Opinión

Después del 8M, seguimos siendo ella

Noelia Adánez reflexiona tras el 8-M a través de la vida y obra de autoras como Joyce Johnson o Hettie Jones.

Una manifestación de Barcelona por el Día Internacional de las Mujeres. REUTERS/Nacho Doce

En 1983 la escritora norteamericana Joyce Johnson publicó un volumen de memorias en el que narró los avatares de su vida como miembro de la generación beat. Un año antes se había cumplido el 25 aniversario de la publicación de On The Road de Jack Kerouac. Lo beat volvía a estar de moda. 

En su libro, Johnson reflexiona sobre cómo su generación predicó la emancipación individual y colectiva confrontando a la sociedad de su época con sus costuras sin rematar. El problema, cuando se leen sus muy pormenorizadas e inolvidables memorias, es que una de esas costuras a punto de estallar estaba, precisamente, en la subordinación de las mujeres. 

De ellas habla el escritor John Clellon Holmes, quien en un tardío prefacio a una edición de Go, novela de su autoría y uno de los primeros productos literarios beat, explicó que las chicas que aparecían no eran “más que amalgamas de gente diversa; tipos, más que individuos”, que tenían como rasgo común “estar descentradas”

A la luz de estos comentarios Johnson reflexiona: 

[Clellon Holmes] “No las recuerda muy bien; no eran sino pasajeras anónimas del gran autobús de la experiencia. Desprovistas de centro, ¿cómo iban a arder con la fiebre que consumía a sus jóvenes héroes?”. “Lo que ellas hicieron, supongo, fue ocupar los asientos vacíos”.

En asientos vacíos hasta entonces, en la parte de atrás de un autobús que recorría las autopistas y carreteras secundarias norteamericanas, viajaron un sinnúmero de mujeres cuyos nombres no se recuerdan, al menos no con la facilidad con que nos acordamos de los de sus compañeros varones. Elise Cowen, Joanne Kyger, Lenore Kandel, Diane di Prima, Denise Levertov, ruth weiss, Janine Pommy Vega, Hettie Jones, Anne Waldman o Mary Norbert Körte son algunas de ellas. Sus parejas y correligionarios hombres fueron considerados genios, ellas, descentradas en el mejor de los casos, locas en el peor de ellos

Podemos leer una muestra de poemas de esta nómina de autoras en Beat Attitude, antología preparada por Annalisa Marí Pegrum (Bartleby, 2015). 

Se suceden temas y exhortaciones en esta antología que, si bien remiten a la atmósfera de libertad sexual y experimentación con las drogas y al viaje espiritual y material que fue paradigma de la actitud beat, también reflejan el tipo de relaciones de subordinación que las mujeres mantuvieron con los hombres: fueron sus cuidadoras, esposas pacientes y anhelantes madres de sus hijos, sin perjuicio de que también fueran mujeres con capacidad para experimentar con el deseo al margen de las convenciones y, sobre todo, con capacidad para comprometerse con sus pulsiones artísticas, su ansia de crear, su necesidad de expresarse. Otras mujeres de su misma generación nunca pudieron hacerlo. Mujeres con vidas más convencionales, aunque no necesariamente más sumisas. 

A una de esas “otras” mujeres dedica Hettie Jones el poema Having Been Her, en el que la autora se reconoce en una mujer joven de gesto cansado y mirada perdida que carga consigo una criatura en el autobús de Newark a Nueva York. 

«Permíteme / ayudarla siempre / Porque he sido ella, permíteme / ser su amiga». 

En otro poema titulado Hard Drive, Jones enuncia lo que llama un dilema en cuya formulación estaría contenida su misma solución: «siempre he sido a la vez / tan mujer como para derramar lágrimas de emoción / y tan hombre / como para conducir mi coche en cualquier dirección”. 

Estamos hablando aquí del dilema del género, de todos los conflictos que rodean la organización de nuestra sociedad de conformidad con el sistema de sexo/género y de cómo ese dilema afecta de una manera particular a las mujeres. ¿Tuvieron todas las mujeres la misma aparente facilidad que Hettie Jones para habitar ese dilema? ¿Tuvieron acaso la posibilidad de reconocerlo como propio y de valorar de qué maneras afectaba sus existencias? La respuesta es «no».

¿Es posible afirmar que a la altura de los años cincuenta del pasado siglo las mujeres gozaban ya de autonomía suficiente como para poder tomar decisiones en las mismas condiciones que los hombres? La respuesta es, como anticipáis con buen criterio –lectores y lectoras–, «no».  Ni siquiera las mujeres de la generación beat, sexualmente liberadas, imaginativas, rebeldes, con temperamento artístico y un afán incontenible de independencia pudieron escapar a las imposiciones que limitaban y penalizaban el deseo y el desarrollo de una subjetividad femenina en condiciones de igualdad con los hombres. Muchas de ellas, la propia Joyce Johnson, que formó pareja con Kerouac, se dedicaron a acompañar y a esperar a sus geniales compañeros, a soportar sus brujuleos vitales e inconsecuencias con un estoicismo al que su género parecía destinarlas. Estaban allí para cuidar de ellos. Eran compañeras en la exploración de una sexualidad distinta, del consumo de drogas, del viaje, de un mundo enteramente nuevo de sensaciones y experiencias, pero eran subalternas. Y lo eran de tal manera que ni siquiera se planteaban que lo eran; lo eran de forma “natural”.

Fue necesario llevar a cabo una operación mental compleja y desplegar una agenda intelectual, académica y política ambiciosa para concluir que las mujeres habían quedado atrás y había llegado el momento de que se sentaran donde hubiera un hueco para ellas, de preferencia en asientos delanteros con vistas a la serpenteante carretera y a la línea del horizonte. Había que “desnaturalizar” la subordinación de las mujeres, y los feminismos de la segunda y la tercera ola se afanaron en ello.

El 8-M nos recuerda, cada año, de dónde venimos y que hay un horizonte al que alzar la mirada y que podemos y tenemos la obligación de dar continuidad a nuestras luchas. El 8-M de este año, en medio de la ofensiva del populismo de ultradercha, tenía más sentido que nunca. Ya que las instituciones no nos respaldaron para encontrarnos y celebrarlo colectivamente, espero que al menos, cada una de nosotras, en soledad o en grupo, le encontráramos el sentido del que se nos intentó privar. Como Hettie Jones, todas hemos sido ella alguna vez  (having been her). Este 8M, también.

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