dependen de patrocinios). El montañismo es una religión en la que se veneran las montañas, pues estas representan el único lugar sagrado que le queda al planeta para sobrevivir. Acudir al monte requiere cierta concienciación y mucha consideración. Huelga decir que cualquier ciudadano tiene el mismo derecho que yo a disfrutar de él, aunque no pertenezca a un club o no esté federado, pero existen diferencias entre la sostenibilidad de cada visita.  

Así las cosas, el desmantelamiento de las pistas de Navacerrada podría mitigar la masificación, pero en ningún caso solucionará el problema, pues este se encuadra en el ámbito de la educación y su asunción requiere tiempo. Pero la Sierra no puede permitir que el verbo respeto se conjugue en futuro simple; exige un presente inmediato y continuo. Por lo tanto, legislar se antoja a día de hoy la única forma de forzar el comportamiento adecuado del visitante y salvar a las montañas de la agresividad urbanita del dominguero común

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Comentarios
  1. Efectivamente, la montaña no es un parque de atracciones con empleados pagados que recogen tu basura. Una vez más el problema radica en una falta de educación y respeto a la naturaleza. Mientras tanto, espero que «pase la moda» y que el cierre de las pistas ayuden a que la sierra de Madrid esté más protegida. Gran artículo, gracias por compartirlo.

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